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Sargento
Una encuesta realizada a nivel mundial arrojó los siguientes datos: Siete de cada diez mujeres confesaron haber tenido amantes ocasionales alguna vez en su vida. El 82% de esas féminas prefirieron mantener en secreto esa relación clandestina y no involucrarse sentimentalmente. ¿Por qué? tenían temor de perder a su familia y ganarse problemas con sus maridos.
Ella estaba arrodillada frente a mí, mirándome fijamente a los ojos con fiereza y pasión, como si yo fuese la imagen de aquel placer esquivo que tanto había deseado en esos frígidos cinco años de agonía sexual.
— Quiero que me cojas como a una puta—, me susurró al odio.
Instintivamente bajó mi pantalón y pudo sentir como el deseo de lo prohibido iba creciendo literalmente entre sus manos.
No me gustan los miércoles, por lo general son días donde se acumula el trabajo y hay que dedicarle más tiempo de lo debido. Ese miércoles no fue la excepción. Al salir prendí mi moto y dejé atrás el martirio laboral de ese día.
Manejar me relaja una barbaridad. Siento como el viento me reconforta y aligera mi desgano transformándolo en adrenalina. Es una excelente catarsis.
Al llegar a casa me encuentro con Carlos, Sebastián y Fernando, mis amigos de toda la vida, que con un ademán me llaman para que celebre con ellos. No sé cuál es el motivo. En realidad siempre encontramos pretextos para abrir no pocas cervezas y rememorar historias inolvidables. Me uno a ellos, están borrachos y son un cague de risa, siempre saben ponerlo a uno de buen humor.
Carlos nos cuenta que dentro de tres días se irá a Ica. Se casa su prima Alejandra. –
— ¡Hombre, ya era hora! Ya se le estaba pasando el tren—, le digo. Él asiente y me dice que toda su familia piensa lo mismo. Es la más querendona de todos los Santisteban y muchos familiares irán a la boda.
Se frota las manos al decir que sus papas adelantaran su viaje mañana y tendrá la casa sola para él. Una sonrisa perversa se nos dibuja al unísono. Sabemos que esa casa vacía son excelentes noticias. Pero Carlos añade que hay un pequeño problema: su hermana Luhana llegó de Montevideo esa tarde y planeaba quedarse unos días en Lima para hacer unos trámites. ¡! Luhana, su hermana mayor, pienso e inmediatamente se retrata su rostro en mi mente. Hace mucho que no la veo, para ser exactos cinco años, desde que se fue a estudiar al extranjero.
Luhana es la hermana más grande de Carlos. La recuerdo por su rostro adusto, su altanería y esa aparente molestia con el mundo. Era, o al menos eso creo, incalculablemente guapa.. Blanca como las flores inglesas y con un cuerpo realmente seductor. No en vano era la envidia de la gran mayoría de jovencitas en el barrio. Pechos diminutos pero con una firmeza admirable. La cintura más bella que jamás haya visto era el inicio de unas caderas enloquecedoras. Más de una vez nos ganamos pleitos por comentarios desafortunados ante Carlos. Pero era casi inevitable, su hermana estaba la mar de buena. Imaginarla caminar desnuda era el sueño húmedo más recurrente entre los muchachos de la zona. De cierta manera sabíamos que esa imagen era casi utópica y difícilmente podría hacerse realidad; pero vivíamos contentos con esa idea. Estaba re fuerte la condenada.
— ¡Qué gran noticia! —, alcanzo a decirle.
— Hace mucho que no la vemos ¿está en tu casa? —, le pregunto.
Carlos asiente y nos informa que llegó ayer.
— Está igualita. Seguro que baja en un rato— nos dice.
Cuando menciona esa última frase el cuerpo me da un brinco, y sospecho que a Fernando y Sebas también. Cruzamos unas miradas llenas de complicidad y esperamos ansiosos ese momento.
