Philip Gerard
Comandante
- 583
- 446
- 52
- Registrado
- 25 Ene 2013
- Registrado
- 25 Ene 2013
- Mensajes
- 583
- Puntos de reacción
- 446
- Puntos
- 52
12 Years of Service
Estimados Cófrades, aquí va una nueva Zaga, como mis relatos anteriores está basada en hechos reales. Los nombres y tal vez algunas locaciones han sido variadas para el resguardo de la identidad de las personas...
Corría el mes de octubre, con mis amigos del colegio acostumbrábamos encontrarnos a pichanguear en el viejo colegio de La Molina, donde en la cancha de tartán jugábamos durante una hora un partido de futbol. Yo jugaba de arquero en esa oportunidad. En una de las jugadas, tratando de recordar mis épocas juveniles, salto a cortar un centro y caigo sobre la pierna izquierda y me doblo el tobillo. Falto de trajín me causé un esguince severo. A la clínica a enyesarme. El dictamen del doctor fue reposo absoluto en casa durante quince días. Al salir del nosocomio maldecía mi suerte, ¡quince días metido en casa! Me iba a dar la aburrida del demonio . Sin embargo, el tiempo se encargaría de desmentirme.
Normalmente el día en casa empezaba a las 6 de la mañana. Con mi esposa y mis dos hijos nos levantábamos para ir a trabajar y al colegio, respectivamente. No necesitábamos de empleada. Los nenes llegaban a las 5 p.m. porque estudiaban en uno de esos colegios en que vienen con las tareas hechas. Pero teniendo que estar yo en reposo absoluto las cosas cambiaban, mi esposa tampoco iba a dejar de trabajar para quedarse a atenderme. Decidimos entonces llamar a una agencia de empleadas del hogar para contratar a una muchacha. Era jueves por la mañana, mi mujer llamó a una agencia de confianza y para el sábado ya teníamos a una chica en la casa. El contrato sería por quince días, con la posibilidad de quedarse permanentemente.
Ella se llamaba Maruja, tenía solo 19 añitos, era natural de Tarapoto. Como suelen ser las chicas de la amazonía, tenía peculiares facciones, ojos achinados, rostro redondo, bonitas cejas, una nariz recta y afinada. Cabello negro y lacio. Eso sí su boca era algo grande, al momento de sonreírse le sobresalían los dientes, mis hijos -que son unos jodidos- le pusieron de chapa Ungenia (el femenino del personaje de Condorito), y es que hablaba también de la misma forma, medio grave y gangoso. Pero si de cara era una ungenia, de cuerpo era una Yayita. Unos pechos prominentes, unos 38 calculaba, una cinturita propia de su edad y un trasero nada despreciable, aunque algo estrecha, como lo son normalmente las charapas. Eso sí, usaba ropa suelta como para que no se le notasen las prominencias que tenía. Mi mujer que era muy práctica la tomó al toque, no era de hacerse problemas, por 15 días que suponía estuviese la chica. Le enseñó la casa, sus deberes y estándares de calidad doméstica y la citó para el domingo en la noche. El servicio sería cama adentro. Se le acondicionó el cuarto de planchado de ropa, contiguo a la lavandería.
A todo esto, el más motivado era mi hijo mayor, con 15 años a cuestas ya era todo un hombrecito, con vicios y virtudes. Un galancito como su padre, que disfrutaba de la popularidad y compañía de las chicas del barrio, quienes frecuentemente venían a buscarlo. La chica tenía una estatura mediana, aproximadamente unos 1.70 m. Mi hijo para ese entonces ya se andaba en 1.75 m., alto como yo, aunque aún sin alcanzarme.
Les cuento todo esto, porque la historia que les voy a narrar nos tendrá a los tres como protagonistas. Maruja la nueva empleada charapita, André mi adolescente hijo, y yo el jefe del hogar, obligado a quedarme en casa enyesado de un tobillo.
