Srdestroyer
Sargento
Ella
La recuerdo como "La profesora" cada vez que hablo con mis amigos de aquella experiencia. ¿Por qué la profesora? Puesto porque marcó la diferencia de todas las demás. Antonella, de solo oír ese nombre recuerdo a mi querida profesora que me dio una experiencia que jamás olvidaré. Lo llevaré hasta el día de mi muerte.
Cuando era adolescente fui a un colegio de buena categoría, algo que felizmente mis padres pudieron pagar. Lamentablemente mi nivel escolar no estaba tan al par de todos los demás, pero eso fue mejorando poco a poco gracias a los grupos que separaban según las notas de los alumnos. Yo fui uno de esos "afortunados" que fueron trasladados a los últimos, donde se encontraban los números más reducidos de estudiantes. Ciertamente ayudó mucho en mi educación, puesto que nos dieron buenos profesores como Antonella, quien inició mi mundo erótico e imaginativo. Y sin más que introducir, aquí empieza la historia y, espero, que les sea de provecho.
Estaba en tercero de media y había empezado el año, luego de una temporada de vacaciones era bueno ver las mismas caras de hace algunos años atrás. Desde antes ya me había estado fijando en mis compañeras, pero ahora las veía más desarrolladas y muchas se arreglaban bien. Como era común, todos los adolescentes estábamos con las hormonas a pleno vuelo, puesto que la sexualidad ya estaba a flote y expulsábamos mucha de esta. Ya desde antes también teníamos acercamientos, como cuando hurgábamos debajo de las faldas de las mujeres para observar y demás cosas así. Pero cuando empezaron las clases, nunca imaginé enamorarme tanto de una profesora, la de inglés. Antonella, se llamaba, con sus 24 años aproximados expulsaba toda esa belleza juvenil y naturalmente seductora. Ni bien entró al salón de clase el primer día, muchos de nosotros diablos ya la habíamos imaginado desnuda. Como era costumbre, se presentó y el profesor a cargo de la asignatura mencionó que ella sería la que se encargase del grupo C, el mío.
Aún recuerdo a Antonella aquel primer día: alta, de piel clara, rostro perfectamente equilibrado, labios rojos, ojos pardos claros y un cabello marrón claro muy largo y lacio. Era la perfecta encarnación de cómo muchas de mis compañeras serían dentro de unos años. Ella vestía una falda marrón hasta las rodillas y que moldeaba de forma impecable su silueta bien cuidada. Antonella fue la fuente de deseo todo ese año tanto por mis amigos y los profesores.
Las clases con ella eran normales, su forma de enseñanza no era espectacular, de hecho, era bastante promedio. Si fuera otra profesora o profesor, de hecho me aburriría, pero era imposible cada vez que me tocaba con ella, ya que siempre la observaba a profundidad cada vez que volteaba para escribir. Amaba esas veces que se sentaba frente a nosotros, ya que podría ver esas piernas relucientes a la luz que se entrelazaban elegantemente. Los primeros meses fueron exploratorios, tanto ella como los 8 gatos del salón nos dimos tiempo para conocernos mejor. Luego de ese tiempo, ya pudimos tener una mayor confianza gracias al reducido número del grupo y ella logró conocer mi nombre. Si bien nos habíamos habituado a las clases, yo nunca dejé de observarla bien, cada movimiento que ella hacía era completamente hipnótico y usualmente apoyaba mi cabeza sobre la mano imaginando qué cosas llevaría allí adentro de su uniforme. Pensé que aquello acabaría pronto, pero no fue así. Mis deseos por ella cada vez fueron aumentando hasta llegar al punto de ponerme ansioso y tenso cada vez que ella mencionaba mi nombre. Tal vez no lo dije, pero al inicio fue mucho más fácil hablar con ella puesto que estábamos en el proceso de conocernos; pero cuando llegó aquel punto en el que no quedaba más que conocer sobre ella, sentía que me perdía en aquello que me impactó inicialmente: su exquisito físico.
