ariamis bl
Recluta
Muchas son las –malas- experiencias que he vivido a lo largo de mi vida por temer embarazar a una mujer. Una de las cosas a las que más le temo es a un hijo no deseado.
Quizás esa es la excusa que me di a mi mismo cuando inicié en el mundo de las kinesiólogas embarazadas. ¿Será un fetiche? Probablemente, no lo pienso mucho. El caso es que frecuentemente me excita ver mujeres embarazadas caminando por la calle, es una atracción casi enfermiza.
Por ahí leí que a ese fetiche se le llama Cyesolagnia. Es todo lo que sé.
Todo empezó cuando tenía apenas 19 años: Joven estudiante universitario en busca de experiencias nuevas, apenas conocía sobre la vida y era entusiasta, con mucha energía sexual acumulada.
Un amigo me recomendó kinesx.com, una página de damas de compañía que ofrecía servicios de cualquier tipo. Casualmente una de las recomendaciones de esta página era “embarazadas, producen tantas hormonas que no pueden resistirse al buen sexo”.
Sin más rodeos, terminé en un hotel de mi ciudad con una kinesióloga a1, lo sé porque fue con toda clase de utensilios para utilizar en caso de que fueran necesarios.
Sus tetas eran inmensas, sabía que era por el embarazo, pero no me importaba, y a mi verga tampoco. Aquello me volvía loco, solo deseaba pasar mi boca por esos pezones oscuros.
Su vientre hinchado estaba perfectamente liso y terso, tan brillante como su cabello. Era una mujer tan hermosa que me costaba creer que fuera una dama de compañía.
Mi incredulidad se desvaneció cuando me pidió que me acostara boca arriba y empezó a desnudarme poco a poco. No quería hacerlo, pero la curiosidad me mataba. Le hice la pregunta
“¿Acaso el movimiento no hace daño a tu-“
“Seis meses, puede aguantar”
Con cuatro palabras me mantuvo callado el resto del encuentro. Aunque lo que no hizo con palabras lo hizo con las manos, la boca, y todo su cuerpo.
Mientras me bajaba el pantalón y los boxers podía ver claramente sus tetas a punto de salir de su escote. Ella no era tonta, se dio cuenta y las sacó. El contacto directo de sus tetas con mis piernas no hizo sino excitarme aún más.
Ni corta ni perezosa, ella posó sus labios suaves sobre mi verga y empezó a rodearla con la lengua lentamente.
Podía sentir perfectamente cada leve movimiento que hacía, era perfecto, en ese momento supe que estaba en manos de una profesional. Había escuchado de lo buenas que eran las kines de kinesx.com, pero esto me dejaba totalmente sorprendido.
Estaba pensando mucho, ella lo podía percibir, no podía mantenerme concentrado mientras mi mente analizaba cuán buena era aquella embarazada que tenía encima de mis piernas, sobre la cama.
Fue esto lo que detonó sus movimientos rítmicos y repetitivos de arriba hacia abajo, apretando los labios alrededor de mi glande y usando su lengua coordinadamente, el sonido de succión que hacía cada vez que despegaba la boca para lamerme las bolas era más excitante aún.
Todos estos elementos fueron contribuyendo a que poco a poco perdiera la razón. Quería succionar esas tetas, quería probar la vagina de una embarazada. ¿Qué mejor forma de debutar con una kinesióloga que con una embarazada? Ella estaba sedienta de sexo, y yo lo sabía.
Pronto le halé el cabello y la hice acostarse justo donde estaba yo, cambiando de posición con ella.
Le quité el vestido y la ropa interior y empecé a succionar su vagina (que ya estaba mojada) mientras tragaba todo el líquido que salía. Quizás era asqueroso, pero en el momento me excitaba aún más con todos los aromas, el calor, las sensaciones.
Movía la lengua de tal manera que sufría espasmos en los músculos de la mandíbula, y era consciente de que debería doler. Pero mi excitación sexual era tanta que hice caso omiso a esto y sólo seguí lamiendo su clítoris como si mi vida dependiera de ello. Mis manos sostenían sus piernas con firmeza para asegurarme de que mi lengua pudiera entrar más profundo en su vagina.
