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Cofradía lectora, recordando la tradición en la que nada se considera pecado desde las tres de la tarde de Viernes Santo hasta las seis de la mañana del Domingo de Resurrección, ya que Dios ha muerto y no puede ver lo que pasa (fuente: Madeinusa), les traigo este relato de pecado secreto, previo a un sacramento. Espero lo disfruten
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
No sé de cuántas formas uno se reencuentra con su destino, menos aún cuántos momentos reserva la vida para las segundas oportunidades... en fin, ¡quién lo sabría! Lo que sí sabía es que ese cigarro tenía un gusto especial, la fuerza habitual del Marlboro rojo y una ligera sensación de relajamiento estimulada por la figura de ese bello par de pechos desnudos tras la cortina de humo que salía por mi boca.
- ¿Me pasas un pucho Santi?
- Claro, aunque puede ser muy fuerte quizá sea el último cigarrillo que pruebes en la cama, con un hombre.
- Jaja. Tarado.
Me sentía como el vaquero de la publicidad que me vendía esos clavos de ataúd, con cara de hombre duro y en control de su mundo; solo que en su metáfora él domaba su destino montando a un caballo, yo, montando a Dianita.
Para contar cómo llegué a una habitación del Quinde con ella y, sobre todo, por qué ameritaría pensar en segundas oportunidades, debo contar cómo nos conocimos.
Yo acababa de terminar el colegio y, con 16 años, el primer día de clases en la pre se sentó junto a mí Dianita. Era una chica de 19 años, de cabello rizado y un metro sesenta y dos como máximo. La amistad fue inmediata. Congeniamos en carácter, coincidimos en gustos musicales, compartimos una visión algo cínica de la vida y descubrimos aficiones comunes. Hubo una cercanía bastante nutrida que derivó en una relación platónica.
Nunca pasó nada porque no quise, o, mejor dicho, porque no me la creía. A pesar de que los amigos que hicimos después nos fastidiaban con el típico "uuuhh" incitando a que pase algo, yo lo tomé siempre como un juego. Y lo seguí tomando como un juego cuando un día Dianita, volviendo a casa, sacó un chupetín colorado y se lo llevó coquetamente a la boca, para luego acercar su rostro al mío, sacarlo de entre sus labios y decirme "¿quieres?" en un tono por demás coqueto. Aún recuerdo sus ojos pequeños y marrones, muy marrones y claros mirándome mientras volvía a chupar el chupetín.
Los años pasaron y el contacto se mantuvo a través del Hi5, el Messenger y ya menos en Facebook. De pronto, en algún mes de invierno durante el último semestre del 2012, Dianita anunció que ya tenía fecha para su boda, lo que llevó a una salida grupal de viejos amigos de la pre.
Cuando nos reunimos y la vi, sentí que mi subconsciente había propuesto ir a comer y tomar algo por Risso con segundas intenciones. Dianita había ido con un pantalón negro y un blazer sport, que cubría una blusita blanca de pliegues. La conversación fue amena, sin ningún doble sentido, llena de risas y jovialidad. En algún momento vimos fotos de los futuros esposos y la cara del novio era de buen tipo, tenía una expresión de pavo y buenísima gente; lo que en parte detuvo mis pensamientos impuros. Cuando nos quedamos solos, pues compartíamos la ruta de vuelta, me dije a mí mismo: "¡vamos, qué necesidad hay de eso con Dianita! No, no, no; para eso hay putas. Besito en el cachete y buenas noches".
- Santi, hace algo frío, ¿no?
- Sí Dianita, algo. Felizmente en esta ciudad no llueve.
- No, no llueve. Si lloviera, tendrías que cubrirme con un paraguas y yo abrazarme a tu brazo... Así.
Dianita tomó mi brazo y caminamos en silencio por diez segundos, diez segundos que interrumpimos sin vernos a la cara.
-Dianita... Entonces ya que te casas, podría regalarte un paraguas.
-Santi, justamente porque me caso quiero preguntarte. ¿Todavía tengo una chance contigo?
-Diana, yo...
-¿O vas a hacer lo del chupetín otra vez?
Esa frase bastó para que actuara como el hombre que entonces ya era. De pronto cambió mi percepción de la escena y sentí que acababa de ser retado, invitado a una especie de duelo cuyo abandono se pagaría con el honor. No sé, cosas el Ello para justificar el polvo, supongo.
