Salta Montes
Sargento
La fiesta de cumpleaños de Daniela se prolongó hasta altas horas de la madrugada, llenando el ambiente con risas, música y alegría. Mientras la noche avanzaba, noté cómo las primeras parejas empezaban a despedirse discretamente. Observé a Don Pepe y su familia retirándose, preguntándome qué pensamientos podrían estar escondiendo tras sus gestos, porque me quedó mirando. A pesar de su partida, la energía festiva persistía, alimentada por la diversión de las jóvenes universitarias. Su entusiasmo contagioso seguía llenando la sala de baile, contagiando a otros invitados con su vitalidad.
—¿Vaya fiesta, ¿verdad? —comenté a Daniela, tratando de disimular mi preocupación por mi esposo, quien parecía haber perdido la noción del tiempo y la moderación en cuanto a la cerveza.—Sí, ha sido una noche increíble —respondió Daniela con una sonrisa, mientras observábamos cómo las risas y la música seguían llenando la sala.Mi esposo y el esposo de Daniela continuaban bebiendo sin medida, sumergidos en una conversación que parecía no tener fin. Me preguntaba cuántas cervezas más podían aguantar antes de sucumbir al sueño o a la embriaguez.
—¡Hola, amigo! ¿Necesitas un taxi para llegar a tu apartamento o prefieres un paseo en cohete espacial? —exclamó Juan, uno de los vecinos que llegó tarde a la fiesta, entre risas, mientras ayudaba al señor soltero a mantenerse en pie.
—¡Gracias, Juan! Pero creo que me bastaré con el ascensor esta vez, ¡aunque un viaje espacial suena tentador! —respondió el señor soltero con una sonrisa, intentando mantener el equilibrio.
—¡Vamos, amigo! ¡Te llevaremos entre todos! ¡Un, dos, tres, arriba! —añadió una de las estudiantes universitarias, uniéndose a la divertida escena.
Con esfuerzo conjunto y muchas risas, lograron llevar al señor soltero hacia el pasillo, despidiéndose entre bromas y buen humor mientras se desvanecían gradas abajo.
Mientras las jovencitas universitarias se despedían y la fiesta parecía llegar a su fin, Daniela y yo nos sentamos para compartir chismes y reflexiones sobre la noche.
—¡Qué bonita fiesta, ¿verdad? —dijo Daniela, recargándose en el respaldo del sofá con una sonrisa cansada pero feliz.
—Sí, ha sido toda una experiencia —respondí, echando un vistazo al caos controlado que reinaba en la sala.
—¿Viste cómo Don Pepe y su familia se fueron tan temprano? —preguntó Daniela, levantando una ceja con curiosidad.
—Sí, me pareció un poco extraño. ¿Crees que todo esté bien con ellos? —inquirí, preocupada por lo que podría estar pasando detrás de esas cortinas de discreción.
—Quién sabe, pero creo que tienen asuntos pendientes. ¡Ah! Y ¿viste al soltero del primer piso? ¡Qué espectáculo! —exclamó Daniela, soltando una risa contagiosa.
—Sí, pobre, parece que se pasó un poco con la cerveza —comenté, recordando la divertida pero un tanto caótica escena de su retirada.
—Bueno, al menos nos dio algo de qué hablar —respondió Daniela, alzando su copa en un brindis improvisado por los momentos compartidos.
Nos adentramos en una conversación animada, compartiendo anécdotas y risas mientras el bullicio de la fiesta continuaba a nuestro alrededor. Era reconfortante tener ese momento de tranquilidad en medio del caos festivo.
Sin embargo, sabía que pronto tendría que lidiar con las consecuencias de la noche. Mi esposo necesitaría mi ayuda para llegar a la cama, y tal vez tendría que enfrentar las miradas inquisitivas de los vecinos al día siguiente. Pero por ahora, me permití meterme en el ambiente festivo y disfrutar de los últimos momentos de la velada.
En medio de la diversión y el bullicio, las hermanas de Daniela, en un gesto de amabilidad inesperado, decidieron asumir la responsabilidad de la limpieza después de la fiesta. Con rapidez y eficiencia, barrieron, limpiaron la casa y lavaron todos los servicios utilizados durante la cena, dejando el lugar impecable en un abrir y cerrar de ojos.
Observé con gratitud su acto desinteresado, agradecida por su ayuda en medio del caos de la fiesta. Mientras se movían ágilmente de un lado a otro, recogiendo y organizando, pude sentir un gran alivio al ver cómo transformaban el desorden en orden, permitiéndonos a mí y a los demás invitados disfrutar del resto de la noche sin preocupaciones. Su generosidad y dedicación fueron un verdadero regalo para Daniela y para todos los presentes.
