Beyonder
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Cofradía lectora, les dejo este relato rescatado del rincon mas profundo y enigmatico de me cabeza en el 2019.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Al abrir los ojos lo primero que sentí fue el frío de las mayólicas en mi piel, después, una mezcla de pisco macerado en la garganta, nicotina y la básica necesidad de responderme “¿qué hago aquí?” A pesar del esfuerzo, no puedo decir con certeza si lo que contaré ahora son recuerdos o sueños, ya que, si bien tienen la claridad propia de los hechos reales, la lógica de su sucesión pertenece al mundo onírico, donde tienen lugar todos los actos imposibles que de día resultan excesivamente incisivos.
Me vino a la mente una imagen en fondo azul, de luces de pub, licor dulce, destellos, música que impide escucharse y cuatro flacas saltando en su mismo sitio en lugar de bailar… Me repetía a mí mismo, sentado sobre el suelo de la ducha y con la espalda apoyada debajo de las perillas, “los tipos duros no bailan … ¿qué hago en boxers?”
Para mi tranquilidad reconocí el lugar, estaba en el baño del departamento que habíamos alquilado en Cajamarca. La ciudad del Carnaval y de las coplas fue la sede de un congreso profesional, lo que motivó que tres patas del trabajo y yo asistiéramos, bajo la figura de “capacitación”. La segunda noche llegamos a un pub en un segundo piso donde había música no bailable y mucha gente en plan de tomar tranquilos. Nosotros bebíamos pisco en forma de chilcanos y, en realidad, el plan no era levantar nada, pero nuestro grupo era capitaneado por un hombre cuyo apelativo es “el Gran Jefe”. Este hombre, cincuentón, cachero clásico, bonachón; había sido nuestro jefe durante la más gloriosa administración del departamento, al menos desde la perspectiva del clima organizacional, y en aquel momento, a pesar de no ostentar la jefatura, realizó la gestión más valiosa.
Mis recuerdos lineales llegaban hasta ahí. Sin levantarme de la ducha y aún en boxers armé lo mejor que pude los eventos de aquella madrugada. El Gran Jefe había estado echándole ojo a la más alta de una mesa cercana. Las estudió lo suficiente como para determinar el momento ideal en el cual mandarles una jarra de lo que sea que estaban tomando. En unos instantes estábamos todos en su mesa. Me visualizo haciendo las mejores referencias del mundo, aunque cada vez lo recuerdo diferente. Los elementos comunes son unos anteojos de marco hipster, una casaquita de cuero, la falda larga y amarilla de la más alta de la noche y cómo mis manos acariciaban una cintura de mujer. No puedo asegurar que besé a alguien en el pub, en cambio, tengo la penosa certeza de haber ingerido litros de pisco adulterado con algún líquido innecesariamente dulce y de colores; además de risas, muchas risas.
Y entre risa y risa, de algún modo, llegamos al departamento en primer piso que habíamos alquilado. En realidad, era una casa acondicionada, con entrada independiente y cuatro habitaciones con baño. La privacidad nos permitía un polvo a puerta cerrada a cada quien, sin embargo, el primer recuerdo que tengo es de cada uno en una silla del comedor, con una mujer encima y dos botellas de pisco puro rodando por la mesa.
La flaca que llevé a mi cuarto destacaba absolutamente por nada, o, mejor dicho, no soy capaz de recordar nada absolutamente destacable de ella, salvo quizá por sus labios carnosos. La siguiente imagen que tuve fue mía jalando sus jeans con ambas manos, usándolo a manera de banda, empujando su nuca hacia mi falo. Algo mareado, con la imagen de su cara distorsionada recuerdo haberle hecho un facefucking y lanzarla a la cama. Le comí el clítoris con la mandíbula totalmente adormecida por el alcohol, solo reaccioné cuando ella me dijo “¡Ya, sube!”
Los gemidos de esta anónima colega eran intensos. Mientras le daba de misionero, la flaca me arañaba la espalda y me cogía del abdomen con fuerza. De pronto me dijo “Agárrame, ¡agárrame fuerte de la cadera!”. Entonces la cogí y le di duro, tanto que empezó a gritar “¡Ay, Javi, así Javi, mi Javicho!” “¡Sigue Javi, sigue, sigue!”. Que me cambiaran el nombre fue un asunto menor, pero su intensidad sí me puso a mil, de modo que la puse piernas al hombro y estirándole los brazos hacia abajo, tomando sus muñecas, me sadiqueé con los movimientos.
