Lazzaretto Vecchio fue un lugar infernal. Los muertos por la peste obligaban a los sepultureros a reabrir las fosas periódicamente para arrojar los nuevos cadáveres. Hoy, los esqueletos aparecen apiñados y mezclados en todas las posiciones a lo largo de una zanja de poco más de dos metros y medio de anchura, en medio de una tierra oscura. Borrini piensa que la baja formación de los sepultureros reforzó su creencia en el vampirismo. Al reabrir la fosa exponían los cuerpos, que no se descomponían al mismo ritmo. Era como una clase de anatomía de la muerte mal comprendida. Los diferentes grados de putrefacción arrojaban singulares diferencias entre los cadáveres. En el caso de la mujer, quizá alguien la contemplara tan sólo unos días después de su muerte mientras arrojaba otras víctimas; se persignó, haciendo la señal de la cruz y temblando por la maldición del vampiro. Tras la muerte, las bacterias que tenemos en el estómago y los intestinos quedan fuera de control y descomponen las vísceras, formando gases burbujeantes y líquidos que hinchan de forma notable el vientre del cadáver. El fluido resultante tiene color negruzco y puede migrar libremente hasta la boca y las fosas nasales. Como resultado, es probable que la mujer rezumase ese fluido negro. Alguien pensó que había escapado para morder a sus semejantes, volviendo de la muerte. El mismo líquido puede corroer el lino formando agujeros, dando la impresión de que el vampiro se había revuelto tratando de salir de su prisión de tela a dentelladas.
¿Pero de qué tipo de vampiro estamos hablando? La palabra evoca instantáneamente al ser elegante, pálido, de clase alta -rumano para más señas, si se quiere- y con una capa negra de forro encarnado, labios finos que ocultan unos caninos considerables y capacidad para convertirse en murciélago, en araña y en lobo. Ninguna de estas características ha dejado pista alguna en el esqueleto de la mujer veneciana. En realidad, el vampiro que ha sido tallado por la historia y la leyenda no tiene nada que ver con el cinematográfico o el literario. ¿Drácula? Vlad Dracul o Vlad Tepes fue un príncipe rumano que tenía fama de empalar a sus enemigos, pero fue el escritor Bram Stoker quien lo usó como prototipo para crear al famoso conde. Y aquí comenzó un fenómeno formidable, imparable, de contaminación mental. El entretenimiento traído por la novela de Stoker mezcló los hechos históricos y se convirtió enseudohistoria. Quizá una parte del público admita que Vlad Tepes no fue un vampiro, sino un personaje diabólico y cruel. Pero en una guerra, ¿quién no lo es con los enemigos? Tepes, príncipe de Valaquia, mantuvo una heroica resistencia contra los turcos y la sombra del imperio otomano cerniéndose sobre el país. ¿Cómo reacciona un rumano cuando un icono nacional es proyectado al mundo exterior como un monstruo? "Los rumanos de más edad se enojan bastante", explica el profesor Daniel Collins, un experto lingüista de lenguas eslavas de la Universidad estatal de Ohio (EE?UU), a El País Semanal. "Para comprenderlo, basta con calcular qué edad tenían bajo el régimen de Ceaucescu. Vlad era un héroe nacional y así lo aprendieron en la escuela". El enojo de los rumanos más viejos puede ser grande, pero la cosa cambia con las generaciones más jóvenes, con una mentalidad mercantil, orientada al negocio, opina Collins. "En cuanto se dieron cuenta de que los turistas con dinero acudían al país atraídos por Drácula, se apuntaron a la idea y la reforzaron".
Paul Barber es un investigador del folclor de los vampiros que ha trabajado asociado al Museo Fowler de Historia Cultural de la Universidad de California. También es autor de una obra que se ha convertido en un clásico, Vampires, burial and death, folklore and reality (Yale University Press, no traducido al español), un estudio minucioso sobre el fenómeno del vampirismo a la luz de la antropología forense, el ritual y significado de los enterramientos. La industria del entretenimiento ejerce una influencia tan extraordinaria que resulta fácil identificar su huella. No hay más que teclear Drácula en Google: más de 13 millones de entradas, páginas web de vampirólogos y fanáticos, murciélagos con fondos oscuros y sanguinolentos y demás parafernalias de la muerte. Las organizaciones sobre el fenómeno Drácula también abundan. Las hay a decenas: la Sociedad de Bram Stoker en Dublín, la Sociedad del Conde Drácula en Los Ángeles o la Sociedad Occidental de Lucy y los No Muertos en Tennessee... Estos grupos, que reclaman conexiones históricas con el vampirismo, están contaminados por una mitología puramente inventada, indica Barber. "La mayoría de la gente ignora que a través de la historia europea se han producido informes extensos y detallados sobre cadáveres que han sido desenterrados de sus tumbas, declarados vampiros, y asesinados", escribe Barber en la revista Skeptical Enquirer.