Mientras tanto, las risas y conversaciones continuaban en la sala, alimentadas por la emoción de la noche y la camaradería entre los invitados. Con una sonrisa, me despedí de Daniela, agradeciéndole por la maravillosa velada que nos había brindado. Sus ojos brillaban con la misma emoción que los míos, compartiendo el sentimiento de haber vivido una noche inolvidable.
Nos abrazamos con calidez, como si el simple gesto pudiera encapsular toda la gratitud que sentíamos el uno por el otro.
—Gracias por todo, Daniela —susurré, sabiendo que mis palabras no serían suficientes para expresar mi verdadero aprecio por su amistad y generosidad.
Luego, con mi esposo tambaleándose a mi lado, nos dirigimos hacia nuestro apartamento. Cada paso era un desafío, pera llegar juntos. Intuía que la noche aún tenía más sorpresas reservadas para mí, pero al llevaba a lo llevaba a dormir.
A los pocos minutos en el santuario silencioso de nuestra habitación, mi esposo yacía en un sueño profundo, un refugio seguro donde el mundo exterior no podía perturbarlo. Sus ronquidos suaves, como una sinfonía tranquila, llenaban el espacio con una melodía familiar que me reconfortaba en la penumbra de la noche.
Con movimientos delicados, lo ayudé a despojarse de las capas del día, liberándolo de las ataduras que lo habían mantenido anclado a la realidad. Cada prenda retirada era un acto de cuidado, un gesto de amor hacia el hombre que compartía mi lecho y mi vida. Y sentía una culpa en lo más profundo de mi alma por haberlo traicionado con Don Pepe.
Una vez que estuvo acomodado entre las sábanas, lo cubrí con una ligera cobija, protegiéndolo del frescor nocturno que se filtraba por la ventana entreabierta. Su rostro, sereno en su sueño, parecía despreocupado por las tensiones y las preocupaciones del día, sumido en un mundo de paz y serenidad. El alcohol se había apoderado de él sin restricciones.
Después de asegurarme de su comodidad, me deslicé fuera de la cama con la discreción de un ladrón en la noche, dirigida por el impulso de satisfacer las necesidades más básicas. El baño me recibió con su silenciosa serenidad, ofreciéndome un breve respiro antes de continuar con mis quehaceres nocturnos.
Una vez terminadas mis tareas, regresé al santuario de nuestra habitación, donde la luz de la luna se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas, pintando el espacio con tonos plateados y azules. Me deshice del vestido azul que había llevado durante la fiesta de Daniela, sustituyéndolo por una bata ligera y sugerente que me abrazaba con su suavidad sedosa.
En la quietud de la noche, me permití un momento de reflexión, dejando que mis pensamientos vagaran libremente por los recovecos de mi mente. Pronto, el sueño me reclamaría con su abrazo cálido y seductor, pero por ahora, disfrutaba de la calma y la serenidad que solo la noche podía ofrecer.
Olvidé que no cerré bien la puerta principal, mis pasos resonaban apenas en el suelo, como susurros apenas audibles en la noche, mientras me acercaba sigilosamente hacia la sala, con la determinación de asegurar la puerta.
El recuerdo de la conversación con Daniela resonaba en mi mente, sus palabras resonando como un eco lejano en la oscuridad. Dijo que habían ingresado ladrones a la casa de la vecina del primer piso. No permitiría que nuestro apartamento fuera vulnerable a ninguna intrusión indeseada. Con cada paso, mi corazón latía con fuerza, como el tambor de una batalla inminente. Cada crujido del suelo bajo mis pies resonaba en la quietud de la noche, advirtiendo a cualquier posible intruso de mi presencia. Me sentía como una sombra en la noche, una guardiana vigilante.
Con pasos cuidadosos, me acerqué a la puerta principal, sintiendo el frío metal de la cerradura bajo mis dedos. Con un movimiento suave pero firme, giré la llave en la cerradura, sintiendo el click satisfactorio que indicaba que el apartamento estaba seguro una vez más.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras me alejaba de la puerta, sintiendo cómo la tranquilidad regresaba a mí. Con la seguridad restaurada, regresé a la habitación con pasos ligeros, sabiendo que la efímera madrugada me recibiría con su abrazo cálido y protector mientras me hundiria en el sueño reparador que deseaba.
La paz que había conseguido al asegurar la puerta se desvaneció en un instante, como una sombra que envuelve la luz del sol. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras mi corazón latía con la fuerza de un tambor en mi pecho, anunciando la llegada de una presencia inesperada.