Siendo ya el domingo y al regresar en el auto con la familia de escuchar misa, yo ayudado con unas muletas, nos encontramos a Maruja que estaba esperando en la puerta de la casa con una maletita. La ví y me recordó a la Natacha, esa novela cursi que dieron por Tv. años atrás. El pendejo de mi hijo, que parece ya le había echado ojo, muy solícito se acercó a saludarle y ofreció ayudarle con su maleta. Después de todo el tema protocolar, en que mi esposa es especialista, la chica fue ubicada en su dormitorio, donde le proporcionamos también un pequeño radio televisor de blanco y negro, que para esa época eran muy comunes.
Al día siguiente, puntualmente, todos estaban en pie. Claro, salvo yo que me quedé en la cama. Luego de su desayuno subieron al coche y se fueron, mis hijos y su madre, con dirección a sus destinos. Veía yo la televisión, cuando escucho que me dicen Señor buenos días, era Maruja, luego de haber tocado la puerta y entrado al dormitorio con la bandeja de mi desayuno. Estaba vestida con el traje de empleadas que mi mujer le había entregado, le llegaba a la mitad de las piernas, ceñido en la cintura y en la parte del pecho, apretadito, sobresaliendo unos impresionantes senos, cuya parte superior solo se dejaban ver por el cuello en V que tenía el vestido. La verdad que me sorprendió verla tan rica, pero traté de disimular para no hacerme evidente. También debo decir que la deseé al instante. Si por mí hubiera sido en ese momento mismo la metía a la cama. Pero no podía aventurarme tan rápidamente. Si hacía roche no solo me quedaba sin empleada, sino que mi mujer me botaba de la casa, y así cojo ni cojudo que fuera. Debía ir pausadamente.
Gracias, le contesté, pero debo de bañarme primero. Ayúdame para ir a la ducha, continué. Se acercó a la cama y se quedó mirándome, pero como yo quería ganarme con ella, le dije ven, ayúdame a levantarme, se inclinó para que me apoyara en su hombro, ahí pude verle sus exuberantes pechos, rodeados de un sostén que con las justas le cubría las aureolas. Ella olía a fresco, frescura de ducha, pero también de juventud, tenía esa energía limpia, gracia le llaman, con la que cuentan las jóvenes y que tanto nos atrae a los cuarentones. Con el pie sano me levanté, mientras que su cuerpo me servía de muleta para la otra pierna. Le pasé la mano sobre el cuello y casi de casualidad con la punta de los dedos alcancé a rozar su pecho. Como comprenderán, me colgué de ella, ¿estaba inválido no?
Yo estaba semivestido de la cintura para abajo, solo con el pantalón del pijama. Así que sentía mi piel directamente. Una vez en la tina de la ducha, le dije vas a tener que ayudarme a entrar. Ya señor, me contestó. Pero no podía entrar con el pijama puesto, así que muy frescamente me lo quité y me quedé en cueros. Ella ni se inmutó, parecía que estaba a acostumbrada a ver hombres desnudos. Por algo venía de la selva. Por el contrario, el sorprendido ante su actitud de indiferencia fui yo.
Al terminar la ducha le volví a pedir ayuda para salir, a lo que accedió solícita. Yo continué con mi teatro. Esta vez, le pedí ayuda para que me recibiera al salir de la tina, como no debía asentar el pie enyesado, astutamente, le pedí que se pusiera delante de mí para apoyarme en ella. Lo hizo sin chistar. Se mostraba muy dócil. Puse mis dos brazos sobre su cuello y solo una toalla en la cintura me separaba de su cuerpo. Salí y me la punteé con todo descaro. Ella sacó más el poto, le gustaba la vaina. Ya en la cama, al sentarme se me cayó la toalla, exhibiendo mi pene erecto. Ahí sí miró hacia un costado, alcanzándome la toalla caída. Con una cara de complicidad me trajo la bandeja de desayuno, luego hizo el ademán de retirarse, a lo que le dije, quédate, no me gusta desayunar solo, medio verdad, medio mi deseo de seducirla.
Comenzamos a hablar, me contó de su vida, de cómo había vivido en Tarapoto, de su venida a Lima. Aparentemente una melancólica historia. El recordar le ocasionó un entristecimiento. Una lágrima corrió por su mejilla. Me enterneció y la llamé a mi costado. Le enjugué la lágrima con la palma de la mano, pero ella me tomó la mano y me miró con mucha dulzura. Mi única reacción fue acercarme a su rostro y besarla. Ella me correspondió el beso. Y a partir de ese momento desatamos nuestra lujuria.