Y sí, no solo me enamoré de ella, sino que desarrollé cierta timidez y ansiedad cada vez que ella me miraba y me pedía hablar. Algo que no les pasaba al resto de mis compañeros, quienes ya la consideraban una compañera más debido a la confianza. Y fue así que de hablar de forma suelta involucioné a un ser más callado e introvertido. Lo único que hacía era pensar en ella, mirarla a ella, imaginarla a ella y masturbarme con ella en mi mente. Todas las noches imaginaba diversas situaciones sexuales y eróticas. Era imposible sacarla de mi cabeza. Amaba cada parte de ella: su rostro, su cuello, sus hombros, sus pechos, su vientre, sus muslos y sus pies. Conocía también qué prendas solía usar en el colegio, como cuando era nublado y hacía frío, vestía pantimedias negras o de color piel. Había convertido a Antonella en una obsesión y debido a eso mis notas no hicieron más que bajar.
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Obsesión
Eso era lo que estaba desarrollando a la par de una elevada ansiedad cada vez que ella se fijaba en mí o pasaba cerca. Cada vez me motivaba para ir más lejos con tal de observar un poco más mediante una ojeada rápida. Haciendo una retrospectiva, me avergüenza lo que hice de cierta forma, pero era mi manera de expulsar mi sexualidad. Por ejemplo, solía sentarme a los extremos donde no podía ser descubierto por los demás, de esta forma, cuando ella atendía a algún compañero a mi costado y se inclinaba hacia él, cautelosamente acercaba mi rostro a su cadera para observar las líneas de su ropa interior. Cuando hube desarrollado más temeridad, pude rozar casi imperceptiblemente la yema de mis dedos con sus suaves glúteos o entre ellos. Amaba hacer eso, y ella no se daba cuenta de lo que hacía con mis dedos cada vez que pasaba a mi costado. Un poco más adelante, avancé un grado más y rocé con mi mano entera su glúteo derecho. Como no reaccionó, entonces me enorgullecí de haber logrado algo que nadie más pudo hacer. ¡Le toqué la nalga a la profesora! Siguiendo un ritual propio, no me lavé esa mano hasta que me fui al baño a masturbarme pensando en lo que había hecho.
Esa era solamente una de las estrategias que realizaba, puesto que también me urgía la necesidad de saber qué clase de ropa interior ella estaría usando. En los primeros meses de colegio, como había mencionado, todo iba normal: yo solo la observaba y no había nada fuera de común. Ella usaría la vestimenta reglamentada por las normas del colegio. Si bien la falda por norma no era muy corta, ella podía usar algunas un poco más cortas que el promedio; pero eso se dio tiempo más adelante. Durante los primeros momentos, no podía ser nada más que sus piernas siendo cubiertas por la falda casi larga. Aún así, me extasiaba ver la suavidad de esas largas piernas. Realmente no estoy seguro si es que ella hubiera logrado pillarme viéndola a menudo, pero luego de un tiempo, cuando ella logró entablar una mejor confianza con el grupo, comenzó a soltarse más. Y con ello también me refiero a la ropa. De esas faldas que llegaban a la rodilla hasta faldas más cortas, varios centímetros más arriba de esta misma. Aquella combinación de falditas y pantimedias evidentemente captaron la atención del grupo. Mis compañeros comenzaron, poco a poco, a preguntarle más sobre su vida privada, como si tenía pareja o no. Tristemente no estaba soltera, ya tenía una relación, pero de pocos meses, no llegaban siquiera al año. Entonces de vez en cuando comenzaban a hablar de temas sentimentales.
Varias veces pasamos, o bueno, mis compañeros pasaron conversando sobre diversos temas que la rodeaban. Éramos puros hombres, así que nos manteníamos curiosos sobre muchas cosas. Antonella parecía tener gracia con esas conversaciones recurrentes, quizá por el hecho de que se sienta atendida con curiosidad. Recurrentemente, ella pediría cambiar el lenguaje hablado por el inglés. Entonces así comenzaron los demás a preguntarle cosas a ella en inglés.