Allí, en la penumbra de la sala, yacía Don Pepe, como una figura ominosa y misteriosa en la oscuridad. Su presencia era palpable, como una neblina densa que lo envolvía todo, llenando el aire con una tensión casi tangible. Su mirada intensa y cargada de deseos me atravesó como una flecha, provocando un nudo en mi estómago y un estremecimiento en mi piel.
Por un momento, me sentí paralizada, incapaz de apartar los ojos de esa figura imponente. Su presencia parecía ocupar todo el espacio a su alrededor, como un león acechando a su presa en la oscuridad de la noche. Me invadió un miedo primitivo e instintivo, una sensación de peligro inminente que se aferraba a mi mente con garras afiladas.
—¿Qué estás haciendo aquí, Don Pepe? —mi voz salió apenas como un susurro, apenas audible en el silencio opresivo de la sala.
Él no respondió, pero su mirada ardiente hablaba por sí sola, llenando el aire con una tensión cargada de anticipación y deseo. Me sentí como una presa acorralada, atrapada en la mirada intensa de un depredador hambriento, incapaz de escapar de su poderoso dominio.
En ese momento, supe que la madrugada aún tenía muchas sorpresas reservadas, y que mi lucha por mantenerme a salvo apenas comenzaba.
El tiempo parecía detenerse en un silencio pesado, solo roto por el suave tintineo de un reloj distante. Mis sentidos estaban agudizados, capturando cada detalle del avance lento y deliberado de Don Pepe hacia mí. Cada paso que daba resonaba en la habitación como un eco ominoso, anunciando su llegada con una intensidad sobrecogedora.
Su sonrisa pícara era como un destello de luna en la oscuridad, revelando apenas una parte de la oscuridad que acechaba en su interior. Sus ojos, centelleantes y llenos de una mezcla peligrosa de lujuria y determinación, me mantenían cautiva, atrapada en su mirada como un insecto en una telaraña mortal.
Retrocedí instintivamente ante su avance, sintiendo el peso de su presencia como una losa sobre mis hombros. Cada paso que daba era un desafío silencioso, una prueba de fuerza de voluntad en la que ambos estábamos atrapados. La atmósfera se cargó con una electricidad palpable, como si estuviéramos encerrados en un campo de fuerza invisible que nos separaba del resto del mundo.
En el centro de la sala, nos enfrentamos el uno al otro, dos figuras solitarias en un baile de voluntades silenciosas pero poderosas. El aire estaba cargado con el aroma del deseo y la incertidumbre, envolviéndonos en una espiral de emociones tumultuosas. En ese momento, supe que estábamos en el umbral de algo peligroso y prohibido, pero no podía apartar los ojos de aquel hombre que se acercaba a mí con una determinación irresistible.
La habitación parecía encogerse a nuestro alrededor, como si estuviéramos atrapados en una burbuja de tensión y deseo. Ante la mirada penetrante de Don Pepe, sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero me armé de coraje y le rogué con voz temblorosa que se retirara.
—Don Pepe, por favor, necesitas irte —murmuré, consciente del peligro que suponía su presencia en aquel momento. —Mi esposo podría despertar en cualquier momento, y no podemos arriesgarnos.
Él dejó escapar una risa burlona, como si mis palabras fueran meras tonterías destinadas a ser ignoradas.
—Tu esposo está tan profundamente dormido que podríamos hacer una fiesta aquí y él ni siquiera se enteraría —respondió con una sonrisa llena de malicia—. Podría pasar un avión por encima de nosotros y seguiría roncando.
Su tono era desafiante, pero también había un brillo de diversión en sus ojos, como si disfrutara de la situación más de lo que debería. Me sentí atrapada entre el miedo y la incredulidad, sin saber cómo manejar la situación.
Antes de que pudiera articular otra palabra, sentí deslizar su mano en mis nalgas ligero pero firme, como si estuviera marcando su territorio. Un escalofrío recorrió mi espalda ante su contacto, despertando una sensación de peligro inminente que me dejó sin aliento y también nacer un deseo prohibido dentro de mí.
La habitación estaba sumida en un silencio casi irreal, roto únicamente por el suave murmullo de la respiración de mi esposo que dormía plácidamente en medio de la oscuridad sin saber lo que ocurría. Mientras tanto, Don Pepe que se había colocado detrás de mí, continuaba tocándome una y otra vez las nalgas, cada caricia como una pequeña chispa que encendía un fuego en mi interior.
—Por favor Don Pepe, detente —susurré, tratando de mantener la compostura mientras su contacto me envolvía en una marejada de sensaciones contradictorias.
Él, apenas pareció registrar mis palabras concentrado en su propio juego de seducción y deseo. Cada roce, cada gesto era una manera constante de la tensión que había entre nosotros, una tensión que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.
