Estefany35
Soldado
Fue después de romper con Erick, el hombre con el que había ideado mi proyecto de vida. Ya no soportaba estar en Lima, todos los lugares me recordaban esos momentos en que estuvimos juntos. Necesitaba desconectarme, olvidarlo, superar esa etapa de mi vida y seguir adelante. Decidí entonces viajar a Buenos Aires, visitar a mi hermana mayor que desde hace años está instalada allí.
Era el 2016, yo ya estaba cerca de los treinta, y me sentía perdida, confundida. Siempre había creído que Erick era el amor de mi vida, el futuro padre de mis hijos, jamás se me pasó por la cabeza que llegaríamos a separarnos. Pero pasó, y de un día para el otro me encontré con que aquello que había idealizado, se desmoronaba como un castillo de naipes.
Cuándo me encontré con mi hermana en el aeropuerto de Ezeiza, me puse a llorar sin consuelo. Recién ahí pude descargar toda esa frustración que venía acumulando desde que me dí cuenta que mi vida ya no sería como la había planeado.
Ella también derramó sus lágrimas, ya que su historia no era menos dramática que la mía. La razón de que mi hermana viviera en Buenos Aires se debía a un terrible altercado que tuvo con mis padres cuándo les confesó su sexualidad. Yo sabía que le gustaban las mujeres, lo supe desde que éramos niñas, pero para mis padres fue un shock enterarse de que su hija mayor, la preferida, a la que le habían dado todo, no tenía el menor interés en casarse y menos aún en tener hijos.
Fue una discusión terrible, en la que hubo gritos y amenazas, aún así mi hermana no se dejó intimidar, armó un bolso con sus cosas y se fue dando un portazo. Lo siguiente que supimos de ella fue que había viajado a Argentina. Allí, por lo que me contó, tuvo un par de parejas, hasta llegó a convivir con alguna, pero cuándo yo llegué estaba sola, así que me quedé con ella en un departamento por pasillo en el distrito de San Telmo, o Barrio, cómo le dicen allá.
Los primeros días fueron como estar en Lima, me la pasaba llorando, triste y acongojada, sin saber que hacer con mi vida. Y para colmo de males, mi hermana trabajaba durante casi todo el día, así que no estaba para consolarme.
Una tarde salgo a regar las plantas que mi hermana tiene en el pasillo, y justo sale el vecino del piso de arriba, Pablo, de quién ya me había advertido.
-Bienvenida al país, vecina...- me saluda, mirándome en una forma que me hace sentir incómoda.
-Gra-gracias...- le digo titubeando, ya que no sé cómo reaccionar.
Mi hermana lo había descrito como un achorado, un pleitísta, que andaba con malas juntas y que debíamos evitarlo para ahorrarnos problemas. Si me lo decía, por algo sería.
En las noches, cuándo no podía dormir, lo escuchaba llegar bien tarde, acompañado de alguna flaca, huasca los dos. Lo primero que oía eran los tacones por el pasillo y la escalera, sus voces riéndose, y luego los gemidos de placer de la germa cuando se la cachaba. Y por la forma en que gemía, debía cachársela muy bien.
Esa tarde en que pasó lo que no tenía que pasar, salí de nuevo a regar las plantas. Pablo llegó al rato, desde la calle.
-¿Que te parece vecina si un día de éstos nos tomamos unos mates?- me pregunta luego de saludarme.
Me decía vecina porque, aparte de serlo, no sabía mi nombre.
-Me llamo Estefany...- le digo.
No sé, pero contradiciendo todas las recomendaciones de mi hermana, se me dió por presentarme.
-Un gusto conocerte al fin Estefany, yo soy Pablo- se presenta, y estrechándome la mano reitera la invitación -¿Y que me decís de los mates?-
En ese preciso momento me doy cuenta que mientras regaba me había salpicado un poco de agua, y como no tenía puesto sostén, ya que estaba de entrecasa, y pensaba regar rápido y volver entrar, la tela del polo se me pegaba al cuerpo y se me traslucían los pezones, no demasiado, pero se notaban las puntitas. Algo que para él no pasó inadvertido.
