Colegas,
comparto un texto con el cual me he cagado de risa...
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Mi Bandera Secreta (Tomas Unger)
Cuando me preguntan qué haría si fuera millonario, siempre contesto “viajar sin maleta”. Somerset Maugham tenía un mayordomo que se encargaba del equipaje, y Don Hugo Faría–un ex-ministro brasileño con quien trabajé en el BID–tenía en un hotel de cada país que debía visitar lo necesario para no tener que cargar maletas. Debe ser lindo salir del avión directamente, sin tener que esperar la maleta y pescarla de la faja para luego arrastrarla por interminables aeropuertos.
Pero ese no es mi caso. Estoy condenado a esperar a mi fiel “Samsonite” de dos ruedas y, luego de identificarla (parece que uno de cada tres pasajeros tiene una igual), sacarla de la faja y llevarla sana y salva a su destino. Para aliviar el trabajo de reconocerla –y evitarme leer etiquetas en maletas ajenas– me compré una correa de colores. Además de evitar que la maleta se abra si falla el cierre, se ve desde lejos y permite ponerse con tiempo en un sitio donde se pueda agarrar la manija y sacarla sin troncharse la espalda.
La correa que compré tiene los colores del arcoíris –alguien me dijo que es la bandera del Tahuantinsuyo– (de rojo a violeta) y un excelente cierre. De fibra sintética, de unos 5 cm. de ancho y con una corredera que permite ajustarla, cumple su propósito a la perfección. Pero, desde que la puse en mi maleta, ha tenido un efecto adicional. En más de una ocasión algún pasajero o empleado del aeropuerto se ha ofrecido espontáneamente a ayudarme. Dos veces, jóvenes se han acercado al verme identificar la maleta y la han sacado de la faja.
En otras ocasiones los del mostrador me han atendido con excepcional cortesía. En mi último paso por el aeropuerto de Toronto, un caballero muy fino a cargo del equipaje en transferencia salió de detrás del mostrador y cargó mi maleta con la bandera del Tahuantinsuyo a la faja ¡Extraordinario! Pronto me enteraría del por qué de los poderes, aparentemente inexplicables, de mi bandera.
Al llegar a Ottawa, donde me esperaba mi hijo, mi maleta no salió. Preocupado, fui a preguntar y resultó que todo el tiempo había estado parada a la salida. ¡Mi amigo del mostrador la había puesto en un vuelo anterior para que no tuviera que esperar! “¡Es que tiene la bandera ‘gay’!” “No hijo, ese es el sticker que ponen en el hotel con el número de cuarto……” “No papi, la correa.” “A mí me dijeron que esa es la bandera del Tahuantinsuyo. . .”
Conteniendo la risa, mi hijo me informó: “No sé si el Tahuantinsuyo tuvo bandera, o si se la inventaron durante el gobierno de Velasco, pero aquí el arcoíris es la bandera gay….¿Sabes que es gay?” “Si, son los homosexuales”. Me pareció ridículo; en el Perú he visto el arcoíris en avisos, en stickers de autos, hasta en correas y pulseras. “No seas ridículo”. Pero me quedé con la duda. Es cierto que los jóvenes que se ofrecieron para ayudarme con la maleta eran muy finos y llevaban arete. Además el guiño que me hizo el del mostrador de la línea aérea era el de alguien que comparte un secreto. Pero así y todo no me convencí. Después de todo he visto varias maletas con una correa igual.
“¿Y?” dijo mi hijo….”¿Crees que eres el único?” En el parqueo me mostró un auto que, junto a la bandera azul con estrellitas de la Unión Europea, tenía una discreta banderita con el arcoíris. “Este debe ser gay.” Para terminar de convencerme, me llevó a una calle donde habían varios bares, con sólo hombres, muy acicalados y mejor vestidos que los de otros barrios. “Es la zona gay…mira las banderas.” La correa de mi maleta, en proporciones de bandera, ondulaba por todos lados. Un poco más allá había una tienda de decoración con mi bandera flameando en el balcón.
Camino al hotel, se impuso un pesado silencio. Mientras mi hijo manejaba, yo traté de recordar quienes –y donde– habían visto mi maleta. Los porteros de los hoteles…me parece que excesivamente amables…y las sonrisas…y la chica de la recepción, que me preguntó sorprendida si esa era mi maleta; y yo creí que era porque está vieja! Y los choferes de taxi, esos deben saber….Sospecho que mi hijo estaba pensando algo parecido: “Pobre mi viejo, deben haber pensado que pierde aire…”
El clima en Canadá estaba lindo. Un sol brillante, los árboles con los colores de otoño, las ardillas correteando por las calles….” ¿Por qué no vamos a pasear un rato por la ciudad? Han abierto en el Museo de Arte una exhibición de fotos científicas que deberías ver….” “Primero vamos a un centro comercial, quiero comprar algo”. En la tienda de maletas tenían correas como la mía, pero además de la gay, las había negras, azules y verdes. Compré la verde; preferible viejo verde que viejo gay. Espero que no resulte ser la bandera de los fundamentalistas islámicos. Habrá que preguntarle al Mossad.
comparto un texto con el cual me he cagado de risa...