-Dianita, me tienes cuando quieras, ya sabes como soy.
- Esa es una canción
-Ajá, y sabes bien de qué va.
-Entonces, vamos
Y fuimos. Nada de besito en el cachete y buenas noches. Juro que quise ser bueno, tuve toda la intención, pero tan alejado estuve del “deber ser” que ni bien terminó el recuento mental de nuestros momentos en la pre, ya estábamos en la habitación del Quinde, con la puerta cerrada.
Sin mediar palabras ella dejó su bolso en una mesita, yo colgué mi casaca en una silla y el chape que nos metimos pareció cobrar toda la energía guardada desde aquel tiempo juvenil. Vi que abrió los ojos cuando la pegué a mi cuerpo, parece que sintió mi bulto endurecido clamando por salir del pantalón.
Solo jadeábamos y decíamos nuestros nombres, ella entre gemidos, yo resoplando; cada quien a su estilo reclamaba el cuerpo del otro. Echados en la cama le quité toda la ropa y por fin pude ver ese suculento par de pechos, grandes, desbordantes, tibios y de aureolas marrones. No pude contener mis ganas de explorarlos, de tocarlos, de lamerlos y recorrer cada milímetro de ellos con mis labios, acercándome poco a poco a sus pezones, rodeando el camino y acariciándolos primero con mi lengua.
-Dianita, por fin puedo ver ese par de pechos ¡qué pechos! Solo los había imaginado bajo tu escote.
-Tú pues, que eres un pavo.
-Vamos a ver si sigo siéndolo.
Con una mano en su pecho y la otra en su vagina me la iba chapando. Con cada beso venía a mí un recuerdo, mis diálogos inseguros, mi falta de decisión, cada momento en que me achiqué pensando que una mujer de 19 años era mucho lote para un ex colegial monse, sin mayor experiencia que unos cuantos agarres adolescentes, 7 TB de porno y su mano derecha. ¡Qué tal cojud0 había sido! Bueno, ahora la tenía echada debajo de mí, desnuda, así que solo quedaba ir, como decía Proust, en búsqueda del tiempo perdido.
Seguí besándola hasta que tener mi mano en su entrepierna resultó incómodo. Giré rápidamente y me puse a sus espaldas, acomodándonos de cucharita con ella mirando hacia el espejo de pared. En esa pose fue sencillo besarle el cuello y tomar sus pechos hasta saciarme. Me había vuelto loco chupándolos y era momento de amasarlos, de jugar con sus pezones entre mis dedos. Estuve así hasta que poco a poco deslicé mi mano hasta su vagina.
-¡Dianita! Tus pechos son lo más bello del mundo. Tu esposo, tu esposo va estar feliz.
-Cállate, Santi, no seas indeceeente. ¡Ah!
- Ja, ¿indecente yo? Estas desnuda y mojándote con mi mano entre tus piernas. ¿No te ves en el espejo?
- Eres un vulgar
- Y tú me encantas
Le mordía el cuello a la vez que acariciaba todas las esquinas de su cuerpo. Deslicé mis manos por abdomen, presioné sus muslos y sus maravillosas tetas eran completamente mías. Tenía su clítoris a mi merced, en una imagen insuperable, que me regalaba el espejo, y que estimuló mis ganas de clavarla. Su cadera no paraba de moverse y sus gemidos eran más agudos “¡Aah, aah, Santi, Santi, ah!”, de modo que, en esa pose, de costadito, abrí sus nalgas y se la metí de una.
Recorrí su silueta con firmeza y lentitud, cogiendo su cadera. Estaba ligeramente encima, doblándola cada vez más. Mi mano tomaba con fuerza su pecho mientras me regodeaba con nuestro reflejo, idéntico a la mítica escena de Django en el techo con Meliana Urbina.
-¡Ah Danielita! Mira cómo estás… ¡Qué ricas tetas tienes carajo!
-¡Ah, ah, oye Santi! No seas grosero ¡Ah, ah!
-No me digas que no te gusta
-¡Ah, ah, ah Santi, ah!