—¿Temes que tu esposo despierte? ¿Y nos descubra? —preguntó, su voz era un susurro cargado de insinuación—. No te preocupes Marta tu esposo está profundamente dormido, podríamos hacer tanto ruido como quisiéramos y él ni siquiera se enteraría.
Sentí un escalofrío recorrer la espalda ante sus palabras una mezcla de miedo y excitación que me dejó sin aliento. En ese momento me di cuenta de lo frágil que era nuestra situación de lo cerca que estábamos de cruzar una vez más, una línea que no había vuelta atrás.
La atmósfera vibraba con una tensión palpable, mientras Don Pepe continuaba con su seducción, explorando cada centímetro de mi cuerpo con una determinación implacable. Cada roce, era como una llamarada que avivaba el fuego dentro de mí. Despertando un deseo que amenazaba con consumirme por dentro y por completo.
—¿Tanto miedo tienes de que se despierte tu esposo? —susurró Don Pepe con su voz ronca ,su aliento cálido, acariciando mi oído—. Podemos ir a un lugar donde estemos solos, sin interrupciones, tú ya lo conoces.
Su propuesta resonó en el aire cargada de una promesa tentadora y peligrosa a pesar de mis reservas y del remordimiento que empezaba a aflorar en mi interior, la atracción hacia él era irresistible.
—Está bien —respondí, con un susurro apenas audible, dejando que la pasión y la tentación guiaran mis acciones, sin condiciones ni restricciones.
En el umbral de la decisión, las palabras de Don Pepe resonaron en mi mente como un eco tentador y peligroso.
—Saldré primero de tu apartamento —dijo con una voz suave pero cargada de determinación—. Te esperaré abajo, en el cuarto de limpieza del primer piso. Sígueme en quince minutos, así evitaremos cualquier sospecha de los vecinos.
Su propuesta me envolvió en una mezcla de nerviosismo y excitación. Sin embargo, la promesa de clandestinidad y la urgencia del deseo nublaron mi juicio, y acepté sin titubear.
Después de que Don Pepe se desvaneciera en la penumbra de los pasillos, cerré la puerta con cuidado y me dirigí hacia mi esposo, que seguía sumido en un sueño profundo y ajeno a lo que estaba por ocurrir. Con movimientos precisos, me envolví en un saco largo que cubría mi bata hasta las rodillas elegí una sandalias ligeras y recogí mi cabello con un improvisado moño. Cada gesto, cada acción, resonaba con una urgencia silenciosa mientras me preparaba para seguir a Don Pepe hacia lo desconocido.
Descendí las escaleras con el sigilo de un ladrón en la noche, cada paso resonando en el silencio ominoso que envolvía el edificio. Al llegar al segundo piso, los apartamentos parecían estar dormidos, sus puertas cerradas como las páginas de un libro sellado. Solo la tenue luz que se filtraba desde el interior del apartamento de Daniela rompía la oscuridad, creando sombras danzantes en los muros.
Mi corazón, como un tambor desbocado, marcaba el ritmo de mi incertidumbre mientras avanzaba hacia el primer piso. Las puertas permanecían inmutablemente cerradas, los pasillos envueltos en un manto de penumbra que ocultaba cualquier indicio de vida.
Finalmente, frente a la puerta del cuarto de limpieza, mi mano temblorosa empujó con cautela. Con un leve chirrido, la puerta cedió, revelando un interior oscuro y desconocido. Una mano extendida emergió de las sombras, atrayéndome con un gesto irresistible hacia lo desconocido, mientras la puerta se cerraba tras de mí, sumiéndome en la oscuridad.
En ese pequeño y claustrofóbico cuarto, el tiempo parecía estirarse hasta la eternidad, cada segundo resonando como un eco ensordecedor en mi mente ansiosa. Don Pepe, con una calma que contrastaba con mi agitación interna, decidió esperar en la oscuridad antes de atreverse a encender la luz, asegurándose de que el silencio reinara afuera como dentro de aquel recinto opresivo.
Mis latidos, acompasados por el tic-tac incesante del reloj invisible, resonaban en mis oídos como un tambor ancestral, anunciando la llegada de lo desconocido. La tensión en el aire era palpable, envolviéndonos en un abrazo de anticipación y nerviosismo.
De repente, la luz tenue que apenas iluminaba la habitación se encendió, revelando los detalles del espacio que nos rodeaba. Una colchoneta solitaria, cubierta con sábanas blancas y pulcras, descansaba en el suelo como un oasis en medio de la penumbra. Los utensilios de limpieza, meticulosamente organizados en sus respectivos lugares, parecían observarnos en silencio desde los estantes.
Pero lo que más llamó mi atención fue el gran espejo que ocupaba el espacio frente a mí, reflejando nuestra imagen distorsionada en sus superficies. Y junto a él, Don Pepe, desnudo y majestuoso, su cuerpo cubierto por una exuberante vellosidad que brillaba a la tenue luz, como un león en su dominio.
