Felipe Vallejo
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DIARIO DE UNA PURITANA
Capítulo I: Espiando a Mafe
Capítulo I: Espiando a Mafe
El día que pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.
No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por la belleza de Mafe.
Y esa fue solo la primera vez que podía apreciar su humanidad en casi todo su esplendor, luego logré hacerlo en primera fila, y cada vez fue sencillamente maravilloso, pero antes de dar esos detalles, me siento en la obligación de contar quién es Mafe y por qué es tan especial.
Mafe y yo nos conocimos en nuestro lugar de trabajo, que en ese entonces era una multinacional dedicada al procesamiento de alimentos; producción, distribución y venta de galletas, embutidos, café, chocolate, etcétera.
Ambos nos desempeñábamos como asesores comerciales, es decir como vendedores. Para ese momento, para el de conocernos, yo tenía unos 25 años y Mafe 24. En un comienzo no nos íbamos a llevar bien, la verdad no sé por qué, pues yo puse mi empeño para tener una buena relación, ya que por motivos de trabajo era más que necesario, pero no fue así. Sencillamente no fui del agrado de Mafe, y un par de choques tuvimos en esos primeros días de convivencia laboral.
Pero ese clima de tensión entre nosotros cambió radicalmente con una salida en grupo con los demás compañeros de trabajo, en la que obviamente el licor iba a jugar un papel determinante para cambiar la apreciación que tenía el uno sobre el otro.
El cambio fue total. Mafe y yo nos convertimos en grandes amigos, ella empezó a confiarme sus pensamientos, sus dramas, sus vivencias, y su diario acontecer.
Ganarme su confianza y su amistad me permitió además conocer sus debilidades y sus complejos. Uno de ellos era su peso, o más propiamente dicho su figura, pues ella se percibía a sí misma como una mujer obesa. Y si bien tenía uno que otro kilo de más, la realidad es que estaba muy lejos de ser eso, una gorda sobredimensionada. Pero muchas veces los problemas de autoestima y percepción propia nos juegan malas pasadas.
Es verdad que era una chica gruesa, pero en mi parecer, no cruzaba ese delgado límite entre una chica maciza, generosa de carnes, y una obesa matoneada por las mayorías.
Mafe tenía unas piernas carnosas, muy bien contorneadas, quizá su mayor defecto era su extrema palidez, para los que consideran que eso puede ser un defecto; para mí eran sencillamente perfectas. Consideraba un lujo de primer nivel verlas cuando Mafe decidía usar faldas. Me resultaba hasta dañino, pues más de una vez tuve que buscar la forma de disimular la erección que me provocaba ver esas monumentales piernas.
Quizá eran su mejor atributo, aunque su culo no era para nada despreciable, pues igualmente era ancho, macizo, pero no alcanzaba la perfección por su forma, pues no tenía esa curvatura que caracteriza a un culo de anuncio. Sus caderas, en concordancia con su cuerpo, eran anchas, carnosas; era toda una fantasía soñar tenerlas entre las manos, y todo un lujo verlas moverse cuando Mafe caminaba.
Su abdomen estaba lejos de estar tonificado, era realmente flácido, pero a la vez estaba lejos de ser una horrorosa panza, que más o menos así era como lo percibía ella. Es innegable que algún exceso de carne tendría, pero nada fuera de lo normal, de hecho podría decirse que tenía una sensual pancita. Sus senos eran prácticamente inexistentes, resaltaban lo suficiente como para diferenciarlos del pecho de un hombre, evidentemente no eran su mayor atributo.
Y si bien sus piernas eran un espectáculo a la vista, lo mejor de Mafe era su rostro. Igual de pálido que sus piernas y el resto de su cuerpo, pero tallado por los mismos dioses; con unas facciones supremamente finas; un labio inferior carnoso y un superior de tamaño medio, que además lucían habitualmente muy sensuales por la forma como Mafe se maquillaba, teniendo casi siempre un encendido color rosa. Su nariz igualmente era finita, sin irregularidades o curvaturas indeseadas. Sus ojos, de un café claro, eran de un tamaño medio, aunque ciertamente alargados. Lo que seguramente los hacía parecer más bellos era el largo de sus pestañas, que le daban un cierto toque de misticismo y sensualidad a su mirada. El rostro de Mafe en su conjunto era simplemente elegante, y si a eso se le suma su blanca y casi perfecta sonrisa, estamos hablando de un arma de seducción en todo el sentido de la palabra.
