Sobre lo de la política internacional de Leguía es preciso hacer un análisis global de su gestión en sus dos administraciones (4 si hablamos jurídicamente: 1908-1912, 1919-1924, 1924-1929, 1929-1930), que lo haré en base a las diversas lecturas sobre el tema (Porras, Basadre, Chirinos Soto, Ulloa, Calderón, Aramburú Menchaca). Una pregunta que siempre me ha llamado la atención es ¿cómo cuernos pudo sobrevivir un país que para fines del siglo XIX no tenía delimitadas sus fronteras? (salvo una mínima parte con Brasil por la Convención de 1851). La mayor parte de nuestros Tratados fueron obra de don Augusto B. Leguía, que buscó dar al Perú fronteras seguras y precisas, para luego poder hacer frente al problema de Tacna y Arica.
En su primer gobierno, Leguía en un gesto de dignidad rechazó la Corona de Bronce que ofrecía Chile para la Cripta de los Héroes, en protesta contra la situación de Tacna y Arica. En ese gobierno, Leguía, como bien destaca Basadre, estuvo a punto de afrontar guerras en las cinco fronteras, especialmente con Bolivia y Brasil en 1909, con Ecuador en 1910 que rechazó el resultado, aun desconocido, del fallo de S. M. Alfonso XIII de España, y con Colombia. No sabemos si Leguía conocía de la alianza entre Bolivia y Brasil, pero el acuerdo con Brasil (Velarde-Rio Branco) fue apenas una semana antes del acuerdo con Bolivia, donde se enmendó ligeramente el fallo del Presidente argentino Figueroa Alcorta, con el tratado Polo-Bustamante.
Recuerdo haber leído a Victor Andrés Belaúnde que sostuvo que el acuerdo de 1851 fue un desastre territorial, sólo compensable por la salida al Atlántico a través del Amazonas, pero el canciller Ulloa en 1941 sostuvo que "el argumento efectista derivado de un mapa, (es) cierto como expresión de pretensiones peruanas, pero falso como expresión de una realidad viva, histórica y en cierto modo jurídica", pues el famoso tratado de San Idelfonso entre España y Portugal de 1777 había caducado antes de la Independencia y los brasileños proseguían con su política de ocupar y asentarse para luego reclamar derechos.
El segundo gobierno de Leguía (el célebre Oncenio) se caracterizó por su autoritarismo, el paternalismo y por sus cuestionadas reelecciones. Sin embargo, Aramburú Menchaca sostuvo que el afán reeleccionista no fue sólo por el gusto de aferrarse al poder (Basadre) o por el mesianismo (que se puede confirmar por el texto de la renuncia de Leguía el 25 de agosto de 1930), sino que tal vez tuvo el motivo oculto del ex sargento de reserva de Miraflores de querer concluir la delimitación de las fronteras y resolver el problema con Chile.
El ambiente posterior a la Primera Guerra Mundial crearon la ilusión de un nuevo orden internacional que repararía las injusticias cometidas por la fuerza. El Perú había estado junto a los vencedores, mientras que Chile era tildado de germanófilo. Por ello, Mariano H. Cornejo defendió la causa peruana ante la Liga de las Naciones sin hallar eco. Pero ese movimiento tuvo efectos positivos, pues el canciller chileno Barros Jarpa pidió reanudar las negociaciones para el plebiscito.
Para tener las manos libres con Chile, el gobierno de Leguía logró echar las bases de un acuerdo con Ecuador con el Protocolo Castro Oyanguren-Ponce de 1924, por el cual se posponía el arreglo hasta después que la República Peruana resuelva el problema limítrofe que tiene con la República de Chile".
Poco antes se firmó el Tratado Salomón-Lozano (1922) con Colombia, que tu mencionas, que trazó la línea de frontera en el río Putumayo (en lugar del Caquetá) y cedía el célebre Trapecio Amazónico, incluyendo el pueblo de Leticia que perjudicó a tantas familias loretanas, motivo por el cual este tratado pasó a formar parte de la leyenda negra del Oncenio. Sólo fue aprobado en 1928, no tanto por la oposición interna (en el Congreso, sólo pocos alzaron su voz contra el tratado, habida cuenta que el Congreso era un club de amigos de don Augusto), sino por complicaciones con Brasil, disgustado por el acceso de Colombia al Amazonas. Además el embajador Félix Calderón sostiene que el Tratado Salomón-Lozano fue firmado a modo temporal, puesto que Leguía esperaba un resultado positivo en el laudo norteamericano sobre nuestra cuestión con Chile, teniendo ya las espaldas cubiertas y por ello pospuso su presentación al Congreso hasta 1927, en que la presión de Estados Unidos y del embajador colombiano Lozano lo forzaron a ceder. Basadre dice que los panegiristas del tratado afirmaron que el Perú recuperó 105,000 km2, dato que no desmiente. Además, Leticia fue permutada por Sucumbios, un territorio ecuatoriano cedido a Colombia en 1916, sin cuya posición estratégica no hubiese sido posible el Protocolo de Río de 1942. Si bien en 1932, un grupo de patriotas loretanos trataron de recuperar Leticia, en 1934 se confirmó el Tratado de 1922, gobernando el General Benavides, cuyo prestigio militar había sido ganado en esa misma región (Combate de La Pedrera, 1911).
En las negociaciones con Chile, en medio de una malla diplomática pentagonal (Perú, Chile, Brasil, Colombia estos dos por el problema ya mencionado, resuelto por un protocolo en 1926- y Estados Unidos), primero se acudió al arbitraje del presidente Coolidge, cuyo laudo de 1925, más inspirado por razones políticas que jurídicas, favoreció a Chile al ordenar ejecutar el plebiscito, pese a los inconvenientes desde 1894 hasta ese momento. Durante le ejecución del plebiscito, los observadores norteamericanos Pershing y Lassiter confirmaron la mala fe de Chile al ejecutar el laudo, pues como bien dijo su representante, Edwards, antes Chile rompía el laudo que aceptar perder todo. Lo único positivo de esta etapa fue la recuperación de Tarata, ilegalmente ocupada por Chile desde 1884.
Sin más remedio se tuvo que acudir a la partición, pues no podía retrasarse la liberación de Tacna, llegándose al Tratado de 1929, valeroso, necesario, útil y conveniente para la política internacional del Perú (Ulloa), donde obtuvimos todo lo que podíamos conseguir (Chirinos Soto), que estuvo a la altura de las circunstancias (Porras Barrenechea), único caso donde un país vencido recupera territorios de manos del vencedor sin llegar a las armas y al desquite (Aldous Huxley). El mismo ex canciller chileno Barros Jarpa lo calificó en 1931 como un desastre para Chile, mientras que para Bolivia, este Tratado tuvo el propósito de enclaustrarla definitivamente.
Hasta allí concluyo este "breve" análisis de esta faceta tan controvertida del leguíismo (tema que por razones familiares y personales me interesa) porque si sigo no acabamos y nos desviamos del tema principal que es la coyuntura electoral de 2011, no la de 1919 o de 1924