Durante ciertos momentos retomábamos la lección, pero la insistencia de algunos era clara. Algunas veces también ella se sentaría frente a nosotros para saber más sobre ellos, quienes conversaban más con ella. Antonella con mucha gracia respondía y preguntaba; amaba su sonrisa y su voz. Aún con esa oportunidad de poder acercarme a ella, nunca tuve el coraje de preguntarle directamente algo. Siempre sentí ese nerviosismo y ese nudo que crecía en mi pecho cada vez que pretendía decirle algo. De esa forma, no tuve más opción de admirarla, mientras que veía esos pies y piernas que tanto me tenían prisionero. Mientras más tiempo pasaba, las preguntas de mis compañeros se tornaban más... calientes. Al inicio Antonella hacía de no escucharles, luego negaba con gracia esas intervenciones, pero conforme pasaba el tiempo, ella empezaría a responder. Como el día en que nos contó cómo inició su relación y qué veía en los hombres. Entonces ella comenzaría a dejar un rol para entrar en otro. Ciertos pequeños momentos ella dejaría de ser una profesora para ser una mujer que vive y tiene deseos. Fuimos el único grupo del colegio al cual ella logró mostrarse de forma humana, alejándose del rol de profesional por instantes para enseñarnos cosas de la "vida".
Gracias a esas intervenciones logramos darnos momentos en el que dejábamos la clase de lado para seguir nuestras conversaciones; algunos compañeros le contarían sus experiencias y ella escucharía así como aconsejaría. También ella nos contaría anécdotas personales donde todos nosotros podamos dar nuestros puntos de vista y decirle qué cosas hubiéramos hecho o no hecho, o cuáles cosas nos hubieran gustado hacer. Ella logró entrar en un grado mayor de confianza, en el cual podía hablar abiertamente sin temor. Todos menos yo, quien aún seguía con ese nudo en mi estómago, y solo me limitaba a observarla desde lo lejos.
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Confesiones
"Profesora, así sin roche. ¿Le gusta el sexo?"
Esa fue la primera pregunta de índole sexual en el curso, y si bien ya nos acercábamos al tema, hasta ese entonces nadie se atrevía a tirar la piedra. Evidentemente no la hice yo, sino un compañero quien se juraba el más avezado y con mayor experiencia con las mujeres, claro que con mujeres me refiero a alumnas de nuestra edad. Era uno de los más atractivos para las chicas del colegio, por eso su confianza le hizo el perfecto candidato a lanzar tremenda pregunta. De seguro, pensé yo, que él tanto como todos, quería con ella y que pensaba que iba a tener éxito. Luego de soltada la pregunta, todos callamos al unísono en espera de una respuesta.
Y se dio. Luego de unos segundos de espera infinita, Antonella abrió la boca con una mueca de indignación con gracia, puesto que se sorprendió mientras daba un atisbo de sonrisa. Y para no responder directamente a esa interrogación, redireccionó la misma haciendo otra pregunta. "Que yo sepa, al 99.9% de las personas les gustan las relaciones sexuales. ¿Acaso aún no has experimentado?" Todos nosotros nos sorprendimos e hicimos exactamente la misma mueca que ella. Luego se dió el diálogo. Él le respondió que sí ya había tenido relaciones, pero que había comenzado con el sexo oral antes de hacerlo propiamente dicho. Antonella no supo cómo responder a eso, puesto que ya había pasado la línea de su rol como profesora y las palabras ya eran mayores: sexo oral y sexo vaginal (como se sugería). Noté que su expresión corporal sugería defensa, se tensó un durante un instante antes de saber cómo reaccionar ante tal afirmación. Entonces dejé de verle las piernas para ver la expresión de su rostro. Yo pensé que se iba a enojar y denunciarnos con dirección, puesto que evidentemente estaba helada. Pero todo fue al revés, en vez de indignarse, esperó un momento hasta lograr el equilibrio y siguió con el curioso diálogo.
"¿Y te gustó?" Preguntó ella. Luego mi compañero respondió afirmativamente, lleno de confianza y seguridad. Entonces comenzó a contarnos a toda la clase cómo había sido y qué había sentido. No dio una descripción breve, sino que fue exquisito en su relato, contando cada detalle. La joven profesora miraba sorprendida mientras reía dentro de sí y noté además que se tocaba el cabello constantemente mientras lo atendía. Sentí muchos celos cada vez que ella se fijaba en él mientras relataba sus historias. Quién hubiera pensado que a tan corta edad ya había tenido tales experiencias. Era el único que había tenido relaciones sexuales de los demás compañeros, por eso se le hacía fácil seguir la conversación.
