Una Superfinal de vergüenza
Podía pasar y pasó. De la Superfinal River-Boca en la Copa Libertadores a la 'Supervergüenza' argentina, con todo el mundo mirando atónito a lo que sucedía en el Monumental. Dos horas antes del partido, cuando el autobús xeneize se aproximaba al estadio del eterno enemigo, recibió
una lluvia de piedras y botellas. Una encerrona contra el rival eterno que el operativo policial no evitó.
En el interior, los hombres de Guillermo cantaban y golpeaban los cristales intentando motivarse para el partido de sus vidas, tras el 2-2 en La Bombonera. Fue entonces cuando la fiesta del fútbol se terminó y los violentos volvieron a ganar su guerra. Estallaron las ventanas, varios jugadores resultaron heridos y la Policía, desbordada por los acontecimientos, tiró de gases lacrimógenos contra la marabunta. En esos momentos, Buenos Aires se convirtió en la ciudad sin ley
Los objetos que no hicieron puntería en el bus de Boca impactaron en los hinchas de River que estaban al otro lado de la calle, que
cayeron heridos por el fuego amigo. Algunos aprovecharon el caos para saquear los coches que estaban aparcados en las inmediaciones. Mientras tanto, se hacía viral la imagen de una madre llenando el cuerpo de su hija de bengalas para meterlas al campo
Qué fracaso monumental el de esta
Copa Libertadores. La definición soñada entre Boca y River –“la final del mundo”, como se le llamó– terminó generando una mayúscula frustración en todo el planeta y llenó de vergüenza a los argentinos, que vieron como su fiesta inolvidable se convertía en una horrenda pesadilla de la que aún no pueden despertar.
A la suspensión del partido del sábado, luego del salvaje ataque de un grupo de desadaptados al bus de Boca Juniors que llegaba al estadio Monumental, ayer siguió una serie de eventos desafortunados que desembocaron en un nuevo aplazamiento del encuentro, esta vez sin fecha definida.
Más allá de los gravísimos incidentes del sábado en Buenos Aires, que desnudaron la precariedad del dispositivo de seguridad desplegado por las autoridades de la ciudad, lo que sucedió después tampoco deja de ser preocupante.
En las horas posteriores a la arremetida de los fanáticos, fuimos testigos de las impertinencias del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, empañado en que el partido se jugara como sea, mientras que los dirigentes de la federación argentina y los clubes finalistas se culpaban unos a otros, tratando de sacar ventaja y ganar alguito de la situación. Y en medio de tamaño alboroto, los futbolistas y el público no acaban de salir del susto, sumidos en la confusión y el mal sabor de lo vivido el fin de semana.
Al fin, otra vez el fútbol víctima de la violencia. Otra vez las barras bravas mostrando su lado más animal. Otra vez los jugadores y la afición pagando los platos rotos. Y otra vez también las autoridades del deporte rey –ya no sorprende, lamentablemente– dejando mucho qué desear.
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