En una empresa que trabaje me prestaban una camioneta del año y me compraron una moto para trabajar. Ese par de máquinas transformo la forma de como las mujeres me miraban. En aquella época no era tan común, jóvenes de 19 años con esos lujos. Un amigo, al que le decíamos Porky, me prestaba su casa para que tenga sexo. Porky vivía solo y no tenía mucha suerte con las mujeres. Yo para retribuir el gesto le prestaba mi moto. El pacto estaba corriendo bien hasta que un día me dijo que ya no queria la moto, que quería que le consiga un pastel gordo. Yo claramente le dije que sí por compromiso. Pensé que con el tiempo esa idea se le olvidaría. Todos los días no dejaba de recordarme del pastel gordo. Estuvimos así durante un mes, hasta que un día me negó la casa. En ese momento empecé a tomar en serio sus palabras. Le invité una cerveza y le dije que en breve le buscaría una culona que lo dejaría seco. Internamente, yo pensaba, la mujer perfecta para Porky es María Elena. Ella era una treintona que le encantaba el sexo. A pesar de no ser tan bonita, ella siempre se arreglaba de tal forma que saltaba a la vista los puntos positivos. Siempre utilizaba ropa que deje entrever sus enormes caderas y ni que decir de tremendo trasero redondo y jugoso que se manejaba. Un poco antes de trabajar, durante un mes entero, le perforé el culo sin pena y sin dolor. La chamba y su cambio de barrio me alejaron de ella, pero esta era la disculpa perfecta para reatar lazos. Por coincidencia, unos días después era el cumpleaños de Porky. Y fue con esa disculpa que invite a María Elena a la fiesta. Al fin le llevaría un pastel gordo a mi amigo. El día del cumpleaños, todos se quedaron embobados con tremendo trasero. Le querían meter diente como sea. No podía ni ir al baño por 5 minutos, que los patas ya le echaban maíz. Tragos van y tragos vienen. Y María Elena ya estaba a punto. Con el pecho inflado la llevé al cuarto donde siempre tenía sexo. En menos de un minuto, ella ya estaba de rodillas chupándome el pene. Lo hacía tan bien, que era un pecado interrumpirla. No sé como aguantaba más de 20 minutos chupando y chupando. Lo mejor vino después cuando se puso de 4 y pude ver su mejor ángulo. Ni siquiera me moleste en tocar su vagina, fui directo al ano. Despacito fui ganando terreno hasta que sentí que era la hora de sudar la camiseta. La adrenalina y el trago deben haberme ayudado, pues por más de 10 minutos le di sin parar. Casi me desmayo, pero valió la pena cuando vi mi leche saliendo de su culito. Nos recostamos y conversamos un poco. Como el cuarto tenía ducha, me lave el pene e hice que me diera otra mamada. Esta vez estábamos en 69. Su vagina, un poco peluda, me gustaba mucho. No tenía olores y se mojaba rápido. Cuando mi pene estaba otra vez bien erecto la recosté en la cama y le metí toda mi verga por la vagina. En cuanto la besaba y me movía con ritmos diferentes le decía que en breve tomaría leche calentita. Ella con una sonrisa pícara decía que sí, que quería mucha lechita. Cuando no aguantaba más puse mi pene en su boca y eyacule. Agradecida me chupo hasta que este perdí la erección. Conversamos un poco más y ella se durmió. Salí del cuarto y le dije a Porky, entra al cuarto en silencio y sin decir ni una palabra métele la pinga por donde quieras. María Elena es insaciable. Continuará...
En una empresa que trabaje me prestaban una camioneta del año y me compraron una moto para trabajar. Ese par de máquinas transformo la forma de como las mujeres me miraban. En aquella época no era tan común, jóvenes de 19 años con esos lujos. Un amigo, al que le decíamos Porky, me prestaba su casa para que tenga sexo. Porky vivía solo y no tenía mucha suerte con las mujeres. Yo para retribuir el gesto le prestaba mi moto. El pacto estaba corriendo bien hasta que un día me dijo que ya no queria la moto, que quería que le consiga un pastel gordo. Yo claramente le dije que sí por compromiso. Pensé que con el tiempo esa idea se le olvidaría. Todos los días no dejaba de recordarme del pastel gordo. Estuvimos así durante un mes, hasta que un día me negó la casa. En ese momento empecé a tomar en serio sus palabras. Le invité una cerveza y le dije que en breve le buscaría una culona que lo dejaría seco. Internamente, yo pensaba, la mujer perfecta para Porky es María Elena. Ella era una treintona que le encantaba el sexo. A pesar de no ser tan bonita, ella siempre se arreglaba de tal forma que saltaba a la vista los puntos positivos. Siempre utilizaba ropa que deje entrever sus enormes caderas y ni que decir de tremendo trasero redondo y jugoso que se manejaba. Un poco antes de trabajar, durante un mes entero, le perforé el culo sin pena y sin dolor. La chamba y su cambio de barrio me alejaron de ella, pero esta era la disculpa perfecta para reatar lazos. Por coincidencia, unos días después era el cumpleaños de Porky. Y fue con esa disculpa que invite a María Elena a la fiesta. Al fin le llevaría un pastel gordo a mi amigo. El día del cumpleaños, todos se quedaron embobados con tremendo trasero. Le querían meter diente como sea. No podía ni ir al baño por 5 minutos, que los patas ya le echaban maíz. Tragos van y tragos vienen. Y María Elena ya estaba a punto. Con el pecho inflado la llevé al cuarto donde siempre tenía sexo. En menos de un minuto, ella ya estaba de rodillas chupándome el pene. Lo hacía tan bien, que era un pecado interrumpirla. No sé como aguantaba más de 20 minutos chupando y chupando. Lo mejor vino después cuando se puso de 4 y pude ver su mejor ángulo. Ni siquiera me moleste en tocar su vagina, fui directo al ano. Despacito fui ganando terreno hasta que sentí que era la hora de sudar la camiseta. La adrenalina y el trago deben haberme ayudado, pues por más de 10 minutos le di sin parar. Casi me desmayo, pero valió la pena cuando vi mi leche saliendo de su culito. Nos recostamos y conversamos un poco. Como el cuarto tenía ducha, me lave el pene e hice que me diera otra mamada. Esta vez estábamos en 69. Su vagina, un poco peluda, me gustaba mucho. No tenía olores y se mojaba rápido. Cuando mi pene estaba otra vez bien erecto la recosté en la cama y le metí toda mi verga por la vagina. En cuanto la besaba y me movía con ritmos diferentes le decía que en breve tomaría leche calentita. Ella con una sonrisa pícara decía que sí, que quería mucha lechita. Cuando no aguantaba más puse mi pene en su boca y eyacule. Agradecida me chupo hasta que este perdí la erección. Conversamos un poco más y ella se durmió. Salí del cuarto y le dije a Porky, entra al cuarto en silencio y sin decir ni una palabra métele la pinga por donde quieras. María Elena es insaciable. Continuará...