lorenzote
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Que tal cofras, aprovechando el invierno, seguiré con las aventuras que esta vida me va permitiendo experimentar, con las esperanzas de que recordar estos sucesos eróticos me calienten un poco. En un post anterior ya describí el principio de todo: mi primera vez. Por si desean leerla, les pongo el link: https://perutops.com/foro-relax/threads/empezando-por-el-principio.399613/
Ahora sí, continuaré con mis anécdotas.
Había pasado ya casi un año desde que dejé mi alma mater, y era un joven con miles de ideas y metas en la cabeza. Aun estaba fresco el recuerdo de Lorena, y el no tener ya contacto con ella me causaba cierta tristeza. Era imposible para mi dejar de recordar cómo en un arrebato de inesperado valor había perdido mi virginidad. Sin embargo, como era de esperarse, sin un nuevo estímulo en mi vida, la timidez volvió a tender sus cadenas sobre mi voluntad. Dentro de mi lugar de trabajo, en ese entonces, no era más que el típico pulpin chancón, hasta cierto punto nerd, que no juerguea y que por ende, tampoco tira. Y lo triste en ese entonces era que lo último era verdad. La última mujer con la que había estado era Lorena, y en casi un año, me vi sumido por mi conducta introvertida en la total abstinencia.
Tenía 22 años, casi 23 en ese entonces, y trabajaba en una empresa contratista. Mis funciones eran principalmente las de apoyar en la evaluación financiera de las obras que se presentaban, y encargarme de temas logísticos de las obras que se venían ejecutado, motivo por el cual, eventualmente me mandaban a provincia para coordinar con los ingenieros de las obras temas de presupuestos, etc. Fue en uno de estos viajes en que conocí a Rosario.
Ella era una chica joven, risueña, de cabello corto, color negro. Tenía unos ojos profundos y unos labios carnosos cual fruta de la cual el más afortunado de los hombres no se cansaría nunca de probar. Era una chica delgada que gustaba vestir una casaca marrón que ocultaba su linda figura y sus pechos juveniles, y jeans azules que le formaban un lindo trasero. Sin embargo, la primera vez que la vi, lo que más me sorprendió no fue su belleza ni su cuerpo, sino, perdónenme los prejuicios, el casco blanco que llevaba sobre la cabeza: Rosario era una linda bachiller en ingeniería civil que apoyaba a los ingenieros de una obra en la ciudad de Jauja.
La primera vez que la veo, ella estaba junto a un ingeniero, cargando un folder con el brazo. Me acerco entonces, decidido a presentarme y decirles los motivos que me llevaban a aquella tierra agrícola del valle del Mantaro. Conforme me fui acercando sin embargo, sentí como la maldita timidez empezaba a asomar sus tétricas fauces delante de mi. Nunca me había pasado eso antes, pues hasta esa fecha, todos los ingenieros y asistentes de ingeniería con los que había tratado eran varones. Siento que mis mejillas empiezan a calentar, y un miedo súbito a que me vea rojo como tomate empieza a crecer dentro de mi.
Una vez delante de ellos, ambos, el ingeniero y Rosario, me dirigen la mirada, esperando que fuese yo quien empiece la conversación. Me acerco entonces y estrecho la mano del ingeniero, y luego estrecho la mano de Rosario, sin siquiera verle a los ojos. Ahora que recuerdo este pasaje de mi vida, me doy cuenta de lo rudo que debí haber parecido al saludar a alguien y no verle a los ojos.
- Buenas tardes ingeniero, soy Lorenzo - Les dije, mientras mis ojos, en una actitud defensiva, estaban enfocadas en el ingeniero, buscando huir de cualquier contacto con la mirada de Rosario. En ese momento estaba convencido de que si su dulce mirada se cruzaba con la mía, me convertiría en piedra, y no podía permitirme eso. - Me enviaron de Lima para coordinar unos temas de la obra con usted.
