Como podrán comprender, grande fue mi sorpresa al enterarme del secreto de Luisa. Y fue así que haciendo averiguaciones que no tendría sentido detallar, di con el número de teléfono de la sala de masajes. Y dos o tres días después estaba llamando para separar una cita. Cuando estaba frente a la puerta, toqué el timbre como me indicó la tía que me puso en agenda. Estaba un poco nervioso, no solo porque no sabía cuál sería la reacción de mi “recatada” conocida, sino porque tardaron un poco en abrir la puerta. Finalmente la puerta se abrió y una señora me condujo hacia el interior de la casa. De manera muy amable me hizo pasar a un cuarto bien confortable, con una especie de colchoneta en el centro de la habitación, velas aromáticas, medio iluminada, en fin, ideal para pasar más que un buen rato. Me comunicó que en breve vendrían las chicas para que eligiera con la que me quería dar los masajes.
A los pocos minutos fueron entrando una por una las muchachas. Primero entraron dos, vestidas (no sé si esta sea la palabra apropiada) extremadamente sexys. Me dieron sus nombres, que traté de memorizar. Y luego entró Luisa Elena, que se presentó con el nombre de Angie (su nombre de batalla). Como podrán imaginarse, cuando vio que yo era el cliente, se quedó con la boca abierta de la sorpresa y a duras penas pudo balbucear su alias. Llevaba puesto un “baby doll” negro, transparente. En esos escasos minutos que duraba la breve presentación, quise grabar la imagen de sus pechos firmes, de la forma en que sus retadoras nalgas se comían ese hijo dental negro también. Ofuscada, salió del cuarto. Después de ella entraron dos más muy apetecibles también y vistiendo perturbadoramente deseables.
Casi inmediatamente después de conocer a todas las masajistas, la misma que me abrió la puerta entró para preguntarme con cuál me gustaría atenderme. Con el dolor de mi alma y recordando la figura despampanante de Luisa Elena, elegí a una trigueña deliciosa que se hacía llamar Valentina. Entrar en los pormenores de los masajes (en ese momento, nuevos para mí) alargaría el relato: Unos cuarenta minutos de masajes, ella en su hilo y yo sin nada, para luego (según los adicionales acordados), paleteo full, mamada respectiva y por supuesto, el final feliz. No puedo negar que salí reconfortado.
Les cuento que reiteradas veces asistí a este paraíso de los aceites y las sobaderas y en todas esas ocasiones desfilaron frente a mí todas esas ricuras, pero en ninguna esas incursiones elegí a mi amiga para que me aplicara los masajes. Ya en mis últimas visitas se le notaba el fastidio (al parecer mi plan estaba dando sus frutos).
Pues fue así que un día en el que fui un poco tarde, faltaría poco más de una hora para que cerraran el local, volví a atenderme y a desdeñar por enésima vez a Luisa. Cuando salí, me doy con la sorpresa de que Luisa Elena estaba en la esquina, y más sorprendido aun cuando me dijo: “Pensé que no saldrías nunca”. “¿Me esperas a mí?”, le pregunté. “¿Ves a alguien más?”, me disparó.
Luisa: ¿Qué vas a hacer ahora, algún plan?
Ulises: Para mi casa, tranquilo nomás… a ver unas películas que acabo de comprar…
Luisa: ¿A ver películas solo?
Ulises: Si vienes conmigo ya no estaré solo.
Cofrades, fue así que Luisa me acompañó hasta mi casa. Cuando llegamos le dije que se pusiera cómoda en un sillón que tengo en la habitación o que si quería podía recostarse en la cama y ver televisión, mientras me iba a dar un baño. Antes de meterme a bañar le ofrecí una chela para que se quitara la sed. Cuando salí del baño encontré Luisa en la cama, se había quitado solo los zapatos, yo salí en pijamas, listo para dormir. Hice como que iba a elegir qué película poner y en una escucho lo que realmente quería escuchar: “¿Quieres que te dé un masaje primero?”.
