Antrax
General
18 Years of Service
Desde este punto de vista Clemente contempló con pulso palpitante la toilette de la hermosa Bella, hasta el momento en que comenzó a quitarse la camisa en la forma que ya he descrito. Entonces pudo Clemente gozar de la vista de la muchacha en toda su espléndida desnudez, y mugió ahogadamente como un toro.
En la posición yacente en que se encontraba no tenía dificultad alguna para ver de cintura abajo la totalidad del cuerpo de ella y sus ojos se solazaban en la contemplación de los globos gemelos que formaban sus nalgas, abriéndose y cerrándose a medida que la muchacha retorcía su elástico cuerpo en el esfuerzo por pasar la camisa por encima de su cabeza.
Clemente no pudo aguantar más tiempo; su deseo alcanzó el punto de ebullición, y sin ruido pero prontamente, se deslizó fuera de su escondite para alzarse frente a ella, y sin pérdida de tiempo abrazó el desnudo cuerpo con una de sus manos, mientras colocaba la otra sobre sus rojos labios.
El primer impulso de Bella fue el de gritar, pero este recurso femenino le estaba vedado. Su segunda idea fue desmayarse, y es por la que hubiera optado de no haber mediado cierta circunstancia. Esta circunstancia era el hecho de que mientras el audaz asaltante la mantenía firmemente sujeta junto a él, algo duro, largo y caliente presionaba de modo insistente entre sus suaves nalgas, y yacía palpitante entre la separación de ellas y a lo largo de su espalda. En ese crítico momento los ojos de Bella tropezaron con la imagen de él en el espejo de la cómoda, y reconocieron a sus espaldas el feo y abotagado rostro del sensual sacerdote, coronado por un círculo de rebelde cabello rojo.
Bella comprendió la situación en un abrir y cerrar de ojos. Hacia ya casi una semana que se había desprendido de los abrazos de Ambrosio y su tío, y tal hecho tuvo mucho que ver, desde luego, en lo que siguió. Lo que hizo a partir de aquel momento fue puro disimulo de la lasciva muchacha.
Se dejó caer suavemente de espaldas sobre la vigorosa figura del padre Clemente, y creyendo este feliz individuo que realmente se desmayaba, al mismo tiempo que retiraba la mano con que le cerraba la boca empleó ambos brazos para sostenerla.
La irresistible belleza de la persona que sostenía entre sus brazos llevó la excitación de Clemente casi hasta la locura. Bella estaba prácticamente desnuda, y él deslizó sus manos sobre su pulida piel, mientras su inmensa arma, ya rígida y distendida por efecto de la impaciencia, palpitaba vigorosamente al contacto con la hermosa que tenía abrazada.
Tembloroso, Clemente acercó su rostro al de ella, e imprimió un largo y voluptuoso beso sobre sus dulces labios.
Bella se estremeció y abrió los ojos.
Clemente renovó sus caricias.
¡Oh! exclamó lánguidamente. ¿Cómo osáis venir aquí? ¡Por favor, soltadme en el acto! ¡Es vergonzoso!
Clemente sonrió con aire de satisfacción. Siempre había sido feo, pero en aquel momento resultaba verdaderamente odioso por su terrible lujuria.
Así es dijo. Es una vergüenza tratar de esta manera a una muchacha tan linda, ¡pero es tan delicioso, vida mía!
Bella suspiró.
Más besos y un deslizamiento de manos sobre su desnudo cuerpo. Una mano grande y tosca se posó sobre su monte de Venus, y un atrevido dedo, separando los húmedos labios, se introdujo en el interior de la cálida rendija para tocar el sensible clítoris.
Bella cerró los ojos y dejó escapar otro suspiro, al propio tiempo que aquel sensible órgano comenzaba a su vez a distenderse. En el caso de mi joven amiga no era en modo alguno un órgano diminuto, ya que a causa del lascivo masaje del feo Clemente se alzó, se puso rígido, y se asomó partiendo casi los labios por sí solo.
Bella estaba ardiendo, y el brillo del deseo se asomaba a sus ojos. Se había contagiado, y lanzando una mirada a su seductor pudo ver la terrible mirada de lascivia retratada en su rostro mientras jugueteaba con sus secretos encantos.
La muchacha se agitaba temblorosa; un ardiente deseo del placer del coito se posesionó de ella, e incapaz de controlar por más tiempo sus afanes, llevó con rapidez su mano derecha hacia atrás para asir la inmensa arma que amenazaba sus nalgas, aunque no pudo hacerlo en toda su envergadura.
Se encontraron las miradas de ambos; la lujuria ardía en ellas. Bella sonrió, Clemente repitió su beso sensual, e introdujo en la boca de ella su inquieta lengua. La muchacha no tardó en secundar sus lascivas caricias, y dejó el campo libre tanto a sus inquietas manos como a sus cálidos besos. Poco a poco la atrajo hacia una silla, en la que se sentó Bella en impaciente espera de lo que el sacerdote quisiera hacer después.
Clemente se quedó de pie frente a ella. Su sotana de seda negra, que le llegaba hasta los talones, se alzaba prominente en la parte delantera; sus mejillas, al rojo vivo por la violencia de sus deseos, sólo encontraban rival en sus encendidos labios, y su respiración era agitada, como anticipo del éxtasis. Sabía que no tenía nada que temer y mucho que gozar.
Esto es demasiado murmuró Bella, ¡idos!
Imposible, después de haberme tomado la molestia de entrar.
Pero podéis ser descubierto, y entonces mi reputación estará arruinada.
