Srdestroyer
Sargento
Era una idea que ya veníamos tiempo imaginando, pero todo quedaba en fantasía ante la falta de coraje para llevarla a cabo, y es que aún no estábamos listos para dar ese paso que podría quebrar algunos sentimientos, quizá mutuos, o peor aún, tan solo de uno.
Pero ante la total monotonía del trabajo diario, la cuarentena eterna y el total conocimiento de nuestros cuerpos, pues ella me volvió a referir aquella remota idea que, como la luz del túnel, iluminó de nuevo mi apetito erótico.
Y así fue como, juntos, dimos el primer paso. En primer lugar teníamos que buscar a una persona confiable pero completamente desconocida, puesto que para qué correr el riesgo de que ella se vuelva a ver con esa persona de forma tan sencilla. No, habría que encontrarla por otros medios que no sean nuestras propias redes sociales.
Por ello abrí un post en un foro de la temática. No tuvimos que esperar, nos llovieron demasiadas propuestas que querían lo mismo: hacer el amor con mi novia. Así que con ella nos pusimos a revisar cada uno de los mensajes y filtrar los que nos parecían "más confiables." De tal forma que luego conversé con algunos vía mensajes pidiéndoles su información como dirección, intenciones e incluso nivel de estudios.
Desechamos a muchísimos con el primer filtro, luego también hicimos lo mismo con el segundo. Nuestro primer filtro era, claramente, aquellos que nos enviaban las fotos inoportunas de sus miembros viriles: "Esos son los más desesperados", dijo ella. Al contrario de gusto, a ambos nos dio cierto asco.
Al final nos quedamos con dos personas muy distintas: el primero era un hombre un poco mayor a nosotros, de 29 años, con buena presencia y de estatus social parecido al nuestro; el segundo era un chico que nos cayó bien desde un inicio por su forma de hablar, siempre respetuosa, y nos daba más seguridad que el primero.
Escogimos al segundo. La razón fue de que el primero tendría mayores chances para volver a contactarse con mi novia luego de consumir el acto, pudiendo llegar a ser molesto para ambos. El otro chico, en cambio, era la clase de persona que desaparece de tu vida por la lejanía de contactos a nivel general. Además, nos dio cierto morbo al contarnos que jamás en su vida había interactuado con una chica como ella, en sus palabras. pituca.
El chico tenía sus 19 años llegando a 20, trigueño y de aspecto físico medio. Ni pintaba ni despintaba, según mi novia; pero ante su total simpleza, lo que nos agradó fue su total sinceridad, confianza y el morbo que nos hacía sentir.
De tal manera por fin concretamos la cita, al inicio yo iba a llevar a mi novia a su encuentro sexual, pero luego decidimos que sea él quien venga a nuestro departamento para que pase un rato con nosotros, conversemos y luego vayan a hacer su asunto. Quedamos entonces para hacerlo el día sábado 3 de octubre en la noche: iba a quedarse hasta el domingo.
Entonces lo recogí. Fui con mi auto hasta su casa y, mismo chófer de Uber, lo subí y lo llevé hasta nuestro departamento. En efecto, el chico era joven, según su DNI tenía 19 años, siendo él muy delgado y con una forma de vestir barata pero elegante. Allí en auto le di un rato mi celular para que vea las fotos de Instagram de mi pareja, donde salía ella en sus salidas sociales con amigos, en la playa y demás. Yo quería que sepa de antemano a qué clase de mujer él llegaría a hacerle el amor, y dio total efecto, puesto que pude notar su nerviosismo.
Llegamos entonces al departamento. Subimos por el ascensor y saqué las llaves para abrir la puerta. Cuando ésta se abrió, vi el lugar muy acondicionado para pasar una velada interesante. Ella había puesto soft jazz para amenizar el ambiente y la forma en cómo se había vestido no pudo haber sido mejor: se había producido completamente elegante como para una fiesta, con un pequeño vestido negro escotado, unos tacones oscuros y altos, unas pantimedias también oscuras, el cabello largo laciado y un maquillaje que resaltaba incluso a distancia sus grandes ojos verdes. Era la perfección hecha carne.
