El Apócrifo
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Muchos peruanos se llenan de orgullo hoy al haberse reconocido mundialmente el valor de la Danza de Tijeras como Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco.
Lo que no muchos mencionan -y sospechosamente algunos historiadores callan- es que el origen de esta danza es un homenaje a los bravos que se enfrentaban a los zombies incaicos que trataron de conquistar el sur del continente.
En efecto, los chankas, pueblo originario de Apurimac, nunca pudieron ser conquistados por las huestes incas de muertos vivientes debido al arrojo y valentía de sus guerreros. Uno de ellos, el legendario Ancowayki, era particularmente hábil con los cuchillos para acabar con los zombies. Su técnica particular consistía en atraer a los monstruos chasqueando el metal de la hoja de los cuchillos y, cuando estaban cerca, fulminarlos con un ataque doble a los ojos.
Cuenta una antigua y popular historia de Huancavelica que el aguerrido Ancowayki, agotado por una batalla contra zombies enviados por Pachacutec, la momia al mando de los Incas, se encontró sin más armas que un cuchillo y una lanza contra un puñado de sus propios compañeros zombificados. Pudo asestarle un golpe a uno y de un mazazo en la cabeza se deshizo de otro pero estas maniobras lo dejaron acorralado contra un muro de roca frente al avance del último zombie.
Ancowayki sabía que no tenía espacio suficiente para arrojar la lanza así que en un intento desesperado, partió la lanza de un golpe seco y se armó sólo con la punta en una mano y su cuchillo en la otra. Con un grito de guerra hundió ambas hojas repetidamente en los ojos vacios del último enemigo que, enceguecido cayó a sus pies con un alarido gutural.
Por generaciones, esta técnica se enseñó de padres a hijos en el pueblo chanka, quienes así pudieron mantener a raya a los incas hasta que ellos desistieron de atacarlos, ocupados como estaban conquistando la costa norte. Con el tiempo, esta técnica de batalla se abandonó habiendo pasado el peligro inmediato del ataque de zombies, pero los chankas nunca olvidaron al valiente Ancowayki y adaptaron sus hazañas a una danza alegórica.
No es casual que los danzantes de la actualidad tengan que pasar por el Atipanacuy, serie de tortuosas pruebas de condición física y valentía para poder demostrar que son dignos herederos de estos guerreros ancestrales: el espíritu bélico de la danza los obliga a reclutar únicamente a combatientes aptos para enfrentar la amenaza de los cuerpos reanimados en las peores y más desventajosas condiciones, aún cuando la mayoría de los danzantes de hoy ignoren el terrible origen de esa competencia y de lo que son capaces unas afiladas y bien dirigidas tijeras para defenderse de esos engendros.
Tampoco es coincidencia la costumbre que se conserva hasta ahora respecto a los cadáveres de los danzantes fallecidos: cuando un danzante de tijeras fallece, se le entierra boca abajo. No hace falta hacer ningún ejercicio de imaginación para comprender que la razón es evitar que algún guerrero infectado por la enfermedad del zombismo regrese a satisfacer su hambre por la carne de los vivos.
El Atipanacuy sirve un doble propósito: probar la resistencia de los guerreros y asegurarse de que no hayan sido mordidos por zombies.
Lo que no muchos mencionan -y sospechosamente algunos historiadores callan- es que el origen de esta danza es un homenaje a los bravos que se enfrentaban a los zombies incaicos que trataron de conquistar el sur del continente.
En efecto, los chankas, pueblo originario de Apurimac, nunca pudieron ser conquistados por las huestes incas de muertos vivientes debido al arrojo y valentía de sus guerreros. Uno de ellos, el legendario Ancowayki, era particularmente hábil con los cuchillos para acabar con los zombies. Su técnica particular consistía en atraer a los monstruos chasqueando el metal de la hoja de los cuchillos y, cuando estaban cerca, fulminarlos con un ataque doble a los ojos.
Cuenta una antigua y popular historia de Huancavelica que el aguerrido Ancowayki, agotado por una batalla contra zombies enviados por Pachacutec, la momia al mando de los Incas, se encontró sin más armas que un cuchillo y una lanza contra un puñado de sus propios compañeros zombificados. Pudo asestarle un golpe a uno y de un mazazo en la cabeza se deshizo de otro pero estas maniobras lo dejaron acorralado contra un muro de roca frente al avance del último zombie.
Ancowayki sabía que no tenía espacio suficiente para arrojar la lanza así que en un intento desesperado, partió la lanza de un golpe seco y se armó sólo con la punta en una mano y su cuchillo en la otra. Con un grito de guerra hundió ambas hojas repetidamente en los ojos vacios del último enemigo que, enceguecido cayó a sus pies con un alarido gutural.
Por generaciones, esta técnica se enseñó de padres a hijos en el pueblo chanka, quienes así pudieron mantener a raya a los incas hasta que ellos desistieron de atacarlos, ocupados como estaban conquistando la costa norte. Con el tiempo, esta técnica de batalla se abandonó habiendo pasado el peligro inmediato del ataque de zombies, pero los chankas nunca olvidaron al valiente Ancowayki y adaptaron sus hazañas a una danza alegórica.
No es casual que los danzantes de la actualidad tengan que pasar por el Atipanacuy, serie de tortuosas pruebas de condición física y valentía para poder demostrar que son dignos herederos de estos guerreros ancestrales: el espíritu bélico de la danza los obliga a reclutar únicamente a combatientes aptos para enfrentar la amenaza de los cuerpos reanimados en las peores y más desventajosas condiciones, aún cuando la mayoría de los danzantes de hoy ignoren el terrible origen de esa competencia y de lo que son capaces unas afiladas y bien dirigidas tijeras para defenderse de esos engendros.
Tampoco es coincidencia la costumbre que se conserva hasta ahora respecto a los cadáveres de los danzantes fallecidos: cuando un danzante de tijeras fallece, se le entierra boca abajo. No hace falta hacer ningún ejercicio de imaginación para comprender que la razón es evitar que algún guerrero infectado por la enfermedad del zombismo regrese a satisfacer su hambre por la carne de los vivos.