Luego de unos veinte minutos de hablar estupidez y media, la puerta de Carlos se abre despacio, como si fuese el preámbulo de un evento extraordinario. De la casa sale una joven delgada, de cabellos rebeldes y tono oscuro. Cuando camina hacia nosotros lo hace como si modelara, con esa cintura despampanante que realza la proporción de sus caderas. Lleva puesto un jean oscuro y un saco corto de color blanco. Está preciosa, inimaginablemente bella, mucho más que hace cinco años. Su cabello cambió de tono, ahora es moreno. Se acerca a nosotros. Su hermano le indica quienes somos. Primero Sebastián, quien no puede ocultar la cara de pervertido y ni siquiera le da bien el beso de bienvenida. Está consternado, y no lo culpo.
— Cuánto tiempo sebas, le dice— Él solo mueve la cabeza afirmando el comentario.
Es el turno de Fernando, que agrava la voz para que suene más varonil.
— hola, ¿Qué tal?— le dice torpemente. –
— Todo bien— responde la diosa que está en frente.
Mueve la cabeza y me ve apoyado en mi CBR 250. Frunce el seño y le pregunta a Carlos quien soy. Él se ríe y yo me ruborizo.
— Es Renzo. Parece algo cambiado, pero sigue siendo el mismo rosquete de siempre— le dice.
Ella agranda los ojos y luego me regala una sonrisa pícara. No la recuerdo así, tan jovial y gentil; pero celebro que tenga ese repentino cambio de actitud.
— Vaya, si que pareces otro— comenta.
Cierro los ojos y le devuelvo la sonrisa.
— Espero que no sea para mal— respondo. –
— Tú sí que te notas cambiada, estás más linda que hace cinco años— continuo y por inercia le doy un abrazo, intentando parecer amable.
Luego miro de reojo a Carlos y él no parece muy contento con mi piropo.
— ¿Es tuya?— me dice, señalando mi moto. Asiento y me hago a un lado para que pueda apreciarla mejor.
— Está linda— comenta. No sé qué decir, me tomó por sorpresa. Por un instante pienso que Carlos nos miente. Ella no parece ser su hermana, pero luego desecho esa idea. Finalmente agradezco el cumplido.
— hace mucho que no me subo a una moto ¿puedo dar una vuelta? — me pregunta.
— Lu, no creo que sea buena idea—intercede Carlos, como intuyendo esa repentina coquetería hacia mi.
— No molestes, hace tiempo que no manejo y esta moto está preciosa— responde.
Su aspecto rebelde regresa por momentos y muestra la imagen de antaño. Sí, es ella.
— Normalmente no dejo subir a nadie, pero, tratándose de ti, puedo hacer una excepción— contesto.
Celebra mi decisión con una sonrisa que ilumina toda la zona. Ni siquiera me pidió el casco; subió, tomó las llaves y desapareció por la avenida.
Cuando se aleja a toda marcha Carlos me increpa el hecho de darle la moto así, de buenas a primeras. Las copas de más hicieron lo suyo y el protector hermano menor salió al rescate. Trato de calmarlo y le hago entender que Luhana solo quiere relajarse. Finalmente se tranquiliza.
Luego de unos minutos la diosa regresa, sonríe y me devuelve las llaves.
— Ese fierro es una preciosidad— me dice, volviendo a sonreírme y dándome las llaves.
Me tiene encantado y hubiese preferido que ese piropo no sea precisamente a la moto. Se une al jolgorio y, cuando ve que su hermano ya bebió más de la cuenta, me pide que lo ayude a llevarlo a su casa. Nos despedimos de Sebastián y Fernando. Pero Carlos dice que puede ir solo. Al parecer no olvida la repentina coquetería de su hermana hacía mí. No creo que sea buena idea discutir con él en ese estado así que me encojo de hombros y tomo mi casco. Pero cuando busco despedirme de Luhana con un beso, ella me aprieta un poco por la espalda y me dice al oído que no me vaya
— Espérame un rato, ya regreso—.
Su voz tan cercana hizo que pequeñas descargas recorrieran mi cuerpo. La repentina erección que invadió mi pantalón era el aviso de que algo muy bueno iba a suceder.
continuo en un rato...