Título original: The Fearless Vampire Killers .
Año: 1967.
Duración: 124'.
País: USA.
Dirección: Roman Polanski.
Guión: Gérard Brach y Roman Polanski.
Reparto:
Jack MacGowran,
Roman Polanski,
Alfie Bass,
Jessie Robins,
Sharon Tate,
Ferdy Mayne,
Iain Quarrier,
Terry Downes,
Fiona Lewis,
Ronald Lacey,
Sydney Bromley,
Andreas Malandrinos,
Otto Diamant y
Matthew Walters.
Música: Christopher Komeda.
Fotografía: Douglas Slocombe.
No es la mejor película de Roman Polanski, para casi nadie. La gran mayoría opta por La semilla del diablo, Chinatown e incluso por El pianista. Sí es su primer film en color y sí es la primera vez en que alguien mezcla eficazmente el terror del vampirismo con el humor: algunos lo habían intentado antes, pero insistimos, sin solvencia. Además, en El baile de los vampiros podemos deleitarnos en las escenas de ternura que protagonizan el mismo Polanski con Sharon Tate, esposos a la sazón y partícipes de una relación a la que aguardaba en breve un fatal desenlace. Sobran razones, por tanto, para hablar de esta película, pese a sus altibajos, pese a que no acaba de encontrar el camino de su perfección.
El personaje del cazavampiros, el Van Helsing que Bram Stoker había modelado en su monumental Drácula, siempre se nos había antojado un tipo serio, obsesionado hasta el tormento por la idea de matar a los no muertos. Sin embargo, el irlandés Jack MacGowran diseñaría con su interpretación un nuevo arquetipo: el profesor Ambrosius, genio alocado, irresponsable, inconsciente del peligro que corre y, desde luego, incapaz de hacer frente a las hordas de vampiros a las que pretende estudiar para demostrar certeras sus teorías frente a sus colegas académicos. Si, para más inri, el ayudante es Alfred (interpretado por el propio Polanski), aún más inepto y torpe que su maestro, el desenlace de las aventuras de estos dos señores por tierras de Transilvania no puede ser más incierto.
Se instalan en una posada donde inmediatamente encuentran indicios que apuntan a la presencia de vampiros en la zona. Por supuesto, nadie quiere hablar, pero las ristras de ajos que cuelgan por doquier, así como la insistencia con la que el posadero esconde a su hija de miradas sospechosas, son prueba inconstestable de que los habitantes de la zona son conscientes del peligro con el que conviven. La bellísima señora de la que hablamos, Sarah, interpretada por Sharon Tate, provocará los sentimientos más encendidos en Alfred, el ayudante del profesor. Y no creemos que ninguno de los dos, ni Tate ni Polanski, tuvieran que esforzarse mucho a la hora de interpretar a dos jovencitos que caen prendados el uno del otro, pues precisamente durante el rodaje de El baile de los vampiros ellos mismos se enamoraron; se casaron poco tiempo después y aún no habían transcurrido dos años del inicio del idilio cuando, una noche en que Polanski se hallaba ausente, en la mansión de Bel Air, Sharon Tate era asesinada de forma salvaje por Charles Manson y sus amigos satanistas. Saber el triste final de esta historia nos hace ver con más intensidad la escena en la que el vampiro secuestra a Sarah, le da sentido al empeño de Alfred en acudir al castillo del conde y eleva a significado primordial la escena en la que ambos se besan por primera vez, él aterido de frío y de miedo, ella sublime en una bañera, vestida por el jabón blanquísimo que contrasta con la hoguera de su pelo rojo.
El humor, no obstante, es un protagonista más y el tono fundamental de la película. A pesar de que no faltan escenas de suspense —como la citada de la bañera o la mítica del baile, con los tres humanos rodeados de vampiros, fingiendo alegremente ser uno de ellos— nunca habíamos visto a nadie que se quedara atascado en una ventana en el instante crucial de atravesar el corazón del vampiro con la estaca, nunca habíamos visto a un vampiro esperar tranquilamente a que su víctima rodeara un patio en alocada carrera, describiendo un círculo perfecto y acabando de nuevo en brazos de su atacante.
La escualidez e inconsciencia del profesor, la voluptuosidad de estos vampiros de Polanski, la carnalidad encantadora de la chica —más inquietante aún que todos los colmillos juntos— y la debilidad que el ayudante siente por su amada, así como el modo de contar la historia, original aunque no siempre regular, hacen de El baile de los vampiros un título digno de recordar, sí, aunque inicialmente en EEUU censuraran veinte minutos, aunque para otros la mejor de Polanski sea La semilla del diablo, aunque la escena final nos deje con el suspense rondando nuestro cuello. Sí, nos ponemos el traje de gala para bailar con Polanski y su tropa, allá por el 1967.
Me gusto este comentario, no agrega nada a las peliculas de vampiros esta de Polanski, me faltaba verla.