- Hola muchachón, que bien - Me dice el ingeniero - Mira, ahorita no tengo tiempo, pero acá Charito te puede dar la información que necesitas.
El ingeniero se va entonces, y me deja solo con ella, con Charito, quien me miraba con una sonrisa en los labios. ¡Qué hermosa sonrisa! Y esa hermosura no hacía más que acentuar mi timidez. Estaba rígido, y por un momento, se me había olvidado todo lo que había ido a coordinar. El silencio se hizo presente, hasta que que por fin, este se ve interrumpido por ella.
- Hola Lorenzo, soy Rosario - Me dice - Dime que necesitas para ver si lo tengo acá mismo - Agrega, haciéndome una indicación al folder que llevaba en el brazo.
Pero yo no respondo. Me quedo callado, frustrado por la ridícula facilidad con que dejaba que la timidez tome rienda de mis acciones. Solo atino a sacarme la mochila que llevaba en las espaldas, abrir el cierre, y comenzar a buscar dentro el cuaderno en el que había apuntado las cosas que necesitaba coordinar. Sin embargo, notaba que mis movimientos eran torpes, apresurados, lo cual motivó que en un instante, la mochila se me escapara de las manos y caiga al suelo. No había manera en que me sienta más avergonzado en ese momento. Sentí que mi timidez había subido un peldaño más en la escalera, y fue entonces en que me di cuenta que si no hacia algo, esta iba a terminar por destrozar mi vida.
- Tranquilo hombre, ¿estás bien? - Me dice Rosario - Parece que están con fiebre.
Al oír esto, recién caigo en cuenta que estaba sudando. Mirada esquiva, movimientos torpes, y encima sudando. Vaya la impresión que le estaba generando. Sin embargo, encontré en eso una salida a mi penosa situación.
- Dddeebe ser el soroche - Le dije - Me siento algo mal, creo.
- A yah, eso debe ser... Creo que tengo unas pastillas en mi mochila, sígueme un ratito para dártelas. No vaya a ser que te desmayes - Me dice, y empieza a sonreir.
Yo sonrío también. Sin embargo, por dentro me siento fatal. Lo último que esperaba era que alguien sienta lástima por mi, y muchos menos que ese alguien sea una chica tan bonita como Rosario.
Aquel día, la sigo hacia donde ella tenía su mochila, de donde saca dos pastillas, las cuales tomo sin objetar, pues que cosa peor me podría pasar ya. Desde mi punto de vista, habiendo cometido tantas torpezas, solo morirme, y hasta esa opción, en esas circunstancias, no me pareció tan mala idea.
Nos sentamos luego sobre unas piedras, y más calmado ya, saco mi mochila, tomo mi cuaderno y le explico el motivo de mi presencia. Así conocí a Rosario, Charito, la primera mujer de ingeniería que conocía en mis 22 años de existencia.
En esa oportunidad, me quedé en Jauja por una semana, tras la cual regresé a Lima. Para ese entonces, mi timidez había facilitado las cosas, pues para simplificar mi existencia, consideraba a Rosario como una amiga de trabajo, una hermana, y no como una mujer con la que eventualmente podría acostarme. Bueno, eso era lo que quería creer, y en cierto modo, lo creí, pues como dije, mi timidez bajó la guardia y pude desenvolverme mejor estando con ella.
Al regresar a Lima, pensé que quizá no la volvería a ver. Sin embargo, como lo dije antes, la vida te puede sorprender en un abrir y cerrar de ojos, y pasados dos meses, me encontraba viajando a Jauja de nuevo, y no pude evitar la emoción de saber que nuevamente estaría cerca de Rosario.