Su cabello era largo, liso y rubio oscuro, si es que esa tonalidad existe, diría más bien que era de un hermoso color dorado, que cortaba a la perfección con su blanco y delicado rostro. En ocasiones adornado por una diadema, pero generalmente suelto, limpio y bien cuidado.
A toda esta halagüeña descripción he de sumar su forma de vestir, que era recatada y elegante, sin dejar de lado la sensualidad, pero priorizando lucir como una mujer sofisticada, lo que en mi generaba un mayor morbo a la hora de fantasear con ella.
Ganarme su confianza fue mi primer gran triunfo, pues como dije antes esto me permitió conocer sus anhelos, sus temores, sus deseos, sus debilidades, en general su forma de ser.
Entendí que por ese entonces ella tenía un gran complejo con su peso, y a mi favor jugaba que yo estaba en una estupenda forma física. Llevaba años entrenando y los resultados saltaban a la vista. Había llenado mi casa de equipos e indumentaria de gimnasio: barras, discos, banca (para press de banca, entre otros), mancuernas, máquinas (caminadora, elíptica). Y llevaba años cumpliendo con un disciplinado entrenamiento, que quizá fui reduciendo con el paso de los años, pero sin llegar a abandonarlo.
Ella sabía de mi constancia y necesidad por mantenerme en forma, no solo por lo que podía apreciar con sus ojos, sino porque ocasionalmente charlábamos sobre ello, a tal punto que le ofrecí mi ayuda, asesoramiento y entrenamiento para superar sus complejos. Ella rechazó mi ofrecimiento en un par de ocasiones, pero llegó a un punto su obsesión que no le quedó más opción que aceptar, pues el entrenamiento clásico en un gimnasio siempre la había superado, siempre había terminado abandonando.
Yo le di la clásica charla sobre la importancia de la alimentación, advirtiéndole que el 80% del éxito estaba en este aspecto mientras que el 20% restante en el entrenamiento físico. También le insistí una y otra vez que lo complejo era resistir por los menos tres entrenamientos de un grupo muscular, luego el cuerpo se iría adaptando. Pero en lo que más hice énfasis fue en motivarla, pues realmente la consideraba mi amiga, verdaderamente quería entrenarla.
Y la recompensa fue mucho mayor cuando empezaron los entrenamientos y la vi por primera vez en su ropa de hacer ejercicio. Ver esas piernas forradas en esa licra (mallas, calzas, leggins) fue un verdadero premio. Verla en ese atuendo me dio la oportunidad de dimensionar sus piernas, sus nalgas, sus caderas, su vulva, en fin, todo su cuerpo, de una forma en que no había podido hacerlo nunca antes. La otra parte de su atuendo era un top, relativamente grande, pues para ser un top cubría una gran parte de su pecho, pero dejando al descubierto en gran medida su abdomen, su cintura, su espalda y parte de sus hombros.
Ella vivía relativamente cerca a mi casa, así que el plan era salir del trabajo e ir de inmediato a mi casa para entrenar.
En esa primera jornada de entrenamiento tuve grandes dificultades, pues verla así vestida me alteró; la erección fue inevitable e incontenible, por lo que antes de empezar el entrenamiento tuve que encerrarme en el baño y echarme un poco de agua fría para calmarme.
Era una necesidad aquello de calmarme, estaba seguro que de quedar en evidencia con Mafe, iban a terminar antes de empezar los entrenamientos y seguramente me ganaría una fama de depravado al interior de la empresa. Además debo advertir que Mafe era una chica muy devota y muy beata, por lo que muy probablemente vería con malos ojos una situación así. Aunque el paso de los días me iba a hacer saber lo equivocado que estaba.
