excusa perfecta
Cuenta Verificada
(Historia de la red que quiero compartir)
Este sería el título que le pondría al verano pasado en el que mi vida cambió de modo radical, no sólo descubrí el sexo, además fue con mujeres maduras… entre ellas con mi madre.
Me llamo Paco, tenía diecinueve años, recién cumplidos, tan recientes como que los cumplí el mismo día que empezamos nuestras vacaciones en aquel apartamento en el que pasamos los anteriores cinco veranos. El año pasado por mayo ya estábamos viendo que no habría posibilidad de volver a alquilar el mismo apartamento, el dinero no daba para tanto y además los costes de mis estudios no nos permitían repetir aquel año. Pero todo cambió una tarde en la que mi madre se reunió con sus amigas de siempre, una tarde de finales de mayo.
Aquella tarde, como casi todas las tardes, se reunieron a tomar café aquellas tres amigas. Por un lado mi madre que se llama Marta, madre soltera de treinta y siete años. Otra era Maribel, separada desde hacía diez años, de cuarenta años. Y la última Matilde de treinta y cinco años, una solterona que más bien era una monja frustrada pues pasó unos años de su juventud en un convento y que descubrió que verdaderamente la vida religiosa no era todo lo que le habían contado.
Entre cafés y charla las tres decidieron que ya que la situación económica no era buena, alquilarían juntas el apartamento y los cuatro pasaríamos el mes de julio en aquella playa.
Sin entrar en más explicaciones de cómo se planificó aquel mes, me encontré el mismo día en que cumplía los diecinueve años cargando en nuestro coche las maletas de todos para marchar a nuestro lugar de descanso.
Hacía muchos años que ellas tres eran amigas, creo que unos cinco o seis la que más, y siempre me trataron como a un hijo. Maribel nunca pudo tener hijos, esa fue una de las causas de su separación. Durante muchos años su exmarido y ella intentaron tener uno pero nunca lo consiguieron y tras varios meses de peleas, llegaron al acuerdo de que mejor sería vivir por separado.
Matilde, Mati como le gustaba que la llamáramos, dada su convicción religiosa nunca mantuvo una relación con un hombre y si bien ya sus creencias eran las mismas que cualquier persona normal, nunca buscó ni necesitó tener una relación amorosa con hombre alguno.
Yo por mi lado, tal vez por la excesiva protección que me daba mi madre, aún no había tenido relaciones sexuales con ninguna chica, si bien había tenido alguna “novia”, nunca pasé más allá de besos y caricias. Eso sí, más de una vez me masturbé utilizando la imagen de alguna de aquellas mujeres que iban en el coche, incluido mi madre. Aquel mes de julio me sirvió para saber realmente que era lo que me gustaba en cuanto al sexo, mi lujuria se despertaba cuando pensaba en las maduras.
Aquel mes iba a tener la oportunidad de convivir con las tres y la verdad es que aquella idea empezaba a producirme cierto cosquilleo en la barriga. Y más después de mostrarme su cariño antes de entrar en el coche, con aquellos abrazos que me dieron al saber que aquel día era mi cumpleaños, pude sentir sus cuerpos entre mis brazos como nunca antes los había sentido, tan cerca…
Tras varias horas de viaje llegamos a nuestro destino. Después de un buen rato nos acomodamos en el apartamento. Mi madre y yo dormiríamos en una habitación mientras Maribel y Mati estarían en la otra. Mi suerte fue que allí sólo había dos habitaciones y para colmo con dos camas de matrimonio, con lo que tendría que dormir junto a mi madre con la que hacía varios años que no lo hacía.