Como lo habíamos previsto bien, supimos que el muchacho no daría los primeros pasos y que estaría nervioso con su presencia, llegando a ser medianamente torpe en su actuar. No hubo problema; mi novia había preparado su papel a la perfección: decidimos que ella jugaría a ser una escort muy cara que haría que su cliente, sea quien fuere, pase la mejor noche de su vida. Ya todo estaba preparado. ¿Mi rol? Yo no solo sería un espectador, sino que ella me dio la idea, para amenizar la cosa, que actúe como un empleado o sirviente. El morbo era total.
De regreso a nuestra situación, mi novia se acercó al muchacho para saludarlo con un beso en la mejilla, y tomando de su mano, lo dirigió hasta la sala donde se sentaron juntos en el sofá mientras ella le hacía preguntas y él contestaba en lo que su inquietud podía. "Traenos dos copas de vino", me dijo ella. Yo no hice más que asentir e ir a la cocina a servir las dos copas con el vino barato que había comprado. Les di sus bebidas y las tomaron: "Está muy bueno, de buen nivel", dijo él. Tuve que darme la vuelta para esconder la mueca.
Me fui un rato atrás de ellos para observarlos, pero por el reflejo tanto del televisor como de unos espejos, podía ver lo que ocurría allí delante.
Primero hablaron de cosas muy normales. Pero mientras el efecto el vino hacía su trabajo, el ambiente se iba desenvolviendo más. Y mientras más les servía, más picante se volvía la cosa. Ahora cuando regresé a darles un poco más de bebida, noté muy descaradamente la mano del muchacho sobre el muslo más cercano de mi novia. "Por Dios, qué rico", pensé. Ya había empezado el juego erótico. Yo también quería tocarla pero debía seguir dentro de mi rol.
De pronto, no solo noté que él la tocaba más, sino que ella -en su rol de escort- se abalanza sobre él dándole un profundo beso de boca, con lenguas de por medio. Gracias a los reflejos, vi que unas manos subían por unas caderas y sobaban unos pechos, que se movían libremente. Luego oí un gemido. Era ella quien disfrutaba el momento.
"Parate", le dijo ella. Hizo caso. Allí parado, ella lo acercó hacia él, unas hábiles manos desabotonaban el pantalón. Me escondí aún viéndolo todo. Mi diestra novia bajaba hacia los muslos unos calzoncillos y se detuvo frente al miembro para mirarlo fijamente, luego de pensarlo un momento, impulsó su cabeza hacia delante y empezó a besarle todo el falo con una pasión intensa. Estaba loca, pensé. Su movimiento era cada vez más fuerte, en dirección de adelante hacia atrás. Le estaba chupando el pene con ahínco.
Luego de unos minutos, eyaculó tanto en la cara como en el vestido. Ello a ella no le importó. Él entonces la empujó al sofá, cayendo de espaldas con las piernas totalmente abiertas, mostrando ante él las pantimedias negras de lencería que terminaban en los muslos, seguidos luego por unas fuertes piernas claras para acabar finalmente en lo que sería una fina y delicada tela negra. Una bella tanga oscura de encaje que se presentaba ante él en toda su intimidad y vulnerabilidad.
Luego de admirar la hermosura de aquella imagen, la cual intuyo que jamás olvidará, hizo el mismo favor que le hizo ella acercando su mediocre rostro hacia la zona más íntima del cuerpo. Imagino que estando allí, primero pudo oler el precioso aroma interior de mi novia, ya que luego, como ella me lo mencionaría posteriormente, empezó a frotar su rostro y boca sobre la superficie de la tela de la tanga. Estuvo allí disfrutando un buen momento, raro pero divertido, para luego besarla como dos labios se besan. Y de tal manera él luego separó con sus dedos la prenda de la piel para descubrir frente a sí su rosada vagina.
Luego le hizo él uno de los mejores orales que mi novia pudo haber sentido jamás.
Ahora que ambos miembros genitales estaban al descubierto, sin secretos. Cabía entonces la pregunta sobre cuál sería la sensación mutua al unirlos: de tal forma que ante la total complacencia, el erecto falo se acercó lentamente al hoyuelo carnoso y, antes de introducirse, dio unos suaves roces alrededor, por los labios, para finalmente, muy lentamente, siento completamente consciente de cada milímetro de carne que penetraba, pudo iniciar el coito. Un coito tan intenso que los gemidos de mi novia se convertían en gritos y arañazos. Pero era tan solo la primera parte.