Tiré de su muy ensortijada cabellera para extender mis besos de su cuello a su boca. Pude ver su rostro angulado y sus ojos cerrados expresando placer. Me cogí de su cadera para acomodarme mejor y moverme con rapidez, sometiendo su cuerpo al ritmo de mis embestidas. Empecé a cacharla primitivamente, totalmente guiado por impulsos, moviéndome instintivamente hacia la excitación. Dianita era mía y ambos éramos del placer.
- Abre los ojos Dianita ¡Ábrelos! ¡Mira cómo cogemos!
- ¡Ay Santi! ¡Santi, Santi, Santi!
Logré ver los ojos abiertos de Dianita, una mirada perdida en sensaciones lascivas, viendo nuestro reflejo cachando ebrios de lujuria. Su boca se abría y cerraba de la forma más sensual posible, haciendo una “o” sostenida y muda, como un grito contenido y largo; seguido de unos gemidos que se escabullían entre sus labios afrontados; pues luego los cerraba, como mordiéndose.
Estuvimos tirando de costado hasta que Dianita me dijo “Móntame Santi”, casi al mismo tiempo en que yo le pedí que se echara. Ya con sus caderas ofreciéndome el culo se la metí de perrito. Mientras iba acelerando mis movimientos le daba unas nalgadas. Ella gemía y yo sentía que pronto esos jadeos, esas tetas, ese culo, serían para un solo hombre, para otro hombre, propiedad exclusiva de otro, que, aunque ya estaba reservada para él yo probaba de contrabando. Me sentía como si me cogiera a una prisionera en un barco pirata, o más bien, como si cogiera antes de la civilización. Me moví frenéticamente, hundiendo mis dedos en la piel de sus caderas.
-¡Ay Santi! ¡Santi, Santi, Santi! ¡Aaaay! ¡Santi! ¡Sigue Saaaaaanti! ¡Ah, ah, ah!
- ¡Ah Dianita! ¿Así te va a coger tu marido? ¿Ah?, ¿Así le vas a dar el culito a tu marido?
-¡Ah, ah, ah! ¡Santiii!
-Hoy día yo soy tu marido (le di una nalgada) Lo que dure hoy, ¡yo soy tu marido!
-¡Ay Santi! Sí, sí. Hoy día eres mi marido, ¡hoy día tú eres mi marido!
- ¡¿Quién es tu marido, Dianita?! ¡¿Hoy día quién es tu marido?!
- Tú Santi, tú, tú, ¡tú, tú, tú! ¡Tú eres mi marido, mi marido! ¡Hoy día tú eres mi marido Santi! ¡Eres mi marido, mi marido!
Estaba encima de ella, moviendo todo mi cuerpo y empujando el suyo, desde el hombro, hacia mi pelvis. Le susurré “Más que tu marido, hoy soy tu cachero” y le di con todo hasta vaciarme, estirándome de nuevo para volver a dejarme caer sobre su espalda, jalarle el cabello, morderle la oreja y besarle el cuello, al mismo tiempo que seguía embistiéndola, lenta y firmemente, cada vez más despacio. Nuestros cuerpos se acomodaban en cámara lenta, buscando el reposo uno sobre el otro, sin despegarse todavía.
-Santi, ahh. Santi, no vayas a pensar nada raro
-¿Pensar? Creo que eso sale sobrando
-No, no. Santi, mira, me caso en menos de un mes, ya está todo avanzado y… He pensado en un montón de cosas…
-¿Cosas como tirar conmigo?
-¡No, sonso! O bueno, sí. Osea, Ya con Miguel comienzo una nueva vida, de señora joven, y he pensado en tantas cosas. En que hay cosas que ya no podría hacer
-¿Cómo tirar conmigo?
-¡Que no seas sonso, te digo! Bueno, en realidad pensé en hacer todas las cosas que quería antes de casarme y que ya no voy a poder hacer después y…
-¿Y querías tirar conmigo?
- Jajajajaja ¡No se puede contigo Santi! Jajaja. No, es que ¿Sabes? Eres el único con quien quise estar y no me hizo caso, entonces, si quería una última canita al aire para despedir la soltería ¡qué mejor que con el chico que no me dio bola! Jejeje, quería sacarme la espinita.