Ya era demasiado tarde para cubrirme, aunque pude haberlo hecho, decirle que no aceptaba su invitación y entrar en la casa, evitarlo y ahorrarme cualquier problema, tal como me había aconsejado mi hermana.
Pero no, en vez de eso le dije:
-Mate no tomo, pero si me invitas un café o un trago estaría mejor-
-Perfecto, un trago entonces, ¿Subís?- me dice mientras se dirige hacia la escalera.
Cierro la puerta del departamento, me guardo la llave y subo con él. Obviamente yo sabía muy bien a qué subía. No soy tonta, y en ese momento, mientras él me miraba los pechos, se me ocurrió que algo de sexo no me vendría nada mal. Ya hacía como un mes que había roto con Erick, y desde entonces nada de nada.
Entramos a su jato, me invita a sentarme en el sofá, y sirve un par de vasos de ron.
-Regalo de un compatriota tuyo- comenta.
Se sienta a mi lado y me propone un brindis:
-¡Por el comienzo de una linda amistad...!-
Chocamos los vasos y bebemos un sorbo cada uno.
-A tu hermana jamás la pude convencer para que suba- me dice, acercándose un poco más.
-Sí, es algo huraña, no le gusta hacer amigos- le comento.
Obviamente no le iba a decir todo lo malo que me dijo de él.
-¿Y a vos sí te gusta hacer amigos?- me pregunta, cogiendo mi vaso para ponerlo, junto al suyo, en el suelo.
Está mucho más cerca, tanto que puedo sentir el calor de su cuerpo.
Pone una mano encima de una de mis piernas. No le digo nada, así que la desliza hacia arriba. Estoy con un pantaloncito de jeans, un vaquero viejo al que corté por encima de las rodillas y le hice flecos
-A veces es bueno hacer algunos...- le sonrío.
Se me acerca y cuándo intenta besarme, me levanto de golpe.
-Creo que mejor me voy...- le digo yendo hacia la puerta.
Apoyo la mano en el picaporte, pero no la abro, solo me quedo ahí esperando. Pablo se da cuenta de mi indecisión y entonces se levanta y viene hacía mí. Me abraza por detrás, apoyándome un terrible paquete entre las nalgas.
-Si querés te podés ir...- me dice susurrándome al oído.
Pero no quiero, no me quiero ir. Me doy la vuelta y lo beso. No me resisto. Me entrego fácil...
Si gusta la historia, sigo...
Era el 2016, yo ya estaba cerca de los treinta, y me sentía perdida, confundida. Siempre había creído que Erick era el amor de mi vida, el futuro padre de mis hijos, jamás se me pasó por la cabeza que llegaríamos a separarnos. Pero pasó, y de un día para el otro me encontré con que aquello que había idealizado, se desmoronaba como un castillo de naipes.
Cuándo me encontré con mi hermana en el aeropuerto de Ezeiza, me puse a llorar sin consuelo. Recién ahí pude descargar toda esa frustración que venía acumulando desde que me dí cuenta que mi vida ya no sería como la había planeado.
Ella también derramó sus lágrimas, ya que su historia no era menos dramática que la mía. La razón de que mi hermana viviera en Buenos Aires se debía a un terrible altercado que tuvo con mis padres cuándo les confesó su sexualidad. Yo sabía que le gustaban las mujeres, lo supe desde que éramos niñas, pero para mis padres fue un shock enterarse de que su hija mayor, la preferida, a la que le habían dado todo, no tenía el menor interés en casarse y menos aún en tener hijos.
Fue una discusión terrible, en la que hubo gritos y amenazas, aún así mi hermana no se dejó intimidar, armó un bolso con sus cosas y se fue dando un portazo. Lo siguiente que supimos de ella fue que había viajado a Argentina. Allí, por lo que me contó, tuvo un par de parejas, hasta llegó a convivir con alguna, pero cuándo yo llegué estaba sola, así que me quedé con ella en un departamento por pasillo en el distrito de San Telmo, o Barrio, cómo le dicen allá.
Los primeros días fueron como estar en Lima, me la pasaba llorando, triste y acongojada, sin saber que hacer con mi vida. Y para colmo de males, mi hermana trabajaba durante casi todo el día, así que no estaba para consolarme.