Durante este viaje, las cosas se dieron con mucha más facilidad. Rosario era un "inge" más, como solía llamar a los ingenieros en las obras a las que iba, y además, ya era una amiga con la que después del trabajo, me quedaba a conversar. En esos viajes, yo me hospedaba en Huancayo, muy cerca del bello parque Constitución. Ella vivía cerca de allí también, sin embargo, nunca pasó por mi mente acompañarla hasta su casa, y tampoco nunca pasó por la mente de ella, invitarme. En las noches, sin embargo, acordábamos encontrarnos en el parque Constitución para de allí, ir a cenar algo y conversar un poco sobre la vida. De ese modo, empecé a conocerla más, sobre sus objetivos en la vida, sobre los motivos por los que se animó a estudiar ingeniería civil en Lima, sobre sus padres. Aun recuerdo la fascinación con que la escuchaba, y la calidez de su cuerpo junto al mio, mientras estábamos sentados en una banca, con el cielo huacaino sobre nuestras jóvenes cabezas. Una semana transcurrió de ese modo. De día, coordinando asuntos de la obra, y de noche, paseando por las frías calles de Huancayo. Una semana que al terminar, me dejó convencido de dos cosas: que Huancayo es una ciudad muy bonita para pasear, y que me estaba enamorando de Rosario. Sin embargo, no me animé nunca a decirle nada al respecto, así que cuando llegó mi hora de regresar a Lima, simplemente me despedí de ella con un abrazo, al cual ella correspondió, agregando un cálido besito en mi mejilla, un cálido besito con esos labios tan hermosos, y de cuyo néctar estaba seguro que me iba a ser imposible disfrutar.
Regresé a Lima, y fue entonces que supe que mis viajes a Jauja habían terminado por el momento. La obra ya estaba por acabarse, y no eran necesarias más coordinaciones. Lamenté esa noticia, sin embargo, una vez más, decidí someterme a mi destino, al cual excusé nuevamente apelando a mi timidez: ¡Viajar de nuevo hubiera sido en vano, pues nunca me hubiera atrevido a decirle a Rosario que me gustaba!.
Pasaron 4 meses desde la última vez que había viajado a Jauja. Y si bien aun recordaba a Rosario de vez en cuando, ya no me entristecía tanto saber que no volvería a verla. Se acercaba la fecha de aniversario de la empresa, y nuestro gerente en ese entonces, un ingeniero que en paz descanse, en vista de lo bien que le había ido a la empresa en el año anterior, decidió organizar una fiesta a la que invitó a diversos partners. Por ese entonces yo ya no vivía con mis padres, y alquilaba un cuarto por Jesús María. Este cuarto era de regular tamaño, y en el había acomodado una cama, una librería, una cocina, una mesa y un pequeño sofá que mi papá me regaló cuando me independicé un año antes. Y con todo eso, tenía dentro el suficiente espacio para moverme con libertad.
El día de la fiesta de aniversario, me preparo para ir, más por obligación que por gusto, pues no quería que me tomaran por un antisocial. Salgo y tomo un taxi hacia el local por Miraflores en el que se había organizado todo. Al llegar, me encuentro con unos compañeros de trabajo, a quienes veo cuchicheando hasta que me acerco a saludar.
- Lorenzote, hombre, pensé que no ibas a venir... Te hubieras perdido de algo interesante. Mira, has visto a esa flaquita rica que está por allá - Me dice uno de mis compañeros, mientras apunta a una chica de espaldas, con blusa celeste, que dejaba una parte de la espalda al descubierto y hacía relucir una figura fina y sensual, y un pantalón que le resaltaba el derrier. - Esa flaquita va a ser mia, vas a ver...
Miro a la mencionada flaquita, quien está sola junto a una mesa, y por algún motivo, noto algo familiar en sus movimientos. ¿A quién me recordaba? Estaba de espaldas, y movía las caderas lentamente al ritmo de una salsa que sonaba estrepitosamente. De pronto, la "flaquita" se volteá, y su mirada se cruza con la mía.
Temo que me es difícil explicar los sentimientos que experimenté en ese momento. Me imagino que hubo algo de emoción, algo de sorpresa, definitivamente alegría, y muy dentro de mi ser, algo de lujuria. Todo ello me generó el cruzar la mirada con esa "flaquita", pues aunque no me lo podía creer, esa "flaquita" no era más que Rosario, Charito, la "inge" de quien me estaba enamorando hace 4 meses.