Es fácil imaginar cual fue mi respuesta. Me quité el polo que llevaba y me puse boca abajo, solo vistiendo unos shorts. Cuando ella me vio me dijo que así no, que me lo quitara TODO. De manera que en menos de una milésima de segundo estaba sólo con lo que Dios me trajo al mundo. Y por supuesto que, cuando ella iba a iniciar los masajes, le hice ver que así no, que no era así que ella se “vestía” para dar masajes. Fue así como comenzó quitándose el polito que traía y poniendo a mi vista esas tetas que pedían a gritos ser liberadas de ese lindo sostén de encaje. Hasta el sol de hoy no sé cómo diablos pude contenerme y no salté como loco sobre esos pechos alucinantes. Después se quitó los jeans, quedándose solamente con un hilito diminuto que no hacía otra cosa que resaltar más aún ese culo maravilloso.
Me dijo que me pusiera boca abajo, y yo obediente como un niño de primaria, hice lo que la miss me ordenó. Al parecer Angie (¡cómo me gusta su nombre de batalla!) tenía en su bolso alguno de sus implementos, porque sentí sobre mi espalda la cálida sensación del aceite al esparcirse. Se entretuvo unos buenos minutos en la espalda, para luego ir bajando con lentitud hacia mis piernas y sobarme en forma taimada las boloñas. Ya la pinga la tenía a punto de explotar, cuando ella volvió a ordenarme que me volteara, y yo, como el alumno ejemplar que soy, acaté sus órdenes al pie de la letra.
Cuando me puse boca arriba, me dijo con cara de malicia y mirando mi pene en completa erección apuntando hacia el techo: “ya me habían contado lo mañoso que eres”. Procedió a echarme un poco más de aceite y a masajearme el falo con todo el arte que se puede esperar en su oficio. Para ese momento ya había deslizado mis manos, que ávidas se posaron sobre esas tetas de ensueño y mientras se las estrujaba una y otra vez, mi boca chupaba como recién nacido esos pezones que señalaban el camino y daba la casualidad que en ese trayecto estaba yo. No me cansaba de agarrarle y acariciarle las tetas, dándole suaves mordidas, mientras ella gemía de placer, pero había algo que me llamaba, más bien me gritaba, y no podía ser otra cosa que ese culo majestuoso. Comencé a hacer yo de masajista, y le pedí que se pusiera abajo, quitándole el hilo dental, tomé el frasco de aceite y comencé a masajearle la espalda. Una y otra vez pasé mis manos por su espalda, bajando lentamente por sus nalgas, le separaba las piernas, acariciando sus muslos, acercándome poco a poco e insinuante a su vagina, se notaba que estaba sintiendo las caricias, porque separaba más sus piernas, y levantaba las nalgas expectantes ante cada futura caricia. Repasé esas dos montañas de carne dura y blanca, ya con la boca, mientras le daba besos hambrientos. Y comencé a pasarle los dedos por su papita, separándole los labios, acariciando lentamente su clítoris, y ella se retorcía gimiendo de placer, metía uno, dos, tres dedos y los humedecía dándole a probar su propia sustancia. La puse de rodillas y empecé a sobarle mi miembro por encima de las nalgas y ella me decía “eso es lo que te gusta, verdad, papi. Mételo, mételo todito, que ese adicional no te va a costar nada”. Ni corto ni perezoso puse la cabeza de mi pinga en su conchita, como tratando hacerla “sufrir” más, no se la metí de una vez, sino que la moví en la entrada de arriba y abajo, y de abajo hacia arriba, hasta que me dijo “¡por favor métemela, métemela YA!”. El cabezón como buen explorador entró lentamente en esa cueva caliente y húmeda, y luego de un solo zarpazo se la metí hasta el fondo, dándole duro y parejo. Sentía como mis pelotas chocaban contra esas nalgas, mientras mí masajista me pedía que le diera más fuerte, y con cada arremetida sus pedidos se intensificaban, como exigiéndome que la partiera en dos sin misericordia y sentía como sus fluidos me envolvían el aparato a punto de reventar en una gloriosa venida, mientras sus gritos de éxtasis desafiaban las cuatro paredes de mí cuarto. Ya cuando estaba por tirar toda la leche, Angie me dijo: “Papi, la quiero en mi boca”. Con un movimiento rápido me agarró el falo con las dos manos y se lo metió todo en una suerte de garganta profunda, se lo metía y lo sacaba, pasando la lengua por la cabezota que quería estallar. Ya no pude demorar más y toda la lechita salpicó en su boca, pechos, mientras ella me miraba con cara de loba…
La noche no terminó ahí, fue bastante larga y por supuesto las películas se quedaron para otro día…