No es probable. Sabes que estamos completamente solos, y que no hay probabilidad alguna de que nos molesten. Además, eres tan deliciosa, chiquilla mía, tan fresca, tan juvenil y tan hermosa, que. .. no retires la pierna; únicamente ponía mi mano sobre tu suave muslo. El hecho es que quiero joderte, querida.
En la posición yacente en que se encontraba no tenía dificultad alguna para ver de cintura abajo la totalidad del cuerpo de ella y sus ojos se solazaban en la contemplación de los globos gemelos que formaban sus nalgas, abriéndose y cerrándose a medida que la muchacha retorcía su elástico cuerpo en el esfuerzo por pasar la camisa por encima de su cabeza.
Clemente no pudo aguantar más tiempo; su deseo alcanzó el punto de ebullición, y sin ruido pero prontamente, se deslizó fuera de su escondite para alzarse frente a ella, y sin pérdida de tiempo abrazó el desnudo cuerpo con una de sus manos, mientras colocaba la otra sobre sus rojos labios.
El primer impulso de Bella fue el de gritar, pero este recurso femenino le estaba vedado. Su segunda idea fue desmayarse, y es por la que hubiera optado de no haber mediado cierta circunstancia. Esta circunstancia era el hecho de que mientras el audaz asaltante la mantenía firmemente sujeta junto a él, algo duro, largo y caliente presionaba de modo insistente entre sus suaves nalgas, y yacía palpitante entre la separación de ellas y a lo largo de su espalda. En ese crítico momento los ojos de Bella tropezaron con la imagen de él en el espejo de la cómoda, y reconocieron a sus espaldas el feo y abotagado rostro del sensual sacerdote, coronado por un círculo de rebelde cabello rojo.
Bella comprendió la situación en un abrir y cerrar de ojos. Hacia ya casi una semana que se había desprendido de los abrazos de Ambrosio y su tío, y tal hecho tuvo mucho que ver, desde luego, en lo que siguió. Lo que hizo a partir de aquel momento fue puro disimulo de la lasciva muchacha.
Se dejó caer suavemente de espaldas sobre la vigorosa figura del padre Clemente, y creyendo este feliz individuo que realmente se desmayaba, al mismo tiempo que retiraba la mano con que le cerraba la boca empleó ambos brazos para sostenerla.
La irresistible belleza de la persona que sostenía entre sus brazos llevó la excitación de Clemente casi hasta la locura. Bella estaba prácticamente desnuda, y él deslizó sus manos sobre su pulida piel, mientras su inmensa arma, ya rígida y distendida por efecto de la impaciencia, palpitaba vigorosamente al contacto con la hermosa que tenía abrazada.
Tembloroso, Clemente acercó su rostro al de ella, e imprimió un largo y voluptuoso beso sobre sus dulces labios.
Bella se estremeció y abrió los ojos.
Clemente renovó sus caricias.
¡Oh! exclamó lánguidamente. ¿Cómo osáis venir aquí? ¡Por favor, soltadme en el acto! ¡Es vergonzoso!
Clemente sonrió con aire de satisfacción. Siempre había sido feo, pero en aquel momento resultaba verdaderamente odioso por su terrible lujuria.
Así es dijo. Es una vergüenza tratar de esta manera a una muchacha tan linda, ¡pero es tan delicioso, vida mía!
Bella suspiró.
Más besos y un deslizamiento de manos sobre su desnudo cuerpo. Una mano grande y tosca se posó sobre su monte de Venus, y un atrevido dedo, separando los húmedos labios, se introdujo en el interior de la cálida rendija para tocar el sensible clítoris.
Bella cerró los ojos y dejó escapar otro suspiro, al propio tiempo que aquel sensible órgano comenzaba a su vez a distenderse. En el caso de mi joven amiga no era en modo alguno un órgano diminuto, ya que a causa del lascivo masaje del feo Clemente se alzó, se puso rígido, y se asomó partiendo casi los labios por sí solo.
Bella estaba ardiendo, y el brillo del deseo se asomaba a sus ojos. Se había contagiado, y lanzando una mirada a su seductor pudo ver la terrible mirada de lascivia retratada en su rostro mientras jugueteaba con sus secretos encantos.
La muchacha se agitaba temblorosa; un ardiente deseo del placer del coito se posesionó de ella, e incapaz de controlar por más tiempo sus afanes, llevó con rapidez su mano derecha hacia atrás para asir la inmensa arma que amenazaba sus nalgas, aunque no pudo hacerlo en toda su envergadura.
Se encontraron las miradas de ambos; la lujuria ardía en ellas. Bella sonrió, Clemente repitió su beso sensual, e introdujo en la boca de ella su inquieta lengua. La muchacha no tardó en secundar sus lascivas caricias, y dejó el campo libre tanto a sus inquietas manos como a sus cálidos besos. Poco a poco la atrajo hacia una silla, en la que se sentó Bella en impaciente espera de lo que el sacerdote quisiera hacer después.
Clemente se quedó de pie frente a ella. Su sotana de seda negra, que le llegaba hasta los talones, se alzaba prominente en la parte delantera; sus mejillas, al rojo vivo por la violencia de sus deseos, sólo encontraban rival en sus encendidos labios, y su respiración era agitada, como anticipo del éxtasis. Sabía que no tenía nada que temer y mucho que gozar.
Esto es demasiado murmuró Bella, ¡idos!
Imposible, después de haberme tomado la molestia de entrar.
Pero podéis ser descubierto, y entonces mi reputación estará arruinada.
No es probable. Sabes que estamos completamente solos, y que no hay probabilidad alguna de que nos molesten. Además, eres tan deliciosa, chiquilla mía, tan fresca, tan juvenil y tan hermosa, que. .. no retires la pierna; únicamente ponía mi mano sobre tu suave muslo. El hecho es que quiero joderte, querida.