Abriendo (más) la caja de Pandora

Me hice casero y llamaba a Pandora con regularidad. Aunque era rara, se podría decir que hasta cierto punto se hizo mi kineamiga. Para la tercera vez que la vi, de nuevo en el hotel de confianza, Pandora se encontraba ya desnuda mostrándome sus carnes abundantes mientras que me chupaba el pene antes de ponerme alguno de los (múltiples) condones que había traído para la ocasión. El buen rato que me succionó la pieza me dio la valentía y la calentura suficientes para hacerle la pregunta: ¿Aceptarías que te lo hiciera sin condón?

Al principio ella dudó, se hizo la digna, aunque muy puta era y muy necesitada estaba. Le reiteré y le lancé una suma mayor a lo que le estaba pagando, y con eso ella se puso más puta y menos digna. Subió un poco el monto y terminó de hacerse puta por completo cuando acepté su propuesta. Me levanté de mi posición sentada porque ella estaba arrodillada ante mí mientras me succionaba la pieza, la besé ferozmente en sus labios y la puse en 4 sobre la cama, quería que exhibiera su culazo blanco ante mí y ella eso hizo, como buena puta obediente.

Hundí mi cara en medios de sus nalgotas y las sazoné previamente con una batería de nalgadas que se las dejaron rojas con mi mano marcada antes de clavarle la vagina con mi pinga calata. Más que ver su culazo ondear ante cada movimiento de mi pelvis, era la gloria de ver mi pichula entrar hasta las profundidades de Pandora sin oposición de por medio, sintiendo directamente su humedad vaginal con un objetivo tan claro en mente como el color de piel de la propia puta que me estaba cachando.

Lo decidí finalmente cuando la tenía en el clásico misionero, cuando podía ver claramente mi masculinidad entrar por completo entre las piernas abiertas de Pandora. Me incliné sobre ella y la besé con pasión mientras aceleraba mis movimientos, sin saber si ella siquiera sabía lo que venía y quería hacer. No me importaba, ya la calmaría después, pensaba muy en el fondo de mi cabeza, pensando con la más pequeña.

Introduje mi pene hasta el fondo en el momento que la sentí inevitable, dejando mi hombría clavada hasta el fondo del útero de Pandora en el momento que empecé a eyacular sin tapujos, vaciando por completo el contenido de mis bolas dentro de ella. No había manera en que la puta no hubiera sentido mi semen en su interior, había sido demasiado. No la dejé responder de tanto que la besaba mientras me vaceaba, pero finalmente se acabaron el beso y el semen. Entonces ella...

 

interesante el relato, ojala hubiera mas

 

Soltó un insulto y se separó de mí con premura, observando atentamente su raja abierta. Bastó apenas una ligera separación de sus labios vaginales para que parte de mi abundante descarga empezara a rezumar de su interior. La puta, por supuesto, estaba enojada; me habló en tono enojado, me insultó un par de veces, se quejó, me exigió unas disculpas que le di sin sentirlas mientras que me hacía prometer pastillas y una paga extra por pasarme de la raya. Obviamente yo planeaba, si era necesario, meterle el levonorgestrel por la garganta como si de un animal se tratase porque no pretendía en lo más mínimo encargarme en caso de un embarazo. Solo quería el placer, solo tenía ganas de marcar a Pandora como si se tratase de mi propiedad, dejar libre mis instintos más primarios. Sin embargo, el tono airado de su protesta empezaba a molestarme genuinamente, escarbando de la tierra la pelea reciente con mi novia que planeaba desahogar justamente viniendo con mi culona y pagada amante.

El enojo me copó el cuerpo en el momento que ella se levantó de la cama y buscó su ropa. Quería irse, no quería ya verme, quería una compensación y el dinero necesario para las pastillas que evitarían las peores consecuencias. Traté de convencerla mientras ella tomaba su ropa y se vestía en medio de una tormenta de enfado. Fue cuando su tono subió de nuevo que me reemplazaron las emociones y la tomé de las mejillas apretando con fuerza. En ese momento, como un globo que explota, su tono se esfumó y me miró con un temor que, lejos de infundirme piedad, me llenaba de ira y poder.

Pandora se había logrado poner la ropa interior. La tuve así, asustada y semidesnuda, apenas unos segundos que para mí se hicieron mucho más largos. Le solté las mejillas y pegué mi cuerpo al suyo ya completamente rendido al deseo, besando ferozmente su cuello blanco y amasando sus enormes nalgas blancas. Alcancé a escucharle una súplica apagada tan lejana de su reciente y determinado enojo que me provocó una mezcla hermosa de lástima y excitación. La besé en los labios, le pasé la lengua por la cara, le seguí manoseando el culazo alternando con nalgadas feroces mientras que le decía que ella no se iba a ir hasta que yo lo dijera.

La regresé a su estado desnudo, le pegué una nada ligera cachetada, la hice agachar tomándola de su cabello corto y le introduje la pichula hasta el fondo de la garganta, superando claramente su capacidad felatoria porque llegaron de inmediato las arcadas y las lágrimas. Tosió, lloró, babeó, pero yo no soltaba su cabello ni aflojaba mi asedio furioso contra su boca, que chapoteaba exquisita. No sé cuánto rato estuve cachándole la boca, pero de seguro para ella pareció más tiempo. Cuando le di por fin una tregua tenía la cara entomatada, hecha un asco por la mixtura de saliva y lloros.