Y aquí he de contar la razón por la que varios años atrás ella empezó a hacer que durmiera todas las noches en mi habitación. Desde que recuerdo dormía con ella en la misma cama y sin mayor problema, pero creo que fue con diez años que mi madre empezó a despertarme ciertas sensaciones que siendo niño no comprendía. Recuerdo que una noche en que dormíamos, tuve un sueño muy excitante, no recuerdo bien que fue lo que soñé, pero cuando desperté mi pene estaba erecto y sentía una extraña y para mí nueva sensación. Mi madre estaba junto a mí, dormida boca arriba. Podía verla por la leve luz que entraba por la ventana de aquel sábado en el que ninguno tenía que hacer nada y que solíamos estar hasta tarde en la cama. Me acerqué a ella para abrazarla y ella me tendió su brazo para que yo apoyara mi cabeza. La rodeé con mis brazos sintiendo su calido cuerpo. La acaricié y podía sentir su deliciosa cintura. Aquello y el sueño turbador que había tenido hicieron que mi pene mantuviera su dureza por más tiempo. Sentía la necesidad de pegar mi sexo a ella, no sabía la razón, pero puse una pierna sobre ella para rodear más su cuerpo y acercarme más. Mientras seguía acariciando su cuerpo delicadamente y atento a que no se despertara, subí mi pierna por sus muslos hasta que sentí en mi rodilla el tacto de sus bragas. Aquello hizo que mi joven e inexperta lujuria me desbordara y sentía un extraño y nuevo placer al hacer aquello. Durante varios meses se repetía aquellos “abrazos de hijo” cuando notaba que ella estaba dormida. Pero un día en que ella quedó dormida de lado, dándome su espalda y teniendo su redondo y hermoso culo hacia mí, me acerqué a ella, la abracé por la cintura y me pegué a ella. Desde aquella noche todos los días me pedía que durmiera en mi habitación, que ya era grande y tenía que empezar a dormir solo. Imagino que aquella última noche ella no estaba tan dormida y notó mi endurecido pene en su culo, mientras me movía levemente para frotarme contra ella y volver a sentir aquel inocente placer que encontraba en el cuerpo de mi madre.
Desde entonces creo que mi debilidad eran las mujeres maduras, en especial mi madre. Pero ya habían pasado varios años y yo había crecido, ya no volvería a repetir aquellas noches, aunque he de reconocer que al enterarme que dormiría con ella hizo renacer aquellas sensaciones de niño y me sentí excitado.
Después de descansar un buen rato tras la comida, decidimos ir a la playa para dar una vuelta y si nos apetecía, tomar un baño. Las tres se metieron en la habitación de Maribel y Mati para ponerse los bañadores, mientras yo me cambié de ropa en la otra habitación. Me senté en el salón viendo la tele para esperar que salieran las tres mujeres. Las escuché por el pasillo cuando se acercaban al salón, hablando y riendo. No lo pude evitar, el recuerdo de las sensaciones que mi madre me despertaba siendo niño unido a la visión de aquellas tres mujeres, despertaron mi sexo que se endureció bajo el bañador.
Mi madre traía un bañador que le cubría todo el cuerpo y le marcaba sus deliciosos y generosos pechos. Maribel era algo más rellenita y también traía un bañador que le cubría el cuerpo casi por completo, además llevaba un pareo medio transparente que ocultaba en parte su figura. Y la “beata” de Mati fue la que más me sorprendió. Con sus treinta y cinco años tenía una figura excitante, no sabría como describirla, pero ella salió en bikini y colocándose otro pareo, por lo que pude admirar su hermosa figura. Mi madre se colocó una camiseta que le dejaba ver parte de su redondo culo tapado por aquel bañador. La visión de aquellas tres maduras me excitó y tuve que pedirles que se marcharan ellas y que yo entraría al servicio y después iría a buscarlas a la playa.
No tardé más de media hora en masturbarme pensando en mis tres acompañantes, imaginándolas en todo tipo de postura y haciendo con ellas todo lo que mi calenturienta mente imaginó. Caminé por la playa en busca de mis tres deseadas compañeras y las piernas me temblaban después de haber tenido tan grandioso orgasmo en honor a ellas.
Y allí estaban, Marta y Maribel estaban sentadas en sillas mientras Mati, tumbada boca abajo en una toalla, aprovechaba los rayos del sol de aquella tarde para empezar a broncearse y descansar del largo viaje. ¡Qué hermoso culo tenía la “beata”! Ningún hombre que pasaba o estaba junto a ellas podía resistir sin mirar a la “beata”.
-¡Buenas! – Las saludé. - ¿No se bañáis? – Les pregunté.
-No hijo. – Dijo mi madre. – Hemos metido los pies en el agua y está algo fría… Yo por lo menos no tengo ganas de bañarme… ¿Ustedes se vais a bañar? – Le preguntó a sus amigas.
-¡Conmigo no contéis que estoy muy a gusto al sol! – Dijo Mati.
-¡Pues a ver si tomas a algún hombre que los tienes a todos con dolor de cuello para mirarte el culo! – Le dijo Maribel. – Paco. ¿Te bañas conmigo? – Le ofrecí mi mano para que se levantara y nos marchamos a la orilla.