Estaba sumamente interesada en las descripciones de mi compañero, puesto que lo atendía directamente mientras jugaba con un mechón de su cabello. El don natural para contar historias hizo que todos nosotros nos sumerjamos en su historia. Ella también le preguntaba, pero la conversación la dirigía él. Yo y mi envidia creciente estábamos allí, en un rincón extremo, mientras las observaba directamente. Miraba cómo sus piernas se movían constantemente, como tratando de encontrar una posición más cómoda. Y mientras el otro relataba cómo le hacía sexo oral a su enamorada, miré cómo Antonella trataba de encontrar aún la posición más cómoda para ella. Era evidente que estaba buscando un equilibrio, el cual no encontraba por la... ¿creciente excitación?
Aunque ella no contó ninguna de sus experiencias sexuales, sí logró mostrarse sumamente curiosa por las historias del chico, quien no paraba de hablar. Pareciendo entrar en más comodidad, ella logró encontrar una posición interesante, ya que al momento de seguir atendiendo al muchacho, irguió su espalda, se inclinó hacia delante y separó ligeramente las piernas. Sí, estando ella en falda. Entonces las miradas de los más observadores, como yo, se separaron tanto del compañero contador de historias y del bello rostro de Antonella para bajar allí donde estaban sus rodillas, separadas. Y noté que de entre esas piernas cubiertas por una tela de pantys negras, estas acababan casi por la mitad del muslo, y si me fijaba más al centro y adentro, notaría una bellísima tela blanca que cubría su interior. Ella había descuidado su posición para darnos una vista libre a su prenda íntima. Yo como otros, notamos eso y mirábamos allí abajo, mientras ella seguía oyendo al muchacho, quien también no tardaba tanto en darse cuenta de aquel descuido. Y estuvo así Antonella quien nos dejó ver, hasta ese momento de forma casual, un pequeño trozo de su calzoncito blanco.
..... Continúa....
La recuerdo como "La profesora" cada vez que hablo con mis amigos de aquella experiencia. ¿Por qué la profesora? Puesto porque marcó la diferencia de todas las demás. Antonella, de solo oír ese nombre recuerdo a mi querida profesora que me dio una experiencia que jamás olvidaré. Lo llevaré hasta el día de mi muerte.
Cuando era adolescente fui a un colegio de buena categoría, algo que felizmente mis padres pudieron pagar. Lamentablemente mi nivel escolar no estaba tan al par de todos los demás, pero eso fue mejorando poco a poco gracias a los grupos que separaban según las notas de los alumnos. Yo fui uno de esos "afortunados" que fueron trasladados a los últimos, donde se encontraban los números más reducidos de estudiantes. Ciertamente ayudó mucho en mi educación, puesto que nos dieron buenos profesores como Antonella, quien inició mi mundo erótico e imaginativo. Y sin más que introducir, aquí empieza la historia y, espero, que les sea de provecho.
Estaba en tercero de media y había empezado el año, luego de una temporada de vacaciones era bueno ver las mismas caras de hace algunos años atrás. Desde antes ya me había estado fijando en mis compañeras, pero ahora las veía más desarrolladas y muchas se arreglaban bien. Como era común, todos los adolescentes estábamos con las hormonas a pleno vuelo, puesto que la sexualidad ya estaba a flote y expulsábamos mucha de esta. Ya desde antes también teníamos acercamientos, como cuando hurgábamos debajo de las faldas de las mujeres para observar y demás cosas así. Pero cuando empezaron las clases, nunca imaginé enamorarme tanto de una profesora, la de inglés. Antonella, se llamaba, con sus 24 años aproximados expulsaba toda esa belleza juvenil y naturalmente seductora. Ni bien entró al salón de clase el primer día, muchos de nosotros diablos ya la habíamos imaginado desnuda. Como era costumbre, se presentó y el profesor a cargo de la asignatura mencionó que ella sería la que se encargase del grupo C, el mío.