-Podría decirse que más bien te metiste la espinita (me dio un almohadazo cómplice) Bueno, bueno, paro ya con las bromitas. Pero Diana, no fue que no te diera bola. En ese tiempo yo era más chupado. Recién salía del colegio y solo estudié con hombres. La verdad me intimidabas Dianita.
-¡Ah, jajaja! ¡¿Te intimidaba yo?! ¡Tan grande y tan sonso! ¡Jajaja! Aunque me di cuenta. Cuando prácticamente te puse mis labios en la boca y no hiciste nada. Te vi tan palteado, ¡Te pusiste blanco, blanco! Jajaja, ¡y luego colorado! Creo que eso me gustaba de ti, tenías una actitud de inocente, como de alguien quiere hacerse el que sabe, pero todavía le falta, jajaja.
-¿Cómo tu futuro esposo? La verdad su expresión me hace acordar a la mía de hace años
-Tarado. Él es buenísimo y está buenísimo. Es ingeniero geólogo y me encanta, aunque es medio recto en algunas cosas. No le gusta que fume, por ejemplo. En la casa no me deja fumar, aunque cuando salgo o cuando no está prendo mi puchito, jjijijiji.
-Bueno Dianita, es un honor que hayas pensado en mí para pre-cornear, por única vez, a tu marido. En serio, me tocas, me tocas profundamente.
-Jajajaja. ¡Sonso!
-En serio, ¿no me crees? Además, esto es algo de dos. Yo, en ese entonces, también quería rompert… romper mi inocencia contigo, solo que me achicaba, por los nervios de la inexperiencia.
-¡Jajaja! ¿Ah sí? Y ahora que estamos … así, aquí, ¿Qué tal te pareció?
- Pues… Verás, Dianita, (La tomé de la cintura y la hice girar hasta el otro lado de la cama. Estando sobre ella acaricié las palmas de sus manos, para luego sujetarlas, entrelazando nuestros dedos, y mantener sus brazos sobre su cabeza. Estando así, estirada, sus pechos se veían gloriosos y me la chapé) Verás, hay cosas que todavía podemos hacer. Ciertas cosas que aún no he hecho, sobre las que me podrías corromper, enseñándome.
-¿Ah sí?
-Sí…
-Bueno…
Antes de continuar dejo unas fotitos, algunas de aquella época, las de vestido son más recientes. La del chupetín la colgó en Hi5 el mismo día que arrugué, junto con un subtítulo sugerente.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
No sé de cuántas formas uno se reencuentra con su destino, menos aún cuántos momentos reserva la vida para las segundas oportunidades... en fin, ¡quién lo sabría! Lo que sí sabía es que ese cigarro tenía un gusto especial, la fuerza habitual del Marlboro rojo y una ligera sensación de relajamiento estimulada por la figura de ese bello par de pechos desnudos tras la cortina de humo que salía por mi boca.
- ¿Me pasas un pucho Santi?
- Claro, aunque puede ser muy fuerte quizá sea el último cigarrillo que pruebes en la cama, con un hombre.
- Jaja. Tarado.
Me sentía como el vaquero de la publicidad que me vendía esos clavos de ataúd, con cara de hombre duro y en control de su mundo; solo que en su metáfora él domaba su destino montando a un caballo, yo, montando a Dianita.
Para contar cómo llegué a una habitación del Quinde con ella y, sobre todo, por qué ameritaría pensar en segundas oportunidades, debo contar cómo nos conocimos.
Yo acababa de terminar el colegio y, con 16 años, el primer día de clases en la pre se sentó junto a mí Dianita. Era una chica de 19 años, de cabello rizado y un metro sesenta y dos como máximo. La amistad fue inmediata. Congeniamos en carácter, coincidimos en gustos musicales, compartimos una visión algo cínica de la vida y descubrimos aficiones comunes. Hubo una cercanía bastante nutrida que derivó en una relación platónica.
Nunca pasó nada porque no quise, o, mejor dicho, porque no me la creía. A pesar de que los amigos que hicimos después nos fastidiaban con el típico "uuuhh" incitando a que pase algo, yo lo tomé siempre como un juego. Y lo seguí tomando como un juego cuando un día Dianita, volviendo a casa, sacó un chupetín colorado y se lo llevó coquetamente a la boca, para luego acercar su rostro al mío, sacarlo de entre sus labios y decirme "¿quieres?" en un tono por demás coqueto. Aún recuerdo sus ojos pequeños y marrones, muy marrones y claros mirándome mientras volvía a chupar el chupetín.