Continuará...
Ahora sí, continuaré con mis anécdotas.
Había pasado ya casi un año desde que dejé mi alma mater, y era un joven con miles de ideas y metas en la cabeza. Aun estaba fresco el recuerdo de Lorena, y el no tener ya contacto con ella me causaba cierta tristeza. Era imposible para mi dejar de recordar cómo en un arrebato de inesperado valor había perdido mi virginidad. Sin embargo, como era de esperarse, sin un nuevo estímulo en mi vida, la timidez volvió a tender sus cadenas sobre mi voluntad. Dentro de mi lugar de trabajo, en ese entonces, no era más que el típico pulpin chancón, hasta cierto punto nerd, que no juerguea y que por ende, tampoco tira. Y lo triste en ese entonces era que lo último era verdad. La última mujer con la que había estado era Lorena, y en casi un año, me vi sumido por mi conducta introvertida en la total abstinencia.
Tenía 22 años, casi 23 en ese entonces, y trabajaba en una empresa contratista. Mis funciones eran principalmente las de apoyar en la evaluación financiera de las obras que se presentaban, y encargarme de temas logísticos de las obras que se venían ejecutado, motivo por el cual, eventualmente me mandaban a provincia para coordinar con los ingenieros de las obras temas de presupuestos, etc. Fue en uno de estos viajes en que conocí a Rosario.
Ella era una chica joven, risueña, de cabello corto, color negro. Tenía unos ojos profundos y unos labios carnosos cual fruta de la cual el más afortunado de los hombres no se cansaría nunca de probar. Era una chica delgada que gustaba vestir una casaca marrón que ocultaba su linda figura y sus pechos juveniles, y jeans azules que le formaban un lindo trasero. Sin embargo, la primera vez que la vi, lo que más me sorprendió no fue su belleza ni su cuerpo, sino, perdónenme los prejuicios, el casco blanco que llevaba sobre la cabeza: Rosario era una linda bachiller en ingeniería civil que apoyaba a los ingenieros de una obra en la ciudad de Jauja.
La primera vez que la veo, ella estaba junto a un ingeniero, cargando un folder con el brazo. Me acerco entonces, decidido a presentarme y decirles los motivos que me llevaban a aquella tierra agrícola del valle del Mantaro. Conforme me fui acercando sin embargo, sentí como la maldita timidez empezaba a asomar sus tétricas fauces delante de mi. Nunca me había pasado eso antes, pues hasta esa fecha, todos los ingenieros y asistentes de ingeniería con los que había tratado eran varones. Siento que mis mejillas empiezan a calentar, y un miedo súbito a que me vea rojo como tomate empieza a crecer dentro de mi.
Una vez delante de ellos, ambos, el ingeniero y Rosario, me dirigen la mirada, esperando que fuese yo quien empiece la conversación. Me acerco entonces y estrecho la mano del ingeniero, y luego estrecho la mano de Rosario, sin siquiera verle a los ojos. Ahora que recuerdo este pasaje de mi vida, me doy cuenta de lo rudo que debí haber parecido al saludar a alguien y no verle a los ojos.
- Buenas tardes ingeniero, soy Lorenzo - Les dije, mientras mis ojos, en una actitud defensiva, estaban enfocadas en el ingeniero, buscando huir de cualquier contacto con la mirada de Rosario. En ese momento estaba convencido de que si su dulce mirada se cruzaba con la mía, me convertiría en piedra, y no podía permitirme eso. - Me enviaron de Lima para coordinar unos temas de la obra con usted.
- Hola muchachón, que bien - Me dice el ingeniero - Mira, ahorita no tengo tiempo, pero acá Charito te puede dar la información que necesitas.