CONTINUARÁ
(Gracias por leer hasta aquí, si te ha gustado la historia de esta parte número 12, por favor dar un ME GUSTA, Y si deseas dar un COMENTARIO te lo agradecería mucho)
HASTA PRONTO LECTORES.
—¿Vaya fiesta, ¿verdad? —comenté a Daniela, tratando de disimular mi preocupación por mi esposo, quien parecía haber perdido la noción del tiempo y la moderación en cuanto a la cerveza.—Sí, ha sido una noche increíble —respondió Daniela con una sonrisa, mientras observábamos cómo las risas y la música seguían llenando la sala.Mi esposo y el esposo de Daniela continuaban bebiendo sin medida, sumergidos en una conversación que parecía no tener fin. Me preguntaba cuántas cervezas más podían aguantar antes de sucumbir al sueño o a la embriaguez.
—¡Hola, amigo! ¿Necesitas un taxi para llegar a tu apartamento o prefieres un paseo en cohete espacial? —exclamó Juan, uno de los vecinos que llegó tarde a la fiesta, entre risas, mientras ayudaba al señor soltero a mantenerse en pie.
—¡Gracias, Juan! Pero creo que me bastaré con el ascensor esta vez, ¡aunque un viaje espacial suena tentador! —respondió el señor soltero con una sonrisa, intentando mantener el equilibrio.
—¡Vamos, amigo! ¡Te llevaremos entre todos! ¡Un, dos, tres, arriba! —añadió una de las estudiantes universitarias, uniéndose a la divertida escena.
Con esfuerzo conjunto y muchas risas, lograron llevar al señor soltero hacia el pasillo, despidiéndose entre bromas y buen humor mientras se desvanecían gradas abajo.
Mientras las jovencitas universitarias se despedían y la fiesta parecía llegar a su fin, Daniela y yo nos sentamos para compartir chismes y reflexiones sobre la noche.
—¡Qué bonita fiesta, ¿verdad? —dijo Daniela, recargándose en el respaldo del sofá con una sonrisa cansada pero feliz.
—Sí, ha sido toda una experiencia —respondí, echando un vistazo al caos controlado que reinaba en la sala.
—¿Viste cómo Don Pepe y su familia se fueron tan temprano? —preguntó Daniela, levantando una ceja con curiosidad.
—Sí, me pareció un poco extraño. ¿Crees que todo esté bien con ellos? —inquirí, preocupada por lo que podría estar pasando detrás de esas cortinas de discreción.
—Quién sabe, pero creo que tienen asuntos pendientes. ¡Ah! Y ¿viste al soltero del primer piso? ¡Qué espectáculo! —exclamó Daniela, soltando una risa contagiosa.
—Sí, pobre, parece que se pasó un poco con la cerveza —comenté, recordando la divertida pero un tanto caótica escena de su retirada.
—Bueno, al menos nos dio algo de qué hablar —respondió Daniela, alzando su copa en un brindis improvisado por los momentos compartidos.
Nos adentramos en una conversación animada, compartiendo anécdotas y risas mientras el bullicio de la fiesta continuaba a nuestro alrededor. Era reconfortante tener ese momento de tranquilidad en medio del caos festivo.
Sin embargo, sabía que pronto tendría que lidiar con las consecuencias de la noche. Mi esposo necesitaría mi ayuda para llegar a la cama, y tal vez tendría que enfrentar las miradas inquisitivas de los vecinos al día siguiente. Pero por ahora, me permití meterme en el ambiente festivo y disfrutar de los últimos momentos de la velada.
En medio de la diversión y el bullicio, las hermanas de Daniela, en un gesto de amabilidad inesperado, decidieron asumir la responsabilidad de la limpieza después de la fiesta. Con rapidez y eficiencia, barrieron, limpiaron la casa y lavaron todos los servicios utilizados durante la cena, dejando el lugar impecable en un abrir y cerrar de ojos.
Observé con gratitud su acto desinteresado, agradecida por su ayuda en medio del caos de la fiesta. Mientras se movían ágilmente de un lado a otro, recogiendo y organizando, pude sentir un gran alivio al ver cómo transformaban el desorden en orden, permitiéndonos a mí y a los demás invitados disfrutar del resto de la noche sin preocupaciones. Su generosidad y dedicación fueron un verdadero regalo para Daniela y para todos los presentes.
Mientras tanto, las risas y conversaciones continuaban en la sala, alimentadas por la emoción de la noche y la camaradería entre los invitados. Con una sonrisa, me despedí de Daniela, agradeciéndole por la maravillosa velada que nos había brindado. Sus ojos brillaban con la misma emoción que los míos, compartiendo el sentimiento de haber vivido una noche inolvidable.