El vampiro folclórico es muy distinto del que tenemos en mente. Para empezar, hablamos de campesinos, no de gente de la nobleza. No hay descripciones de que estos vampiros tengan largos colmillos afilados, ni capa, ni que se transformen en animales, ni que vivan en castillos. El vampiro, de golpe, pierde todo su glamour, heredado de una rica tradición de la literatura victoriana que trasladó personajes ambiciosos, con talento y bien educados, a los argumentos fantásticos. Es pobre, no tiene ni un duro. No viste de etiqueta. Los campesinos del siglo XVIII no tenían muchos vestidos que ponerse. "Los colores predominantes eran el blanco y el rojo, no el negro", explica Collins. Y no solamente se alimentan a mordiscos. En la tradición eslava, el vampiro no solamente consume sangre, sino cualquier cosa que uno necesita para vivir. "En los Balcanes, los vampiros arruinan los silos de grano".
En una mirada retrospectiva al pasado, huyendo del terremoto Bram Stoker, folcloristas como el británico Dudley Wright, autor de un clásico sobre el tema escrito en 1914, sostiene que el vampirismo ya ocupaba un espacio en las creencias de los babilonios sobre el más allá. Las referencias más tempranas se remontan a signos escritos en tablas de arcilla de Caldea y Asiria. Los romanos admitieron la creencia de que algunos cuerpos enterrados podrían volver a la vida mediante hechizos, y para prevenir tales resurrecciones quemaban los cuerpos; las leyendas griegas, escribe Wright, están plagadas de maravillosas historias de muertos que se levantan de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los jóvenes y hermosos. Y en la Europa del siglo XVIII, el folclor vampírico se extendió por Austria, Hungría, Polonia, las islas Británicas, y, por supuesto, el principado rumano de Valaquia.
Este vampiro folclórico es mucho más desconocido, pero no por ello menos fascinante. Su aspecto físico dista mucho de los vampiros de las películas, como la reciente Crepúsculo, o de los filmes de terror de la serie Underworld. Los vampiros no son hermosos; eso depende de si lo fueron en vida. Y desde luego, no reflejan palidez en la piel. "El vampiro tiene la cara roja. Hay una expresión popular en Serbia y en el norte de Polonia que dice 'colorado como un vampiro', dirigida a las personas que se sonrojan con facilidad". "Si lees cuidadosamente los relatos sobre el desenterramiento de los vampiros", explica Collins, "de los cuerpos que no se habían descompuesto, se les describe como de color rojizo". En realidad, el fenómeno tiene una explicación fisiológica. Cuando un cuerpo se pudre, la epidermis comienza a desprenderse, dejando la capa subyacente, la dermis, expuesta al exterior. Una persona puede pensar que la piel del cadáver se está regenerando. Pero también es cierto que, dependiendo de la posición del cuerpo, los tejidos pueden saturarse de sangre. Si el cuerpo está postrado boca abajo, el rostro puede enrojecerse, dando la apariencia de una cara oscura. Es el livor mortis, o la lividez. Otro efecto explicado en las observaciones es el crecimiento del pelo y de las uñas, pero lo cierto es que se trata de una impresión visual: al retraerse la piel, las uñas y la barba parecen más largas. Una de las curiosas descripciones que sugieren que uno de estos cadáveres, al ser atravesado por una estaca de madera, grita como si en verdad estuviera vivo, encaja con un hecho fisiológico sorprendente, aunque poco conocido: debido a la acumulación de gases en el abdomen, la perforación con una estaca puede forzar el aire a pasar entre la glotis y las cuerdas vocales, produciendo un sonido singular. Incluso la cuestión del vampiro transformándose en murciélago tiene una raíz científica. El gran naturalista Carlos Linneo bautizó a un murciélago gigante de América central de hasta 13,5 centímetros de envergadura como Vampyrum spectrum. Linneo pensó erróneamente que chupaba la sangre (de las mil especies clasificadas, sólo tres lo hacen realmente), seguramente influido por el folclor popular.