Los gemidos de la kinesióloga eran tales que por un pequeño instante temí haberle provocado un aborto. Pero no, era la sed de sexo que tenía aquella mujer, aquella kinesióloga dispuesta a todo por conseguir placer. Este era su trabajo soñado, y me pude dar cuenta en ese instante.
La experiencia de estar con una mujer como aquella no hacía más que volverme loco, hacerme perder la razón. Ella me apretaba el cabello tan fuerte que sentía como la piel en mi cráneo se plegaba un poco hacia atrás. De repente el dolor me motivó más, apreté sus piernas lo más fuerte que pude con mis manos y ella gimió más aún.
Ya no pude aguantarlo más, levanté la cabeza y subí hasta sus tetas para chuparlas como si fuera un animal desesperado, cada aroma que sentía sólo contribuía más a mi estado de euforia: el sudor, los fluídos vaginales, la saliva, todo me hacía desear más a aquella mujer que estaba debajo de mí.
Mientras chupaba sus tetas me mantuve penetrando aquella vagina que hacía algunos minutos tenía en la boca. La boca que ahora estaba haciendo contacto directo con la suya.
La idea que en una conversación normal me habría parecido bizarra me excitaba como nunca nada me había excitado: compartir fluidos con una mujer embarazada sedienta de sexo. De esa forma me mantuve penetrando violentamente una y otra vez su vagina carnosa, caliente, de tonalidad violácea y húmeda.
Conté 4 eyaculaciones en aquel encuentro, sin sacar mi miembro de su vagina. Y fue el día en que supe que era adicto a las kinesiólogas y, sobre todo, a las embarazadas.
Había probado por primera vez el placer de estar con una embarazada, y me había encantado.
Aquí estoy, cinco años después, escribiendo esta historia.
¿Seguirás teniendo miedo a explorar la sexualidad? No temas a las kinesiólogas, yo me enganché con las embarazadas, pero a ti te podrían gustar chibolas a domicilio, o maduritas…
Quizás esa es la excusa que me di a mi mismo cuando inicié en el mundo de las kinesiólogas embarazadas. ¿Será un fetiche? Probablemente, no lo pienso mucho. El caso es que frecuentemente me excita ver mujeres embarazadas caminando por la calle, es una atracción casi enfermiza.
Por ahí leí que a ese fetiche se le llama Cyesolagnia. Es todo lo que sé.
Todo empezó cuando tenía apenas 19 años: Joven estudiante universitario en busca de experiencias nuevas, apenas conocía sobre la vida y era entusiasta, con mucha energía sexual acumulada.
Un amigo me recomendó kinesx.com, una página de damas de compañía que ofrecía servicios de cualquier tipo. Casualmente una de las recomendaciones de esta página era “embarazadas, producen tantas hormonas que no pueden resistirse al buen sexo”.
Sin más rodeos, terminé en un hotel de mi ciudad con una kinesióloga a1, lo sé porque fue con toda clase de utensilios para utilizar en caso de que fueran necesarios.
Sus tetas eran inmensas, sabía que era por el embarazo, pero no me importaba, y a mi verga tampoco. Aquello me volvía loco, solo deseaba pasar mi boca por esos pezones oscuros.
Su vientre hinchado estaba perfectamente liso y terso, tan brillante como su cabello. Era una mujer tan hermosa que me costaba creer que fuera una dama de compañía.
Mi incredulidad se desvaneció cuando me pidió que me acostara boca arriba y empezó a desnudarme poco a poco. No quería hacerlo, pero la curiosidad me mataba. Le hice la pregunta
“¿Acaso el movimiento no hace daño a tu-“
“Seis meses, puede aguantar”
Con cuatro palabras me mantuvo callado el resto del encuentro. Aunque lo que no hizo con palabras lo hizo con las manos, la boca, y todo su cuerpo.