Nos abrazamos con calidez, como si el simple gesto pudiera encapsular toda la gratitud que sentíamos el uno por el otro.
—Gracias por todo, Daniela —susurré, sabiendo que mis palabras no serían suficientes para expresar mi verdadero aprecio por su amistad y generosidad.
Luego, con mi esposo tambaleándose a mi lado, nos dirigimos hacia nuestro apartamento. Cada paso era un desafío, pera llegar juntos. Intuía que la noche aún tenía más sorpresas reservadas para mí, pero al llevaba a lo llevaba a dormir.
A los pocos minutos en el santuario silencioso de nuestra habitación, mi esposo yacía en un sueño profundo, un refugio seguro donde el mundo exterior no podía perturbarlo. Sus ronquidos suaves, como una sinfonía tranquila, llenaban el espacio con una melodía familiar que me reconfortaba en la penumbra de la noche.
Con movimientos delicados, lo ayudé a despojarse de las capas del día, liberándolo de las ataduras que lo habían mantenido anclado a la realidad. Cada prenda retirada era un acto de cuidado, un gesto de amor hacia el hombre que compartía mi lecho y mi vida. Y sentía una culpa en lo más profundo de mi alma por haberlo traicionado con Don Pepe.
Una vez que estuvo acomodado entre las sábanas, lo cubrí con una ligera cobija, protegiéndolo del frescor nocturno que se filtraba por la ventana entreabierta. Su rostro, sereno en su sueño, parecía despreocupado por las tensiones y las preocupaciones del día, sumido en un mundo de paz y serenidad. El alcohol se había apoderado de él sin restricciones.
Después de asegurarme de su comodidad, me deslicé fuera de la cama con la discreción de un ladrón en la noche, dirigida por el impulso de satisfacer las necesidades más básicas. El baño me recibió con su silenciosa serenidad, ofreciéndome un breve respiro antes de continuar con mis quehaceres nocturnos.
Una vez terminadas mis tareas, regresé al santuario de nuestra habitación, donde la luz de la luna se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas, pintando el espacio con tonos plateados y azules. Me deshice del vestido azul que había llevado durante la fiesta de Daniela, sustituyéndolo por una bata ligera y sugerente que me abrazaba con su suavidad sedosa.
En la quietud de la noche, me permití un momento de reflexión, dejando que mis pensamientos vagaran libremente por los recovecos de mi mente. Pronto, el sueño me reclamaría con su abrazo cálido y seductor, pero por ahora, disfrutaba de la calma y la serenidad que solo la noche podía ofrecer.
Olvidé que no cerré bien la puerta principal, mis pasos resonaban apenas en el suelo, como susurros apenas audibles en la noche, mientras me acercaba sigilosamente hacia la sala, con la determinación de asegurar la puerta.
El recuerdo de la conversación con Daniela resonaba en mi mente, sus palabras resonando como un eco lejano en la oscuridad. Dijo que habían ingresado ladrones a la casa de la vecina del primer piso. No permitiría que nuestro apartamento fuera vulnerable a ninguna intrusión indeseada. Con cada paso, mi corazón latía con fuerza, como el tambor de una batalla inminente. Cada crujido del suelo bajo mis pies resonaba en la quietud de la noche, advirtiendo a cualquier posible intruso de mi presencia. Me sentía como una sombra en la noche, una guardiana vigilante.
Con pasos cuidadosos, me acerqué a la puerta principal, sintiendo el frío metal de la cerradura bajo mis dedos. Con un movimiento suave pero firme, giré la llave en la cerradura, sintiendo el click satisfactorio que indicaba que el apartamento estaba seguro una vez más.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras me alejaba de la puerta, sintiendo cómo la tranquilidad regresaba a mí. Con la seguridad restaurada, regresé a la habitación con pasos ligeros, sabiendo que la efímera madrugada me recibiría con su abrazo cálido y protector mientras me hundiria en el sueño reparador que deseaba.
La paz que había conseguido al asegurar la puerta se desvaneció en un instante, como una sombra que envuelve la luz del sol. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras mi corazón latía con la fuerza de un tambor en mi pecho, anunciando la llegada de una presencia inesperada.
Allí, en la penumbra de la sala, yacía Don Pepe, como una figura ominosa y misteriosa en la oscuridad. Su presencia era palpable, como una neblina densa que lo envolvía todo, llenando el aire con una tensión casi tangible. Su mirada intensa y cargada de deseos me atravesó como una flecha, provocando un nudo en mi estómago y un estremecimiento en mi piel.