El ingeniero se va entonces, y me deja solo con ella, con Charito, quien me miraba con una sonrisa en los labios. ¡Qué hermosa sonrisa! Y esa hermosura no hacía más que acentuar mi timidez. Estaba rígido, y por un momento, se me había olvidado todo lo que había ido a coordinar. El silencio se hizo presente, hasta que que por fin, este se ve interrumpido por ella.
- Hola Lorenzo, soy Rosario - Me dice - Dime que necesitas para ver si lo tengo acá mismo - Agrega, haciéndome una indicación al folder que llevaba en el brazo.
Pero yo no respondo. Me quedo callado, frustrado por la ridícula facilidad con que dejaba que la timidez tome rienda de mis acciones. Solo atino a sacarme la mochila que llevaba en las espaldas, abrir el cierre, y comenzar a buscar dentro el cuaderno en el que había apuntado las cosas que necesitaba coordinar. Sin embargo, notaba que mis movimientos eran torpes, apresurados, lo cual motivó que en un instante, la mochila se me escapara de las manos y caiga al suelo. No había manera en que me sienta más avergonzado en ese momento. Sentí que mi timidez había subido un peldaño más en la escalera, y fue entonces en que me di cuenta que si no hacia algo, esta iba a terminar por destrozar mi vida.
- Tranquilo hombre, ¿estás bien? - Me dice Rosario - Parece que están con fiebre.
Al oír esto, recién caigo en cuenta que estaba sudando. Mirada esquiva, movimientos torpes, y encima sudando. Vaya la impresión que le estaba generando. Sin embargo, encontré en eso una salida a mi penosa situación.
- Dddeebe ser el soroche - Le dije - Me siento algo mal, creo.
- A yah, eso debe ser... Creo que tengo unas pastillas en mi mochila, sígueme un ratito para dártelas. No vaya a ser que te desmayes - Me dice, y empieza a sonreir.
Yo sonrío también. Sin embargo, por dentro me siento fatal. Lo último que esperaba era que alguien sienta lástima por mi, y muchos menos que ese alguien sea una chica tan bonita como Rosario.
Aquel día, la sigo hacia donde ella tenía su mochila, de donde saca dos pastillas, las cuales tomo sin objetar, pues que cosa peor me podría pasar ya. Desde mi punto de vista, habiendo cometido tantas torpezas, solo morirme, y hasta esa opción, en esas circunstancias, no me pareció tan mala idea.
Nos sentamos luego sobre unas piedras, y más calmado ya, saco mi mochila, tomo mi cuaderno y le explico el motivo de mi presencia. Así conocí a Rosario, Charito, la primera mujer de ingeniería que conocía en mis 22 años de existencia.
En esa oportunidad, me quedé en Jauja por una semana, tras la cual regresé a Lima. Para ese entonces, mi timidez había facilitado las cosas, pues para simplificar mi existencia, consideraba a Rosario como una amiga de trabajo, una hermana, y no como una mujer con la que eventualmente podría acostarme. Bueno, eso era lo que quería creer, y en cierto modo, lo creí, pues como dije, mi timidez bajó la guardia y pude desenvolverme mejor estando con ella.
Al regresar a Lima, pensé que quizá no la volvería a ver. Sin embargo, como lo dije antes, la vida te puede sorprender en un abrir y cerrar de ojos, y pasados dos meses, me encontraba viajando a Jauja de nuevo, y no pude evitar la emoción de saber que nuevamente estaría cerca de Rosario.
