MELCOLOCO
Cabo
Y este pata quien es al parecer este personaje un ex fufbolista cuenta sus historias en un diario conocido.
expedientes secretos V
Vitito Reyes cuenta cómo vivió una atracción fatal que le puso los nervios de punta.
El día que estrenaron Atracción fatal estuve con mi canchita y gaseosón en mezzanine del cine Porteño, en el Callao. Fue en 1988 y nunca imaginé que, once años después, iba a vivir una historia parecida.
¿Quién no ha tenido un amor enfermizo?... ¿Acaso no hubo una loca en tu historial?... A mí me pasó y tuve los nervios de punta. En esa ocasión, me sentí un Michael Douglas negro perseguido por una Glenn Close más arrebatada que la de Hollywood.
Un domingo divertí a la tribuna. Hice correr a mis delanteros con mis pases en callejón. Yo era un 6 con quite y cabeza levantada. Horas después, me hicieron correr a mí. Me metí a mi Mazda rojo y fui a una pollada en Breña con veinte mangos encima y el tanque de gasolina hasta la mitad. Me ubiqué estratégicamente en un córner para ver qué pescadito podía llevarme.
Mis ojitos brillaron cuando vi a una chata, blancona y piernona que movía las caderas como ahora lo hace Shakira. Tiré maicito y cayó en la trampa. Como ya no tenía para las chelas, la saqué del tono y la subí a mi nave, donde siempre había una botella de ron-cola.
Nos sazonamos más. Me dijo para hacer cositas ricas. No me hice de rogar y embalé al telo Kariokas, en Lince, cerquita al Hospital del Empleado. Justo cuando entrábamos a la cochera se apareció la oficial de esa época, que vivía conmigo en Surco. Empezó a gritar y armó tremendo chongazo.
Algún largador me centró. Me puse blanco y hui mismo El Fugitivo Richard Kimble. Mi firme chapó un Tico y me siguió. Al estilo de Rápidos y furiosos iba por La Victoria. Miré por el retrovisor y no me perdían de vista. Arranqué por la avenida Grau, luego la Vía Expresa y puse turbo. Pensé que la había librado. Subí por el puente Angamos y me estacioné en un grifo. Quería tomar aire.
Bajé la luna y el Tico estaba a mi costado. Descendió mi geba y me gritó: ¡Baja a esa perra del auto! La chata le tiró el vaso de ron en la cara. Aproveché la confusión y saqué la cola por República de Panamá. No me detuve hasta llegar a la puerta de una comisaría. Me alcanzaron. Tuve a mis dos carnes frente a frente. Ellas se agarraban de las mechas, no pude separarlas y los tombos tuvieron que hacerlo.
Salió un capitán y gritó: ¡Qué pasa aquí! Vengo a sentar una denuncia. Estas dos señoritas me acosan sexualmente, le respondí. El oficial me miró y se mató de risa: Oye, zambo, ¿acaso tú no te has visto en el espejo ? Su broma me desagradó y lo parché: Señor, conozco mis derechos. Usted, dedíquese a tomar mi manifestación.
Las muchachas se sentaron lejos una de la otra. Me acerqué donde un efectivo y le pedí que me deje ir con mi conviviente. El guardia me advirtió: Eso te va a costar, no te va a salir gratis. Le aclaré que no tenía fichas y le prometí que regresaría al día siguiente para chorrearle una propina. Le dejé mi carné de jugador de Municipal como garantía.
Tomé de la mano a la oficial y salimos de la dependencia. Ella le sacó cachita a la canalla: ¡Ya ves, se va conmigo porque es mi marido! La otra se quedó muda. Llegamos a la casa y saqué de la refri seis cervecitas para reconciliarnos. Ella lloraba. Yo le pedí perdón y juré que solo había sido un desliz.
Cuando estuvo picada se acordó. Quiso agarrar un cuchillo de la cocina y me lo quiso clavar. Logré calmarla y se quedó dormida. Pasaron varios meses para sacármela de mi vida. Allí aprendí que después de una travesura, no puedes dormir de espaldas con la mujer.
Las dos fueron parte de mi currículum amoroso. Una vive en el extranjero, la otra ya tiene su familia. Pobres maridos. Quedé traumado y ya no veo películas de acoso. Moraleja: No juegues con una loca, porque varios no pudieron contar su historia como yo.
expedientes secretos V
Vitito Reyes cuenta cómo vivió una atracción fatal que le puso los nervios de punta.