Aún recuerdo a Antonella aquel primer día: alta, de piel clara, rostro perfectamente equilibrado, labios rojos, ojos pardos claros y un cabello marrón claro muy largo y lacio. Era la perfecta encarnación de cómo muchas de mis compañeras serían dentro de unos años. Ella vestía una falda marrón hasta las rodillas y que moldeaba de forma impecable su silueta bien cuidada. Antonella fue la fuente de deseo todo ese año tanto por mis amigos y los profesores.
Las clases con ella eran normales, su forma de enseñanza no era espectacular, de hecho, era bastante promedio. Si fuera otra profesora o profesor, de hecho me aburriría, pero era imposible cada vez que me tocaba con ella, ya que siempre la observaba a profundidad cada vez que volteaba para escribir. Amaba esas veces que se sentaba frente a nosotros, ya que podría ver esas piernas relucientes a la luz que se entrelazaban elegantemente. Los primeros meses fueron exploratorios, tanto ella como los 8 gatos del salón nos dimos tiempo para conocernos mejor. Luego de ese tiempo, ya pudimos tener una mayor confianza gracias al reducido número del grupo y ella logró conocer mi nombre. Si bien nos habíamos habituado a las clases, yo nunca dejé de observarla bien, cada movimiento que ella hacía era completamente hipnótico y usualmente apoyaba mi cabeza sobre la mano imaginando qué cosas llevaría allí adentro de su uniforme. Pensé que aquello acabaría pronto, pero no fue así. Mis deseos por ella cada vez fueron aumentando hasta llegar al punto de ponerme ansioso y tenso cada vez que ella mencionaba mi nombre. Tal vez no lo dije, pero al inicio fue mucho más fácil hablar con ella puesto que estábamos en el proceso de conocernos; pero cuando llegó aquel punto en el que no quedaba más que conocer sobre ella, sentía que me perdía en aquello que me impactó inicialmente: su exquisito físico.
Y sí, no solo me enamoré de ella, sino que desarrollé cierta timidez y ansiedad cada vez que ella me miraba y me pedía hablar. Algo que no les pasaba al resto de mis compañeros, quienes ya la consideraban una compañera más debido a la confianza. Y fue así que de hablar de forma suelta involucioné a un ser más callado e introvertido. Lo único que hacía era pensar en ella, mirarla a ella, imaginarla a ella y masturbarme con ella en mi mente. Todas las noches imaginaba diversas situaciones sexuales y eróticas. Era imposible sacarla de mi cabeza. Amaba cada parte de ella: su rostro, su cuello, sus hombros, sus pechos, su vientre, sus muslos y sus pies. Conocía también qué prendas solía usar en el colegio, como cuando era nublado y hacía frío, vestía pantimedias negras o de color piel. Había convertido a Antonella en una obsesión y debido a eso mis notas no hicieron más que bajar.
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Eso era lo que estaba desarrollando a la par de una elevada ansiedad cada vez que ella se fijaba en mí o pasaba cerca. Cada vez me motivaba para ir más lejos con tal de observar un poco más mediante una ojeada rápida. Haciendo una retrospectiva, me avergüenza lo que hice de cierta forma, pero era mi manera de expulsar mi sexualidad. Por ejemplo, solía sentarme a los extremos donde no podía ser descubierto por los demás, de esta forma, cuando ella atendía a algún compañero a mi costado y se inclinaba hacia él, cautelosamente acercaba mi rostro a su cadera para observar las líneas de su ropa interior. Cuando hube desarrollado más temeridad, pude rozar casi imperceptiblemente la yema de mis dedos con sus suaves glúteos o entre ellos. Amaba hacer eso, y ella no se daba cuenta de lo que hacía con mis dedos cada vez que pasaba a mi costado. Un poco más adelante, avancé un grado más y rocé con mi mano entera su glúteo derecho. Como no reaccionó, entonces me enorgullecí de haber logrado algo que nadie más pudo hacer. ¡Le toqué la nalga a la profesora! Siguiendo un ritual propio, no me lavé esa mano hasta que me fui al baño a masturbarme pensando en lo que había hecho.
