vladimir11
Soldado
Mi primera vez en un trío (Primera parte).
Supongo que puede parecer extraño, pero aquella imagen, aquella inocente imagen, resultó al cabo el factor más esclarecedor, el impacto más violento. Yo iba muy nervioso, hasta sentía cosas en el estómago y la boca seca; era la primera vez que hacía algo así, y estaba muy excitado. Ella, su hermoso rostro, su piel morena, sus cejas casi perfectas, de labios delgados, boca pequeña pero engañosa; sus ojos café oscuros, su mirada penetrante flanqueaba a derecha e izquierda al hombre que nos acompañaba, que entonces no pude identificar porque traíamos antifaces. Tal era la confusión en la que aquella radiante amalgama de cuerpos me había sumido previamente. La carne perfecta, reluciente, parecía hundirse satisfecha en sí misma sin trauma alguno, sujeto y objeto de un placer completo, redondo, autónomo, tan distinto del que sugieren esos anos mezquinos, fruncidos, permanentemente contraídos en una mueca dolorosa e irreparable.
Tristes, pensé entonces. Él y yo, nos mirábamos, sonrientes, y mirábamos la abierta grupa que nos ofrecía esa mujer. En los bordes de su culo, se podía distinguir que la piel era tensa y rosa, tierna, luminosa y limpia. Además, su vagina depilada, rosadita, pequeñita, con labios pequeños. Antes, alguien había afeitado cuidadosamente toda la superficie. Aquella era la primera vez en mi vida que participaba en un espectáculo semejante. Un hombre, un hombre grande y musculoso, una mujer hermosa con unos pechos enormes, empinada a cuatro patas (con piernas muy largas y delgadas) sobre una mesa, con el culo erguido y los muslos separados, esperando.
Indefensa, encogida como una perra abandonada, como un animalillo suplicante, temblorosa, dispuesta a agradar a cualquier precio; como un perro hundido que escondía el rostro, no una mujer. Había visto decenas de mujeres en la misma postura, pero esa mujer, con su lencería morada y con encaje, se veía perfecta. Fue entonces cuando deseé por primera vez estar allí, tocarle, escrutarle, obligarle a levantar la cara y mirarle a los ojos, limpiarle la cara y untarle con sus propias babas.
Deseé acercarme, herirle y hacerle gritar, y complacerme en ello, derribarla de la mesa y continuar empujando, desgarrando, avanzando a través de aquella carne inmaculada, conmovedora, tan nueva para mí. Ella se me adelantó. Entreabrió los labios y sacó la lengua. Sus ojos se cerraron y empezó a masturbarse. Siempre de riguroso perfil, como una doncella egipcia, mientras yo recorría aplicadamente con la punta de mi lengua la exigua isla rosa que rodeaba la sima deseada, lamía sus contornos, resbalaba hacia dentro, se introducía por fin en ella.
Después de unos minutos, ella se levantó y se sentó al lado mío; yo me giré un poco, y ella comenzó a acariciar mi brazo, yo contesté con mi mano en su pierna, ella me preguntó al oído si me ponía nervioso; le contesté que un poco, entonces me besó muy rico, con un beso en el cual nos fundimos por unos segundos; después, rápido volteé a ver al chico, el cual no se inmutó, sino que, al contrario, sólo asintio con la cabeza y siguió platicando cosas cachondas de parejas... después me preguntó que si me gustaba bailar, le dije que sí me gustaba pero que no era muy bueno, y ella me jaló hacia el centro de la sala; nos levantamos, le subió más el volumen al estéreo y comenzamos a bailar; el chico sólo miraba; miraba y sonreía.
Pero pronto nos separó y se acercó a ella; abrió la boca y cerró los ojos, y acarició con la lengua esa piel intensa, la frontera del abismo. Al mismo tiempo, con su mano libre, la única mano que estaba al alcance de la cámara con la que nos grabamos, golpeó suavemente la cadera de ella, que comenzó a moverse rítmicamente, adelante y atrás, como si respondiera a un secreto aviso. La medio empinó, y el agujero, que empapamos de salivas, apenas, se contrajo varias veces. De vez en cuando, inevitablemente, sus lenguas se encontraban, y entonces se detenían un instante, se enredaban entre sí y se lamían mutuamente, para desligarse de nuevo, después, y volver por separado a su tarea original.
El otro chico me hizo la señal de que le tocara los pechos, así que yo la puse de espaldas, mientras ella restregaba su hermoso trasero sobre mi pene y yo le tocaba los senos. Después se giró y nos besamos apasionadamente por varios minutos, ella ya empezaba a jadear un poco, yo igual, era muy excitante todo eso. De buenas a primeras, me dijo: "ahorita regreso, y desapareció de la salita nuevamente. Yo seguí platicando con el chico, de lo mucho que me gustaba su mujer, y parecía que eso lo prendía, porque constantemente se acomodaba la verga.
A los pocos minutos, entró nuevamente la chica, pero esta vez noté que se habia quitado el bra, y ahora me pidió que siguiéramos bailando, así que bailamos más y el baile iba subiendo cada vez más de tono, pues ahora ya le masajeaba sus pechos y sentía cómo sus pezones se levantaban... pocos minutos después, volvió a decirme: "ahorita regreso".
Y salió nuevamente. Su chico me preguntaba si quería seguir, y por supuesto que yo le contesté que sí, que tenía muchas ganas de estar con esa mujer.
