Sansk
General
No tengo muchas palabras para presentar este relato (¿?), es, en realidad, la crónica de 12 noches, mis peores y mejores 12 noches, contada en cuatro tiempos.
Estimado lector, quedo en tus manos.
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DESENGAÑO
«Ya no quiso escucharme
Si sus labios se abrieron
Fue pa decirme
Ya no te quiero...»
Vicente Fernández—El 24 es el aniversario de la muerte de mi suegro… de su papá... —se corrigió, quizá presintiendo haber herido a su amante.
—¿Se lo dirás ese día?
—Ese día o al día siguiente, cuando su papá murió él quedó muy mal, y no quiero dejarlo antes de ese día.
—Lo comprendo, no tienes que explicármelo. Te amo.
—También te amo, ¿hablamos después?
—Bueno. Un beso.
—Adiós.
Camila me va a dejar.
Un mensaje puede ser la cosa más inofensiva y el arma más cruel. ¿Cómo terminé revisando los mensajes de Camila por primera vez tras 8 años de estar juntos? No lo sé, y creo que ahora ya no importa.
La muerte de mi viejo ha sido lo más difícil que he tenido que sobrellevar, la enfermedad consumió cobardemente al hombre más fuerte, terco y valiente que he conocido, lo acompañé desde el primer día, y cuando murió, un poquito, también, me morí yo. Sin Camila a mi lado quizá no hubiera podido resistirlo. El día de la cremación, sin decir palabra la tomé del brazo y la llevé al baño de la funeraria, la arrinconé, quería decirle que el dolor me estaba acogotando, que no me dejaba respirar. Mirándola directamente a los ojos, las lágrimas se negaban a caer aunque las sentía incontenibles. Ella me besó, los ojos abiertos, siempre me besó con los ojos abiertos. Le metí la mano bajo de la falda, el calor de su sexo me pareció el del fuego eterno, el olor del coito comenzaba a llenar el pequeño ambiente y el gemidito que se le escapó cuando le pellizqué el clítoris me hizo insoportables las ganas de estar dentro de ella, cerré el puño apretando su minúscula ropa interior y la arranqué de un solo jalón. Sin dejar de mirarla. Otro gemidito. Fija la mirada. Los ojos ensangrentados de mi dolor, y sin permitirle a ninguna lágrima caer, guié mi verga hacía su centro, su humedad me recibió amorosa y en un pestañeo estábamos cogiendo. Cogida de las nalgas la dirigía fácilmente, ella había enredado sus manos en mi cuello, gemía suavecito y profundamente mojada se estremecía. Un estertor le hizo entrecerrar los ojos y una bocanada de aliento dulce me llegó a la nariz, yo no estaba ni cerca de terminar, pero no me importó. La abracé sintiendo su orgasmo. Camila comenzó a sollozar, cada vez más fuerte, lo hacía por mí.
Era imposible no amarla, al parecer ella no fue tan imposible ¿Me amó alguna vez? Sí, estoy seguro que en algún momento me amó, pero nunca lo suficiente, ¿fue mi culpa? ¿Fue algo que hice o que no hiciera? Ahora ya es tarde para esas preguntas, lo sé, pero mi mente no deja de dar vueltas.
Camila me va a dejar y no hay nada que pueda hacer.
Estimado lector, quedo en tus manos.
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DESENGAÑO
«Ya no quiso escucharme
Si sus labios se abrieron
Fue pa decirme
Ya no te quiero...»
Vicente Fernández
—¿Se lo dirás ese día?
—Ese día o al día siguiente, cuando su papá murió él quedó muy mal, y no quiero dejarlo antes de ese día.
—Lo comprendo, no tienes que explicármelo. Te amo.
—También te amo, ¿hablamos después?
—Bueno. Un beso.
—Adiós.
Camila me va a dejar.
Un mensaje puede ser la cosa más inofensiva y el arma más cruel. ¿Cómo terminé revisando los mensajes de Camila por primera vez tras 8 años de estar juntos? No lo sé, y creo que ahora ya no importa.
La muerte de mi viejo ha sido lo más difícil que he tenido que sobrellevar, la enfermedad consumió cobardemente al hombre más fuerte, terco y valiente que he conocido, lo acompañé desde el primer día, y cuando murió, un poquito, también, me morí yo. Sin Camila a mi lado quizá no hubiera podido resistirlo. El día de la cremación, sin decir palabra la tomé del brazo y la llevé al baño de la funeraria, la arrinconé, quería decirle que el dolor me estaba acogotando, que no me dejaba respirar. Mirándola directamente a los ojos, las lágrimas se negaban a caer aunque las sentía incontenibles. Ella me besó, los ojos abiertos, siempre me besó con los ojos abiertos. Le metí la mano bajo de la falda, el calor de su sexo me pareció el del fuego eterno, el olor del coito comenzaba a llenar el pequeño ambiente y el gemidito que se le escapó cuando le pellizqué el clítoris me hizo insoportables las ganas de estar dentro de ella, cerré el puño apretando su minúscula ropa interior y la arranqué de un solo jalón. Sin dejar de mirarla. Otro gemidito. Fija la mirada. Los ojos ensangrentados de mi dolor, y sin permitirle a ninguna lágrima caer, guié mi verga hacía su centro, su humedad me recibió amorosa y en un pestañeo estábamos cogiendo. Cogida de las nalgas la dirigía fácilmente, ella había enredado sus manos en mi cuello, gemía suavecito y profundamente mojada se estremecía. Un estertor le hizo entrecerrar los ojos y una bocanada de aliento dulce me llegó a la nariz, yo no estaba ni cerca de terminar, pero no me importó. La abracé sintiendo su orgasmo. Camila comenzó a sollozar, cada vez más fuerte, lo hacía por mí.
Era imposible no amarla, al parecer ella no fue tan imposible ¿Me amó alguna vez? Sí, estoy seguro que en algún momento me amó, pero nunca lo suficiente, ¿fue mi culpa? ¿Fue algo que hice o que no hiciera? Ahora ya es tarde para esas preguntas, lo sé, pero mi mente no deja de dar vueltas.
Camila me va a dejar y no hay nada que pueda hacer.
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