Beyonder
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Cofradía lectora, aquí les dejo un relato que es continuación de "El tatuaje de la mariposa". Espero no haberme ido tanto en floro y que lo disfruten.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia, en esta; mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Había perdido la cuenta del Pisco luego del tercer vaso. Aunque no habíamos llegado a la embriaguez, estaba lo suficientemente picado como para olvidar mi timidez e intentar un segundo round; sin embargo, me detenía ese decisivo resto de sobriedad que separa una jornada ganadora una noche en blanco.
-Oye Santi, pero dime la verdad ¿Tú piensas que te sacó la vuelta, ósea, mientras estaban?
-No creo. Tengo que creer que no.
-Ay, ¡pero eso se sabe!
Mientras hablaba me distraía, esa blusa usada como pareo sobre su absoluta desnudez me invitaba a parajes silvestres, bucólicos, de naturaleza invadiendo ruinas griegas con una ninfa en medio, envuelta en una túnica ondeante. Intentaba que confiese detalles de mi relación fallida, defectos de Carmen (mi ex), algunas escenas que la pinten como una loca, una puta, o cualquier defecto predilecto del raje femenino. Qué me decía, no sé, yo veía sus labios moverse y solo podía imaginarlos rodeando mi pene. La veía ligeramente recostada de un lado, apoyando un codo sobre el respaldo del sillón y solo podía imaginar su silueta contorneándose al ritmo de mis embestidas. Sonreía, y sabrá Dios qué anzuelo me habría lanzado, lo único que notaba era el gesto de su mano, danzando, mientras llevaba el cigarrillo de su boca hasta la altura de su oreja; extendiendo una cortina de humo cuya ligereza completaba su imagen de amante burdelera con cerquillo parisino. Y sonreía, se apoyaba y continuaba hablando sin que yo pudiera adivinar qué intención tenían sus oraciones, sin que me importará ninguna de sus palabras, sin que cualquier sonido fuera más que un eco de su desnudez, un eco que con los minutos me decía una única cosa: ¿cómo hago para tirármela otra vez?
-Bueno, pero por algo pasan las cosas. Jijiji, míranos.
-Sí, nos miro. De hecho, te miro -te miro y no puedo pensar en otra cosa que no seas tu atragantándote con mi pinga. Te miro y en mi mente estás de rodillas mientras yo te agarro de la nuca y me hago una paja brutal con tu boca, hasta que te den arcadas y se te pongan los ojos llorosos. No veo nada más que tu redondeado rostro recibiendo los latigazos de mi pene hasta que mi venida se rebalse de tu boca, mientras te digo “trágatela, trágatela toda conchatumadre”- y me encanta a donde me han traído las cosas.
- ¡Ay, mira tú! A ver si miras menos. Oye, me voy a bañar.
Mientras caminaba me acordaba de esa empalagosa canción de Arjona, “podrías verlas andar/ después de hacer el amor/hasta el tocador/ y sin voltear, sin voltear, ar aaa”. Creo que no he vuelto a contemplar las caderas de una chata con tanto deseo como aquella vez. Era un metro cincuenta y ocho de feminidad concentrada en su culo, unas caderas que formaban una perita tan pequeña como estética, tan deseable como una modelo en retirada y tan cachable como puede ser una practicante de danza árabe de 20 años, desnuda y con varios piscos encima.
Me puse de pie en cuanto se perdió por el pasadizo, junto con mis esperanzas de volver a coger. Lo atribuyo al alcohol, se me entremezclaron las ideas; qué decir, qué información me había sacado, qué hora era, venía a mí una imagen estática de su rostro mientras conversábamos; ¿me querría decir algo? Su expresión en mi mente era algo idealizada, como el fotograma de un instante de expectación, una mirada concentrada y deseosa; además de una pícara sonrisa, caraj*, y en medio de todo, el ferviente deseo de alcanzarla, arrancarle la blusa, apretarle los senos, sobar su vagina y abrirle las nalgas para clavarla sin compasión. Mis deseos tomaban forma de escena porno: yo de pie, metiéndosela en esa mini perita que era su culo; ella de pie, pero doblada, apoyada sobre alguna pared del pasadizo “¡Ay Santi, ay Santi! -me dría- no pares, ¡no pares papi!” a lo que yo respondería aumentando mis embestidas a su culo y aprisionándolo en mis manos mientras le gritaría “¡Este culito es mío, Ale, tu culito es mío! -una nalgada salvaje y otra de vuelta- Di que tu culo es mío, Ale, ¡Di que tu culo es mío!” y esperaría por respuesta “¡Aaay! Santi, sí, mi culo es tuyo, ¡mi culo es tuyo papi, es tuyo!”, ya poseído por puro instinto: “Sí, es mío, putita, -más nalgadas, la tomaría del cabello con una mano, con la otra la cadera y me erguiría todo lo posible, ligeramente hacia atrás- ¡Tu culo es mío! Ahora di que eres mi perrita, ¡que eres mía!”, entonces me respondería “Ay Santi, ay, ay; soy tuya Santi, ay…” y mi fantasía acababa conmigo, precisamente acabando, sobre la mariposa tatuada al final de su espalda. Cosas del alcohol, supongo.
Así que, ya de pie, consumido por mi fantasía y agobiado por la confusión de mis ideas me acerqué al baño, la puerta estaba entre abierta y se oía el sonido de la ducha. Prematuramente derrotado había resuelto lidiar con mi arrechura yendo donde una kine, a pesar del escueto presupuesto de un universitario, por lo que resolví decirle:
-Oye Ale, ¿después me das chance de tomar una ducha también?