Una vez acabados en el sofá, en varias posiciones, tanto él como ella se sacaron las ropas: él a ella y ella a él. Ahora estando completamente desnudos, pasearon por toda la casa teniendo sexo el cualquier lugar. Yo era partícipe de todo tomando un registro audiovisual del evento.
Finalmente fuero a nuestro cuarto, a nuestra cama, donde hicieron verdaderamente el amor como si ellos mismos fueran pareja. Besos profundos, miradas de placer, contorsiones de cuerpos, piernas entrelazadas, temblores intensos, arañazos duros, gemidos enérgicos y miles de posiciones que les permitió explorar cada centímetro de sus figuras. La pasaron muy bien por unas buenas horas hasta que terminaron cansados.
Yo entré al cuarto y los vi desechos, desnudos ambos, abrazados como un solo cuerpo. La vi bien, su rostro iluminado y su vagina enrojecida. Me dio un guiño con sonrisa y luego posó su cabeza al hombro del muchacho, que ni me vio. Les tomé una foto, le alcancé una tanga roja a mi chica y les cerré la puerta.
A la mañana siguiente, luego de haber oídos los mismos sonidos de un sexo renovado, abrí la puerta con el desayuno listo. Entré con la bandeja de comida. Aquella imagen que vi me causó una extraña sensación de excitación y celos: estaban echados en la cama, abrazados, él completamente desnudo pero tapado con la sábana; ella no, parte de su cuerpo estaba descubierto, con los pechos al aire y con la tanga roja puesta. Su rostro descansaba sobre las tetillas del chico. Habían estado en esa posición buen rato, compartiendo sus cuerpos una vez más. Luego me acerqué más a ellos para colocar la bandeja con comida en la mesita del costado. Luego se besaron en la boca una vez más, ella fue quien buscó sus labios.
Salí una vez más para darles privacidad. No me importaba, tenía una cámara allí adentro. Lo veía todo.
En la tarde el muchacho finalmente se fue. Salimos de nuestros roles y nos despedimos. Le pedí un taxi y desapareció.
Nuestra relación había dado un cambio total de 180 grados. Ahora no sabía si era bueno o malo lo que había hecho: nunca olvidaré esa sensación de celos con excitación mientras los imagino abrazados como amantes.

Pero ante la total monotonía del trabajo diario, la cuarentena eterna y el total conocimiento de nuestros cuerpos, pues ella me volvió a referir aquella remota idea que, como la luz del túnel, iluminó de nuevo mi apetito erótico.
Y así fue como, juntos, dimos el primer paso. En primer lugar teníamos que buscar a una persona confiable pero completamente desconocida, puesto que para qué correr el riesgo de que ella se vuelva a ver con esa persona de forma tan sencilla. No, habría que encontrarla por otros medios que no sean nuestras propias redes sociales.
Por ello abrí un post en un foro de la temática. No tuvimos que esperar, nos llovieron demasiadas propuestas que querían lo mismo: hacer el amor con mi novia. Así que con ella nos pusimos a revisar cada uno de los mensajes y filtrar los que nos parecían "más confiables." De tal forma que luego conversé con algunos vía mensajes pidiéndoles su información como dirección, intenciones e incluso nivel de estudios.
Desechamos a muchísimos con el primer filtro, luego también hicimos lo mismo con el segundo. Nuestro primer filtro era, claramente, aquellos que nos enviaban las fotos inoportunas de sus miembros viriles: "Esos son los más desesperados", dijo ella. Al contrario de gusto, a ambos nos dio cierto asco.
Al final nos quedamos con dos personas muy distintas: el primero era un hombre un poco mayor a nosotros, de 29 años, con buena presencia y de estatus social parecido al nuestro; el segundo era un chico que nos cayó bien desde un inicio por su forma de hablar, siempre respetuosa, y nos daba más seguridad que el primero.
Escogimos al segundo. La razón fue de que el primero tendría mayores chances para volver a contactarse con mi novia luego de consumir el acto, pudiendo llegar a ser molesto para ambos. El otro chico, en cambio, era la clase de persona que desaparece de tu vida por la lejanía de contactos a nivel general. Además, nos dio cierto morbo al contarnos que jamás en su vida había interactuado con una chica como ella, en sus palabras. pituca.