Una tarde salgo a regar las plantas que mi hermana tiene en el pasillo, y justo sale el vecino del piso de arriba, Pablo, de quién ya me había advertido.
-Bienvenida al país, vecina...- me saluda, mirándome en una forma que me hace sentir incómoda.
-Gra-gracias...- le digo titubeando, ya que no sé cómo reaccionar.
Mi hermana lo había descrito como un achorado, un pleitísta, que andaba con malas juntas y que debíamos evitarlo para ahorrarnos problemas. Si me lo decía, por algo sería.
En las noches, cuándo no podía dormir, lo escuchaba llegar bien tarde, acompañado de alguna flaca, huasca los dos. Lo primero que oía eran los tacones por el pasillo y la escalera, sus voces riéndose, y luego los gemidos de placer de la germa cuando se la cachaba. Y por la forma en que gemía, debía cachársela muy bien.
Esa tarde en que pasó lo que no tenía que pasar, salí de nuevo a regar las plantas. Pablo llegó al rato, desde la calle.
-¿Que te parece vecina si un día de éstos nos tomamos unos mates?- me pregunta luego de saludarme.
Me decía vecina porque, aparte de serlo, no sabía mi nombre.
-Me llamo Estefany...- le digo.
No sé, pero contradiciendo todas las recomendaciones de mi hermana, se me dió por presentarme.
-Un gusto conocerte al fin Estefany, yo soy Pablo- se presenta, y estrechándome la mano reitera la invitación -¿Y que me decís de los mates?-
En ese preciso momento me doy cuenta que mientras regaba me había salpicado un poco de agua, y como no tenía puesto sostén, ya que estaba de entrecasa, y pensaba regar rápido y volver entrar, la tela del polo se me pegaba al cuerpo y se me traslucían los pezones, no demasiado, pero se notaban las puntitas. Algo que para él no pasó inadvertido.
Ya era demasiado tarde para cubrirme, aunque pude haberlo hecho, decirle que no aceptaba su invitación y entrar en la casa, evitarlo y ahorrarme cualquier problema, tal como me había aconsejado mi hermana.
Pero no, en vez de eso le dije:
-Mate no tomo, pero si me invitas un café o un trago estaría mejor-
-Perfecto, un trago entonces, ¿Subís?- me dice mientras se dirige hacia la escalera.
Cierro la puerta del departamento, me guardo la llave y subo con él. Obviamente yo sabía muy bien a qué subía. No soy tonta, y en ese momento, mientras él me miraba los pechos, se me ocurrió que algo de sexo no me vendría nada mal. Ya hacía como un mes que había roto con Erick, y desde entonces nada de nada.
Entramos a su jato, me invita a sentarme en el sofá, y sirve un par de vasos de ron.
-Regalo de un compatriota tuyo- comenta.
Se sienta a mi lado y me propone un brindis:
-¡Por el comienzo de una linda amistad...!-
Chocamos los vasos y bebemos un sorbo cada uno.
-A tu hermana jamás la pude convencer para que suba- me dice, acercándose un poco más.
-Sí, es algo huraña, no le gusta hacer amigos- le comento.
Obviamente no le iba a decir todo lo malo que me dijo de él.
-¿Y a vos sí te gusta hacer amigos?- me pregunta, cogiendo mi vaso para ponerlo, junto al suyo, en el suelo.
Está mucho más cerca, tanto que puedo sentir el calor de su cuerpo.
Pone una mano encima de una de mis piernas. No le digo nada, así que la desliza hacia arriba. Estoy con un pantaloncito de jeans, un vaquero viejo al que corté por encima de las rodillas y le hice flecos
-A veces es bueno hacer algunos...- le sonrío.
Se me acerca y cuándo intenta besarme, me levanto de golpe.
-Creo que mejor me voy...- le digo yendo hacia la puerta.
Apoyo la mano en el picaporte, pero no la abro, solo me quedo ahí esperando. Pablo se da cuenta de mi indecisión y entonces se levanta y viene hacía mí. Me abraza por detrás, apoyándome un terrible paquete entre las nalgas.
-Si querés te podés ir...- me dice susurrándome al oído.
Pero no quiero, no me quiero ir. Me doy la vuelta y lo beso. No me resisto. Me entrego fácil...
Si gusta la historia, sigo...