La pausa, eso sí, duró poco, porque no tardé en asirla de nuevo por su maltratado pelo para, esta vez, lanzarla a la cama y atacar sus tetas engordadas. Dejando la piedad de lado le chupé, mordí, succioné y maltraté los pezones y los senos para demostrarle que, en efecto, era una puta que estaba allí solo para darme placer, nada más.

Fue, sin embargo, una sorpresa grata sentir que las tetas de Pandora parecieron darme las gracias con nada más y nada menos que su leche. No lo entendí al principio, pero el sabor dulce me hizo entender rápido que la muy puta, de lo excitada que estaba, estaba produciendo leche materna que yo recibí con alegría. Cogiendo firmemente su pezón con mis labios lo exprimí y lo azoté, provocando un torrente copioso que ingresó a mi organismo y lo hizo muy feliz. Pandora había quedado sumisa, dócil y ciega por las lágrimas, su resistencia se había esfumado y ahora solo se dejaba hacer mientras que yo, por debajo de ella, bebía la leche de sus tetas, que no dejaban de premiarme con su néctar. Ora pezón derecho, ora pezón izquierdo, seguía bebiendo del elíxir inesperado mientras que ella temblaba y gemía ahogadamente.

La muy puta ardía tanto que su vagina era una mezcla empapada de sus jugos y el semen que le había dejado hace poco. Dejé por fin su leche y, viéndola a los ojos, le planté otro beso seguido por una cachetada. Le hablé con palabras por fin, diciéndole que ella no se iba hasta que yo lo dijera. Hasta que tuviera los huevos vacíos, hasta que ella tuviera el útero lleno de mi semen y las nalgas marcadas por mis azotes, cuando por fin admitiera que era una puta.

La ubiqué de nuevo a 4 patas sobre la cama pero no la penetré de inmediato. Le lancé una nalgada tan feroz que ella no pudo contener un grito altísimo entre el dolor y el placer, pero aquel fue solo el primero de muchísimos más. Zorra sucia, ramera, cachera, prostituta, perra, puta, le decía de todo lo que se me ocurría hasta que tuvo el culo listo para freír encima un huevo. Con la mano también ardiendo le tomé el cabello otra vez y le metí la pinga por fin, entrando con una facilidad pasmosa.

Era, más que una prostituta, una puta y eso era lo que merecía.

 

Cuando le separé las nalgas me llegó una epifanía corta, pero suficientemente eficaz. Su ano estaba allí, sellado y aún indemne, como una presa herida que no podía escapar. Con la forma en que la estaba tratando, Pandora de seguro no querría volver a verme, el momento de romperle el culo era ahora, no había mañana.

Extraje mi tranca empapada y, sin mucho preámbulo, ubiqué mi glande a la entrada de su ano. La puta, como esperaba, reaccionó con la poca rebeldía que le quedaba y trató de zafarse física y verbalmente. Yo, ya vacío de moral, la tomé violentamente del pelo ruloso y le pegué una cachetada seguida de un generoso escupitajo que le bajó los humos. Calla , calla y otra cachetada sin contemplaciones, era eso lo que se merecía la pendeja.

La escuché llorar mientras empujaba mi glande al interior de su gordo y blanco trasero. Para cuando por fin mi esfuerzo titánico rindió sus frutos y tuve mi pinga metida en su culo hasta el fondo, le metí una nalgada más y le lamí la cara para probar sus saladas y abundantes lágrimas. Tenía, por supuesto, el culo estrechísimo y moverme dentro de él era como hacerlo dentro de un guante nuevo, pero el placer de someterla analmente y ver su blanco potazo sometido a mí pesaba más que el dolor y el esfuerzo.

La sorpresa llegó un poco después de haber cogido algo de ritmo, cuando la estaba sodomizando con mayor velocidad. Las lágrimas y los quejidos de Pandora cambiaron de registro, pasando del dolor puro al innegable placer. ¡La muy puta estaba gimiendo! A la muy puta le estaba gustando que le rompiera el culo y ya no podía ocultarlo. Aceleré, me puse más bruto, continué nalgueando su retaguardia a pesar de mis manos entumecidas y así, a base de castigo, Pandora se terminó de romper.

La muy puta no solo ya no ocultaba sus gemidos de placer, sino que también había metido la mano bajo su cuerpo para dedearse mientras yo castigaba su culo. La sorpresa no acabó allí, sino que continuó en la forma de un sonoro y explosivo orgasmo. Pandora botó sus jugos en squirt mientras yo continuaba taladrando su culazo blanco, hasta que la acompañé en su descarga eyaculando lo que me quedaba en el interior de su ano castigado.

¿Había sido suficiente?