-¡Tu hijo se ha convertido en todo un hombre! – Le dijo Mati a Marta.
-¡Si no te conociera, diría que mi hijo te pone! – Le contestó su amiga.
-¡Nunca he tenido ninguna relación amorosa o sexual con ningún hombre, no creo que busque ahora a un joven hijo de una amiga…! – Levantó la cabeza y miró a su amiga para guiñarle un ojo. - ¡Pero la verdad es que tu hijo está muy bueno!
-¡Eres una monja pervertida! – Dijo Marta.
- Ex… Ex monja desde hace muchos años… - Y volvió a bajar la cabeza.
Maribel y yo entrábamos en el agua, si bien al principio parecía gélida, poco a poco el cuerpo se acostumbraba a la temperatura e incluso se volvía agradable. Ella era una mujer de un metro sesenta y cuando le llegó el agua casi por sus pechos decidió que ya no entraba más en el agua, se sumergió para mojarse la cabeza. Yo que mido cerca del metro noventa, le pedí que fuéramos más adentro.
-¡Hijo, tú tendrás pie, pero yo no puedo pasar todo el tiempo nadando!
-¡Pues agárrate a mí! – Le comenté y ella quedó como pensando unos segundos.
-¡Vale! – Dijo. – Pero no vayas a hacer tonterías en el agua que a mí me causa mucho respeto. – Me sumergí en el agua y caminé hasta que el agua me llegó al cuello, a unos tres metros de ella.
-¿Le parece bien a la señora aquí? – Ella empezó a nadar hasta mí y alargué la mano para agarrarla cuando estuvo cerca.
-Aquí no tengo pie… - Dijo y se sumergió levantando un brazo para ver hasta donde le llegaba. - ¡Qué grande eres! – Me dijo. – ¡A mí me cubre bastante y tú estás ahí de pie!
Le ofrecí un brazo y ella se agarró hasta colocarse detrás de mí y abrazarme con sus brazos por los hombros.
-La verdad es que ahora el agua no está tan fría. – Me dijo y no sabía si ella sentía el mismo calor que yo podía sentir al contacto de sus pechos en mi espalda.
-¡Pues en la superficie está más caliente! – Le dije. – ¿Te aguanto la cabeza para que hagas el “muerto”?
-¡Vale! – Dijo sin pensar y me soltó para colocarse delante y empezar a sacar su cuerpo del agua.
Puse una mano en su cuello para que su cabeza quedara a flote. Su cuerpo estaba semihundido y me deleitaba en contemplar su maduro cuerpo. Tenía algo de barriguita, pero por la gravedad apenas se le notaba. Lo que si podía apreciar perfectamente eran sus enormes pezones que se marcaban en la tela que los cubría, el frío del agua se los mantenía totalmente erectos. Sus piernas se hundían y le costaba trabajo que se mantuvieran a flote.
-¡Qué que se me hunden las piernas! – Protestó.
-¡Por favor señora! – Le dije en tono de broma. - ¡No tiene más que pedirlo!
Sin soltar su cabeza la fui girando hasta que estuvo de lado. Con el brazo libre le sujeté las piernas por sus muslos de forma que mi cabeza quedó junto a sus caderas. Intentaba imaginar que sería lo que le producía que su sexo fuera tan abultado y se marcara tanto en el bañador. O bien tenía unos labios vaginales enormes o tendría mucho bello en su pubis, fuera lo que fuera me calentaba y mi pene empezó a endurecerse sin importarle la temperatura del agua.
-¡Qué a gusto se está así! – Disfrutaba de aquel descanso y yo disfrutaba al tenerla de tal forma. - Ya llevo un rato, llévame hasta donde tenga pie y te sujeto yo a ti. – Pensé que no podía al tener mi pene erecto, pero un extraño morbo me invadió al querer saber que haría si viera mi erección. - ¡Vamos, ahora te toca a ti!
Ella hacía pie y yo me dejé flotar en el agua. Una de sus manos me sujetó la cabeza y con otra me agarró por los muslos. Empujó hacia arriba y mi pelvis emergió, con el bañador totalmente pegado a mi cuerpo y mostrando la forma de mi pene a todo lo largo y erecta como estaba. No dijo nada, pero le costaba trabajo apartar sus ojos de mi sexo.
Después de aquel baño, los cuatro decidimos volver al apartamento. Yo no podía apartar los ojos del cuerpo de Mati, nunca imaginé con su forma de vestir que pudiera tener tal cuerpo oculto de la vista de los hombres.
