Jonielperpetuador
Sargento
2015. Se me dió por frecuentar casinos de la avenida Aviación. Quizá pensaba, en aquel entonces, que era una de las maneras más inmediatas para conseguir dinero e ir por la kine seleccionada.
Fui muchas veces de madrugada. Tenía mapeado el lugar que ahora ya no existe y que llevaba por nombre Palacio Real Inca. Tenía una ruleta con joistick y por lo general nadie la usaba. Era una viernes, terminaba un trabajo de la universidad en San Borja y entré con la excusa de pedir algunos chifles y un vaso de cerveza. La azafata que me ofreció algunos bocadillos se quedó mirándome. Tenía el cabello negro y lacio. Era delgada y aparentaba unos 28 años, por esa época yo tenía 21. El casino parecía desierto esa noche. Era raro porque un viernes por lo general había algún evento.
Regresó con la cerveza y se apoyó en la ruleta. Me preguntó qué hacía tan solo y que si vivía cerca. Le respondí y la conversa fluyó. Algunas gustos literarios o cinematográficos en común. Pero no podía dejar preguntarme si le entraba a la nota.
Son conocidas las historias que tratan entre gerentes y secretarias, guachimanes y empleadas o clientes de casino y azafatas. Recuerdo que alguna vez me lo ofrecieron pero me encontraba saliendo con alguien y prefería no gastar en polvos.
La conversación transcurrió de manera natural y quedó ahí. Repetí la visita al lugar una, dos, tres, no sé cuántas veces. La veía siempre y mostraba simpatía, pero nada más, alguna que otra broma para pasar el rato. Una de esas bromas tuvo que ver con salir un día a comer. Pensé que seguiría el juego, pero me dijo que salía a la 1 a.m y que la esperara. Le hice caso y en menos de cinco minutos caminando olvidamos la comida y fuimos a uno de los hoteles aledaños. Fueron varios polvos con Katy, pero al verla desnuda comprendía que no tenía 28 como me había dicho, sino un poco más. Me lanzó el dato: 37 años, pero lucía bien conservada. Sus senos eran firmes y tenía leves marcas producto de alguna cirujía o maternidad. Le pregunté si tenía hijos y me dijo que no. Realmente era la primera madura que me comía y proponía movimientos que nunca antes había experimentado. Inventaba maniobras para sostener la intensidad, se mojaba cada vez más. Terminamos y se puso a llorar. Le pregunté si había hecho algo mal, me dijo que no y abandonamos el hotel.
Regresé al casino y la encontré. Ya tenía su número, pero preferí ir por la costumbre de abordarla después de su turno. Salimos de nuevo y se repitió la faena. Volvió a llorar. Esta vez me le acerqué más para saber que pasaba y ahí me contó su historia: tenía marido y tres hijos. La menor tenía 6, el del medio 9 y el mayor 13. Ya estaba separada del padre de su hijo y tenía una nueva relación. Y se refería a ese saliente como su marido. Me dijo también que era prostituta y que cada vez que tiraba con alguien se acordaba de su padrastro, con el que mantuvo una relación sentimental y se fugó lejos de su mamá y hermana a Cajamarca. Ella tenía 13, el padrastro 45. Fue el primer hombre en su vida y cuando estaba con otro hombre se acordaba de él y de inmediato recordaba que la dejó por otra mujer años más tarde, cuando ella terminó el colegio.
Su pareja era un profesor de matemáticas que
Dictaba clases en un colegio particular en Surco.
Me quedé reflexionando en su vida y me noté algo incómodo. Sin embargo, ella volvió con más fuerza y nos metimos tremendo polvazo en la ducha. Quería conocer más de su mundo. Quería ver como era por dentro el mundo de las kines y seguimos saliendo durante un par de meses.
Me mostró su lugar de trabajo. Me enseñó las fotos de sus hijos y de su pareja. Conocí algunas de sus amigas kines e incluso compartí con ellas momentos divertidos. Me estaba convirtiendo en alguien que jamás me había imaginado. Todo por querer conocer esa otra vida.
Nuestros encuentros eran dos veces por semana. Tenía que cuadrar todo en su casa y yo igual con la universidad y algunos cachuelos. Recuerdo que tuve que ir a recoger un reporte al colegio de mi hermana. Un colegio en surco ciertamente conocido. El profesor con el que debía conversar no aparecía y esperé en la cafetería del colegio con una Coca Cola. Apareció. Era la pareja de Katy y yo no sabía donde meterme. El se mostraba gentil y me explicaba que mi hermana tenía que esforzarse más. Yo en cambio, me imaginaba a su mujer rebotando contra mí, pidiéndome que me la cache duro, porque su pareja no se la cachaba bien. Terminamos la conversación y regresé a mi casa. Entregué el reporte y llamé a Katy. Le dije para conversar en unos días.