La flaca no paraba de gemir, con los ojos bien cerraditos, estiraba el cuello al máximo y arañaba las sábanas de tanto que le daba. Me arrechaba oírle decir “¡Aaaah Javi, Javi, qué rico Javi, Jaaaavicho Aaaaah!” Aunque no fuese mi nombre, la humedad de su vagina rodeaba mi pene, y no el del tal Javicho (a quien le envío un saludo por calentarla tanto. Borracho como estaba seguro que no la hacía), especialmente porque en un momento me dijo “Ahórcame Javi, tú sabes, ahórcame”. A lo mejor esta parte es delirio, no sé, pero yo puse mis manos en su cuello mientras me doblaba como un acordeón sobre ella, con sus piernas sobre mis hombros y le decía “¡Dime que te gusta, di que te gusta que te coja!” a lo que yo oía por respuesta “¡Me gusta, me gusta, me gusta que me cojas!” en un tono de agitación. Admito, no obstante, que le doy más crédito del que podría cerciorarme a este evento, pero es porque lo que sigue es algo inverosímil.
El siguiente recuerdo que tengo es estar viendo como mi miembro entra y sale de su concha, mientras tengo sus piernas abiertas y estoy erguido sobre mis rodillas en la cama. De pronto, alzo la mirada y veo a uno de mis patas desnudo, de pie al borde de la cama mientras la flaca misma flaca, echada y de cabeza, le chupaba la pieza. Yo, sin salir de mi desconcierto, oía los “glop, glop, glop” que se metía la flaca con la pinga de mi pata, a la vez que él, con los ojos entrecerrados decía “¡Santi! ¡Salen unas coplas! ¡Matarina, matarina, maaaatarina de algodón!” “Flaca, ¿qué más era?” y veo como le sacude el mazo en la cara mientras le dice “Canta pues flaca, ¡Canta la matarina!”, ante lo cual escucho “¡glop, glop, gloack! Mataaa, glop, matarina, glop. Mpfatfarinaoack dfe aglopdoan, glo, glop, glop” Juro que instantáneamente vi a mi pata con un sombrero cajamarquino gritar “¡Tómatela! ¡Que no se derrame nada!” Durante toda la escena yo me la seguía cogiendo, con más fuerza por esa escena porno en vivo que estaba viendo, complementada de cuando en cuando con un primer plano de mi miembro penetrándole la argolla. Luego debí parpadear y cuando volví a ver la tenía de perrito con todo el cabello sobre la espalda y mordiendo la almohada. Me vine tomándola de los hombros y dejando descansar todo mi peso sobre ella. Jadeamos como dos borrachos sedientos.
Supongo que se durmió y fácil yo también, pero solo yo me levanté en busca de agua. Con mucha dificultad para enfocar bien salí del cuarto rumbo a la sala-cocina, y le atribuyo a mi incapacidad para enfocar y a mi embriaguez el hecho de haber visto a otro de mis colegas dándole de perrito sobre un sillón largo a otra de las flacas, mientras que en el sillón del frente estaba sentado el Gran Jefe, calato, con la flaca más alta arrodillada, haciéndole una paja a la vez que él miraba la cogida de perrito y fumaba. Yo pasé por el medio, me serví un vaso con agua y cogí una cajetilla de puchos que estaba en el comedor. Antes de volver al cuarto di una ojeada y vi que la flaca más alta ya se la estaba chupando al Gran Jefe, que no dejaba de mirar a los que tenía en frente. Oí decir al colega que estaba dándole a la flaca de perrito “¡Johhny, el primero en tu nombre!” y al Gran Jefe recontra cagarse de risa. Le hice un saludo militar de respeto, que respondió sin dejar de reír y mi otro colega decía algo como “¡Graba Santi, graba, aaaahhh, toma una foto pal Face!”
Jajaja. Prendí un pucho, ya dentro del cuarto, y los dejé seguir. Sabe Dios qué otras cosas decían. Por mi parte, me senté en la cama y recité no sé cuántas incoherencias sobre Teología de la liberación, La genealogía de la moral y de por qué una parodia de Darling in the Franxxx sería una parodia de una parodia. Jajaja, la flaca obviamente dormía, aunque a veces recuerdo que me abrazaba la espalda, otras que se colgaba de mi cuello y muy pocas veces que lo hacíamos en el suelo, de perrito, y que ella probaba mi semen del piso; claro, que esto último puede ser un fragmento pornográfico superpuesto en mi memoria.
Lo que sí recuerdo es haberme arrastrado al baño para intentar ducharme. ¿Cuántas horas habrán pasado desde que me quedé dormido en el suelo de la ducha?, ¡quién lo sabe! Pero, lo que sí sé, es que cuando tuve la lucidez suficiente como para haber recordado todo esto y enfocar mi mirada, sin tanta distorsión, la puerta del baño se abrió. Los espacios de la cortina dejaron ver entrar a una silueta femenina que tambaleaba y que dijo “Puta madre. Jajaja, no puedo creerlo, ¡Qué asco doy! Soy de lo peor, jajaja”. Esa voz femenina pareció ser ese canto de sirena que atrae irremediablemente a los desdichados marineros, solo que lo que vino después no fue desdicha.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Al abrir los ojos lo primero que sentí fue el frío de las mayólicas en mi piel, después, una mezcla de pisco macerado en la garganta, nicotina y la básica necesidad de responderme “¿qué hago aquí?” A pesar del esfuerzo, no puedo decir con certeza si lo que contaré ahora son recuerdos o sueños, ya que, si bien tienen la claridad propia de los hechos reales, la lógica de su sucesión pertenece al mundo onírico, donde tienen lugar todos los actos imposibles que de día resultan excesivamente incisivos.