El chico tenía sus 19 años llegando a 20, trigueño y de aspecto físico medio. Ni pintaba ni despintaba, según mi novia; pero ante su total simpleza, lo que nos agradó fue su total sinceridad, confianza y el morbo que nos hacía sentir.
De tal manera por fin concretamos la cita, al inicio yo iba a llevar a mi novia a su encuentro sexual, pero luego decidimos que sea él quien venga a nuestro departamento para que pase un rato con nosotros, conversemos y luego vayan a hacer su asunto. Quedamos entonces para hacerlo el día sábado 3 de octubre en la noche: iba a quedarse hasta el domingo.
Entonces lo recogí. Fui con mi auto hasta su casa y, mismo chófer de Uber, lo subí y lo llevé hasta nuestro departamento. En efecto, el chico era joven, según su DNI tenía 19 años, siendo él muy delgado y con una forma de vestir barata pero elegante. Allí en auto le di un rato mi celular para que vea las fotos de Instagram de mi pareja, donde salía ella en sus salidas sociales con amigos, en la playa y demás. Yo quería que sepa de antemano a qué clase de mujer él llegaría a hacerle el amor, y dio total efecto, puesto que pude notar su nerviosismo.
Llegamos entonces al departamento. Subimos por el ascensor y saqué las llaves para abrir la puerta. Cuando ésta se abrió, vi el lugar muy acondicionado para pasar una velada interesante. Ella había puesto soft jazz para amenizar el ambiente y la forma en cómo se había vestido no pudo haber sido mejor: se había producido completamente elegante como para una fiesta, con un pequeño vestido negro escotado, unos tacones oscuros y altos, unas pantimedias también oscuras, el cabello largo laciado y un maquillaje que resaltaba incluso a distancia sus grandes ojos verdes. Era la perfección hecha carne.
Como lo habíamos previsto bien, supimos que el muchacho no daría los primeros pasos y que estaría nervioso con su presencia, llegando a ser medianamente torpe en su actuar. No hubo problema; mi novia había preparado su papel a la perfección: decidimos que ella jugaría a ser una escort muy cara que haría que su cliente, sea quien fuere, pase la mejor noche de su vida. Ya todo estaba preparado. ¿Mi rol? Yo no solo sería un espectador, sino que ella me dio la idea, para amenizar la cosa, que actúe como un empleado o sirviente. El morbo era total.
De regreso a nuestra situación, mi novia se acercó al muchacho para saludarlo con un beso en la mejilla, y tomando de su mano, lo dirigió hasta la sala donde se sentaron juntos en el sofá mientras ella le hacía preguntas y él contestaba en lo que su inquietud podía. "Traenos dos copas de vino", me dijo ella. Yo no hice más que asentir e ir a la cocina a servir las dos copas con el vino barato que había comprado. Les di sus bebidas y las tomaron: "Está muy bueno, de buen nivel", dijo él. Tuve que darme la vuelta para esconder la mueca.
Me fui un rato atrás de ellos para observarlos, pero por el reflejo tanto del televisor como de unos espejos, podía ver lo que ocurría allí delante.
Primero hablaron de cosas muy normales. Pero mientras el efecto el vino hacía su trabajo, el ambiente se iba desenvolviendo más. Y mientras más les servía, más picante se volvía la cosa. Ahora cuando regresé a darles un poco más de bebida, noté muy descaradamente la mano del muchacho sobre el muslo más cercano de mi novia. "Por Dios, qué rico", pensé. Ya había empezado el juego erótico. Yo también quería tocarla pero debía seguir dentro de mi rol.
De pronto, no solo noté que él la tocaba más, sino que ella -en su rol de escort- se abalanza sobre él dándole un profundo beso de boca, con lenguas de por medio. Gracias a los reflejos, vi que unas manos subían por unas caderas y sobaban unos pechos, que se movían libremente. Luego oí un gemido. Era ella quien disfrutaba el momento.
"Parate", le dijo ella. Hizo caso. Allí parado, ella lo acercó hacia él, unas hábiles manos desabotonaban el pantalón. Me escondí aún viéndolo todo. Mi diestra novia bajaba hacia los muslos unos calzoncillos y se detuvo frente al miembro para mirarlo fijamente, luego de pensarlo un momento, impulsó su cabeza hacia delante y empezó a besarle todo el falo con una pasión intensa. Estaba loca, pensé. Su movimiento era cada vez más fuerte, en dirección de adelante hacia atrás. Le estaba chupando el pene con ahínco.