Durante este viaje, las cosas se dieron con mucha más facilidad. Rosario era un "inge" más, como solía llamar a los ingenieros en las obras a las que iba, y además, ya era una amiga con la que después del trabajo, me quedaba a conversar. En esos viajes, yo me hospedaba en Huancayo, muy cerca del bello parque Constitución. Ella vivía cerca de allí también, sin embargo, nunca pasó por mi mente acompañarla hasta su casa, y tampoco nunca pasó por la mente de ella, invitarme. En las noches, sin embargo, acordábamos encontrarnos en el parque Constitución para de allí, ir a cenar algo y conversar un poco sobre la vida. De ese modo, empecé a conocerla más, sobre sus objetivos en la vida, sobre los motivos por los que se animó a estudiar ingeniería civil en Lima, sobre sus padres. Aun recuerdo la fascinación con que la escuchaba, y la calidez de su cuerpo junto al mio, mientras estábamos sentados en una banca, con el cielo huacaino sobre nuestras jóvenes cabezas. Una semana transcurrió de ese modo. De día, coordinando asuntos de la obra, y de noche, paseando por las frías calles de Huancayo. Una semana que al terminar, me dejó convencido de dos cosas: que Huancayo es una ciudad muy bonita para pasear, y que me estaba enamorando de Rosario. Sin embargo, no me animé nunca a decirle nada al respecto, así que cuando llegó mi hora de regresar a Lima, simplemente me despedí de ella con un abrazo, al cual ella correspondió, agregando un cálido besito en mi mejilla, un cálido besito con esos labios tan hermosos, y de cuyo néctar estaba seguro que me iba a ser imposible disfrutar.
Regresé a Lima, y fue entonces que supe que mis viajes a Jauja habían terminado por el momento. La obra ya estaba por acabarse, y no eran necesarias más coordinaciones. Lamenté esa noticia, sin embargo, una vez más, decidí someterme a mi destino, al cual excusé nuevamente apelando a mi timidez: ¡Viajar de nuevo hubiera sido en vano, pues nunca me hubiera atrevido a decirle a Rosario que me gustaba!.
Pasaron 4 meses desde la última vez que había viajado a Jauja. Y si bien aun recordaba a Rosario de vez en cuando, ya no me entristecía tanto saber que no volvería a verla. Se acercaba la fecha de aniversario de la empresa, y nuestro gerente en ese entonces, un ingeniero que en paz descanse, en vista de lo bien que le había ido a la empresa en el año anterior, decidió organizar una fiesta a la que invitó a diversos partners. Por ese entonces yo ya no vivía con mis padres, y alquilaba un cuarto por Jesús María. Este cuarto era de regular tamaño, y en el había acomodado una cama, una librería, una cocina, una mesa y un pequeño sofá que mi papá me regaló cuando me independicé un año antes. Y con todo eso, tenía dentro el suficiente espacio para moverme con libertad.
El día de la fiesta de aniversario, me preparo para ir, más por obligación que por gusto, pues no quería que me tomaran por un antisocial. Salgo y tomo un taxi hacia el local por Miraflores en el que se había organizado todo. Al llegar, me encuentro con unos compañeros de trabajo, a quienes veo cuchicheando hasta que me acerco a saludar.
- Lorenzote, hombre, pensé que no ibas a venir... Te hubieras perdido de algo interesante. Mira, has visto a esa flaquita rica que está por allá - Me dice uno de mis compañeros, mientras apunta a una chica de espaldas, con blusa celeste, que dejaba una parte de la espalda al descubierto y hacía relucir una figura fina y sensual, y un pantalón que le resaltaba el derrier. - Esa flaquita va a ser mia, vas a ver...
Miro a la mencionada flaquita, quien está sola junto a una mesa, y por algún motivo, noto algo familiar en sus movimientos. ¿A quién me recordaba? Estaba de espaldas, y movía las caderas lentamente al ritmo de una salsa que sonaba estrepitosamente. De pronto, la "flaquita" se volteá, y su mirada se cruza con la mía.
Temo que me es difícil explicar los sentimientos que experimenté en ese momento. Me imagino que hubo algo de emoción, algo de sorpresa, definitivamente alegría, y muy dentro de mi ser, algo de lujuria. Todo ello me generó el cruzar la mirada con esa "flaquita", pues aunque no me lo podía creer, esa "flaquita" no era más que Rosario, Charito, la "inge" de quien me estaba enamorando hace 4 meses.
Continuará...
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