Este sería el título que le pondría al verano pasado en el que mi vida cambió de modo radical, no sólo descubrí el sexo, además fue con mujeres maduras… entre ellas con mi madre.
Me llamo Paco, tenía diecinueve años, recién cumplidos, tan recientes como que los cumplí el mismo día que empezamos nuestras vacaciones en aquel apartamento en el que pasamos los anteriores cinco veranos. El año pasado por mayo ya estábamos viendo que no habría posibilidad de volver a alquilar el mismo apartamento, el dinero no daba para tanto y además los costes de mis estudios no nos permitían repetir aquel año. Pero todo cambió una tarde en la que mi madre se reunió con sus amigas de siempre, una tarde de finales de mayo.
Aquella tarde, como casi todas las tardes, se reunieron a tomar café aquellas tres amigas. Por un lado mi madre que se llama Marta, madre soltera de treinta y siete años. Otra era Maribel, separada desde hacía diez años, de cuarenta años. Y la última Matilde de treinta y cinco años, una solterona que más bien era una monja frustrada pues pasó unos años de su juventud en un convento y que descubrió que verdaderamente la vida religiosa no era todo lo que le habían contado.
Entre cafés y charla las tres decidieron que ya que la situación económica no era buena, alquilarían juntas el apartamento y los cuatro pasaríamos el mes de julio en aquella playa.
Sin entrar en más explicaciones de cómo se planificó aquel mes, me encontré el mismo día en que cumplía los diecinueve años cargando en nuestro coche las maletas de todos para marchar a nuestro lugar de descanso.
Hacía muchos años que ellas tres eran amigas, creo que unos cinco o seis la que más, y siempre me trataron como a un hijo. Maribel nunca pudo tener hijos, esa fue una de las causas de su separación. Durante muchos años su exmarido y ella intentaron tener uno pero nunca lo consiguieron y tras varios meses de peleas, llegaron al acuerdo de que mejor sería vivir por separado.
Matilde, Mati como le gustaba que la llamáramos, dada su convicción religiosa nunca mantuvo una relación con un hombre y si bien ya sus creencias eran las mismas que cualquier persona normal, nunca buscó ni necesitó tener una relación amorosa con hombre alguno.
Yo por mi lado, tal vez por la excesiva protección que me daba mi madre, aún no había tenido relaciones sexuales con ninguna chica, si bien había tenido alguna “novia”, nunca pasé más allá de besos y caricias. Eso sí, más de una vez me masturbé utilizando la imagen de alguna de aquellas mujeres que iban en el coche, incluido mi madre. Aquel mes de julio me sirvió para saber realmente que era lo que me gustaba en cuanto al sexo, mi lujuria se despertaba cuando pensaba en las maduras.
Aquel mes iba a tener la oportunidad de convivir con las tres y la verdad es que aquella idea empezaba a producirme cierto cosquilleo en la barriga. Y más después de mostrarme su cariño antes de entrar en el coche, con aquellos abrazos que me dieron al saber que aquel día era mi cumpleaños, pude sentir sus cuerpos entre mis brazos como nunca antes los había sentido, tan cerca…
Tras varias horas de viaje llegamos a nuestro destino. Después de un buen rato nos acomodamos en el apartamento. Mi madre y yo dormiríamos en una habitación mientras Maribel y Mati estarían en la otra. Mi suerte fue que allí sólo había dos habitaciones y para colmo con dos camas de matrimonio, con lo que tendría que dormir junto a mi madre con la que hacía varios años que no lo hacía.