Siempre he repartido mis entrenamientos en cuatro días principales, dedicando cada uno de ellos a trabajar determinados grupos musculares. En esa época consideraba indispensable dedicar los lunes al entrenamiento de piernas, en primera medida porque es el entrenamiento más complejo, y terminarlo de primeras te llena de confianza para hacer las demás rutinas con cierta holgura. También porque consideraba pertinente que el entrenamiento de las piernas estuviera lejano al fin de semana, ya que en el fin de semana puedes ir a bailar, ir a jugar fútbol con amigos o echar un polvo ocasional, y para ninguna de esas actividades era conveniente estar con agujetas. Pero empezar a entrenar a Majo con una rutina de piernas seguramente la iba a espantar, por lo que decidí cambiar el orden que daba a mis entrenamientos.
Opté entonces por organizar un esquema de entrenamientos en el que los lunes trabajaba bíceps y tríceps, los martes hombros y espalda, los miércoles pecho, y los jueves piernas. El abdomen lo entrenaba todos los días, y el ejercicio cardiovascular, a pesar de que siempre me dio mucha pereza, también tiene asignada media hora al día.
Así que en esa ocasión empezamos con un entrenamiento de bíceps, tríceps y abdomen. Sabía que no iba a costarle mucho trabajo, y de paso la llenaría de confianza.
Para el que fue muy difícil fue para mí, que encontré gran dificultad para concentrarme en evitar excitarme al ver las carnes de Mafe sacudiéndose con el entrenamiento. No sé por qué el hecho de verla sudar también me calentaba, pero así era, así que pasé más de una angustia ese día para disimular lo mucho que me ponía esa situación. Sin embargo siento que sorteé muy bien las dificultades, pues Mafe jamás notó lo que estaba provocando en mí.
Cuando terminamos la rutina, Mafe estaba empapada en sudor, por lo que le ofrecí gentilmente darse una ducha antes de irse a su casa. Ella accedió porque se sentía incómoda por el sudor que había cubierto su cuerpo. Así que busqué una toalla, se la entregué y la vi entrar y cerrar el baño.
Rápidamente corrí a buscar un pequeño espejo, tenía como plan meter la mitad de este por debajo de la puerta, de modo que pudiera observar al interior del baño. El espejo lo encontré increíblemente rápido, pues pensé que no tenía ninguno en mi casa. Lastimosamente para mí, el vapor cubrió el cristal de la puerta de la ducha, por lo que no pude ver con mucha claridad. Apenas observé la delicada y blanca silueta de Mafe, pero poco y nada de los detalles que aspiraba a ver.
No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por la belleza de Mafe.
Y esa fue solo la primera vez que podía apreciar su humanidad en casi todo su esplendor, luego logré hacerlo en primera fila, y cada vez fue sencillamente maravilloso, pero antes de dar esos detalles, me siento en la obligación de contar quién es Mafe y por qué es tan especial.
Mafe y yo nos conocimos en nuestro lugar de trabajo, que en ese entonces era una multinacional dedicada al procesamiento de alimentos; producción, distribución y venta de galletas, embutidos, café, chocolate, etcétera.
Ambos nos desempeñábamos como asesores comerciales, es decir como vendedores. Para ese momento, para el de conocernos, yo tenía unos 25 años y Mafe 24. En un comienzo no nos íbamos a llevar bien, la verdad no sé por qué, pues yo puse mi empeño para tener una buena relación, ya que por motivos de trabajo era más que necesario, pero no fue así. Sencillamente no fui del agrado de Mafe, y un par de choques tuvimos en esos primeros días de convivencia laboral.
Pero ese clima de tensión entre nosotros cambió radicalmente con una salida en grupo con los demás compañeros de trabajo, en la que obviamente el licor iba a jugar un papel determinante para cambiar la apreciación que tenía el uno sobre el otro.
El cambio fue total. Mafe y yo nos convertimos en grandes amigos, ella empezó a confiarme sus pensamientos, sus dramas, sus vivencias, y su diario acontecer.
Ganarme su confianza y su amistad me permitió además conocer sus debilidades y sus complejos. Uno de ellos era su peso, o más propiamente dicho su figura, pues ella se percibía a sí misma como una mujer obesa. Y si bien tenía uno que otro kilo de más, la realidad es que estaba muy lejos de ser eso, una gorda sobredimensionada. Pero muchas veces los problemas de autoestima y percepción propia nos juegan malas pasadas.
Es verdad que era una chica gruesa, pero en mi parecer, no cruzaba ese delgado límite entre una chica maciza, generosa de carnes, y una obesa matoneada por las mayorías.