Me vino a la mente una imagen en fondo azul, de luces de pub, licor dulce, destellos, música que impide escucharse y cuatro flacas saltando en su mismo sitio en lugar de bailar… Me repetía a mí mismo, sentado sobre el suelo de la ducha y con la espalda apoyada debajo de las perillas, “los tipos duros no bailan … ¿qué hago en boxers?”
Para mi tranquilidad reconocí el lugar, estaba en el baño del departamento que habíamos alquilado en Cajamarca. La ciudad del Carnaval y de las coplas fue la sede de un congreso profesional, lo que motivó que tres patas del trabajo y yo asistiéramos, bajo la figura de “capacitación”. La segunda noche llegamos a un pub en un segundo piso donde había música no bailable y mucha gente en plan de tomar tranquilos. Nosotros bebíamos pisco en forma de chilcanos y, en realidad, el plan no era levantar nada, pero nuestro grupo era capitaneado por un hombre cuyo apelativo es “el Gran Jefe”. Este hombre, cincuentón, cachero clásico, bonachón; había sido nuestro jefe durante la más gloriosa administración del departamento, al menos desde la perspectiva del clima organizacional, y en aquel momento, a pesar de no ostentar la jefatura, realizó la gestión más valiosa.
Mis recuerdos lineales llegaban hasta ahí. Sin levantarme de la ducha y aún en boxers armé lo mejor que pude los eventos de aquella madrugada. El Gran Jefe había estado echándole ojo a la más alta de una mesa cercana. Las estudió lo suficiente como para determinar el momento ideal en el cual mandarles una jarra de lo que sea que estaban tomando. En unos instantes estábamos todos en su mesa. Me visualizo haciendo las mejores referencias del mundo, aunque cada vez lo recuerdo diferente. Los elementos comunes son unos anteojos de marco hipster, una casaquita de cuero, la falda larga y amarilla de la más alta de la noche y cómo mis manos acariciaban una cintura de mujer. No puedo asegurar que besé a alguien en el pub, en cambio, tengo la penosa certeza de haber ingerido litros de pisco adulterado con algún líquido innecesariamente dulce y de colores; además de risas, muchas risas.
Y entre risa y risa, de algún modo, llegamos al departamento en primer piso que habíamos alquilado. En realidad, era una casa acondicionada, con entrada independiente y cuatro habitaciones con baño. La privacidad nos permitía un polvo a puerta cerrada a cada quien, sin embargo, el primer recuerdo que tengo es de cada uno en una silla del comedor, con una mujer encima y dos botellas de pisco puro rodando por la mesa.
La flaca que llevé a mi cuarto destacaba absolutamente por nada, o, mejor dicho, no soy capaz de recordar nada absolutamente destacable de ella, salvo quizá por sus labios carnosos. La siguiente imagen que tuve fue mía jalando sus jeans con ambas manos, usándolo a manera de banda, empujando su nuca hacia mi falo. Algo mareado, con la imagen de su cara distorsionada recuerdo haberle hecho un facefucking y lanzarla a la cama. Le comí el clítoris con la mandíbula totalmente adormecida por el alcohol, solo reaccioné cuando ella me dijo “¡Ya, sube!”
Los gemidos de esta anónima colega eran intensos. Mientras le daba de misionero, la flaca me arañaba la espalda y me cogía del abdomen con fuerza. De pronto me dijo “Agárrame, ¡agárrame fuerte de la cadera!”. Entonces la cogí y le di duro, tanto que empezó a gritar “¡Ay, Javi, así Javi, mi Javicho!” “¡Sigue Javi, sigue, sigue!”. Que me cambiaran el nombre fue un asunto menor, pero su intensidad sí me puso a mil, de modo que la puse piernas al hombro y estirándole los brazos hacia abajo, tomando sus muñecas, me sadiqueé con los movimientos.