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Mi Bandera Secreta (Tomas Unger)

Cuando me preguntan qué haría si fuera millonario, siempre contesto “viajar sin maleta”. Somerset Maugham tenía un mayordomo que se encargaba del equipaje, y Don Hugo Faría–un ex-ministro brasileño con quien trabajé en el BID–tenía en un hotel de cada país que debía visitar lo necesario para no tener que cargar maletas. Debe ser lindo salir del avión directamente, sin tener que esperar la maleta y pescarla de la faja para luego arrastrarla por interminables aeropuertos.
Pero ese no es mi caso. Estoy condenado a esperar a mi fiel “Samsonite” de dos ruedas y, luego de identificarla (parece que uno de cada tres pasajeros tiene una igual), sacarla de la faja y llevarla sana y salva a su destino. Para aliviar el trabajo de reconocerla –y evitarme leer etiquetas en maletas ajenas– me compré una correa de colores. Además de evitar que la maleta se abra si falla el cierre, se ve desde lejos y permite ponerse con tiempo en un sitio donde se pueda agarrar la manija y sacarla sin troncharse la espalda.
La correa que compré tiene los colores del arcoíris –alguien me dijo que es la bandera del Tahuantinsuyo– (de rojo a violeta) y un excelente cierre. De fibra sintética, de unos 5 cm. de ancho y con una corredera que permite ajustarla, cumple su propósito a la perfección. Pero, desde que la puse en mi maleta, ha tenido un efecto adicional. En más de una ocasión algún pasajero o empleado del aeropuerto se ha ofrecido espontáneamente a ayudarme. Dos veces, jóvenes se han acercado al verme identificar la maleta y la han sacado de la faja.
En otras ocasiones los del mostrador me han atendido con excepcional cortesía. En mi último paso por el aeropuerto de Toronto, un caballero muy fino a cargo del equipaje en transferencia salió de detrás del mostrador y cargó mi maleta con la bandera del Tahuantinsuyo a la faja ¡Extraordinario! Pronto me enteraría del por qué de los poderes, aparentemente inexplicables, de mi bandera.
Al llegar a Ottawa, donde me esperaba mi hijo, mi maleta no salió. Preocupado, fui a preguntar y resultó que todo el tiempo había estado parada a la salida. ¡Mi amigo del mostrador la había puesto en un vuelo anterior para que no tuviera que esperar! “¡Es que tiene la bandera ‘gay’!” “No hijo, ese es el sticker que ponen en el hotel con el número de cuarto……” “No papi, la correa.” “A mí me dijeron que esa es la bandera del Tahuantinsuyo. . .”
Conteniendo la risa, mi hijo me informó: “No sé si el Tahuantinsuyo tuvo bandera, o si se la inventaron durante el gobierno de Velasco, pero aquí el arcoíris es la bandera gay….¿Sabes que es gay?” “Si, son los homosexuales”. Me pareció ridículo; en el Perú he visto el arcoíris en avisos, en stickers de autos, hasta en correas y pulseras. “No seas ridículo”. Pero me quedé con la duda. Es cierto que los jóvenes que se ofrecieron para ayudarme con la maleta eran muy finos y llevaban arete. Además el guiño que me hizo el del mostrador de la línea aérea era el de alguien que comparte un secreto. Pero así y todo no me convencí. Después de todo he visto varias maletas con una correa igual.
“¿Y?” dijo mi hijo….”¿Crees que eres el único?” En el parqueo me mostró un auto que, junto a la bandera azul con estrellitas de la Unión Europea, tenía una discreta banderita con el arcoíris. “Este debe ser gay.” Para terminar de convencerme, me llevó a una calle donde habían varios bares, con sólo hombres, muy acicalados y mejor vestidos que los de otros barrios. “Es la zona gay…mira las banderas.” La correa de mi maleta, en proporciones de bandera, ondulaba por todos lados. Un poco más allá había una tienda de decoración con mi bandera flameando en el balcón.
Camino al hotel, se impuso un pesado silencio. Mientras mi hijo manejaba, yo traté de recordar quienes –y donde– habían visto mi maleta. Los porteros de los hoteles…me parece que excesivamente amables…y las sonrisas…y la chica de la recepción, que me preguntó sorprendida si esa era mi maleta; y yo creí que era porque está vieja! Y los choferes de taxi, esos deben saber….Sospecho que mi hijo estaba pensando algo parecido: “Pobre mi viejo, deben haber pensado que pierde aire…”
El clima en Canadá estaba lindo. Un sol brillante, los árboles con los colores de otoño, las ardillas correteando por las calles….” ¿Por qué no vamos a pasear un rato por la ciudad? Han abierto en el Museo de Arte una exhibición de fotos científicas que deberías ver….” “Primero vamos a un centro comercial, quiero comprar algo”. En la tienda de maletas tenían correas como la mía, pero además de la gay, las había negras, azules y verdes. Compré la verde; preferible viejo verde que viejo gay. Espero que no resulte ser la bandera de los fundamentalistas islámicos. Habrá que preguntarle al Mossad.