TESLA
Capitan
Vienen a mi mente los recuerdos de aquellos meses que viví en Talara. Mejor dicho, en la deprimente caleta de negritos: una covacha a 10 minutos en carro de Talara (o a 1 hora en combi, que pasa por la jato de todos pa llenar el carro). Estaba yo haciendo mis pininos en mi poco lucrativa carrera de ingeniero X en una empresa petrolera de la zona. Los que siguen ahí sabrán quienes éramos, los que nos fuimos no extrañamos el arenal. Talara es un lugar para pasar, no para quedarse.
La vida era una buena en ese pueblucho del carajo (disculpen mi cariño). El polvo le llega a uno al chopin el primer día. El calor a la media hora. 4 meses viví una vida asquerosa caracterizada por una compañera de estudios bastante perrita (con todos menos conmigo) y con su poca disposición a colaborar. Afortunadamente, en la segunda mitad de mi vida en ese pueblo olvidado cambié radicalmente mi vida: formé parte de una buena manchita, hicimos música, nos emborrachamos seguido, y la pasábamos de la puta madre.
Fue en ese pueblo de donde por primera vez me vacié en la boca de una flaca.
Me explico.
[Si, si se la tomó]
Vuelvo a la explicación.
En Talara hay dos discotecas llenas de las mismas trampas de siempre con el mismo objetivo de siempre. Una funciona viernes y sábado y la otra solo los sábados. De más está explicar la mecánica de los fines de semana en este hueco olvidado de Dios.
Ese viernes en particular no tenía nada de particular. Habíamos empezado en la jato de siempre con la buena música, la guitarra, el buen trago. El taxi nos recoge a la medianoche para, picados, salir de negritos rumbo a Talara. Viernes estándar. Lo mismo para el día siguiente.
El churrupaco y yo estábamos en la barra de este relativamente amplio antro. Esa era mi vida: yo, un tímido de que jamás había ligado nada en su perra vida y se chupaba hasta para hablarle a la mas puta de las ruflas talareñas. No me malentiendan. No he cambiado mucho que digamos, quedado he sido y quedado soy.
Volviendo al tema, mi chela ya se estaba acabando. El churrupaco empezaba su segunda Harry. Eran las 2 am. Había gente, habían perras, había trago. El Master y Pijepe estaban en medio del ambiente, en medio de la salsa, en medio del baile, gileando, perreando, haciéndola. Yo seguí bebiendo a sorbos mi siguiente chela que, ya caliente, daba más sed que motivación. La tercera entró rauda en mi paladar.
El Master y Pijepe estaban con dos culos en un rincón cercano a la pista de baile. Yo observo desde el bar: Una más o menos alta, trigueña, de pelo negro, flaca con un poco de engorde, buen par de tetas, de cara no la veo porque el Master se la está agarrando (o al menos eso parece). La otra, recontra flaca de pelo castaño oscuro ensortijado, más chata, cara de tramposaza, conversando con Pijepe. Las habíamos visto antes al llegar al antro y las habíamos descartado por no ser suficientemente ricas. Pa que vean lo que hace el trago.
Me acerco a despedirme. Pijepe me saluda. La flaquita me invita a sentarme. Me sonríe maliciosamente. Se me para la pinga. Me siento. Pido una jarra.
Pero ustedes no quieren leer todo esto. Saltemos a la parte interesante.
La vida era una buena en ese pueblucho del carajo (disculpen mi cariño). El polvo le llega a uno al chopin el primer día. El calor a la media hora. 4 meses viví una vida asquerosa caracterizada por una compañera de estudios bastante perrita (con todos menos conmigo) y con su poca disposición a colaborar. Afortunadamente, en la segunda mitad de mi vida en ese pueblo olvidado cambié radicalmente mi vida: formé parte de una buena manchita, hicimos música, nos emborrachamos seguido, y la pasábamos de la puta madre.
Fue en ese pueblo de donde por primera vez me vacié en la boca de una flaca.
Me explico.
[Si, si se la tomó]
Vuelvo a la explicación.
En Talara hay dos discotecas llenas de las mismas trampas de siempre con el mismo objetivo de siempre. Una funciona viernes y sábado y la otra solo los sábados. De más está explicar la mecánica de los fines de semana en este hueco olvidado de Dios.
Ese viernes en particular no tenía nada de particular. Habíamos empezado en la jato de siempre con la buena música, la guitarra, el buen trago. El taxi nos recoge a la medianoche para, picados, salir de negritos rumbo a Talara. Viernes estándar. Lo mismo para el día siguiente.
El churrupaco y yo estábamos en la barra de este relativamente amplio antro. Esa era mi vida: yo, un tímido de que jamás había ligado nada en su perra vida y se chupaba hasta para hablarle a la mas puta de las ruflas talareñas. No me malentiendan. No he cambiado mucho que digamos, quedado he sido y quedado soy.
Volviendo al tema, mi chela ya se estaba acabando. El churrupaco empezaba su segunda Harry. Eran las 2 am. Había gente, habían perras, había trago. El Master y Pijepe estaban en medio del ambiente, en medio de la salsa, en medio del baile, gileando, perreando, haciéndola. Yo seguí bebiendo a sorbos mi siguiente chela que, ya caliente, daba más sed que motivación. La tercera entró rauda en mi paladar.
El Master y Pijepe estaban con dos culos en un rincón cercano a la pista de baile. Yo observo desde el bar: Una más o menos alta, trigueña, de pelo negro, flaca con un poco de engorde, buen par de tetas, de cara no la veo porque el Master se la está agarrando (o al menos eso parece). La otra, recontra flaca de pelo castaño oscuro ensortijado, más chata, cara de tramposaza, conversando con Pijepe. Las habíamos visto antes al llegar al antro y las habíamos descartado por no ser suficientemente ricas. Pa que vean lo que hace el trago.
Me acerco a despedirme. Pijepe me saluda. La flaquita me invita a sentarme. Me sonríe maliciosamente. Se me para la pinga. Me siento. Pido una jarra.
Pero ustedes no quieren leer todo esto. Saltemos a la parte interesante.