Mafe tenía unas piernas carnosas, muy bien contorneadas, quizá su mayor defecto era su extrema palidez, para los que consideran que eso puede ser un defecto; para mí eran sencillamente perfectas. Consideraba un lujo de primer nivel verlas cuando Mafe decidía usar faldas. Me resultaba hasta dañino, pues más de una vez tuve que buscar la forma de disimular la erección que me provocaba ver esas monumentales piernas.
Quizá eran su mejor atributo, aunque su culo no era para nada despreciable, pues igualmente era ancho, macizo, pero no alcanzaba la perfección por su forma, pues no tenía esa curvatura que caracteriza a un culo de anuncio. Sus caderas, en concordancia con su cuerpo, eran anchas, carnosas; era toda una fantasía soñar tenerlas entre las manos, y todo un lujo verlas moverse cuando Mafe caminaba.
Su abdomen estaba lejos de estar tonificado, era realmente flácido, pero a la vez estaba lejos de ser una horrorosa panza, que más o menos así era como lo percibía ella. Es innegable que algún exceso de carne tendría, pero nada fuera de lo normal, de hecho podría decirse que tenía una sensual pancita. Sus senos eran prácticamente inexistentes, resaltaban lo suficiente como para diferenciarlos del pecho de un hombre, evidentemente no eran su mayor atributo.
Y si bien sus piernas eran un espectáculo a la vista, lo mejor de Mafe era su rostro. Igual de pálido que sus piernas y el resto de su cuerpo, pero tallado por los mismos dioses; con unas facciones supremamente finas; un labio inferior carnoso y un superior de tamaño medio, que además lucían habitualmente muy sensuales por la forma como Mafe se maquillaba, teniendo casi siempre un encendido color rosa. Su nariz igualmente era finita, sin irregularidades o curvaturas indeseadas. Sus ojos, de un café claro, eran de un tamaño medio, aunque ciertamente alargados. Lo que seguramente los hacía parecer más bellos era el largo de sus pestañas, que le daban un cierto toque de misticismo y sensualidad a su mirada. El rostro de Mafe en su conjunto era simplemente elegante, y si a eso se le suma su blanca y casi perfecta sonrisa, estamos hablando de un arma de seducción en todo el sentido de la palabra.
Su cabello era largo, liso y rubio oscuro, si es que esa tonalidad existe, diría más bien que era de un hermoso color dorado, que cortaba a la perfección con su blanco y delicado rostro. En ocasiones adornado por una diadema, pero generalmente suelto, limpio y bien cuidado.
A toda esta halagüeña descripción he de sumar su forma de vestir, que era recatada y elegante, sin dejar de lado la sensualidad, pero priorizando lucir como una mujer sofisticada, lo que en mi generaba un mayor morbo a la hora de fantasear con ella.
Ganarme su confianza fue mi primer gran triunfo, pues como dije antes esto me permitió conocer sus anhelos, sus temores, sus deseos, sus debilidades, en general su forma de ser.
Entendí que por ese entonces ella tenía un gran complejo con su peso, y a mi favor jugaba que yo estaba en una estupenda forma física. Llevaba años entrenando y los resultados saltaban a la vista. Había llenado mi casa de equipos e indumentaria de gimnasio: barras, discos, banca (para press de banca, entre otros), mancuernas, máquinas (caminadora, elíptica). Y llevaba años cumpliendo con un disciplinado entrenamiento, que quizá fui reduciendo con el paso de los años, pero sin llegar a abandonarlo.
Ella sabía de mi constancia y necesidad por mantenerme en forma, no solo por lo que podía apreciar con sus ojos, sino porque ocasionalmente charlábamos sobre ello, a tal punto que le ofrecí mi ayuda, asesoramiento y entrenamiento para superar sus complejos. Ella rechazó mi ofrecimiento en un par de ocasiones, pero llegó a un punto su obsesión que no le quedó más opción que aceptar, pues el entrenamiento clásico en un gimnasio siempre la había superado, siempre había terminado abandonando.
Yo le di la clásica charla sobre la importancia de la alimentación, advirtiéndole que el 80% del éxito estaba en este aspecto mientras que el 20% restante en el entrenamiento físico. También le insistí una y otra vez que lo complejo era resistir por los menos tres entrenamientos de un grupo muscular, luego el cuerpo se iría adaptando. Pero en lo que más hice énfasis fue en motivarla, pues realmente la consideraba mi amiga, verdaderamente quería entrenarla.