 

Le costó menos de lo que esperaba volver a quedar con un cliente. Solo habían pasado 3 días, pero ya se encontraba de nuevo en camino al hotel pactado, mucho más emocionada de lo que quería admitir a sí misma. Pandora había tenido sueños húmedos con lo ocurrido en aquel cuarto, donde perdió su virginidad anal en una tormenta de gozo no consentido. Sí, había regresado a su casa con un dolor posterior tan intenso que apenas podía sentarse, pero luego quería más a pesar del dolor y por eso, a pesar de su idea original, se encontró respondiendo mensajes privados de sus múltiples clientes potenciales hasta que logró quedar con uno de ellos. No era guapo, pero la fotopolla que le había mandado era justo lo que buscaba para saciar su recientemente hallado ardor.

El tipo la recibió en la habitación con una sonrisa y un beso corto en la mejilla que fue suficiente para ponerla caliente. Por una vez quería que el small talk durara lo menos posible, quería comprobar qué tan grande tenía la herramienta.

Pandora se acercó a él, que estaba sentado al borde de la cama, y le sonrió dándole tranquilidad con sus palabras y un masaje suave en los hombros. No solo continuó con un beso en los labios, sino que guio las manos de su nuevo cliente hacia sus nalgas para que él las manoseara. Así, sin separar sus labios, el cliente paseó sus palmas sobre el culo de Pandora para proceder a desnudarla. El pantalón cayó al suelo y después la blusa que ella llevaba, quedándose solamente con la lencería negra que había traído y apenas cubría sus generosas carnes.

El cliente hizo voltear a Pandora, soltando en respuesta un elogio sonoro a su gordo y blanco culo. "Es todo tuyo", le dijo pandora acercando sus nalgas a la cara de su cliente, que no demoró en hundirla y desaparecerla en medio de su caucásica piel. La prostituta ahogó un gemido de placer al sentir sexualizada de nuevo su zona posterior como hace pocos días, no podía negar que lo amaba y lo necesitaba.

Pandora solo se dejó hacer mientras que su pagado amante la mordía, lamía y manoseaba, hasta que por fin se decidió a desnudarla por completo y acudió a meterse una de sus tetas en la boca, chupando como poseso. Erecto pero completamente vestido aún, Pandora equilibró la balanza deshaciéndose de la ropa de su cliente dejando al final los bóxers blancos, que retiró con cuidado y ansias. La pinga que salió disparada de dentro de ellos era de tamaño promedio, pero gorda, venosa y circuncidada, tan de su gusto que la hizo babear.

El hombre casado no dijo nada a la acción de Pandora de meterse su pinga en la boca sin siquiera preguntar por los preservativos. La prostituta se puso a felarlo con una intensidad hasta ahora inédita en su servicio, una que el cliente agradeció muy feliz aún sentado al borde del lecho, con Pandora de rodillas ante él como ella sabía a los hombres les fascinaba.

La puta le hizo echarse en la cama para continuar con el sexo oral por rato largo y muy bienvenido por el contento cliente. Para cuando se encaramó sobre él y lo volvió a besar, tenía la vagina hambrienta y tan mojada como el pene que había estado chupando con pasión. El culo gordo y blanquiñoso de la prostituta se movía por encima del pene ansioso de su cliente, atrapado entre el deber y la excitación.

El cliente no podía aguantarlo más: tomando fuertemente su tronco y separándose brevemente de su amante, colocó su glande cerca de la entrada vaginal de Pandora, que se detuvo.

-Al menos... solo la puntita, ¿ya?

-O... ok.... pero solo la puntita, ¿prometido?

 

Ni siquiera estiró el brazo en búsqueda de su teléfono, que reposaba boca abajo cerca de ella. Le quedaba todavía un tiempo más hasta que se cumpliera el plazo de la habitación, y quería aprovecharlo en descansar. A pesar de apenas moverse, el dolor en su recto era tan intenso que le hizo ahogar un gemido. El cliente, que aún se estaba vistiendo, le soltó una disculpa corta mientras se acomodaba los pantalones. Pandora, en contraste, no se había movido, y permanecía desnuda sobre la cama desordenada ante la mirada ocasional del quinto cliente que tenía en aquel día. Cuando vio que había terminado de vestirse, la prostituta contuvo su dolor y se incorporó para exigirle el pago extra que habían pactado. El cliente extrajo el dinero prometido y se lo entregó en la mano estirada. Pandora, a pesar del cansancio y el castigo, sintió que su temperatura subía al recibir los billetes.

-No... ¿no quieres quedarte un ratito más?

-No mi amor, mi novia ya está que me mensajea... además no tengo más plata.

-No te preocupes, me pagas cuando puedas.

-¿En serio, bebé?

Aunque lo deseaba, Pandora no podía decirle que estaba dispuesta a no cobrarle por el tiempo extra. El tipo era un cliente nuevo, y un comportamiento inusual como aquel podía desanimarlo de citas futuras. Estaba, de hecho, arriesgándose suficiente así, pero la verdad es que no estaba aún satisfecha y quería que se quedara.

-Ay amor... pero mi novia no me deja tranquilo, tengo que cumplirle, si no fuera por eso me quedo.

-Métele cualquier excusa, vamos, quédate conmigo un rato más...