El día que estrenaron Atracción fatal estuve con mi canchita y gaseosón en mezzanine del cine Porteño, en el Callao. Fue en 1988 y nunca imaginé que, once años después, iba a vivir una historia parecida.
¿Quién no ha tenido un amor enfermizo?... ¿Acaso no hubo una loca en tu historial?... A mí me pasó y tuve los nervios de punta. En esa ocasión, me sentí un Michael Douglas negro perseguido por una Glenn Close más arrebatada que la de Hollywood.
Un domingo divertí a la tribuna. Hice correr a mis delanteros con mis pases en callejón. Yo era un 6 con quite y cabeza levantada. Horas después, me hicieron correr a mí. Me metí a mi Mazda rojo y fui a una pollada en Breña con veinte mangos encima y el tanque de gasolina hasta la mitad. Me ubiqué estratégicamente en un córner para ver qué pescadito podía llevarme.
Mis ojitos brillaron cuando vi a una chata, blancona y piernona que movía las caderas como ahora lo hace Shakira. Tiré maicito y cayó en la trampa. Como ya no tenía para las chelas, la saqué del tono y la subí a mi nave, donde siempre había una botella de ron-cola.
Nos sazonamos más. Me dijo para hacer cositas ricas. No me hice de rogar y embalé al telo Kariokas, en Lince, cerquita al Hospital del Empleado. Justo cuando entrábamos a la cochera se apareció la oficial de esa época, que vivía conmigo en Surco. Empezó a gritar y armó tremendo chongazo.
Algún largador me centró. Me puse blanco y hui mismo El Fugitivo Richard Kimble. Mi firme chapó un Tico y me siguió. Al estilo de Rápidos y furiosos iba por La Victoria. Miré por el retrovisor y no me perdían de vista. Arranqué por la avenida Grau, luego la Vía Expresa y puse turbo. Pensé que la había librado. Subí por el puente Angamos y me estacioné en un grifo. Quería tomar aire.
Bajé la luna y el Tico estaba a mi costado. Descendió mi geba y me gritó: ¡Baja a esa perra del auto! La chata le tiró el vaso de ron en la cara. Aproveché la confusión y saqué la cola por República de Panamá. No me detuve hasta llegar a la puerta de una comisaría. Me alcanzaron. Tuve a mis dos carnes frente a frente. Ellas se agarraban de las mechas, no pude separarlas y los tombos tuvieron que hacerlo.
Salió un capitán y gritó: ¡Qué pasa aquí! Vengo a sentar una denuncia. Estas dos señoritas me acosan sexualmente, le respondí. El oficial me miró y se mató de risa: Oye, zambo, ¿acaso tú no te has visto en el espejo ? Su broma me desagradó y lo parché: Señor, conozco mis derechos. Usted, dedíquese a tomar mi manifestación.
Las muchachas se sentaron lejos una de la otra. Me acerqué donde un efectivo y le pedí que me deje ir con mi conviviente. El guardia me advirtió: Eso te va a costar, no te va a salir gratis. Le aclaré que no tenía fichas y le prometí que regresaría al día siguiente para chorrearle una propina. Le dejé mi carné de jugador de Municipal como garantía.
Tomé de la mano a la oficial y salimos de la dependencia. Ella le sacó cachita a la canalla: ¡Ya ves, se va conmigo porque es mi marido! La otra se quedó muda. Llegamos a la casa y saqué de la refri seis cervecitas para reconciliarnos. Ella lloraba. Yo le pedí perdón y juré que solo había sido un desliz.
Cuando estuvo picada se acordó. Quiso agarrar un cuchillo de la cocina y me lo quiso clavar. Logré calmarla y se quedó dormida. Pasaron varios meses para sacármela de mi vida. Allí aprendí que después de una travesura, no puedes dormir de espaldas con la mujer.
Las dos fueron parte de mi currículum amoroso. Una vive en el extranjero, la otra ya tiene su familia. Pobres maridos. Quedé traumado y ya no veo películas de acoso. Moraleja: No juegues con una loca, porque varios no pudieron contar su historia como yo.