Los años pasaron y el contacto se mantuvo a través del Hi5, el Messenger y ya menos en Facebook. De pronto, en algún mes de invierno durante el último semestre del 2012, Dianita anunció que ya tenía fecha para su boda, lo que llevó a una salida grupal de viejos amigos de la pre.
Cuando nos reunimos y la vi, sentí que mi subconsciente había propuesto ir a comer y tomar algo por Risso con segundas intenciones. Dianita había ido con un pantalón negro y un blazer sport, que cubría una blusita blanca de pliegues. La conversación fue amena, sin ningún doble sentido, llena de risas y jovialidad. En algún momento vimos fotos de los futuros esposos y la cara del novio era de buen tipo, tenía una expresión de pavo y buenísima gente; lo que en parte detuvo mis pensamientos impuros. Cuando nos quedamos solos, pues compartíamos la ruta de vuelta, me dije a mí mismo: "¡vamos, qué necesidad hay de eso con Dianita! No, no, no; para eso hay putas. Besito en el cachete y buenas noches".
- Santi, hace algo frío, ¿no?
- Sí Dianita, algo. Felizmente en esta ciudad no llueve.
- No, no llueve. Si lloviera, tendrías que cubrirme con un paraguas y yo abrazarme a tu brazo... Así.
Dianita tomó mi brazo y caminamos en silencio por diez segundos, diez segundos que interrumpimos sin vernos a la cara.
-Dianita... Entonces ya que te casas, podría regalarte un paraguas.
-Santi, justamente porque me caso quiero preguntarte. ¿Todavía tengo una chance contigo?
-Diana, yo...
-¿O vas a hacer lo del chupetín otra vez?
Esa frase bastó para que actuara como el hombre que entonces ya era. De pronto cambió mi percepción de la escena y sentí que acababa de ser retado, invitado a una especie de duelo cuyo abandono se pagaría con el honor. No sé, cosas el Ello para justificar el polvo, supongo.
-Dianita, me tienes cuando quieras, ya sabes como soy.
- Esa es una canción
-Ajá, y sabes bien de qué va.
-Entonces, vamos
Y fuimos. Nada de besito en el cachete y buenas noches. Juro que quise ser bueno, tuve toda la intención, pero tan alejado estuve del “deber ser” que ni bien terminó el recuento mental de nuestros momentos en la pre, ya estábamos en la habitación del Quinde, con la puerta cerrada.
Sin mediar palabras ella dejó su bolso en una mesita, yo colgué mi casaca en una silla y el chape que nos metimos pareció cobrar toda la energía guardada desde aquel tiempo juvenil. Vi que abrió los ojos cuando la pegué a mi cuerpo, parece que sintió mi bulto endurecido clamando por salir del pantalón.
Solo jadeábamos y decíamos nuestros nombres, ella entre gemidos, yo resoplando; cada quien a su estilo reclamaba el cuerpo del otro. Echados en la cama le quité toda la ropa y por fin pude ver ese suculento par de pechos, grandes, desbordantes, tibios y de aureolas marrones. No pude contener mis ganas de explorarlos, de tocarlos, de lamerlos y recorrer cada milímetro de ellos con mis labios, acercándome poco a poco a sus pezones, rodeando el camino y acariciándolos primero con mi lengua.
-Dianita, por fin puedo ver ese par de pechos ¡qué pechos! Solo los había imaginado bajo tu escote.
-Tú pues, que eres un pavo.
-Vamos a ver si sigo siéndolo.
Con una mano en su pecho y la otra en su vagina me la iba chapando. Con cada beso venía a mí un recuerdo, mis diálogos inseguros, mi falta de decisión, cada momento en que me achiqué pensando que una mujer de 19 años era mucho lote para un ex colegial monse, sin mayor experiencia que unos cuantos agarres adolescentes, 7 TB de porno y su mano derecha. ¡Qué tal cojud0 había sido! Bueno, ahora la tenía echada debajo de mí, desnuda, así que solo quedaba ir, como decía Proust, en búsqueda del tiempo perdido.