La lujuria que Pandora emanaba últimamente compensaba incluso la búsqueda de cuerpos magníficos de varios de sus clientes. Incluso en aquel momento, después de haber satisfecho extensamente a cuatro hombres antes de él, la prostituta ocasional que lo era cada vez menos no estaba satisfecha, y quería más. Aquel cliente neófito realmente apremiado por su pareja, a pesar de saber que se ganaría luego una buena pelea con ella, no quería perder su oportunidad y, apurando su teléfono, le escribió una excusa tonta para librarse del compromiso.

Pandora lo tomó de la cara cuando hubo dejado el celular a un lado, y lo besó con una pasión que parecía más propia del principio, no de hora y media de atención después. Ayudó a su cliente a desnudarse nuevamente, lo continuó besando incluso engarzando sus lenguas, y allí aún con él de pie ella se arrodilló y se metió otra vez su pene en la boca, esta vez sin preservativo de por medio. Él estaba más suelto, incluso más caliente, demostrándolo a través de calificativos soeces y embates fuertes que Pandora recibía con alegría. Feliz le devoró los testículos sin depilar, se tragó entera su pinga, se miró muchas veces al espejo mientras lo hacía.

Finalmente la puta dejó de comerle el rabo a su cliente nuevo, y besándolo lo guio de vuelta al lecho tomando la posición del perrito para exhibir su ansioso y gordo culo.

-Ay amor, pero me he quedado sin condones-le dijo el cliente deteniéndose ante sus generosas y blancas carnes.

-Métemela sin condón un ratito y luego pides a la recepción... no me dejes así por favor...

-Bebé, ¿estás segura?

-Amor sí... métemela ya, métela donde quieras. No te cobraré extra, te lo prometo.

Ni corto ni perezoso, el feliz cliente puso su hinchado glande en la entrada de la cavidad anal de Pandora, que no estaba sorprendida y, de hecho, lo esperaba con ansias. No pudo continuar mordiéndose el labio cuando sintió de nuevo el gordo pene de aquel extraño introducirse en su ano hasta el fondo, ni mucho menos pudo evitar gemir de placer cuando la sodomía consiguió algo de velocidad. No podía evitarlo, le gustaba demasiado, lo ansiaba y lo necesitaba para sentirse verdaderamente satisfecha. Desde aquella forzosa primera vez se había visto con varios clientes más y casi siempre había conseguido que acabaran rompiéndole el culo, acabando por reafirmar cuánto lo amaba.

Pero el cliente se detuvo y sacó su hombría de dentro de su ano. Le pegó una nalgada a Pandora, bajó hasta sus agujeros y metió la lengua en su vagina anegada, saboreándola y bebiendo sus abundantes jugos. Le gustaba, pero ella deseaba que él continuara su asedio anal ante todo lo demás.

No lo hizo ni la prostituta pudo comunicarle su deseo, el cliente le metió los dedos en la boca y metió el pene en su vagina esta vez, ya poseído por el deseo y embriagado por la visión del potazo blanco sometido ante él.

 

Había sido más por cuestión de calentura, pero la intuición de Pandora también le había dicho que aquel hombre se iba a dejar llevar si lo provocaba un poquito. Acertó, porque el amague ridículo duró muy poco y el cliente se encontró en su interior por completo, aunque aún con algunas dudas. Había empujado lentamente el pene, pero lo extraía con la misma velocidad y se respiraba la duda que tenía de iniciar la penetración en las condiciones en las que se encontraba.

-Ay... solo la puntita... en eso quedamos...

Pandora cuidaba de endulzar su tono a la vez que hacía apenas retroceder sus nalgas. Cuando sintió que el pene de su cliente estaba a mitad de camino, sazonó su actuación con un gemido jugoso que encontró réplica en forma de bufido. Él sabía que ella lo estaba provocando, le encantaba y lo deseaba, pero se aferraba a su último retazo de sensatez. Esta, sin embargo, se desvanecía con cada milímetro que se adentraba en aquella atrevida prostituta.

Se encontraba taladrándola antes de que se diera cuenta. Ella no se oponía, todo lo contrario, recibía su pinga pelada con un placer respirable. Gemía más alto, hablaba más sucio, respondía mejor a las nalgadas; lo estaba disfrutando como una loca porque, sin el condón de por medio, el cliente podía sentir claramente la humedad profusa de la vagina de Pandora y la alegría de la misma de recibirlo en su interior en mejores condiciones. Le pegó más y más fuertes nalgadas y ella no se quejó, él se dejó llevar por fin.

 

No era su política, sobre todo considerando que iniciaba un nuevo trabajo, pero lo que había despertado en ella que no podía pararlo más. Primero le escribió a uno, luego a otro ante la ausencia de respuesta, y luego a otro más. El tercero respondió antes que los dos anteriores, confirmándole que también andaba libre pero no con suficiente dinero como para atenderse con ella. Pandora le dijo que estaba dispuesta incluso a darle un descuento, que necesitaba plata con urgencia cuando lo que en realidad quería era otro inclemente revolcón. Aun así, el cliente presionó los límites de la chica diciéndole que apenas contaba con 50 soles para gastar, que aún no llegaba la quincena y demás blabla. Pandora dudó, era en verdad muy poco, digno más de una prostituta callejera de baja estofa que de una casual como ella.