Le besé el cuello y se entregó completamente a mí, se echó en la cama y me miró como diciéndome poséeme, soy tuya. Le abrí el vestido y el sostén. Sus pechos estaban ante mí, grandes pero desparramados, con unos pezones y aureolas marrones. Mi primer deseo fue besarlos, parte por parte, estaban tan frescos y suaves. Ella se estremecía cada vez que lo hacía. Cerraba sus ojos y disfrutaba intensamente mis caricias, gimiendo suavemente. Yo ya había puesto mi humanidad encima de ella y me excitaba aceleradamente. Comencé a chuparle los pezones mientras le seguía quitando el vestido, dejándola en calzón. Ella me acariciaba por ratos la cabeza, y luego la espalda. En algún momento llegó hasta mis nalgas, apretándolas suavemente. Excitadísimo yo, me propuse prepararla para la penetración. Seguí besándole el cuerpo, llegué a su rica barriguita, suavecita, endeble, apetecible. Comencé a mordisquearla con delicadeza, como si le estuviera absorbiendo su frescura, ella se reía y se quejaba, ay qué me haces, le salía lo charapa cuando hablaba y eso me excitaba mucho más aún.
En ese momento le quité el calzón, estilo mochita, que tenía. Felizmente la chica estaba afeitadita, no pelada, pero sí afeitadita, se nota que era muy aseada la nena. Continué hasta la parte baja del vientre, ahí ya solo la besaba. En las uniones de su cadera y sus piernas comencé a morderla de nuevo. Se arqueaba voluptuosamente. Es una de las zonas más sensibles de la mujer. La sentía caliente, ansiosa, gemía y gemía de placer, por ratos se levantaba a querer besarme y acariciarme y con los ojos casi desorbitados de la lujuria se volvía a echar. Ya en el acto final de la preparación para poseerla íntegramente, con mi lengua me fui sobre el monte de Venus, se la pasé primero con mucha suavidad, explorando el terreno y sus reacciones, cuando encontré el punto preciso de excitación, volvió a gemir. Me concentré ahí para someterla totalmente. Ella era ya solo quejidos, ah, ah, ah, ah. Me propuse entonces irme sobre sus labios, rosaditos, tersos y descubrí .. que era virgen
CONTINUARÁ .

Corría el mes de octubre, con mis amigos del colegio acostumbrábamos encontrarnos a pichanguear en el viejo colegio de La Molina, donde en la cancha de tartán jugábamos durante una hora un partido de futbol. Yo jugaba de arquero en esa oportunidad. En una de las jugadas, tratando de recordar mis épocas juveniles, salto a cortar un centro y caigo sobre la pierna izquierda y me doblo el tobillo. Falto de trajín me causé un esguince severo. A la clínica a enyesarme. El dictamen del doctor fue reposo absoluto en casa durante quince días. Al salir del nosocomio maldecía mi suerte, ¡quince días metido en casa! Me iba a dar la aburrida del demonio . Sin embargo, el tiempo se encargaría de desmentirme.
Normalmente el día en casa empezaba a las 6 de la mañana. Con mi esposa y mis dos hijos nos levantábamos para ir a trabajar y al colegio, respectivamente. No necesitábamos de empleada. Los nenes llegaban a las 5 p.m. porque estudiaban en uno de esos colegios en que vienen con las tareas hechas. Pero teniendo que estar yo en reposo absoluto las cosas cambiaban, mi esposa tampoco iba a dejar de trabajar para quedarse a atenderme. Decidimos entonces llamar a una agencia de empleadas del hogar para contratar a una muchacha. Era jueves por la mañana, mi mujer llamó a una agencia de confianza y para el sábado ya teníamos a una chica en la casa. El contrato sería por quince días, con la posibilidad de quedarse permanentemente.