(Continuará)
Fui muchas veces de madrugada. Tenía mapeado el lugar que ahora ya no existe y que llevaba por nombre Palacio Real Inca. Tenía una ruleta con joistick y por lo general nadie la usaba. Era una viernes, terminaba un trabajo de la universidad en San Borja y entré con la excusa de pedir algunos chifles y un vaso de cerveza. La azafata que me ofreció algunos bocadillos se quedó mirándome. Tenía el cabello negro y lacio. Era delgada y aparentaba unos 28 años, por esa época yo tenía 21. El casino parecía desierto esa noche. Era raro porque un viernes por lo general había algún evento.
Regresó con la cerveza y se apoyó en la ruleta. Me preguntó qué hacía tan solo y que si vivía cerca. Le respondí y la conversa fluyó. Algunas gustos literarios o cinematográficos en común. Pero no podía dejar preguntarme si le entraba a la nota.
Son conocidas las historias que tratan entre gerentes y secretarias, guachimanes y empleadas o clientes de casino y azafatas. Recuerdo que alguna vez me lo ofrecieron pero me encontraba saliendo con alguien y prefería no gastar en polvos.
La conversación transcurrió de manera natural y quedó ahí. Repetí la visita al lugar una, dos, tres, no sé cuántas veces. La veía siempre y mostraba simpatía, pero nada más, alguna que otra broma para pasar el rato. Una de esas bromas tuvo que ver con salir un día a comer. Pensé que seguiría el juego, pero me dijo que salía a la 1 a.m y que la esperara. Le hice caso y en menos de cinco minutos caminando olvidamos la comida y fuimos a uno de los hoteles aledaños. Fueron varios polvos con Katy, pero al verla desnuda comprendía que no tenía 28 como me había dicho, sino un poco más. Me lanzó el dato: 37 años, pero lucía bien conservada. Sus senos eran firmes y tenía leves marcas producto de alguna cirujía o maternidad. Le pregunté si tenía hijos y me dijo que no. Realmente era la primera madura que me comía y proponía movimientos que nunca antes había experimentado. Inventaba maniobras para sostener la intensidad, se mojaba cada vez más. Terminamos y se puso a llorar. Le pregunté si había hecho algo mal, me dijo que no y abandonamos el hotel.
Regresé al casino y la encontré. Ya tenía su número, pero preferí ir por la costumbre de abordarla después de su turno. Salimos de nuevo y se repitió la faena. Volvió a llorar. Esta vez me le acerqué más para saber que pasaba y ahí me contó su historia: tenía marido y tres hijos. La menor tenía 6, el del medio 9 y el mayor 13. Ya estaba separada del padre de su hijo y tenía una nueva relación. Y se refería a ese saliente como su marido. Me dijo también que era prostituta y que cada vez que tiraba con alguien se acordaba de su padrastro, con el que mantuvo una relación sentimental y se fugó lejos de su mamá y hermana a Cajamarca. Ella tenía 13, el padrastro 45. Fue el primer hombre en su vida y cuando estaba con otro hombre se acordaba de él y de inmediato recordaba que la dejó por otra mujer años más tarde, cuando ella terminó el colegio.
Su pareja era un profesor de matemáticas que
Dictaba clases en un colegio particular en Surco.
Me quedé reflexionando en su vida y me noté algo incómodo. Sin embargo, ella volvió con más fuerza y nos metimos tremendo polvazo en la ducha. Quería conocer más de su mundo. Quería ver como era por dentro el mundo de las kines y seguimos saliendo durante un par de meses.
Me mostró su lugar de trabajo. Me enseñó las fotos de sus hijos y de su pareja. Conocí algunas de sus amigas kines e incluso compartí con ellas momentos divertidos. Me estaba convirtiendo en alguien que jamás me había imaginado. Todo por querer conocer esa otra vida.
Nuestros encuentros eran dos veces por semana. Tenía que cuadrar todo en su casa y yo igual con la universidad y algunos cachuelos. Recuerdo que tuve que ir a recoger un reporte al colegio de mi hermana. Un colegio en surco ciertamente conocido. El profesor con el que debía conversar no aparecía y esperé en la cafetería del colegio con una Coca Cola. Apareció. Era la pareja de Katy y yo no sabía donde meterme. El se mostraba gentil y me explicaba que mi hermana tenía que esforzarse más. Yo en cambio, me imaginaba a su mujer rebotando contra mí, pidiéndome que me la cache duro, porque su pareja no se la cachaba bien. Terminamos la conversación y regresé a mi casa. Entregué el reporte y llamé a Katy. Le dije para conversar en unos días.
(Continuará)
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