Pero estaba demasiado caliente, demasiado ansiosa. Esperó un poco antes de responderle afirmativamente forzando una promesa en su cliente que sentía no iba a cumplir. Obtuvo, sin embargo, lo que quería, y quedó con él en un hotel de la zona acostumbrada aquel mismo día, en unas cuantas horas que a Pandora se le hicieron demasiado largas.

Su plan de disimular lo mejor posible su ardor se desmoronó rápidamente, una vez que se encontró junto a su cliente en el cuarto de hotel y este le plantó un beso como el verano. La lengua de Pandora se puso a bailar con la de aquel hombre, que la besaba ensalivado mientras le manoseaba las nalgas bajo la ropa. Se encontró pronto desnuda y de rodillas ante su cliente, chupándole el pene frente al espejo sin siquiera haberle pedido uno de los condones que había traído para la ocasión.

 

Trataba de no hacerlo en horario laboral, pero cada vez más se encontraba revisando su celular de "trabajo" durante sus pequeñas pausas. Respondía a algunos clientes, trataba de cuadrar con otros, pero secretamente esperaba algunos mensajes específicos que no llegaban. Llegaba a divertirse con varios de sus clientes, pero eran apenas contados los que le daban lo que deseaba en verdad y llevaba unas cuantas semanas de no saber de ninguno. Fue por eso que, cuando lo vio en la pantalla, la invadió una emoción contenida y dejó de lado sus quehaceres de oficina para responderle. Había venido por fin a la ciudad, su mujer se había quedado, pero no tenía mucho tiempo antes de desaparecer otra vez de la urbe por un largo rato. El horario que le proponía a Pandora interfería con su trabajo corriente, y era para aquel mismo día. Lo más seguro era que la Pandora de antes no habría siquiera pensado en dejar su puesto durante horario laboral... pero aquella era una Pandora nueva, que no dudó en inventar una excusa torpe para largarse de la oficina. La salvó en ese momento su reputación intachable, y por eso pudo ponerse en marcha...

 

No había conseguido que aquel hombre aceptara quedarse. Como muchos otros que había conocido, tanto en su vida normal como de prostituta, la primera eyaculación fue la señal para irse. Él la miró extrañado cuando oyó su petición de quedarse en la habitación un rato más, alegando el cansancio de una larga semana. Fue así que el cliente dejó a Pandora sola en el cuarto de hotel quedando todavía algunas horas para que cumpliera el plazo pagado, con ella insatisfecha a pesar del dinero en efectivo que aquel hombre había dejado sobre la mesa. Cuando se fue, Pandora se levantó de la cama y guardó la plata en su cartera antes de pensar siquiera en ponerse de vuelta la ropa. Estaba sin dudas insatisfecha, por eso se masturbó sin reparos oyendo cómo gemía la chica del cuarto contiguo, pero aunque logró acabar no terminaba de sentirse plena. No quería sus dedos, quería un pene duro y robusto, y estaba empezando a perder la razón por uno.

Colocó un estado en su teléfono de prostituta. Fiel a su estilo, fue frontal con el mensaje y esperó a ver quién lo respondía. Los diez minutos hasta la respuesta se le hicieron demasiado largos, pero recibió por fin... un solo texto. El tipo que le escribía lo había hecho más de una vez, pero nunca había llegado a concretar con ella. Era un venezolano de billetera apretada y constantemente le había preguntado por descuentos. Eso enojaba a Pandora, pero su texto era el único que había llegado y no quería esperar más. El tipo en cuestión andaba por Megaplaza en aquel momento, de modo que podía llegar rápido al cuarto de hotel donde estaba ella.

-Puedo llegar en 5 minutos, mi amor.

-Está bien. Me encuentro en el Asturias, en la habitación 502. Por favor trae efectivo.

-Ay mami, me voy a demorar en el cajero.

-¿Cuánto tienes ahora?

-100 soles bebé.

-Ok, te puedo dar media hora entonces. Ven.

Pandora no pudo evitar sentirse sucia al aceptar la proposición barata de aquel chamo que, para su sorpresa, llegó incluso antes de los 5 minutos que le había anunciado. Aún no se había puesto encima ni siquiera la ropa interior, pero sentir cómo el tipo tocaba tan prematuramente le subió de inmediato la temperatura y, sin pensarlo demasiado, Pandora fue a abrirle a su cliente completamente desnuda. El chamo le devolvió el saludo a Pandora con sorpresa y el conocido tono meloso de su origen caribeño. Ella, por su parte, tragó un poco de saliva y lo dejó entrar.

-Mi amor qué rica que estás bebé...

-Quedamos en media hora, me pagas ahora porfas.

Apenas la prostituta recibió el dinero del extranjero se dejó llevar por sus ganas insatisfechas y lo besó apasionadamente. Ni siquiera esperó a que el chamo empezara a desvestirse, sino que se arrodilló ante él lo antes que pudo para liberar un pene grande y gordo como pocos había visto antes. Se le hizo agua la boca y se puso a chuparlo sin pedirle el condón a su cliente, que tampoco tuvo mucha prisa en procurarlo.