- ¡Claro! Si quieres… pasa.
Continuará...
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia, en esta; mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Había perdido la cuenta del Pisco luego del tercer vaso. Aunque no habíamos llegado a la embriaguez, estaba lo suficientemente picado como para olvidar mi timidez e intentar un segundo round; sin embargo, me detenía ese decisivo resto de sobriedad que separa una jornada ganadora una noche en blanco.
-Oye Santi, pero dime la verdad ¿Tú piensas que te sacó la vuelta, ósea, mientras estaban?
-No creo. Tengo que creer que no.
-Ay, ¡pero eso se sabe!
Mientras hablaba me distraía, esa blusa usada como pareo sobre su absoluta desnudez me invitaba a parajes silvestres, bucólicos, de naturaleza invadiendo ruinas griegas con una ninfa en medio, envuelta en una túnica ondeante. Intentaba que confiese detalles de mi relación fallida, defectos de Carmen (mi ex), algunas escenas que la pinten como una loca, una puta, o cualquier defecto predilecto del raje femenino. Qué me decía, no sé, yo veía sus labios moverse y solo podía imaginarlos rodeando mi pene. La veía ligeramente recostada de un lado, apoyando un codo sobre el respaldo del sillón y solo podía imaginar su silueta contorneándose al ritmo de mis embestidas. Sonreía, y sabrá Dios qué anzuelo me habría lanzado, lo único que notaba era el gesto de su mano, danzando, mientras llevaba el cigarrillo de su boca hasta la altura de su oreja; extendiendo una cortina de humo cuya ligereza completaba su imagen de amante burdelera con cerquillo parisino. Y sonreía, se apoyaba y continuaba hablando sin que yo pudiera adivinar qué intención tenían sus oraciones, sin que me importará ninguna de sus palabras, sin que cualquier sonido fuera más que un eco de su desnudez, un eco que con los minutos me decía una única cosa: ¿cómo hago para tirármela otra vez?
-Bueno, pero por algo pasan las cosas. Jijiji, míranos.
-Sí, nos miro. De hecho, te miro -te miro y no puedo pensar en otra cosa que no seas tu atragantándote con mi pinga. Te miro y en mi mente estás de rodillas mientras yo te agarro de la nuca y me hago una paja brutal con tu boca, hasta que te den arcadas y se te pongan los ojos llorosos. No veo nada más que tu redondeado rostro recibiendo los latigazos de mi pene hasta que mi venida se rebalse de tu boca, mientras te digo “trágatela, trágatela toda conchatumadre”- y me encanta a donde me han traído las cosas.
- ¡Ay, mira tú! A ver si miras menos. Oye, me voy a bañar.
Mientras caminaba me acordaba de esa empalagosa canción de Arjona, “podrías verlas andar/ después de hacer el amor/hasta el tocador/ y sin voltear, sin voltear, ar aaa”. Creo que no he vuelto a contemplar las caderas de una chata con tanto deseo como aquella vez. Era un metro cincuenta y ocho de feminidad concentrada en su culo, unas caderas que formaban una perita tan pequeña como estética, tan deseable como una modelo en retirada y tan cachable como puede ser una practicante de danza árabe de 20 años, desnuda y con varios piscos encima.
Me puse de pie en cuanto se perdió por el pasadizo, junto con mis esperanzas de volver a coger. Lo atribuyo al alcohol, se me entremezclaron las ideas; qué decir, qué información me había sacado, qué hora era, venía a mí una imagen estática de su rostro mientras conversábamos; ¿me querría decir algo? Su expresión en mi mente era algo idealizada, como el fotograma de un instante de expectación, una mirada concentrada y deseosa; además de una pícara sonrisa, caraj*, y en medio de todo, el ferviente deseo de alcanzarla, arrancarle la blusa, apretarle los senos, sobar su vagina y abrirle las nalgas para clavarla sin compasión. Mis deseos tomaban forma de escena porno: yo de pie, metiéndosela en esa mini perita que era su culo; ella de pie, pero doblada, apoyada sobre alguna pared del pasadizo “¡Ay Santi, ay Santi! -me dría- no pares, ¡no pares papi!” a lo que yo respondería aumentando mis embestidas a su culo y aprisionándolo en mis manos mientras le gritaría “¡Este culito es mío, Ale, tu culito es mío! -una nalgada salvaje y otra de vuelta- Di que tu culo es mío, Ale, ¡Di que tu culo es mío!” y esperaría por respuesta “¡Aaay! Santi, sí, mi culo es tuyo, ¡mi culo es tuyo papi, es tuyo!”, ya poseído por puro instinto: “Sí, es mío, putita, -más nalgadas, la tomaría del cabello con una mano, con la otra la cadera y me erguiría todo lo posible, ligeramente hacia atrás- ¡Tu culo es mío! Ahora di que eres mi perrita, ¡que eres mía!”, entonces me respondería “Ay Santi, ay, ay; soy tuya Santi, ay…” y mi fantasía acababa conmigo, precisamente acabando, sobre la mariposa tatuada al final de su espalda. Cosas del alcohol, supongo.
Así que, ya de pie, consumido por mi fantasía y agobiado por la confusión de mis ideas me acerqué al baño, la puerta estaba entre abierta y se oía el sonido de la ducha. Prematuramente derrotado había resuelto lidiar con mi arrechura yendo donde una kine, a pesar del escueto presupuesto de un universitario, por lo que resolví decirle:
-Oye Ale, ¿después me das chance de tomar una ducha también?
- ¡Claro! Si quieres… pasa.
Continuará...