Y aquí he de contar la razón por la que varios años atrás ella empezó a hacer que durmiera todas las noches en mi habitación. Desde que recuerdo dormía con ella en la misma cama y sin mayor problema, pero creo que fue con diez años que mi madre empezó a despertarme ciertas sensaciones que siendo niño no comprendía. Recuerdo que una noche en que dormíamos, tuve un sueño muy excitante, no recuerdo bien que fue lo que soñé, pero cuando desperté mi pene estaba erecto y sentía una extraña y para mí nueva sensación. Mi madre estaba junto a mí, dormida boca arriba. Podía verla por la leve luz que entraba por la ventana de aquel sábado en el que ninguno tenía que hacer nada y que solíamos estar hasta tarde en la cama. Me acerqué a ella para abrazarla y ella me tendió su brazo para que yo apoyara mi cabeza. La rodeé con mis brazos sintiendo su calido cuerpo. La acaricié y podía sentir su deliciosa cintura. Aquello y el sueño turbador que había tenido hicieron que mi pene mantuviera su dureza por más tiempo. Sentía la necesidad de pegar mi sexo a ella, no sabía la razón, pero puse una pierna sobre ella para rodear más su cuerpo y acercarme más. Mientras seguía acariciando su cuerpo delicadamente y atento a que no se despertara, subí mi pierna por sus muslos hasta que sentí en mi rodilla el tacto de sus bragas. Aquello hizo que mi joven e inexperta lujuria me desbordara y sentía un extraño y nuevo placer al hacer aquello. Durante varios meses se repetía aquellos “abrazos de hijo” cuando notaba que ella estaba dormida. Pero un día en que ella quedó dormida de lado, dándome su espalda y teniendo su redondo y hermoso culo hacia mí, me acerqué a ella, la abracé por la cintura y me pegué a ella. Desde aquella noche todos los días me pedía que durmiera en mi habitación, que ya era grande y tenía que empezar a dormir solo. Imagino que aquella última noche ella no estaba tan dormida y notó mi endurecido pene en su culo, mientras me movía levemente para frotarme contra ella y volver a sentir aquel inocente placer que encontraba en el cuerpo de mi madre.
Desde entonces creo que mi debilidad eran las mujeres maduras, en especial mi madre. Pero ya habían pasado varios años y yo había crecido, ya no volvería a repetir aquellas noches, aunque he de reconocer que al enterarme que dormiría con ella hizo renacer aquellas sensaciones de niño y me sentí excitado.
Después de descansar un buen rato tras la comida, decidimos ir a la playa para dar una vuelta y si nos apetecía, tomar un baño. Las tres se metieron en la habitación de Maribel y Mati para ponerse los bañadores, mientras yo me cambié de ropa en la otra habitación. Me senté en el salón viendo la tele para esperar que salieran las tres mujeres. Las escuché por el pasillo cuando se acercaban al salón, hablando y riendo. No lo pude evitar, el recuerdo de las sensaciones que mi madre me despertaba siendo niño unido a la visión de aquellas tres mujeres, despertaron mi sexo que se endureció bajo el bañador.
Mi madre traía un bañador que le cubría todo el cuerpo y le marcaba sus deliciosos y generosos pechos. Maribel era algo más rellenita y también traía un bañador que le cubría el cuerpo casi por completo, además llevaba un pareo medio transparente que ocultaba en parte su figura. Y la “beata” de Mati fue la que más me sorprendió. Con sus treinta y cinco años tenía una figura excitante, no sabría como describirla, pero ella salió en bikini y colocándose otro pareo, por lo que pude admirar su hermosa figura. Mi madre se colocó una camiseta que le dejaba ver parte de su redondo culo tapado por aquel bañador. La visión de aquellas tres maduras me excitó y tuve que pedirles que se marcharan ellas y que yo entraría al servicio y después iría a buscarlas a la playa.
No tardé más de media hora en masturbarme pensando en mis tres acompañantes, imaginándolas en todo tipo de postura y haciendo con ellas todo lo que mi calenturienta mente imaginó. Caminé por la playa en busca de mis tres deseadas compañeras y las piernas me temblaban después de haber tenido tan grandioso orgasmo en honor a ellas.
Y allí estaban, Marta y Maribel estaban sentadas en sillas mientras Mati, tumbada boca abajo en una toalla, aprovechaba los rayos del sol de aquella tarde para empezar a broncearse y descansar del largo viaje. ¡Qué hermoso culo tenía la “beata”! Ningún hombre que pasaba o estaba junto a ellas podía resistir sin mirar a la “beata”.
-¡Buenas! – Las saludé. - ¿No se bañáis? – Les pregunté.
-No hijo. – Dijo mi madre. – Hemos metido los pies en el agua y está algo fría… Yo por lo menos no tengo ganas de bañarme… ¿Ustedes se vais a bañar? – Le preguntó a sus amigas.
-¡Conmigo no contéis que estoy muy a gusto al sol! – Dijo Mati.
-¡Pues a ver si tomas a algún hombre que los tienes a todos con dolor de cuello para mirarte el culo! – Le dijo Maribel. – Paco. ¿Te bañas conmigo? – Le ofrecí mi mano para que se levantara y nos marchamos a la orilla.
-¡Tu hijo se ha convertido en todo un hombre! – Le dijo Mati a Marta.