Seguí besándola hasta que tener mi mano en su entrepierna resultó incómodo. Giré rápidamente y me puse a sus espaldas, acomodándonos de cucharita con ella mirando hacia el espejo de pared. En esa pose fue sencillo besarle el cuello y tomar sus pechos hasta saciarme. Me había vuelto loco chupándolos y era momento de amasarlos, de jugar con sus pezones entre mis dedos. Estuve así hasta que poco a poco deslicé mi mano hasta su vagina.
-¡Dianita! Tus pechos son lo más bello del mundo. Tu esposo, tu esposo va estar feliz.
-Cállate, Santi, no seas indeceeente. ¡Ah!
- Ja, ¿indecente yo? Estas desnuda y mojándote con mi mano entre tus piernas. ¿No te ves en el espejo?
- Eres un vulgar
- Y tú me encantas
Le mordía el cuello a la vez que acariciaba todas las esquinas de su cuerpo. Deslicé mis manos por abdomen, presioné sus muslos y sus maravillosas tetas eran completamente mías. Tenía su clítoris a mi merced, en una imagen insuperable, que me regalaba el espejo, y que estimuló mis ganas de clavarla. Su cadera no paraba de moverse y sus gemidos eran más agudos “¡Aah, aah, Santi, Santi, ah!”, de modo que, en esa pose, de costadito, abrí sus nalgas y se la metí de una.
Recorrí su silueta con firmeza y lentitud, cogiendo su cadera. Estaba ligeramente encima, doblándola cada vez más. Mi mano tomaba con fuerza su pecho mientras me regodeaba con nuestro reflejo, idéntico a la mítica escena de Django en el techo con Meliana Urbina.
-¡Ah Danielita! Mira cómo estás… ¡Qué ricas tetas tienes carajo!
-¡Ah, ah, oye Santi! No seas grosero ¡Ah, ah!
-No me digas que no te gusta
-¡Ah, ah, ah Santi, ah!
Tiré de su muy ensortijada cabellera para extender mis besos de su cuello a su boca. Pude ver su rostro angulado y sus ojos cerrados expresando placer. Me cogí de su cadera para acomodarme mejor y moverme con rapidez, sometiendo su cuerpo al ritmo de mis embestidas. Empecé a cacharla primitivamente, totalmente guiado por impulsos, moviéndome instintivamente hacia la excitación. Dianita era mía y ambos éramos del placer.
- Abre los ojos Dianita ¡Ábrelos! ¡Mira cómo cogemos!
- ¡Ay Santi! ¡Santi, Santi, Santi!
Logré ver los ojos abiertos de Dianita, una mirada perdida en sensaciones lascivas, viendo nuestro reflejo cachando ebrios de lujuria. Su boca se abría y cerraba de la forma más sensual posible, haciendo una “o” sostenida y muda, como un grito contenido y largo; seguido de unos gemidos que se escabullían entre sus labios afrontados; pues luego los cerraba, como mordiéndose.
Estuvimos tirando de costado hasta que Dianita me dijo “Móntame Santi”, casi al mismo tiempo en que yo le pedí que se echara. Ya con sus caderas ofreciéndome el culo se la metí de perrito. Mientras iba acelerando mis movimientos le daba unas nalgadas. Ella gemía y yo sentía que pronto esos jadeos, esas tetas, ese culo, serían para un solo hombre, para otro hombre, propiedad exclusiva de otro, que, aunque ya estaba reservada para él yo probaba de contrabando. Me sentía como si me cogiera a una prisionera en un barco pirata, o más bien, como si cogiera antes de la civilización. Me moví frenéticamente, hundiendo mis dedos en la piel de sus caderas.
-¡Ay Santi! ¡Santi, Santi, Santi! ¡Aaaay! ¡Santi! ¡Sigue Saaaaaanti! ¡Ah, ah, ah!
- ¡Ah Dianita! ¿Así te va a coger tu marido? ¿Ah?, ¿Así le vas a dar el culito a tu marido?
-¡Ah, ah, ah! ¡Santiii!
-Hoy día yo soy tu marido (le di una nalgada) Lo que dure hoy, ¡yo soy tu marido!
-¡Ay Santi! Sí, sí. Hoy día eres mi marido, ¡hoy día tú eres mi marido!
- ¡¿Quién es tu marido, Dianita?! ¡¿Hoy día quién es tu marido?!