Ella se llamaba Maruja, tenía solo 19 añitos, era natural de Tarapoto. Como suelen ser las chicas de la amazonía, tenía peculiares facciones, ojos achinados, rostro redondo, bonitas cejas, una nariz recta y afinada. Cabello negro y lacio. Eso sí su boca era algo grande, al momento de sonreírse le sobresalían los dientes, mis hijos -que son unos jodidos- le pusieron de chapa Ungenia (el femenino del personaje de Condorito), y es que hablaba también de la misma forma, medio grave y gangoso. Pero si de cara era una ungenia, de cuerpo era una Yayita. Unos pechos prominentes, unos 38 calculaba, una cinturita propia de su edad y un trasero nada despreciable, aunque algo estrecha, como lo son normalmente las charapas. Eso sí, usaba ropa suelta como para que no se le notasen las prominencias que tenía. Mi mujer que era muy práctica la tomó al toque, no era de hacerse problemas, por 15 días que suponía estuviese la chica. Le enseñó la casa, sus deberes y estándares de calidad doméstica y la citó para el domingo en la noche. El servicio sería cama adentro. Se le acondicionó el cuarto de planchado de ropa, contiguo a la lavandería.
A todo esto, el más motivado era mi hijo mayor, con 15 años a cuestas ya era todo un hombrecito, con vicios y virtudes. Un galancito como su padre, que disfrutaba de la popularidad y compañía de las chicas del barrio, quienes frecuentemente venían a buscarlo. La chica tenía una estatura mediana, aproximadamente unos 1.70 m. Mi hijo para ese entonces ya se andaba en 1.75 m., alto como yo, aunque aún sin alcanzarme.
Les cuento todo esto, porque la historia que les voy a narrar nos tendrá a los tres como protagonistas. Maruja la nueva empleada charapita, André mi adolescente hijo, y yo el jefe del hogar, obligado a quedarme en casa enyesado de un tobillo.
Siendo ya el domingo y al regresar en el auto con la familia de escuchar misa, yo ayudado con unas muletas, nos encontramos a Maruja que estaba esperando en la puerta de la casa con una maletita. La ví y me recordó a la Natacha, esa novela cursi que dieron por Tv. años atrás. El pendejo de mi hijo, que parece ya le había echado ojo, muy solícito se acercó a saludarle y ofreció ayudarle con su maleta. Después de todo el tema protocolar, en que mi esposa es especialista, la chica fue ubicada en su dormitorio, donde le proporcionamos también un pequeño radio televisor de blanco y negro, que para esa época eran muy comunes.
Al día siguiente, puntualmente, todos estaban en pie. Claro, salvo yo que me quedé en la cama. Luego de su desayuno subieron al coche y se fueron, mis hijos y su madre, con dirección a sus destinos. Veía yo la televisión, cuando escucho que me dicen Señor buenos días, era Maruja, luego de haber tocado la puerta y entrado al dormitorio con la bandeja de mi desayuno. Estaba vestida con el traje de empleadas que mi mujer le había entregado, le llegaba a la mitad de las piernas, ceñido en la cintura y en la parte del pecho, apretadito, sobresaliendo unos impresionantes senos, cuya parte superior solo se dejaban ver por el cuello en V que tenía el vestido. La verdad que me sorprendió verla tan rica, pero traté de disimular para no hacerme evidente. También debo decir que la deseé al instante. Si por mí hubiera sido en ese momento mismo la metía a la cama. Pero no podía aventurarme tan rápidamente. Si hacía roche no solo me quedaba sin empleada, sino que mi mujer me botaba de la casa, y así cojo ni cojudo que fuera. Debía ir pausadamente.
Gracias, le contesté, pero debo de bañarme primero. Ayúdame para ir a la ducha, continué. Se acercó a la cama y se quedó mirándome, pero como yo quería ganarme con ella, le dije ven, ayúdame a levantarme, se inclinó para que me apoyara en su hombro, ahí pude verle sus exuberantes pechos, rodeados de un sostén que con las justas le cubría las aureolas. Ella olía a fresco, frescura de ducha, pero también de juventud, tenía esa energía limpia, gracia le llaman, con la que cuentan las jóvenes y que tanto nos atrae a los cuarentones. Con el pie sano me levanté, mientras que su cuerpo me servía de muleta para la otra pierna. Le pasé la mano sobre el cuello y casi de casualidad con la punta de los dedos alcancé a rozar su pecho. Como comprenderán, me colgué de ella, ¿estaba inválido no?