Por un momento, me sentí paralizada, incapaz de apartar los ojos de esa figura imponente. Su presencia parecía ocupar todo el espacio a su alrededor, como un león acechando a su presa en la oscuridad de la noche. Me invadió un miedo primitivo e instintivo, una sensación de peligro inminente que se aferraba a mi mente con garras afiladas.
—¿Qué estás haciendo aquí, Don Pepe? —mi voz salió apenas como un susurro, apenas audible en el silencio opresivo de la sala.
Él no respondió, pero su mirada ardiente hablaba por sí sola, llenando el aire con una tensión cargada de anticipación y deseo. Me sentí como una presa acorralada, atrapada en la mirada intensa de un depredador hambriento, incapaz de escapar de su poderoso dominio.
En ese momento, supe que la madrugada aún tenía muchas sorpresas reservadas, y que mi lucha por mantenerme a salvo apenas comenzaba.
El tiempo parecía detenerse en un silencio pesado, solo roto por el suave tintineo de un reloj distante. Mis sentidos estaban agudizados, capturando cada detalle del avance lento y deliberado de Don Pepe hacia mí. Cada paso que daba resonaba en la habitación como un eco ominoso, anunciando su llegada con una intensidad sobrecogedora.
Su sonrisa pícara era como un destello de luna en la oscuridad, revelando apenas una parte de la oscuridad que acechaba en su interior. Sus ojos, centelleantes y llenos de una mezcla peligrosa de lujuria y determinación, me mantenían cautiva, atrapada en su mirada como un insecto en una telaraña mortal.
Retrocedí instintivamente ante su avance, sintiendo el peso de su presencia como una losa sobre mis hombros. Cada paso que daba era un desafío silencioso, una prueba de fuerza de voluntad en la que ambos estábamos atrapados. La atmósfera se cargó con una electricidad palpable, como si estuviéramos encerrados en un campo de fuerza invisible que nos separaba del resto del mundo.
En el centro de la sala, nos enfrentamos el uno al otro, dos figuras solitarias en un baile de voluntades silenciosas pero poderosas. El aire estaba cargado con el aroma del deseo y la incertidumbre, envolviéndonos en una espiral de emociones tumultuosas. En ese momento, supe que estábamos en el umbral de algo peligroso y prohibido, pero no podía apartar los ojos de aquel hombre que se acercaba a mí con una determinación irresistible.
La habitación parecía encogerse a nuestro alrededor, como si estuviéramos atrapados en una burbuja de tensión y deseo. Ante la mirada penetrante de Don Pepe, sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero me armé de coraje y le rogué con voz temblorosa que se retirara.
—Don Pepe, por favor, necesitas irte —murmuré, consciente del peligro que suponía su presencia en aquel momento. —Mi esposo podría despertar en cualquier momento, y no podemos arriesgarnos.
Él dejó escapar una risa burlona, como si mis palabras fueran meras tonterías destinadas a ser ignoradas.
—Tu esposo está tan profundamente dormido que podríamos hacer una fiesta aquí y él ni siquiera se enteraría —respondió con una sonrisa llena de malicia—. Podría pasar un avión por encima de nosotros y seguiría roncando.
Su tono era desafiante, pero también había un brillo de diversión en sus ojos, como si disfrutara de la situación más de lo que debería. Me sentí atrapada entre el miedo y la incredulidad, sin saber cómo manejar la situación.
Antes de que pudiera articular otra palabra, sentí deslizar su mano en mis nalgas ligero pero firme, como si estuviera marcando su territorio. Un escalofrío recorrió mi espalda ante su contacto, despertando una sensación de peligro inminente que me dejó sin aliento y también nacer un deseo prohibido dentro de mí.
La habitación estaba sumida en un silencio casi irreal, roto únicamente por el suave murmullo de la respiración de mi esposo que dormía plácidamente en medio de la oscuridad sin saber lo que ocurría. Mientras tanto, Don Pepe que se había colocado detrás de mí, continuaba tocándome una y otra vez las nalgas, cada caricia como una pequeña chispa que encendía un fuego en mi interior.
—Por favor Don Pepe, detente —susurré, tratando de mantener la compostura mientras su contacto me envolvía en una marejada de sensaciones contradictorias.
Él, apenas pareció registrar mis palabras concentrado en su propio juego de seducción y deseo. Cada roce, cada gesto era una manera constante de la tensión que había entre nosotros, una tensión que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.
—¿Temes que tu esposo despierte? ¿Y nos descubra? —preguntó, su voz era un susurro cargado de insinuación—. No te preocupes Marta tu esposo está profundamente dormido, podríamos hacer tanto ruido como quisiéramos y él ni siquiera se enteraría.