 

Era increíble, pero a pesar de incluso vivir por la zona durante años nunca había estado con un venezolano. Ni siquiera en su faceta de prostituta, y lo que sabía de sus habilidades amatorias provenía únicamente de los comentarios que había escuchado de sus amistades. Pensaba, por ello, que había más de fábula que de realidad en lo que había oído.

Pandora, al menos con aquel chamo súbito, se equivocó rotundamente. En algún momento después de una larga y empapada felación el extranjero la había lanzado sobre la cama e introducido su lengua dentro de ella sin aviso ni asco, devorando su intimidad húmeda y su clítoris ansioso con una maestría que pocas veces ella había experimentado. No pudo más que dejarse llevar por el placer que le daba aquel venezolano, que bebía sus jugos vaginales como un rescatado de meses en el mar. Pandora ni siquiera pudo atisbar una respuesta o un rechazo cuando el cliente movió su cuerpo a su antojo, poniéndola ahora en posición de cuatro patas para así enterrar la cara en medio de sus gordas y blancas nalgas continuando el trabajo oral complementándolo ahora con magreos de dedos de acero y sonoras nalgadas. Los gemidos ahogados que soltaba con cada golpe no eran sino confirmaciones de la sumisión a la que estaba entregada, porque sus abundantes jugos hablaban más elocuentemente que cualquier cosa que pudiera decir. Es más, ni siquiera fue capaz de poner restricción a la incursión anal de la lengua del chamo. El tipo había hundido su típicamente caribeño rostro en el justo medio del culo de la prostituta, se sujetaba de sus gordas nalgas como si fuera a caerse y se había puesto a hacerle un beso tan negro como los rulos de ella. Fue allí que los gemidos de Pandora subieron sus decibeles y su piel a enrojecerse. ¡Qué bueno era el maldito!

Seguro había sido un buen rato, pero para ella había sido poco tiempo cuando el chamo paró su proeza oral y colocó su tranca enorme y gorda encima de sus ya marcadas nalgas. La paseó lentamente por encima de su piel blanca y recorrida, alternando con algunos magreos más y más suaves nalgadas. Pandora, por supuesto, no tenía un pelo de tonta, sabía de sobra lo que el venezolano quería y estaba intentando, pero estaba hecha una hoguera y sabía también que era altamente improbable que alguien más viniera en mucho rato si es que lo botaba a él. No dijo nada, se quedó en silencio de palabras, solo gimiendo al compás del tanteo del extranjero, que viendo la condición de Pandora entendió el mensaje tácito.

-Mi amor... ay mi amor...

Aquel chamo del que ni el nombre sabía apuntó con cuidado la punta de su flecha en la entrada de la anegada vagina de Pandora, que se limitó a consentir con gemidos ahogados. La sabía sometida, pero no quería tentar a su suerte y no se la metió de golpe, sino que lo hizo lentamente hasta que, por fin, logró introducir por completo su verga dentro de la prostituta.

 

El venezolano del que aún no sabía el nombre no se demoró en asumir el privilegio que le estaba dando la sometida Pandora. Pasaron apenas segundos para que su cliente pegara el primer acelerón y lo acompañara de incesantes y potentes nalgadas. Lo comprobaría después, pero desde tan solo ese momento el peso de la palma del chamo había sido suficiente para quedar marcada sobre sus nalgotas como hecha a fuego. A Pandora le bamboleaban las tetas sin parar por las embestidas de su cliente, que la penetraba al natural en medio de bufidos, nalgadas y mi amores. A su manera, con gemidos ahogados pero incesantes y cada vez menos contenidos, la prostituta ocasional sentía su cuerpo humedecerse como su interior. El veneco también sudaba, como ella misma pudo comprobar cuando le metió el dedo mojado en la boca y, sin que se lo pidiera, Pandora lo chupó al igual que había hecho con su verga hacia un rato. El tipo le estaba pagando por tener sexo con ella, pero la careta de Pandora la prostituta se había deshecho, quedando expuesto su verdadero yo.

Aun si no hubiera estado demasiado ocupado taladrándola, el extranjero no habría notado que Pandora se caía a pedazos ante sus ojos. Ya no fue ella a quien dio vuelta y echó sobre la cama una vez que se cansó de darle en cuatro, sino a una Isabella que se encontraba totalmente superada por la situación pero irremediablemente feliz de estarlo. Solo le alcanzó la conciencia para responder de forma animal al beso de su cliente venezolano, el cual le auscultó la boca con la lengua sin tapujo a la vez que ella hizo lo mismo. Isabella se deshacía en sudor y placer caliente ante aquel tipo que no conocía de nada, aunando las manos en su espalda mientras que no dejaba de besarlo, morderle los labios y lametearle la mejilla. Él, a su vez, respondió con animalidad y besándole también el cuello blanco, pasando los dedos sobre sus rulos y chupándole las tetas como si se amamantara de ellas.

Isabella sentía perfectamente su cuerpo caliente y pesado encima, incluso su pingota dura encima pero sin volver a ingresar. Fue ella misma que, en un respiro que él tuvo después de chupetearle bien el cuello, tomó el tronco durísimo y lo dirigió de vuelta hacia la tierra prometida.