Luego de unos minutos, eyaculó tanto en la cara como en el vestido. Ello a ella no le importó. Él entonces la empujó al sofá, cayendo de espaldas con las piernas totalmente abiertas, mostrando ante él las pantimedias negras de lencería que terminaban en los muslos, seguidos luego por unas fuertes piernas claras para acabar finalmente en lo que sería una fina y delicada tela negra. Una bella tanga oscura de encaje que se presentaba ante él en toda su intimidad y vulnerabilidad.
Luego de admirar la hermosura de aquella imagen, la cual intuyo que jamás olvidará, hizo el mismo favor que le hizo ella acercando su mediocre rostro hacia la zona más íntima del cuerpo. Imagino que estando allí, primero pudo oler el precioso aroma interior de mi novia, ya que luego, como ella me lo mencionaría posteriormente, empezó a frotar su rostro y boca sobre la superficie de la tela de la tanga. Estuvo allí disfrutando un buen momento, raro pero divertido, para luego besarla como dos labios se besan. Y de tal manera él luego separó con sus dedos la prenda de la piel para descubrir frente a sí su rosada vagina.
Luego le hizo él uno de los mejores orales que mi novia pudo haber sentido jamás.
Ahora que ambos miembros genitales estaban al descubierto, sin secretos. Cabía entonces la pregunta sobre cuál sería la sensación mutua al unirlos: de tal forma que ante la total complacencia, el erecto falo se acercó lentamente al hoyuelo carnoso y, antes de introducirse, dio unos suaves roces alrededor, por los labios, para finalmente, muy lentamente, siento completamente consciente de cada milímetro de carne que penetraba, pudo iniciar el coito. Un coito tan intenso que los gemidos de mi novia se convertían en gritos y arañazos. Pero era tan solo la primera parte.
Una vez acabados en el sofá, en varias posiciones, tanto él como ella se sacaron las ropas: él a ella y ella a él. Ahora estando completamente desnudos, pasearon por toda la casa teniendo sexo el cualquier lugar. Yo era partícipe de todo tomando un registro audiovisual del evento.
Finalmente fuero a nuestro cuarto, a nuestra cama, donde hicieron verdaderamente el amor como si ellos mismos fueran pareja. Besos profundos, miradas de placer, contorsiones de cuerpos, piernas entrelazadas, temblores intensos, arañazos duros, gemidos enérgicos y miles de posiciones que les permitió explorar cada centímetro de sus figuras. La pasaron muy bien por unas buenas horas hasta que terminaron cansados.
Yo entré al cuarto y los vi desechos, desnudos ambos, abrazados como un solo cuerpo. La vi bien, su rostro iluminado y su vagina enrojecida. Me dio un guiño con sonrisa y luego posó su cabeza al hombro del muchacho, que ni me vio. Les tomé una foto, le alcancé una tanga roja a mi chica y les cerré la puerta.
A la mañana siguiente, luego de haber oídos los mismos sonidos de un sexo renovado, abrí la puerta con el desayuno listo. Entré con la bandeja de comida. Aquella imagen que vi me causó una extraña sensación de excitación y celos: estaban echados en la cama, abrazados, él completamente desnudo pero tapado con la sábana; ella no, parte de su cuerpo estaba descubierto, con los pechos al aire y con la tanga roja puesta. Su rostro descansaba sobre las tetillas del chico. Habían estado en esa posición buen rato, compartiendo sus cuerpos una vez más. Luego me acerqué más a ellos para colocar la bandeja con comida en la mesita del costado. Luego se besaron en la boca una vez más, ella fue quien buscó sus labios.
Salí una vez más para darles privacidad. No me importaba, tenía una cámara allí adentro. Lo veía todo.
En la tarde el muchacho finalmente se fue. Salimos de nuestros roles y nos despedimos. Le pedí un taxi y desapareció.
Nuestra relación había dado un cambio total de 180 grados. Ahora no sabía si era bueno o malo lo que había hecho: nunca olvidaré esa sensación de celos con excitación mientras los imagino abrazados como amantes.
