Eran las cinco de la tarde y los organizadores del evento (los dirigentes del Club Real Madrid quienes hacen la típica Yunzada desde 1969), se vieron asustados con la presencia matonezca de un tipo que se identificó como el comandante Antonio Vargas Bolívar. Este señor, bajó de su movilidad y, sin esbozar un mísero saludo, comenzó a patear el arbolito con la clara intensión de tumbarlo. Energúmeno. Sudoroso. Y excitado. Comenzó a esbozar unas excusas muy alucinantes y discriminatorias. Yo, por mi parte, estaba en mi casa, festejando, en familia, el cumpleaños número seis de mi hijo, Cristian (festejo que fue humilde, ya que en marzo los papás sufrimos un asalto a mano armada por parte de los colegios). Cuando, de pronto, los vecinos llaman a mi padre para que los ayude con el tema legal. Y fue así que, de puro sapo, me acerqué de manera respetuosa ante la autoridad y le dije: señor, esta actividad la hacen todos los años: no es una reunión de delincuentes. Es una reunión de amigos y vecinos. Fue entonces, cuando este comandante me dijo algo que me crispó los pocos pelos que tengo: Tú, seguramente, eres provinciano ¿no? Ya cuando me dijo eso, me preparé sonriente para la pachotada que me iba a endilgar. Le respondí que no, pero que toda mi familia sí lo era ¿y qué?, le pregunté, y me dijo: Esta costumbre es serrana, así que, si quieren festejarla, váyanse a la sierra, aquí, en Lima, no. Me nacen tres o cuatro adjetivos, y de forma muy natural para el comandante Antonio Vargas Bolívar. Pero no los diré. Solo diré que sus discriminatorias palabras me llenaron de un profundo e indescriptible asco.
Lo que hice a continuación fue volverle a preguntar su nombre. Le pregunté si estaba seguro de lo que había dicho. Y bueno, le dije de forma clara que eso se llamaba xenofobia, y que esa forma de racismo o discriminación era un delito bajo una pena de cuatro años de cárcel. Le dije, entonces, que los peruanos que, por ejemplo, radican en los Estados Unidos, bajo ese concepto arcaico y denigrante que este señorito esbozó, pues no podrían realizar la procesión del Señor de los Milagros, por ejemplo. Por supuesto no contestó nada coherente y siguió con la matonería. Acto seguido, y reventado de la indignación (un saludo cariñoso a mi abuela y a todos los provincianos que llegaron a Lima llenos de ganas de trabajar para darles a sus hijos un mejor futuro), pues ingresé a mi casa y saqué mi cámara fotográfica para retratar a este acomplejadísimo señor. Me identifiqué como periodista, porque lo soy, y claro, no pudieron hacerme nada. Luego de mostrarle mi carnet y ver cómo se le descompuso la cara, me di cuenta que no contaba con que la persona a quien le estaba vomitando todos sus complejos y bajezas, pues era un comunicador: un periodista.