 

Pandora yacía rota en pedazos en una esquina del cuarto alquilado, y apenas se reconocían sus trozos. No sabía cuánto rato había pasado de tan olvidado que estaba el teléfono sobre la mesa, pero sí que ya no era la prostituta Pandora quien complacía a aquel chamo afortunado que se llamaba en realidad Gabriel y observaba orgullosamente en el espejo las marcas de sus manazas sobre las nalgas gordas y blancas de aquella chica. Isabella le estaba regalando una nueva felación sin condón de por medio, apuntando cuidadosamente el culo hacia el espejo de la pared para que Gabriel pudiera gozar mejor. Y, aunque lo hacía, la tuvo que detener porque tenía algo que llamaba más su interés. Beso corto pero húmedo antes, después poner de nuevo a Isabella en cuatro para separarle los labios vaginales.

-Empuja, puta.

La orden fue concisa, acompañada por una nueva y felizmente recibida nalgada. A Isabella no le costó nada recompensar a Gabriel con lo que quería ver, tenía la vagina tan anegada que el semen que le había dejado dentro empezó a rezumar apenas se puso a empujar, expulsando una cantidad generosa ante la mirada lasciva del extranjero. No dijo una palabra, solo siguió empujando con poca fuerza, sacando más y más semen de su interior sintiéndose más y más sucia y más puta que nunca. Se mantuvo en silencio mientras Gabriel la ordeñaba en medio de palabras soeces y manoseos y nalgadas, sin añadir más que gemidos incluso cuando sintió que el venezolano se incorporaba y se colocaba de nuevo detrás de ella, posando su tranca grande y gorda encima de sus nalgadas castigadas. Sabía lo que se venía, solo tragó saliva y se repasó los labios con la lengua sintiendo cómo paseaba la verga por encima de su piel.

-Mami ya no tengo' más dinero, pero...

-Tranquilo, no te voy a cobrar extra.

La realidad era que el chamo podía incluso haberse llevado el dinero del principio y a Isabella no le hubiera importado.

-Mami qué rico culazo que tienes.

Gritó, sí, pero nunca le dijo a Gabriel que se detuviera. Le dejó ser, le dejó seguir a placer hasta que consiguió enterrar por completo la pingaza dentro de su culo, cuando certificó su victoria con un bufido y una nalgada. El venezolano no podía irse sin sodomizar a Isabella, y ella tampoco iba a permitir que lo hiciera sin que él probara su bondad anal. Si al extranjero le quedaba al menos un ápice de duda de la sumisión total de la ex Pandora, este se esfumó al verla después de empezar a penetrarla con ritmo. Los gemidos ahogados de Isabella se tornaron bulliciosos, se le enrojeció el cuerpo y sus caderas cogieron velocidad. Estaba, en otras palabras, gozando como una auténtica puta la taladrada salvaje del chamo, que se adentraba en su culo con violencia y castigaba sus nalgas con las manos ya hinchadas de tanto golpear.

-¡Ladra!

Isabella obedeció con la fidelidad de un can entrenado. Los ladridos fingidos fueron tan altos e inmediatos que hasta le dieron un poco de risa a Gabriel, que no dejaba de embestir.

-No pares... no pares... por favor... ¡¡AUUUUUF!!

 

Tomó como suerte el hecho que el chamo repentino llevara una larga abstinencia hasta ese momento. Le bastaron unas cuantas caricias y besos para enrocarle de nuevo el pene, incluso después de su segunda detonación. El tipo, que era caudaloso y poco educado, pero no por eso tonto, retomó la faena con la que creía Pandora hasta que se le acabó la luz al día. Al cuarto le quedaba apenas media hora cuando finalmente se dio por satisfecho, después del cuarto polvo y con los agujeros de la prostituta recorridos e inundados de su masculinidad. Se bañó solo, dejándola en la cama más en la otra que en esta, mientras rememoraba la tan extraña pero feliz experiencia que acababa de vivir.

La que era Pandora seguía exhausta en el lecho cuando él salió de la ducha en rumbo a la que ropa que se había quitado hace rato atrás. Solo se acercó a ella para agradecerle cuando se puso de vuelta los pantalones, recibiendo una respuesta más tibia de lo que esperaba pero recibiendo algo mejor, porque la chica le dio su contacto personal para que la agendara en lugar de su número de "trabajo". Para Isabella no tenía ya caso ocultar el hecho que quería verlo de nuevo, era innegable.

 

Sí, claro, lo volvió a ver. A él y a nuevos y viejos clientes, pero sobre todo a él, a Gabriel, porque la llamaba al menos una vez por semana. A veces eran incluso dos o más veces, no importaba, eso hacía muy feliz a Pandora. El otro día incluso le había escrito en pleno horario laboral, cuando ella estaba ahogada en medio de sus labores y aún lejos de la hora de salida, con horas extras a la vista. El chamo fue directo, fiel a su costumbre, aunque Pandora trató de rechazarlo alegando el peso de su no poca carga laboral. Gabriel le dijo en respuesta que en ese caso llamaría a otra prostituta, que estaba arrecho, que se iba de viaje en la noche por Semana Santa y no iba a volver en un buen rato. Le mandó una foto explícita de su pinga extranjera y se desconectó sin añadir más.