Mientras me bajaba el pantalón y los boxers podía ver claramente sus tetas a punto de salir de su escote. Ella no era tonta, se dio cuenta y las sacó. El contacto directo de sus tetas con mis piernas no hizo sino excitarme aún más.
Ni corta ni perezosa, ella posó sus labios suaves sobre mi verga y empezó a rodearla con la lengua lentamente.
Podía sentir perfectamente cada leve movimiento que hacía, era perfecto, en ese momento supe que estaba en manos de una profesional. Había escuchado de lo buenas que eran las kines de kinesx.com, pero esto me dejaba totalmente sorprendido.
Estaba pensando mucho, ella lo podía percibir, no podía mantenerme concentrado mientras mi mente analizaba cuán buena era aquella embarazada que tenía encima de mis piernas, sobre la cama.
Fue esto lo que detonó sus movimientos rítmicos y repetitivos de arriba hacia abajo, apretando los labios alrededor de mi glande y usando su lengua coordinadamente, el sonido de succión que hacía cada vez que despegaba la boca para lamerme las bolas era más excitante aún.
Todos estos elementos fueron contribuyendo a que poco a poco perdiera la razón. Quería succionar esas tetas, quería probar la vagina de una embarazada. ¿Qué mejor forma de debutar con una kinesióloga que con una embarazada? Ella estaba sedienta de sexo, y yo lo sabía.
Pronto le halé el cabello y la hice acostarse justo donde estaba yo, cambiando de posición con ella.
Le quité el vestido y la ropa interior y empecé a succionar su vagina (que ya estaba mojada) mientras tragaba todo el líquido que salía. Quizás era asqueroso, pero en el momento me excitaba aún más con todos los aromas, el calor, las sensaciones.
Movía la lengua de tal manera que sufría espasmos en los músculos de la mandíbula, y era consciente de que debería doler. Pero mi excitación sexual era tanta que hice caso omiso a esto y sólo seguí lamiendo su clítoris como si mi vida dependiera de ello. Mis manos sostenían sus piernas con firmeza para asegurarme de que mi lengua pudiera entrar más profundo en su vagina.
Los gemidos de la kinesióloga eran tales que por un pequeño instante temí haberle provocado un aborto. Pero no, era la sed de sexo que tenía aquella mujer, aquella kinesióloga dispuesta a todo por conseguir placer. Este era su trabajo soñado, y me pude dar cuenta en ese instante.
La experiencia de estar con una mujer como aquella no hacía más que volverme loco, hacerme perder la razón. Ella me apretaba el cabello tan fuerte que sentía como la piel en mi cráneo se plegaba un poco hacia atrás. De repente el dolor me motivó más, apreté sus piernas lo más fuerte que pude con mis manos y ella gimió más aún.
Ya no pude aguantarlo más, levanté la cabeza y subí hasta sus tetas para chuparlas como si fuera un animal desesperado, cada aroma que sentía sólo contribuía más a mi estado de euforia: el sudor, los fluídos vaginales, la saliva, todo me hacía desear más a aquella mujer que estaba debajo de mí.
Mientras chupaba sus tetas me mantuve penetrando aquella vagina que hacía algunos minutos tenía en la boca. La boca que ahora estaba haciendo contacto directo con la suya.
La idea que en una conversación normal me habría parecido bizarra me excitaba como nunca nada me había excitado: compartir fluidos con una mujer embarazada sedienta de sexo. De esa forma me mantuve penetrando violentamente una y otra vez su vagina carnosa, caliente, de tonalidad violácea y húmeda.
Conté 4 eyaculaciones en aquel encuentro, sin sacar mi miembro de su vagina. Y fue el día en que supe que era adicto a las kinesiólogas y, sobre todo, a las embarazadas.
Había probado por primera vez el placer de estar con una embarazada, y me había encantado.
Aquí estoy, cinco años después, escribiendo esta historia.
¿Seguirás teniendo miedo a explorar la sexualidad? No temas a las kinesiólogas, yo me enganché con las embarazadas, pero a ti te podrían gustar chibolas a domicilio, o maduritas…