Esa era solamente una de las estrategias que realizaba, puesto que también me urgía la necesidad de saber qué clase de ropa interior ella estaría usando. En los primeros meses de colegio, como había mencionado, todo iba normal: yo solo la observaba y no había nada fuera de común. Ella usaría la vestimenta reglamentada por las normas del colegio. Si bien la falda por norma no era muy corta, ella podía usar algunas un poco más cortas que el promedio; pero eso se dio tiempo más adelante. Durante los primeros momentos, no podía ser nada más que sus piernas siendo cubiertas por la falda casi larga. Aún así, me extasiaba ver la suavidad de esas largas piernas. Realmente no estoy seguro si es que ella hubiera logrado pillarme viéndola a menudo, pero luego de un tiempo, cuando ella logró entablar una mejor confianza con el grupo, comenzó a soltarse más. Y con ello también me refiero a la ropa. De esas faldas que llegaban a la rodilla hasta faldas más cortas, varios centímetros más arriba de esta misma. Aquella combinación de falditas y pantimedias evidentemente captaron la atención del grupo. Mis compañeros comenzaron, poco a poco, a preguntarle más sobre su vida privada, como si tenía pareja o no. Tristemente no estaba soltera, ya tenía una relación, pero de pocos meses, no llegaban siquiera al año. Entonces de vez en cuando comenzaban a hablar de temas sentimentales.
Varias veces pasamos, o bueno, mis compañeros pasaron conversando sobre diversos temas que la rodeaban. Éramos puros hombres, así que nos manteníamos curiosos sobre muchas cosas. Antonella parecía tener gracia con esas conversaciones recurrentes, quizá por el hecho de que se sienta atendida con curiosidad. Recurrentemente, ella pediría cambiar el lenguaje hablado por el inglés. Entonces así comenzaron los demás a preguntarle cosas a ella en inglés.
Durante ciertos momentos retomábamos la lección, pero la insistencia de algunos era clara. Algunas veces también ella se sentaría frente a nosotros para saber más sobre ellos, quienes conversaban más con ella. Antonella con mucha gracia respondía y preguntaba; amaba su sonrisa y su voz. Aún con esa oportunidad de poder acercarme a ella, nunca tuve el coraje de preguntarle directamente algo. Siempre sentí ese nerviosismo y ese nudo que crecía en mi pecho cada vez que pretendía decirle algo. De esa forma, no tuve más opción de admirarla, mientras que veía esos pies y piernas que tanto me tenían prisionero. Mientras más tiempo pasaba, las preguntas de mis compañeros se tornaban más... calientes. Al inicio Antonella hacía de no escucharles, luego negaba con gracia esas intervenciones, pero conforme pasaba el tiempo, ella empezaría a responder. Como el día en que nos contó cómo inició su relación y qué veía en los hombres. Entonces ella comenzaría a dejar un rol para entrar en otro. Ciertos pequeños momentos ella dejaría de ser una profesora para ser una mujer que vive y tiene deseos. Fuimos el único grupo del colegio al cual ella logró mostrarse de forma humana, alejándose del rol de profesional por instantes para enseñarnos cosas de la "vida".
Gracias a esas intervenciones logramos darnos momentos en el que dejábamos la clase de lado para seguir nuestras conversaciones; algunos compañeros le contarían sus experiencias y ella escucharía así como aconsejaría. También ella nos contaría anécdotas personales donde todos nosotros podamos dar nuestros puntos de vista y decirle qué cosas hubiéramos hecho o no hecho, o cuáles cosas nos hubieran gustado hacer. Ella logró entrar en un grado mayor de confianza, en el cual podía hablar abiertamente sin temor. Todos menos yo, quien aún seguía con ese nudo en mi estómago, y solo me limitaba a observarla desde lo lejos.
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Confesiones
"Profesora, así sin roche. ¿Le gusta el sexo?"
Esa fue la primera pregunta de índole sexual en el curso, y si bien ya nos acercábamos al tema, hasta ese entonces nadie se atrevía a tirar la piedra. Evidentemente no la hice yo, sino un compañero quien se juraba el más avezado y con mayor experiencia con las mujeres, claro que con mujeres me refiero a alumnas de nuestra edad. Era uno de los más atractivos para las chicas del colegio, por eso su confianza le hizo el perfecto candidato a lanzar tremenda pregunta. De seguro, pensé yo, que él tanto como todos, quería con ella y que pensaba que iba a tener éxito. Luego de soltada la pregunta, todos callamos al unísono en espera de una respuesta.