- Tú Santi, tú, tú, ¡tú, tú, tú! ¡Tú eres mi marido, mi marido! ¡Hoy día tú eres mi marido Santi! ¡Eres mi marido, mi marido!
Estaba encima de ella, moviendo todo mi cuerpo y empujando el suyo, desde el hombro, hacia mi pelvis. Le susurré “Más que tu marido, hoy soy tu cachero” y le di con todo hasta vaciarme, estirándome de nuevo para volver a dejarme caer sobre su espalda, jalarle el cabello, morderle la oreja y besarle el cuello, al mismo tiempo que seguía embistiéndola, lenta y firmemente, cada vez más despacio. Nuestros cuerpos se acomodaban en cámara lenta, buscando el reposo uno sobre el otro, sin despegarse todavía.
-Santi, ahh. Santi, no vayas a pensar nada raro
-¿Pensar? Creo que eso sale sobrando
-No, no. Santi, mira, me caso en menos de un mes, ya está todo avanzado y… He pensado en un montón de cosas…
-¿Cosas como tirar conmigo?
-¡No, sonso! O bueno, sí. Osea, Ya con Miguel comienzo una nueva vida, de señora joven, y he pensado en tantas cosas. En que hay cosas que ya no podría hacer
-¿Cómo tirar conmigo?
-¡Que no seas sonso, te digo! Bueno, en realidad pensé en hacer todas las cosas que quería antes de casarme y que ya no voy a poder hacer después y…
-¿Y querías tirar conmigo?
- Jajajajaja ¡No se puede contigo Santi! Jajaja. No, es que ¿Sabes? Eres el único con quien quise estar y no me hizo caso, entonces, si quería una última canita al aire para despedir la soltería ¡qué mejor que con el chico que no me dio bola! Jejeje, quería sacarme la espinita.
-Podría decirse que más bien te metiste la espinita (me dio un almohadazo cómplice) Bueno, bueno, paro ya con las bromitas. Pero Diana, no fue que no te diera bola. En ese tiempo yo era más chupado. Recién salía del colegio y solo estudié con hombres. La verdad me intimidabas Dianita.
-¡Ah, jajaja! ¡¿Te intimidaba yo?! ¡Tan grande y tan sonso! ¡Jajaja! Aunque me di cuenta. Cuando prácticamente te puse mis labios en la boca y no hiciste nada. Te vi tan palteado, ¡Te pusiste blanco, blanco! Jajaja, ¡y luego colorado! Creo que eso me gustaba de ti, tenías una actitud de inocente, como de alguien quiere hacerse el que sabe, pero todavía le falta, jajaja.
-¿Cómo tu futuro esposo? La verdad su expresión me hace acordar a la mía de hace años
-Tarado. Él es buenísimo y está buenísimo. Es ingeniero geólogo y me encanta, aunque es medio recto en algunas cosas. No le gusta que fume, por ejemplo. En la casa no me deja fumar, aunque cuando salgo o cuando no está prendo mi puchito, jjijijiji.
-Bueno Dianita, es un honor que hayas pensado en mí para pre-cornear, por única vez, a tu marido. En serio, me tocas, me tocas profundamente.
-Jajajaja. ¡Sonso!
-En serio, ¿no me crees? Además, esto es algo de dos. Yo, en ese entonces, también quería rompert… romper mi inocencia contigo, solo que me achicaba, por los nervios de la inexperiencia.
-¡Jajaja! ¿Ah sí? Y ahora que estamos … así, aquí, ¿Qué tal te pareció?
- Pues… Verás, Dianita, (La tomé de la cintura y la hice girar hasta el otro lado de la cama. Estando sobre ella acaricié las palmas de sus manos, para luego sujetarlas, entrelazando nuestros dedos, y mantener sus brazos sobre su cabeza. Estando así, estirada, sus pechos se veían gloriosos y me la chapé) Verás, hay cosas que todavía podemos hacer. Ciertas cosas que aún no he hecho, sobre las que me podrías corromper, enseñándome.
-¿Ah sí?
-Sí…
-Bueno…






Antes de continuar dejo unas fotitos, algunas de aquella época, las de vestido son más recientes. La del chupetín la colgó en Hi5 el mismo día que arrugué, junto con un subtítulo sugerente.