Continuará.... obvio después de sus comentarios.
Supongo que puede parecer extraño, pero aquella imagen, aquella inocente imagen, resultó al cabo el factor más esclarecedor, el impacto más violento. Yo iba muy nervioso, hasta sentía cosas en el estómago y la boca seca; era la primera vez que hacía algo así, y estaba muy excitado. Ella, su hermoso rostro, su piel morena, sus cejas casi perfectas, de labios delgados, boca pequeña pero engañosa; sus ojos café oscuros, su mirada penetrante flanqueaba a derecha e izquierda al hombre que nos acompañaba, que entonces no pude identificar porque traíamos antifaces. Tal era la confusión en la que aquella radiante amalgama de cuerpos me había sumido previamente. La carne perfecta, reluciente, parecía hundirse satisfecha en sí misma sin trauma alguno, sujeto y objeto de un placer completo, redondo, autónomo, tan distinto del que sugieren esos anos mezquinos, fruncidos, permanentemente contraídos en una mueca dolorosa e irreparable.
Tristes, pensé entonces. Él y yo, nos mirábamos, sonrientes, y mirábamos la abierta grupa que nos ofrecía esa mujer. En los bordes de su culo, se podía distinguir que la piel era tensa y rosa, tierna, luminosa y limpia. Además, su vagina depilada, rosadita, pequeñita, con labios pequeños. Antes, alguien había afeitado cuidadosamente toda la superficie. Aquella era la primera vez en mi vida que participaba en un espectáculo semejante. Un hombre, un hombre grande y musculoso, una mujer hermosa con unos pechos enormes, empinada a cuatro patas (con piernas muy largas y delgadas) sobre una mesa, con el culo erguido y los muslos separados, esperando.
Indefensa, encogida como una perra abandonada, como un animalillo suplicante, temblorosa, dispuesta a agradar a cualquier precio; como un perro hundido que escondía el rostro, no una mujer. Había visto decenas de mujeres en la misma postura, pero esa mujer, con su lencería morada y con encaje, se veía perfecta. Fue entonces cuando deseé por primera vez estar allí, tocarle, escrutarle, obligarle a levantar la cara y mirarle a los ojos, limpiarle la cara y untarle con sus propias babas.
Deseé acercarme, herirle y hacerle gritar, y complacerme en ello, derribarla de la mesa y continuar empujando, desgarrando, avanzando a través de aquella carne inmaculada, conmovedora, tan nueva para mí. Ella se me adelantó. Entreabrió los labios y sacó la lengua. Sus ojos se cerraron y empezó a masturbarse. Siempre de riguroso perfil, como una doncella egipcia, mientras yo recorría aplicadamente con la punta de mi lengua la exigua isla rosa que rodeaba la sima deseada, lamía sus contornos, resbalaba hacia dentro, se introducía por fin en ella.
Después de unos minutos, ella se levantó y se sentó al lado mío; yo me giré un poco, y ella comenzó a acariciar mi brazo, yo contesté con mi mano en su pierna, ella me preguntó al oído si me ponía nervioso; le contesté que un poco, entonces me besó muy rico, con un beso en el cual nos fundimos por unos segundos; después, rápido volteé a ver al chico, el cual no se inmutó, sino que, al contrario, sólo asintio con la cabeza y siguió platicando cosas cachondas de parejas... después me preguntó que si me gustaba bailar, le dije que sí me gustaba pero que no era muy bueno, y ella me jaló hacia el centro de la sala; nos levantamos, le subió más el volumen al estéreo y comenzamos a bailar; el chico sólo miraba; miraba y sonreía.
Pero pronto nos separó y se acercó a ella; abrió la boca y cerró los ojos, y acarició con la lengua esa piel intensa, la frontera del abismo. Al mismo tiempo, con su mano libre, la única mano que estaba al alcance de la cámara con la que nos grabamos, golpeó suavemente la cadera de ella, que comenzó a moverse rítmicamente, adelante y atrás, como si respondiera a un secreto aviso. La medio empinó, y el agujero, que empapamos de salivas, apenas, se contrajo varias veces. De vez en cuando, inevitablemente, sus lenguas se encontraban, y entonces se detenían un instante, se enredaban entre sí y se lamían mutuamente, para desligarse de nuevo, después, y volver por separado a su tarea original.
El otro chico me hizo la señal de que le tocara los pechos, así que yo la puse de espaldas, mientras ella restregaba su hermoso trasero sobre mi pene y yo le tocaba los senos. Después se giró y nos besamos apasionadamente por varios minutos, ella ya empezaba a jadear un poco, yo igual, era muy excitante todo eso. De buenas a primeras, me dijo: "ahorita regreso, y desapareció de la salita nuevamente. Yo seguí platicando con el chico, de lo mucho que me gustaba su mujer, y parecía que eso lo prendía, porque constantemente se acomodaba la verga.
A los pocos minutos, entró nuevamente la chica, pero esta vez noté que se habia quitado el bra, y ahora me pidió que siguiéramos bailando, así que bailamos más y el baile iba subiendo cada vez más de tono, pues ahora ya le masajeaba sus pechos y sentía cómo sus pezones se levantaban... pocos minutos después, volvió a decirme: "ahorita regreso".
Y salió nuevamente. Su chico me preguntaba si quería seguir, y por supuesto que yo le contesté que sí, que tenía muchas ganas de estar con esa mujer.
Continuará.... obvio después de sus comentarios.