Supongamos que el Perú tuviera un partido liberal moderno, auténticamente democrático: firme en sus políticas económicas pro-mercado, desconfiado del rol del Estado en la economía y la sociedad, puntilloso en el respeto a las reglas de juego económicas y políticas.
Supongamos que en una elección la candidata de ese partido va por debajo en las encuestas. ¿Qué haría ese hipotético grupo?
Aprovechando su vinculación con una base social de empresarios y grupos económicos importantes compraría propaganda en los medios para presentar digamos- un microprograma con las mejores propuestas de su equipo técnico; haría que su candidata fuese casa por casa a invertir tiempo en discutir con electores concretos; cortaría un par de cabezas para demostrar que la candidata se toma en serio la campaña y no le tiembla la mano para castigar la ineficiencia. En fin, lucharían hasta el final y si aún después de su mejor esfuerzo- perdiesen, reconocerían su derrota democrática y sosegadamente porque al fin y al cabo- los procesos electorales son eso: competencias pacíficas, para dirimir diferencias dentro de un espacio común de respeto a las reglas.
Pero el Perú no tiene ese partido de derecha moderna. Lo que tiene es una confederación suelta de círculos sociales ideológicamente conservadores, tácticamente oportunistas, personalmente haraganes y convencidos de la justeza de sus privilegios. Si van perdiendo nunca es culpa de ellos, sino de otros: los necios del grupo A, el malcriado de la compañía encuestadora, el sobrino loco con programa de televisión. Las fuerzas de la razón les pueden dar los mejores y más razonables consejos, pero es por demás: para ellos, una elección no es una oportunidad de explicar ideas a un amplio sector de ciudadanos, sino un concurso de popularidad. Si la candidata gana es porque está regia; si pierde, es una ofensa personal.
Como resultado, nuestra derecha criolla persiste en darse de cabezazos contra la pared y reitera los métodos que no le sirvieron. El ventilador sigue, incansable, y donde no han prendido las acusaciones de emerretista, senderista, humalista, sutepista, marihuanera y mala madre, esperan que prenda el refrito de una auditoría descartada.
En el fondo, este es el drama sicológico de gente acostumbrada a tenerlo todo sin esfuerzo. Y en la rabieta de enfrentar algo inmerecido el derrotismo y el resentimientosurgen: seni no me dan lo que quiero, lloro, grito, me llevo mi pelota.
Gimotean ¡Qué pena por Lima, qué pena por el Perú! y alerta que el próximo año el SUTEP estatizará Mistura.
El pornógrafo Willy Quevedo, dirigente pepecista, envía un canto de cisne a las Juventudes del PPC (vaya oxímoron) demandando que Lourdes Flores renuncie a la candidatura para intentar un transvase desesperado de última hora al Pastor Lay o por lo menos- para quitarle legitimidad a la victoria de Villarán. Lo mismo, en el fondo de su amargura hace Aldo Mariátegui, quien, en el colmo de la falta de pulcritud investigativa critica a Villarán por haber participado en la CVR (no lo hizo) y endosa a Humberto Lay (quien sí lo hizo, y fue de los más chamberos)..
Mariátegui, por cierto, es consecuentemente derrotista porque, además, se pone sentimental como un vals y por ende, huachafo. Su columna de hoy es una combinación de citas de Pons Muzzo y poster de autoayuda: por un lado, compara absurdamente la elección municipal con
¡la batalla de Ayacucho! Por otro, cita en toda su edulcorada extensión un poema de dudosa calidad atribuido apócrifamente al cirujano sudafricano Christian Barnard. Si Mariátegui iba a regalarnos con lo más fino de sus lecturas, por lo menos debería haber consumido producto nacional, ¿no? Cualquiera citaba al motivador peruano Víctor Vich Rodríguez, que venía de yapa con el símbolo de Cambio Radical más.
Así pues, del mismo modo que a Susana Villarán le llueven oportunistas que se suben a la combi, en la derecha sobran los huachafos que pretenden imitar a los antiguos romanos y caen sobre una espada de plástico
Y esto pasa porque les va mal en una campaña municipal; imaginate a semejantes candelejones al frente de retos de verdad. ¿Intento de golpe? Terminarían en un avión, en pijama. ¿Conflicto fronterizo? Terminarían regalando un kilómetro cuadrado y asunto resuelto.
Lo único que han perdido es una alcaldía. Pero, en lugar de pensar en el día siguiente, están pensando en el día final: en cómo ganar en mesa, como sugiere sibilinamente José Barba Caballero, o en cómo robarle legitimidad a la inminente elección de Villarán.
Al final, imitemos la huachafería, esto también pasará. Al día siguiente de la elección, Villarán gobernará Lima y se enfrentará a temas prácticos, no ideológicos. La izquierda, que ha pasado 20 años en el desierto luego del error histórico de apoyar a Fujimori, ha aprendido la lección. No busca en los manuales de autoayuda la respuesta a problemas concretos; no desprecia la opinión o las prioridades de ningún sector social, sea seguridad, transporte o empleo; no abomina de la gente por ser alienada o manipulada por el enemigo de clase. Esperemos que esta debacle le sirva a la derecha para sacar del timón a los Aldos y a los Barrones, ponerlos en el furgón de cola y empezar de nuevo.
Cuanto antes mejor, porque un sistema político moderno en el Perú necesita de una izquierda y una derecha modernas.