La flaca no paraba de gemir, con los ojos bien cerraditos, estiraba el cuello al máximo y arañaba las sábanas de tanto que le daba. Me arrechaba oírle decir “¡Aaaah Javi, Javi, qué rico Javi, Jaaaavicho Aaaaah!” Aunque no fuese mi nombre, la humedad de su vagina rodeaba mi pene, y no el del tal Javicho (a quien le envío un saludo por calentarla tanto. Borracho como estaba seguro que no la hacía), especialmente porque en un momento me dijo “Ahórcame Javi, tú sabes, ahórcame”. A lo mejor esta parte es delirio, no sé, pero yo puse mis manos en su cuello mientras me doblaba como un acordeón sobre ella, con sus piernas sobre mis hombros y le decía “¡Dime que te gusta, di que te gusta que te coja!” a lo que yo oía por respuesta “¡Me gusta, me gusta, me gusta que me cojas!” en un tono de agitación. Admito, no obstante, que le doy más crédito del que podría cerciorarme a este evento, pero es porque lo que sigue es algo inverosímil.
El siguiente recuerdo que tengo es estar viendo como mi miembro entra y sale de su concha, mientras tengo sus piernas abiertas y estoy erguido sobre mis rodillas en la cama. De pronto, alzo la mirada y veo a uno de mis patas desnudo, de pie al borde de la cama mientras la flaca misma flaca, echada y de cabeza, le chupaba la pieza. Yo, sin salir de mi desconcierto, oía los “glop, glop, glop” que se metía la flaca con la pinga de mi pata, a la vez que él, con los ojos entrecerrados decía “¡Santi! ¡Salen unas coplas! ¡Matarina, matarina, maaaatarina de algodón!” “Flaca, ¿qué más era?” y veo como le sacude el mazo en la cara mientras le dice “Canta pues flaca, ¡Canta la matarina!”, ante lo cual escucho “¡glop, glop, gloack! Mataaa, glop, matarina, glop. Mpfatfarinaoack dfe aglopdoan, glo, glop, glop” Juro que instantáneamente vi a mi pata con un sombrero cajamarquino gritar “¡Tómatela! ¡Que no se derrame nada!” Durante toda la escena yo me la seguía cogiendo, con más fuerza por esa escena porno en vivo que estaba viendo, complementada de cuando en cuando con un primer plano de mi miembro penetrándole la argolla. Luego debí parpadear y cuando volví a ver la tenía de perrito con todo el cabello sobre la espalda y mordiendo la almohada. Me vine tomándola de los hombros y dejando descansar todo mi peso sobre ella. Jadeamos como dos borrachos sedientos.
Supongo que se durmió y fácil yo también, pero solo yo me levanté en busca de agua. Con mucha dificultad para enfocar bien salí del cuarto rumbo a la sala-cocina, y le atribuyo a mi incapacidad para enfocar y a mi embriaguez el hecho de haber visto a otro de mis colegas dándole de perrito sobre un sillón largo a otra de las flacas, mientras que en el sillón del frente estaba sentado el Gran Jefe, calato, con la flaca más alta arrodillada, haciéndole una paja a la vez que él miraba la cogida de perrito y fumaba. Yo pasé por el medio, me serví un vaso con agua y cogí una cajetilla de puchos que estaba en el comedor. Antes de volver al cuarto di una ojeada y vi que la flaca más alta ya se la estaba chupando al Gran Jefe, que no dejaba de mirar a los que tenía en frente. Oí decir al colega que estaba dándole a la flaca de perrito “¡Johhny, el primero en tu nombre!” y al Gran Jefe recontra cagarse de risa. Le hice un saludo militar de respeto, que respondió sin dejar de reír y mi otro colega decía algo como “¡Graba Santi, graba, aaaahhh, toma una foto pal Face!”
Jajaja. Prendí un pucho, ya dentro del cuarto, y los dejé seguir. Sabe Dios qué otras cosas decían. Por mi parte, me senté en la cama y recité no sé cuántas incoherencias sobre Teología de la liberación, La genealogía de la moral y de por qué una parodia de Darling in the Franxxx sería una parodia de una parodia. Jajaja, la flaca obviamente dormía, aunque a veces recuerdo que me abrazaba la espalda, otras que se colgaba de mi cuello y muy pocas veces que lo hacíamos en el suelo, de perrito, y que ella probaba mi semen del piso; claro, que esto último puede ser un fragmento pornográfico superpuesto en mi memoria.
Lo que sí recuerdo es haberme arrastrado al baño para intentar ducharme. ¿Cuántas horas habrán pasado desde que me quedé dormido en el suelo de la ducha?, ¡quién lo sabe! Pero, lo que sí sé, es que cuando tuve la lucidez suficiente como para haber recordado todo esto y enfocar mi mirada, sin tanta distorsión, la puerta del baño se abrió. Los espacios de la cortina dejaron ver entrar a una silueta femenina que tambaleaba y que dijo “Puta madre. Jajaja, no puedo creerlo, ¡Qué asco doy! Soy de lo peor, jajaja”. Esa voz femenina pareció ser ese canto de sirena que atrae irremediablemente a los desdichados marineros, solo que lo que vino después no fue desdicha.