-¡Si no te conociera, diría que mi hijo te pone! – Le contestó su amiga.
-¡Nunca he tenido ninguna relación amorosa o sexual con ningún hombre, no creo que busque ahora a un joven hijo de una amiga…! – Levantó la cabeza y miró a su amiga para guiñarle un ojo. - ¡Pero la verdad es que tu hijo está muy bueno!
-¡Eres una monja pervertida! – Dijo Marta.
- Ex… Ex monja desde hace muchos años… - Y volvió a bajar la cabeza.
Maribel y yo entrábamos en el agua, si bien al principio parecía gélida, poco a poco el cuerpo se acostumbraba a la temperatura e incluso se volvía agradable. Ella era una mujer de un metro sesenta y cuando le llegó el agua casi por sus pechos decidió que ya no entraba más en el agua, se sumergió para mojarse la cabeza. Yo que mido cerca del metro noventa, le pedí que fuéramos más adentro.
-¡Hijo, tú tendrás pie, pero yo no puedo pasar todo el tiempo nadando!
-¡Pues agárrate a mí! – Le comenté y ella quedó como pensando unos segundos.
-¡Vale! – Dijo. – Pero no vayas a hacer tonterías en el agua que a mí me causa mucho respeto. – Me sumergí en el agua y caminé hasta que el agua me llegó al cuello, a unos tres metros de ella.
-¿Le parece bien a la señora aquí? – Ella empezó a nadar hasta mí y alargué la mano para agarrarla cuando estuvo cerca.
-Aquí no tengo pie… - Dijo y se sumergió levantando un brazo para ver hasta donde le llegaba. - ¡Qué grande eres! – Me dijo. – ¡A mí me cubre bastante y tú estás ahí de pie!
Le ofrecí un brazo y ella se agarró hasta colocarse detrás de mí y abrazarme con sus brazos por los hombros.
-La verdad es que ahora el agua no está tan fría. – Me dijo y no sabía si ella sentía el mismo calor que yo podía sentir al contacto de sus pechos en mi espalda.
-¡Pues en la superficie está más caliente! – Le dije. – ¿Te aguanto la cabeza para que hagas el “muerto”?
-¡Vale! – Dijo sin pensar y me soltó para colocarse delante y empezar a sacar su cuerpo del agua.
Puse una mano en su cuello para que su cabeza quedara a flote. Su cuerpo estaba semihundido y me deleitaba en contemplar su maduro cuerpo. Tenía algo de barriguita, pero por la gravedad apenas se le notaba. Lo que si podía apreciar perfectamente eran sus enormes pezones que se marcaban en la tela que los cubría, el frío del agua se los mantenía totalmente erectos. Sus piernas se hundían y le costaba trabajo que se mantuvieran a flote.
-¡Qué que se me hunden las piernas! – Protestó.
-¡Por favor señora! – Le dije en tono de broma. - ¡No tiene más que pedirlo!
Sin soltar su cabeza la fui girando hasta que estuvo de lado. Con el brazo libre le sujeté las piernas por sus muslos de forma que mi cabeza quedó junto a sus caderas. Intentaba imaginar que sería lo que le producía que su sexo fuera tan abultado y se marcara tanto en el bañador. O bien tenía unos labios vaginales enormes o tendría mucho bello en su pubis, fuera lo que fuera me calentaba y mi pene empezó a endurecerse sin importarle la temperatura del agua.
-¡Qué a gusto se está así! – Disfrutaba de aquel descanso y yo disfrutaba al tenerla de tal forma. - Ya llevo un rato, llévame hasta donde tenga pie y te sujeto yo a ti. – Pensé que no podía al tener mi pene erecto, pero un extraño morbo me invadió al querer saber que haría si viera mi erección. - ¡Vamos, ahora te toca a ti!
Ella hacía pie y yo me dejé flotar en el agua. Una de sus manos me sujetó la cabeza y con otra me agarró por los muslos. Empujó hacia arriba y mi pelvis emergió, con el bañador totalmente pegado a mi cuerpo y mostrando la forma de mi pene a todo lo largo y erecta como estaba. No dijo nada, pero le costaba trabajo apartar sus ojos de mi sexo.
Después de aquel baño, los cuatro decidimos volver al apartamento. Yo no podía apartar los ojos del cuerpo de Mati, nunca imaginé con su forma de vestir que pudiera tener tal cuerpo oculto de la vista de los hombres.