Y la recompensa fue mucho mayor cuando empezaron los entrenamientos y la vi por primera vez en su ropa de hacer ejercicio. Ver esas piernas forradas en esa licra (mallas, calzas, leggins) fue un verdadero premio. Verla en ese atuendo me dio la oportunidad de dimensionar sus piernas, sus nalgas, sus caderas, su vulva, en fin, todo su cuerpo, de una forma en que no había podido hacerlo nunca antes. La otra parte de su atuendo era un top, relativamente grande, pues para ser un top cubría una gran parte de su pecho, pero dejando al descubierto en gran medida su abdomen, su cintura, su espalda y parte de sus hombros.
Ella vivía relativamente cerca a mi casa, así que el plan era salir del trabajo e ir de inmediato a mi casa para entrenar.
En esa primera jornada de entrenamiento tuve grandes dificultades, pues verla así vestida me alteró; la erección fue inevitable e incontenible, por lo que antes de empezar el entrenamiento tuve que encerrarme en el baño y echarme un poco de agua fría para calmarme.
Era una necesidad aquello de calmarme, estaba seguro que de quedar en evidencia con Mafe, iban a terminar antes de empezar los entrenamientos y seguramente me ganaría una fama de depravado al interior de la empresa. Además debo advertir que Mafe era una chica muy devota y muy beata, por lo que muy probablemente vería con malos ojos una situación así. Aunque el paso de los días me iba a hacer saber lo equivocado que estaba.
Siempre he repartido mis entrenamientos en cuatro días principales, dedicando cada uno de ellos a trabajar determinados grupos musculares. En esa época consideraba indispensable dedicar los lunes al entrenamiento de piernas, en primera medida porque es el entrenamiento más complejo, y terminarlo de primeras te llena de confianza para hacer las demás rutinas con cierta holgura. También porque consideraba pertinente que el entrenamiento de las piernas estuviera lejano al fin de semana, ya que en el fin de semana puedes ir a bailar, ir a jugar fútbol con amigos o echar un polvo ocasional, y para ninguna de esas actividades era conveniente estar con agujetas. Pero empezar a entrenar a Majo con una rutina de piernas seguramente la iba a espantar, por lo que decidí cambiar el orden que daba a mis entrenamientos.
Opté entonces por organizar un esquema de entrenamientos en el que los lunes trabajaba bíceps y tríceps, los martes hombros y espalda, los miércoles pecho, y los jueves piernas. El abdomen lo entrenaba todos los días, y el ejercicio cardiovascular, a pesar de que siempre me dio mucha pereza, también tiene asignada media hora al día.
Así que en esa ocasión empezamos con un entrenamiento de bíceps, tríceps y abdomen. Sabía que no iba a costarle mucho trabajo, y de paso la llenaría de confianza.
Para el que fue muy difícil fue para mí, que encontré gran dificultad para concentrarme en evitar excitarme al ver las carnes de Mafe sacudiéndose con el entrenamiento. No sé por qué el hecho de verla sudar también me calentaba, pero así era, así que pasé más de una angustia ese día para disimular lo mucho que me ponía esa situación. Sin embargo siento que sorteé muy bien las dificultades, pues Mafe jamás notó lo que estaba provocando en mí.
Cuando terminamos la rutina, Mafe estaba empapada en sudor, por lo que le ofrecí gentilmente darse una ducha antes de irse a su casa. Ella accedió porque se sentía incómoda por el sudor que había cubierto su cuerpo. Así que busqué una toalla, se la entregué y la vi entrar y cerrar el baño.
Rápidamente corrí a buscar un pequeño espejo, tenía como plan meter la mitad de este por debajo de la puerta, de modo que pudiera observar al interior del baño. El espejo lo encontré increíblemente rápido, pues pensé que no tenía ninguno en mi casa. Lastimosamente para mí, el vapor cubrió el cristal de la puerta de la ducha, por lo que no pude ver con mucha claridad. Apenas observé la delicada y blanca silueta de Mafe, pero poco y nada de los detalles que aspiraba a ver.
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