Estimados Cofrades algunas pistas para entender por qué Villarán tiene tan poca aprobación.
Susana Villarán o la soledad del poder
Por Roberto Bustamante
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Llegar a la alcadía
Entre los hechos sorprendentes del año pasado, estuvo el triunfo de Susana Villarán en las elecciones municipales. Fue sorpresivo porque nadie realmente se lo esperaba y todo comenzó con la salida de Alex Kouri de la carrera hacia la Municipalidad Metropolitana de Lima. Para refrescar un poco la memoria, como he sugerido en otro lugar,
su triunfo tuvo que ver con que ella representaba como alguien de fuera del establishment político (
outsider aquí sería un término exagerado) y con que podía refrescar la alcaldía aportando más eficiencia y eficacia, y con algunos
mensajes innovadores
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No era la candidata favorita, y es posible que, si la campaña electoral hubiera durado una semana o dos, hoy fuera Lourdes Flores la alcaldesa.
También
es cierto que Susana Villarán le estaba tomando la posta a un candidato que apostó durante ocho años a un tipo de vínculo con los vecinos basado en el carácter comunicacional del fierro y el cemento. En arqueología hay toda una línea teórica que trata el urbanismo obligado aquel tipo de urbanismo estatal que se impone a los asentamientos de las poblaciones subalternas y de la arquitectura gubernamental como símbolo de poder. Ejemplos de esto son los colegios naranjas de Fujimori en la punta del cerro, y también
las carreteras de Castañeda. El
espacio público importó poco, porque se encontraba fuera de la agenda de la opinión pública. Lo que importaba eran
las obras: el cemento y el fierro. Esta es sin duda una valla complicada, pero que había que tomar en cuenta y trabajar como punto de partida.
Lima, ciudad para todos
Lo primero que hizo Susana Villarán, en términos comunicacionales, fue plantear una especie de marca ciudad (ahora que está pues de moda la idea):
Ciudad para todos. Eso debía marcar valga la redundancia una primera diferencia con el gobierno municipal anterior (lo cual resultaba inevitable) y otra con el gobierno central (también inevitable). Y el acento para todos sugiere, a su vez, que lo fundamental es el combate de cualquier forma de discriminación en el habitar de la ciudad. Creo que esto es algo con lo cual nadie debería estar en desacuerdo.
El problema regresando a la forma en la que Villarán llegó al gobierno municipal
está relacionado con las expectativas de sus votantes. Pienso que es claro que muchos de los que la eligieron sí creían en el fierro y el cemento como formas de resolver problemas (me refiero a quienes fueron parte del el trasvase de votos de Kouri).
El cambio de estilo de gobierno no podía ser, en ese sentido, tan radical. Ello abrió la puerta a la crítica despiadada por parte de un sector de los medios y de buena parte de los partidos de derecha.
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Por otra parte,
la campaña presidencial golpeó durísimo a Villarán: muchos la usaron como palanca para pegarle (y de manera poco exitosa) a Ollanta Humala. La caída de su aprobación entre los meses de febrero a marzo fue estrepitosa y no hay tendencia aún que indique algún revertimiento sustantivo. Así, la crítica desde los medios encuentra un terreno fértil.
No es que exista una disonancia entre la alcaldesa y los votantes, sino simplemente un planteamiento equivocado de prioridades entre los ciudadanos y la alcaldía.
Esto, en mi opinión, se puede apreciar en algunos ejemplos: la
festiferia por el día de los trabajadores, el
Ciclodía, entre otras acciones que bien pueden ser calificadas como medidas importantes, pero que no se encontraban entre las prioridades en la agenda de la opinión pública limeña. Esta tiene otras preferencias como, por ejemplo, la preocupación porque
la ciudad está sitiada por hordas de asaltantes.
Es necesaria ante esa brecha una contraofensiva por parte de la Municipalidad para empatar las distintas agendas la del gobierno local y la de los vecinos y para así recuperar la confianza en la institución (y consecuentemente también la confianza en que al salir a la calle no te va a pasar nada).
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La Municipalidad tiene en ese punto todas las de perder si se remite a apelar al recuerdo de la gestión de Castañeda. A pesar de
todos los indicios razonables que pueden haber sobre actos de corrupción escandalosos, los vecinos no olvidan que Castañeda les puso escaleras donde antes había una duna para subir hasta su casa. Y no olvidan tampoco la infraestructura vial. Se encuentra allí el dilema de actuar principista o responsablemente. ¿Cuál es el riesgo político de apostarle el todo por el todo al informe del caso Comunicore?
Quizá por el camino de la ética del principismo Villarán y compañía terminen aislándose de los muchos vecinos que recuerdan de manera positiva a Castañeda. Hola, Soledad, como diría el bolero.
¿Para todos?
Regresamos a lo inicial. Que Villarán y sus asesores en comunicación recuerden por qué y cómo es que ella ganó la elección. Que recuerden qué expectativas tenían los votantes por ella. Si eso significa que en el corto plazo haya menos ciclodías, pues así tendrá que ser. Aquí lo que está en juego es lo estratégico (Ciudad para todos) por perder de vista lo táctico.
La Municipalidad tiene que ir al contraataque con urgencia. Y, aunque parece que no se la creen aún,
lo cierto es que tienen más herramientas de comunicación, mucho más potentes que los medios masivos. Castañeda la vio (como antes la vio Fujimori). Dejar las notas de prensa y las redes sociales.
Las calles deben ser el objetivo. Hay que bajar a los barrios, hablar en el lenguaje y el código de los limeños, y traducir en él las propuestas frescas y novedosas.
Hay que darle la vuelta al discurso imperante sobre la ciudadanía: es necesario repensar el diálogo y la dialéctica entre los vecinos y el gobierno local. Lo que se trata aquí es de perder el miedo y de tomar la calle por asalto.
fuente:
Susana Villarán o la soledad del poder | Antiprensa