Isabella no se lo pensó dos veces. Fingió la llegada súbita y dolorosa de unos cólicos menstruales que le permitieron escapar de la oficina con la bendición del jefe para enrumbar de inmediato hacia el hotel donde estaba Gabriel. Le tomó, sin embargo, más de media hora llegar al sitio, y cuando por fin lo alcanzó se dio con la sorpresa de que el chamo había cumplido su promesa y se encontraba ocupado con otra chica. Pandora se sintió humillada cuando leyó el mensaje en las notificaciones, pero también estaba caliente porque llevaba todo el camino haciéndose a la idea de ver de nuevo a su cliente favorito. Pensaba en qué hacer cuando leyó una nueva respuesta de él, un mensaje corto donde la insultaba y le ordenaba esperar a que terminara porque iba a subir después de que la otra mujer se fuera.

La verdad era que el propio Gabriel sentía que se la había jugado al mandarle un mensaje así a Pandora, pero quería probar bien la longitud de la correa de su poder y estaba dispuesto a tomar el riesgo. Dejando su teléfono a un lado se abocó a la prostituta que estaba pagando en aquel momento, disfrutando de ella por media hora más hasta que la dejó ir. Ni siquiera se vistió antes de retomar su celular para escribirle a Pandora un mensaje contundente como las cachetadas que siempre le propinaba: ya puedes subir, puta.

Se puso nervioso al principio porque Pandora no respondió, sino que se limitó a asegurar el doble check azul. Gabriel sintió nervios hasta que escuchó los nudillos en la puerta, se apresuró a abrirla y le volvió el corazón al cuerpo al ver allí a Pandora, que entró como si nada pasara y sin alarmarse por su desnudez.

La chica dejó sus pertenencias sobre la silla que acompañaba la mesa de la habitación. Gabriel no tenía una buena educación, pero notó rápidamente que Pandora estaba diferente. Se acercó a ella por detrás y acarició su cuerpo carnoso subiendo lentamente hasta sus tetas sin que ella se opusiera, susurrándole perdones de miel y besando su cuello blanco.

-Sabes que mi puta favorita eres tú mi amor, no te pongas así.

Pandora no dio respuesta verbal alguna, solo lo hizo con su cuerpo y su actitud sumisa, dejando que Gabriel la manoseara a placer y la desnudara con una suavidad que incluso podría haber pasado por dulce. Contuvo sus gemidos hasta que el chamo la dejó en ropa interior, arrojando su ropa primaria embolada a un lado.

-Dame una hora nomás, mi amor.

Las palabras de su cliente concordaron con la extracción de su sostén, quedándose Pandora solo con la tanga negra que resaltaba con el tono de su piel blanca. Gabriel le sostenía las tetas en las manazos callosas, le pellizcaba los pezones a placer mientras pegaba su paquete expuesto al culote que tanto le gustaba sin cambiarla de posición, siempre detrás de ella como una culpa invencible. Solo lo hizo en el momento que se animó a bajarle la tanga y la dejó desnuda por completo, la puso frente a él y la besó apasionadamente para luego pasar a chuparle las tetas como un poseso, ella siempre respondiendo sin un pero y con solo sís mientras se dejaba hacer...

 

Gabriel se tomó, por supuesto, bastante más de la hora que había solicitado. Fue casi dos horas después que finalmente se cansó y dio por terminado el servicio, una vez que hubo eyaculado sobre las tetas de Pandora. Fue a vestirse rápido, tomó su billetera vieja y le arrojó un billete de cien a la prostituta sobre la cama. Observó el dinero sin siquiera tocarlo, pero no pudo emitir palabra alguna antes de que el venezolano se despidiera conchudamente de ella con un beso en los labios, cerrando la puerta con fuerza tras de él.

Isabella se quedó observando el billete que le había dejado. Estaba arrugado y desgastado, pero parecía real. Lo tomó para trasladarlo a su cartera, pero el dolor que sintió al incorporarse de la cama le hacía recordar lo poco que era. Gabriel se la había cachado por casi 120 minutos seguidos, no se puso condón cuando se la chupó y le había taladrado el culo un rato larguísimo, pero aquellos cien míseros soles era todo lo que había obtenido por eso. Se sintió sucia, puerca, indigna, pero Pandora soltó algunas lágrimas al admitirse a sí misma, en la privacidad solitaria de aquel cuarto de hotel, que le excitaba enormemente sostener aquel dinero. Le hubiera aceptado incluso menos aun si se quedaba más tiempo, si decidía no ponerse protección en lo absoluto e incluso si hubiera querido solo romperle el culo, sin vagina de por medio. Pandora estaba triste, pero seguía excitada.

Revisó su celular de trabajo, respondiendo todos los chats que podía. Tuvo que esperar un poco, pero recibió la respuesta de un par de interesados que preguntaban por su precio. Uno de ellos dejó de responder rápido, pero otro continuó preguntando. No lo había visto antes, pero Pandora estaba insatisfecha y caliente.

-Estoy libre ahora.

-¿Ahorita mismo?

-Sí, ahorita.

-Ah ya amiga, dime ¿haces algo adicional?

-Oral sin pre y anal, bb.

-Ah ya...