Yo estaba semivestido de la cintura para abajo, solo con el pantalón del pijama. Así que sentía mi piel directamente. Una vez en la tina de la ducha, le dije vas a tener que ayudarme a entrar. Ya señor, me contestó. Pero no podía entrar con el pijama puesto, así que muy frescamente me lo quité y me quedé en cueros. Ella ni se inmutó, parecía que estaba a acostumbrada a ver hombres desnudos. Por algo venía de la selva. Por el contrario, el sorprendido ante su actitud de indiferencia fui yo.
Al terminar la ducha le volví a pedir ayuda para salir, a lo que accedió solícita. Yo continué con mi teatro. Esta vez, le pedí ayuda para que me recibiera al salir de la tina, como no debía asentar el pie enyesado, astutamente, le pedí que se pusiera delante de mí para apoyarme en ella. Lo hizo sin chistar. Se mostraba muy dócil. Puse mis dos brazos sobre su cuello y solo una toalla en la cintura me separaba de su cuerpo. Salí y me la punteé con todo descaro. Ella sacó más el poto, le gustaba la vaina. Ya en la cama, al sentarme se me cayó la toalla, exhibiendo mi pene erecto. Ahí sí miró hacia un costado, alcanzándome la toalla caída. Con una cara de complicidad me trajo la bandeja de desayuno, luego hizo el ademán de retirarse, a lo que le dije, quédate, no me gusta desayunar solo, medio verdad, medio mi deseo de seducirla.
Comenzamos a hablar, me contó de su vida, de cómo había vivido en Tarapoto, de su venida a Lima. Aparentemente una melancólica historia. El recordar le ocasionó un entristecimiento. Una lágrima corrió por su mejilla. Me enterneció y la llamé a mi costado. Le enjugué la lágrima con la palma de la mano, pero ella me tomó la mano y me miró con mucha dulzura. Mi única reacción fue acercarme a su rostro y besarla. Ella me correspondió el beso. Y a partir de ese momento desatamos nuestra lujuria.
Le besé el cuello y se entregó completamente a mí, se echó en la cama y me miró como diciéndome poséeme, soy tuya. Le abrí el vestido y el sostén. Sus pechos estaban ante mí, grandes pero desparramados, con unos pezones y aureolas marrones. Mi primer deseo fue besarlos, parte por parte, estaban tan frescos y suaves. Ella se estremecía cada vez que lo hacía. Cerraba sus ojos y disfrutaba intensamente mis caricias, gimiendo suavemente. Yo ya había puesto mi humanidad encima de ella y me excitaba aceleradamente. Comencé a chuparle los pezones mientras le seguía quitando el vestido, dejándola en calzón. Ella me acariciaba por ratos la cabeza, y luego la espalda. En algún momento llegó hasta mis nalgas, apretándolas suavemente. Excitadísimo yo, me propuse prepararla para la penetración. Seguí besándole el cuerpo, llegué a su rica barriguita, suavecita, endeble, apetecible. Comencé a mordisquearla con delicadeza, como si le estuviera absorbiendo su frescura, ella se reía y se quejaba, ay qué me haces, le salía lo charapa cuando hablaba y eso me excitaba mucho más aún.
En ese momento le quité el calzón, estilo mochita, que tenía. Felizmente la chica estaba afeitadita, no pelada, pero sí afeitadita, se nota que era muy aseada la nena. Continué hasta la parte baja del vientre, ahí ya solo la besaba. En las uniones de su cadera y sus piernas comencé a morderla de nuevo. Se arqueaba voluptuosamente. Es una de las zonas más sensibles de la mujer. La sentía caliente, ansiosa, gemía y gemía de placer, por ratos se levantaba a querer besarme y acariciarme y con los ojos casi desorbitados de la lujuria se volvía a echar. Ya en el acto final de la preparación para poseerla íntegramente, con mi lengua me fui sobre el monte de Venus, se la pasé primero con mucha suavidad, explorando el terreno y sus reacciones, cuando encontré el punto preciso de excitación, volvió a gemir. Me concentré ahí para someterla totalmente. Ella era ya solo quejidos, ah, ah, ah, ah. Me propuse entonces irme sobre sus labios, rosaditos, tersos y descubrí .. que era virgen
CONTINUARÁ .