Sentí un escalofrío recorrer la espalda ante sus palabras una mezcla de miedo y excitación que me dejó sin aliento. En ese momento me di cuenta de lo frágil que era nuestra situación de lo cerca que estábamos de cruzar una vez más, una línea que no había vuelta atrás.
La atmósfera vibraba con una tensión palpable, mientras Don Pepe continuaba con su seducción, explorando cada centímetro de mi cuerpo con una determinación implacable. Cada roce, era como una llamarada que avivaba el fuego dentro de mí. Despertando un deseo que amenazaba con consumirme por dentro y por completo.
—¿Tanto miedo tienes de que se despierte tu esposo? —susurró Don Pepe con su voz ronca ,su aliento cálido, acariciando mi oído—. Podemos ir a un lugar donde estemos solos, sin interrupciones, tú ya lo conoces.
Su propuesta resonó en el aire cargada de una promesa tentadora y peligrosa a pesar de mis reservas y del remordimiento que empezaba a aflorar en mi interior, la atracción hacia él era irresistible.
—Está bien —respondí, con un susurro apenas audible, dejando que la pasión y la tentación guiaran mis acciones, sin condiciones ni restricciones.
En el umbral de la decisión, las palabras de Don Pepe resonaron en mi mente como un eco tentador y peligroso.
—Saldré primero de tu apartamento —dijo con una voz suave pero cargada de determinación—. Te esperaré abajo, en el cuarto de limpieza del primer piso. Sígueme en quince minutos, así evitaremos cualquier sospecha de los vecinos.
Su propuesta me envolvió en una mezcla de nerviosismo y excitación. Sin embargo, la promesa de clandestinidad y la urgencia del deseo nublaron mi juicio, y acepté sin titubear.
Después de que Don Pepe se desvaneciera en la penumbra de los pasillos, cerré la puerta con cuidado y me dirigí hacia mi esposo, que seguía sumido en un sueño profundo y ajeno a lo que estaba por ocurrir. Con movimientos precisos, me envolví en un saco largo que cubría mi bata hasta las rodillas elegí una sandalias ligeras y recogí mi cabello con un improvisado moño. Cada gesto, cada acción, resonaba con una urgencia silenciosa mientras me preparaba para seguir a Don Pepe hacia lo desconocido.
Descendí las escaleras con el sigilo de un ladrón en la noche, cada paso resonando en el silencio ominoso que envolvía el edificio. Al llegar al segundo piso, los apartamentos parecían estar dormidos, sus puertas cerradas como las páginas de un libro sellado. Solo la tenue luz que se filtraba desde el interior del apartamento de Daniela rompía la oscuridad, creando sombras danzantes en los muros.
Mi corazón, como un tambor desbocado, marcaba el ritmo de mi incertidumbre mientras avanzaba hacia el primer piso. Las puertas permanecían inmutablemente cerradas, los pasillos envueltos en un manto de penumbra que ocultaba cualquier indicio de vida.
Finalmente, frente a la puerta del cuarto de limpieza, mi mano temblorosa empujó con cautela. Con un leve chirrido, la puerta cedió, revelando un interior oscuro y desconocido. Una mano extendida emergió de las sombras, atrayéndome con un gesto irresistible hacia lo desconocido, mientras la puerta se cerraba tras de mí, sumiéndome en la oscuridad.
En ese pequeño y claustrofóbico cuarto, el tiempo parecía estirarse hasta la eternidad, cada segundo resonando como un eco ensordecedor en mi mente ansiosa. Don Pepe, con una calma que contrastaba con mi agitación interna, decidió esperar en la oscuridad antes de atreverse a encender la luz, asegurándose de que el silencio reinara afuera como dentro de aquel recinto opresivo.
Mis latidos, acompasados por el tic-tac incesante del reloj invisible, resonaban en mis oídos como un tambor ancestral, anunciando la llegada de lo desconocido. La tensión en el aire era palpable, envolviéndonos en un abrazo de anticipación y nerviosismo.
De repente, la luz tenue que apenas iluminaba la habitación se encendió, revelando los detalles del espacio que nos rodeaba. Una colchoneta solitaria, cubierta con sábanas blancas y pulcras, descansaba en el suelo como un oasis en medio de la penumbra. Los utensilios de limpieza, meticulosamente organizados en sus respectivos lugares, parecían observarnos en silencio desde los estantes.
Pero lo que más llamó mi atención fue el gran espejo que ocupaba el espacio frente a mí, reflejando nuestra imagen distorsionada en sus superficies. Y junto a él, Don Pepe, desnudo y majestuoso, su cuerpo cubierto por una exuberante vellosidad que brillaba a la tenue luz, como un león en su dominio.
CONTINUARÁ
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HASTA PRONTO LECTORES.