Los japoneses, como los nazis alemanes, llevaron a cabo su particular holocausto con los chinos de Nankín, entonces capital de la República de China. En
Ciudad de vida y muerte será, sin embargo, un alto cargo del Reich alemán, John Rabe, el padrino de la comunidad avasallada, que establecerá un refugio dentro de la ciudad. Pero, sus competencias tendrán límites y no podrá impedir todo tipo de atrocidades fuera de su protectorado: violaciones múltiples a mujeres, fusilamientos en masa, entierros en vida o calcinaciones humanas.
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Entre tanto salvajismo, el taimado director chino aprovecha para realizar una presunta valoración del conflicto desde la óptica de cada bando. Su discurso será capaz de persuadir al más desconfiado. Por supuesto, la condena a Japón es unánime y contundente. Canalizado por una dimensionalidad heterogénea, el pensamiento conclusivo es idéntico: personificado en la heroicidad del líder de la resistencia Lu Jianxiong; en la valentía de la señorita Jiang, una maestra china que arriesga su vida por salvar a los civiles condenados; en la desgracia del señor Tang, el entregado y temeroso secretario de Rabe; y en el tormento moral de Kadokawa, un soldado japonés cuya conciencia, ante tal brutal cinismo, no para de cuestionar las órdenes de su impasible superior.
Ciudad de vida y muerte es pues, según Lu Chuan, interrogante y respuesta axiomática en un pack indivisible. Ya son varios los críticos -como O. Rodríguez Marchante o Tonio L. Alarcón- que establecen sus influencias en el cine de guerra de Spielberg. Proclamo mi adherencia a esta nada fortuita corriente deductiva de la base de
Ciudad de vida y muerte en el tenso ejercicio de cruda hermosura de
La lista de Schindler (
Schindler's List, 1993) y en el trepidante tempo bélico de las secuencias de acción de
Salvar al soldado Ryan (
Saving Private Ryan, 1998).https: