Una primera posible explicación podría encontrarse en un estudio demográfico del núcleo de apoyo fujimorista. Este podría encontrarse en un sector de la opinión pública que tiene en promedio entre 40 y 75 años, es decir, los jóvenes de la época de los noventa y los adultos del periodo 80 - 90s. Por lo contrario el núcleo del rechazo al fujimorismo está en los nacidos entre mediados de los ochentas y los años noventa. Circunstancias diferentes, respuestas diferentes. Lo vimos en las elecciones generales del 2011.
No es tan exacta la conclusión pero tiene una explicación lógica según mi parecer. Es cierto que la irrupción del fujimorismo fue aceptada y bien recibida por el segmento de ciudadanos adultos, cansados del sin fin de irregularidades que exhibía una clase política absolutamente desgastada y sin capacidad de reinventarse luego de los años de dictadura militar. Esto llego a niveles exasperantes tras el desastroso primer gobierno de garcía y llevó a tal punto la frustración de toda la nación, que cualquier candidato con ideas que se opusieran a esa inercia de la partidocracia existente hubiera sido recibido con los brazos abiertos. Vargas Llosa, gozando del enorme prestigio del que gozaba, tenía tras de sí el lastre de un importante sector que pertenecía a esa partidocracia inútil a los ojos del pueblo. El otro extremo de esa partidocracia estaba representado por el aprismo, causante directo y principal de la debacle y que se convirtió en el enemigo a muerte de la propuesta de los libertarios (como se conocía al entorno de Vargas llosa). Un tercer segmento, conformado por la izquierda peruana, se encontraba en esos momentos perdiendo la oportunidad más grande que había tenido en su historia debido a la soberbia y estrechez mental de sus líderes que, envueltos en un universo de mezquindades e ideologías importadas, prefirieron, una vez más, permanecer atomizados y no buscar las necesarias coincidencias que la situación imponía. Todo lo anterior desemboco en un vuelco mayoritario que oriento su apoyo lleno de esperanza hacia el fujimorismo que llegaba con la promesa de “honradez, tecnología y trabajo” ( lo cual nunca paso de las promesas como veremos más adelante).
Las medidas abiertamente populistas de fujimori consiguieron el apoyo que buscaba. El inmediatismo se impuso y salidas fuera del contexto de la democracia tuvieron acogida a causa del cansancio de una población que había puesto reales expectativas en el nuevo gobierno. Si existe un ala dura del fujimorismo es la que nació por aquellas épocas con ideas que el tiempo se ha encargado de descartar por dañinas y atentatorias contra toda práctica y ejercicio real de la democracia. La abolición de la partidocracia fue uno de ellos. En lugar de apostar por promover una reingeniería del sistema de partidos políticos fujimori intento, con éxito en sus primeros años, vendernos la idea del no partidarismo como mana caído del cielo y como antídoto contra todos los males del sistema. La desinstitucionalización democrática se concretó con el cierre del congreso y con la desactivación del poder judicial en nombre de una falsa reorganización y reforma a su interior que no fue otra cosa que caldo de cultivo para la aparición de un poder del estado aliado del gobierno. Todas estas medidas fueron respaldadas por una mayoría que expresó así la impaciencia generada por la clase política y también, es necesario decirlo, fueron respaldadas por una gran inmadurez cívica y política de la población. Y parte de esa mayoría se convirtió en la mentada ala dura, que interpreto al fujimorismo como salvación y que luego prefirió mantenerse con una venda en los ojos, sea por desinformación (el 95% de prensa vendida al gobierno) o por conveniencia (un gobierno asistencialista en extremo que regalaba condiciones inimaginadas a la clase empresarial así como comida, vestimenta, diversión y distracción, menos trabajo, a las clases marginales).
La generación posterior (la que actualmente está ya conformada por jóvenes mayores) es en parte, fruto de la asimilación de esa aceptación paterna (algo así como cultores de una tradición familiar) y que llevan su opción política a la par que su consanguineidad.
Discrepo con Drais, por lo anterior, en que el núcleo del rechazo al fujimorismo este entre los nacidos entre mediados de los ochentas y los años noventa. El antifujimorismo nació con su segundo gobierno, con el descubrimiento de todas las abyecciones que ese gobierno escondía y con el reconocimiento de su intención de perpetuarse en el poder. El descubrimiento, uno tras otro, de los actos delictivos encabezados y dirigidos desde palacio le hicieron entender a un grueso de la población que el éxito en la lucha antiterrorista no podía seguir convirtiéndose en un cheque en blanco a favor de fujimori. Todo tenía un límite y el fujimorismo lo venía rebasando desde mucho tiempo atrás. El deterioro de la economía, la recesión, no era ya fruto solo de una crisis internacional. Tenía que ver, y mucho con el gigantesco desfalco producido en el erario nacional. La gota que colmó el vaso fue la aparición de montesinos, años atrás acusado de traición a la patria, como el poder tras el poder. Gran parte de la juventud de esa época descubrió entonces quien era realmente el que gobernaba nuestro país. Y nació así el otro extremo: el antifujimorismo a ultranza.
Una segunda línea de explicación podría estar en la manera que recibió el individuo la renuncia de AFF en noviembre de 2000. Para quienes habían vivido la década de AFF la incertidumbre política 1999 - 2000 podría haber significado temor más que ira. Para los que eran jóvenes o niños entonces el asunto hoy es historia, algo que vieron pero no tenían mayor entendimiento en sus alcances y consecuencias mientras sucedía. Su procesamiento del periodo comienza, en buena cuenta, con la captura y juicio de AFF. Para los mayores AFF es un personaje ambivalente. Quienes se oponen a él lo pueden ver como el rostro de la abdicación de la libertad en nombre de la seguridad que no teníamos en 1990. Para quienes lo apoyan el mesías o caudillo que nos salvó del caos.
Esos dos años, 99 a 2000, pueden considerarse como el punto de quiebre histórico. Fueron los años en que gran parte del país descubrió la verdadera cara del fujimorismo. Aberraciones como la interpretación auténtica de la constitución, la casi paralización del sistema productivo del país, la prensa sometida al capricho de un gobierno que mediante ella destruía enemigos políticos, el escandaloso fraude electoral del 2000, la cada vez mayor dependencia del dictador de su socio-hampón montesinos, el descubrimiento de los vladivideos y con este la comprobación de que éramos gobernados por una mafia traficante de favores políticos, la huida a Japón de fujimori, etc, polarizaron a la opinión pública entre defensores y detractores. Porque a pesar de las crueles evidencias habían quienes siguieron creyendo en el mensaje ya enterrado y a esas alturas absurdo de “honradez, tecnología y trabajo”. Sin duda el baile del chino había hecho su parte y al son del mismo hubieron quienes se quedaron estancados en los años nostálgicos (para ellos) de la primera parte de la década del 90 y hasta el día de hoy subsisten de esa manera.
Quienes vivieron esos años sin contar con madurez analítica o criterio formado (niños, adolescentes y jóvenes) tuvieron, años más tarde, el material necesario para sacar conclusiones: la candidatura de fujimori al parlamento japonés, su soberbia sin límites que le llevo a regresar tras su fracaso en las elecciones niponas como si el Perú aun siguiera siendo su chacra y su posterior captura y condena, ayudaron a que ese sector que veía en fujimori a un personaje polémico lo situara en el lugar que le correspondía históricamente. Solo el ala dura del fujimorismo, como era de esperarse, se mantuvo aferrada a los recuerdos y decidió levantar un muro entre esos años (inicios de los 90) y los que le dieron finalmente a fujimori el rango de sentenciado y encarcelado. Y el proceso les hubiera llevado inevitablemente a la extinción sino fuera por la irrupción de keiko a quien muchos identificaron equivocadamente como la materialización de lo bueno del fujimorismo. La ceguera y mezquindad de la clase política “renovada” que por pura soberbia provoco la llegada de keiko a segunda vuelta el 2011 fue el impulso que el fujimorismo necesitaba.