Y se dio. Luego de unos segundos de espera infinita, Antonella abrió la boca con una mueca de indignación con gracia, puesto que se sorprendió mientras daba un atisbo de sonrisa. Y para no responder directamente a esa interrogación, redireccionó la misma haciendo otra pregunta. "Que yo sepa, al 99.9% de las personas les gustan las relaciones sexuales. ¿Acaso aún no has experimentado?" Todos nosotros nos sorprendimos e hicimos exactamente la misma mueca que ella. Luego se dió el diálogo. Él le respondió que sí ya había tenido relaciones, pero que había comenzado con el sexo oral antes de hacerlo propiamente dicho. Antonella no supo cómo responder a eso, puesto que ya había pasado la línea de su rol como profesora y las palabras ya eran mayores: sexo oral y sexo vaginal (como se sugería). Noté que su expresión corporal sugería defensa, se tensó un durante un instante antes de saber cómo reaccionar ante tal afirmación. Entonces dejé de verle las piernas para ver la expresión de su rostro. Yo pensé que se iba a enojar y denunciarnos con dirección, puesto que evidentemente estaba helada. Pero todo fue al revés, en vez de indignarse, esperó un momento hasta lograr el equilibrio y siguió con el curioso diálogo.
"¿Y te gustó?" Preguntó ella. Luego mi compañero respondió afirmativamente, lleno de confianza y seguridad. Entonces comenzó a contarnos a toda la clase cómo había sido y qué había sentido. No dio una descripción breve, sino que fue exquisito en su relato, contando cada detalle. La joven profesora miraba sorprendida mientras reía dentro de sí y noté además que se tocaba el cabello constantemente mientras lo atendía. Sentí muchos celos cada vez que ella se fijaba en él mientras relataba sus historias. Quién hubiera pensado que a tan corta edad ya había tenido tales experiencias. Era el único que había tenido relaciones sexuales de los demás compañeros, por eso se le hacía fácil seguir la conversación.
Estaba sumamente interesada en las descripciones de mi compañero, puesto que lo atendía directamente mientras jugaba con un mechón de su cabello. El don natural para contar historias hizo que todos nosotros nos sumerjamos en su historia. Ella también le preguntaba, pero la conversación la dirigía él. Yo y mi envidia creciente estábamos allí, en un rincón extremo, mientras las observaba directamente. Miraba cómo sus piernas se movían constantemente, como tratando de encontrar una posición más cómoda. Y mientras el otro relataba cómo le hacía sexo oral a su enamorada, miré cómo Antonella trataba de encontrar aún la posición más cómoda para ella. Era evidente que estaba buscando un equilibrio, el cual no encontraba por la... ¿creciente excitación?
Aunque ella no contó ninguna de sus experiencias sexuales, sí logró mostrarse sumamente curiosa por las historias del chico, quien no paraba de hablar. Pareciendo entrar en más comodidad, ella logró encontrar una posición interesante, ya que al momento de seguir atendiendo al muchacho, irguió su espalda, se inclinó hacia delante y separó ligeramente las piernas. Sí, estando ella en falda. Entonces las miradas de los más observadores, como yo, se separaron tanto del compañero contador de historias y del bello rostro de Antonella para bajar allí donde estaban sus rodillas, separadas. Y noté que de entre esas piernas cubiertas por una tela de pantys negras, estas acababan casi por la mitad del muslo, y si me fijaba más al centro y adentro, notaría una bellísima tela blanca que cubría su interior. Ella había descuidado su posición para darnos una vista libre a su prenda íntima. Yo como otros, notamos eso y mirábamos allí abajo, mientras ella seguía oyendo al muchacho, quien también no tardaba tanto en darse cuenta de aquel descuido. Y estuvo así Antonella quien nos dejó ver, hasta ese momento de forma casual, un pequeño trozo de su calzoncito blanco.
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