Una tercera línea podría estar en el valor de la política entre las generaciones involucradas. Para los adultos mayores de hoy los años 1980 - 1990s son los del fracaso de la política. En su medio nació la noción de "independiente" y el rechazo a los partidos políticos. Los jóvenes de los 1990s habían tenido demasiada política en los 80s y en promedio eran apolíticos (por prudencia y comodidad). Las generaciones posteriores hasta el 2011 rescataron su interés en la política, pero entre ellos existe una tendencia a pensar que la historia empezó en 1990. Entre ellos y los viejos de ahora han creado grupos intensamente polarizados. Los jóvenes de 19 - 20 años de hoy tienden a ser nuevamente apolíticos. Es un caso está por verse su posicionamiento político porque AFF está quedando atrás como para una persona de 40 años podría ver a Velasco o el primer gobierno de Belaunde.
Obviamente hay cosas que no han cambiado desde 1990. Los partidos políticos no levantan cabeza y son cascarones vacíos. Es muy probable que sobre el tema un tipo de 40 - 60 años tenga fresco el discurso de la partidocracia. Un joven puede que no diga nada por simple ignorancia. Ellos no conocieron un país formalmente estructurado en partidos como ocurría hasta 1990. Unos votan por simpatías o antipatías que en el fondo no entienden muy bien, mientras otros son felices escuchando música en los laptops y jugando cartas en sus ratos libres en su universidad.
No hay punto de comparación entre la partidocracia de los años anteriores a la década del 90 y la actual. La primera diferencia está en que los partidos ya no se manejan por ideologías (al menos los que subsisten con alguna influencia en el quehacer nacional). El desapego hacia los temas políticos que ha caracterizado a las nuevas generaciones ha traído consigo una corriente de pragmatismo asumida por casi la totalidad de los partidos políticos. Pero esto que les sirve de salvavidas es lo que, a la vez, les origina la sequía de seguidores. Puede parecer contradictorio, pero los cambios sociales, políticos y económicos han convertido a los partidos políticos en una suerte de botes que reman de acuerdo a lo que dictan la corriente y los procesos electorales. Y así es cada vez menos posible captar nuevos adeptos que sobrevivan a los procesos electorales. ¿Se han preguntados cuantos ppkausas se mantienen comprometidos con el mensaje de su líder? El desinterés de los jóvenes por la política tiene en ello la mejor explicación.
El mensaje originario del fujimorismo fue, en ese sentido, causante de un daño irreparable a la vida política del país. Porque no hay democracia que se pueda hacer solida sin la existencia de partidos políticos fuertes. Sin partidos que organicen y estructuren en alguna medida la competencia por el poder en todos los niveles del gobierno la democracia es imposible. Y la absurda idea de que el no partidarismo era la cura para todos los males del país, aprovechando la coyuntura de desgaste político que existía en los 90, trajo consigo ese desapego de generaciones por la vida partidaria. La cultura ideológica fue reemplazada por el baile del chino y los cómicos ambulantes. En ese escenario, y con la ayuda de un gobierno que optaba por el peor populismo asistencialista, no solo se dio el brote de la delincuencia (hija de la holgazanería) sino también de jóvenes que hacían uso de su derecho a elegir sin otra perspectiva que la de sus simpatías o antipatías, como menciona Drais.
Un cuarto punto podría ser el balance/desbalance de opiniones campo/ciudad. En el electorado rural y provinciano hay un núcleo de fieles duros, otros cambiantes pero siempre atraídos a la posición crítica del momento (el caso del sur del país es ilustrativo) y un nuevo sector en progreso fundado en la población que se ha beneficiado con la agroexportación. En las ciudades ocurre lo mismo, pero es un electorado más difícil de convencer. Ya no volverán los días que te metían la propaganda electoral por los ojos (eso ocurría en 1990) pues hay que hilar más fino y cumplir con la gente de una manera u otra.
Hilar fino y cumplir con la gente significa dotar de presencia del Estado a aquellos lugares. Pero no solo eso Drais. Es necesario que los partidos políticos existentes se vinculen no solo a la cotidianeidad social, política o económica, sino también al desarrollo intelectual, muy venido a menos desde hace dos décadas. No hay cuadros, actualmente, que lleven a cabo la imperiosa tarea de interpretar a la sociedad peruana de hoy, como en su momento lo hicieron Haya de la Torre, Mariátegui, Victor Andres Belaunde y tantos otros. Esa competitividad, dejada de lado a causa de un populismo antidemocrático como el instaurado en los 90, es la que le hace falta, y con urgencia, al país.
Salud.