Srdestroyer
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Saludos compañeros, aquí les ofrezco una muy extensa historia erótica. Es posible que muchos no la terminen de leer, pero les prometo que acaba muy bien. He pensado muy bien en el público femenino, masculino e insecto (ya lo descubrirán). ¡Que lo disfruten! (las partes siguientes continúan en los comentarios)
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Me ofrecieron la oportunidad una vez de dictar una conferencia sobre un tema que domino muy bien en una región donde la empresa estaba iniciando operaciones. Para ello fue necesario que viaje con una compañera a la que conocía regular, pero que siempre le había echado el ojo por la belleza que manejaba siempre. ¿Cómo decirlo? De ese tipo de bellezas naturales propias de las clases más acomodadas, con todas sus particularidades y caprichos. Incluso el tono de voz era evidente, esa misma que marca diferencia en un lugar concurrido. Simplemente no hay manera de no mirarla.
Pero bueno. El hecho es que, cuando me mencionaron lo del viaje, y no solo eso, sino que tendría que hospedarme, posiblemente en el mismo hotel que el de Nicole, varios de mis amigos me miraron con una medida combinación entre la traviesa aceptación como una profunda envidia, pues se imaginaban, ¿qué era lo que podría pasar allí? Y sus sentimientos eran verdaderos, puesto que, siendo realistas, ninguno hubiera podido, en circunstancias normales, entablar relación alguna con ella, o al menos, un acercamiento amical que estuviera por fuera de los ámbitos laborales. Y el que tuvo tal suerte fui yo, quien tampoco tuvo la fortuna de ser parte del mundo de Nicole, sino que por mi propio esfuerzo, logré desarrollar habilidades tales, que me hicieron indispensable para realizar tal viaje con tal mujer.
De esa manera inició la historia, y no pudo ser mejor, que mostrando incluso las diferencias entre ambos en el modo de viaje: ella logró viajar en avión, mientras que yo fui en bus, demorándome más. Afortunadamente, el hotel ya estaba separado, también las habitaciones -separadas claro- en el centro de la ciudad; llegué en el taxi con mis maletas, las cuales ayudaron cargándolas el servicio del hotel. Las llevaron a mi habitación mientras que me indicaban cuáles serían los cuartos que ya habían sido reservados, felizmente, estaban de frente: ambas puertas se miraban. No había aún rastro de Nicole, pero me habían informado que su llegada ya había sido el día anterior -por la mañana- para hacer todos los arreglos y contactos correspondientes sobre la serie de conferencias que habría que dictar. Y como fue un duro viaje, me puse a dormir.
Pasaron las horas, hasta que unos golpes en la puerta despertaron mi sueño. Con el rostro aun tratando de aceptar la condición de despierto, y caminando casi tambaleante, me dirigí hasta la entrada y la abrí de golpe, pensando que sería el servicio. Pero no. Era Nicole quien había sido prudente en dejarme tranquilo durante todas esas horas para que reponga energías, puesto que había que trabajar haciendo unas correcciones de última hora a la presentación. Era evidente su disgusto por hacer tal cosa, pero habían sido órdenes directas de la alta dirección, ella la habría de pasar, tal vez, mal la noche, pero yo ya había dormido. Tendía energías para trabajar. El problema sería mañana, ¿tendríamos la total disposición para hacer un excelente trabajo habiendo arreglado una casi interminable cantidad de diapositivas y material el día anterior?
Quedamos a las 7, después de un lonche. En su habitación. Esto hubieran sido excelentes noticias para mí, si no fuera por el hecho de que había que hacer arreglos toda la noche y la tarea era tan urgente como interminable. Ni modo. Comí solo en el gran comedor del hotel, algo ligero realmente, para cuidar de que no me caiga mal la comida, pero mientras lo hacía, en mis pensamientos gravitaban aquellas imágenes de Nicole. Mi corazón palpitaba rápidamente cada vez que lo hacía, pensar en ella; era pues, evidente, mi nerviosismo. Cuántas veces la había visto en la oficina, y tan pocas solo hablándome de cosas fuera del trabajo: realmente no era nada más para ella que un simple compañero que desaparecería de su vida una vez que cambiásemos de empresa o hasta que se case. Sacudí mi cabeza a manera de sustraer esos malos razonamientos, ya que, si había alguna oportunidad de estar lo suficientemente cerca de donde ella dormía, pues habría que aprovechar cada instante de esa ocasión. Luego terminé de comer: era momento de subir y entrar a su habitación.
Di tres golpes algo tímidos a la puerta y esperé un instante, luego escuché el seguro desactivándose -qué precavida, pensé- para luego sentir cómo giraba esa manija, a la vez que se abría la misma. Lo primero que asomó fue su blanco rostro con finos cabellos castaños casi rubios, y con una cordial sonrisa, pero quizá aislada de afecto, me dio un saludo. Ni dijo mi nombre. -Entra. -Me invitó a pasar. Su habitación no era un cuarto, literalmente, era más bien como un departamento, con una pequeña sala y varias puertas que daban al baño y a su habitación. "Lastima", pensé, no había forma de observar el lugar donde se echaba. Pero daba igual. Entonces me indicó la mesa donde habríamos de trabajar y donde había que poner nuestras computadoras personales. Y de ese proceder, tan impersonal, iniciamos nuestro arduo trabajo. Pasaron, de esa forma, las horas en las que editábamos el archivo desde el Drive, a veces juntos, en ocasiones separados.
El paso del tiempo era totalmente notable, habían pasado ya casi cuatro horas de ardua labor. Mutuamente nos sentíamos fatigados, eran las once con algo de la noche, y ni entrábamos en la madrugada. Lo peor de todo era que no llegábamos ni a la mitad: era de ese tipo de faenas que apenas logras salir del comienzo luego de largo tiempo de discusiones y negociaciones. Ambos éramos tercos a nuestra manera, pero ella siempre salía ganando de alguna manera. Y así, ante el estrés, decidimos darnos un descanso de unos minutos en el que no haríamos nada más que estar en silencio, pues, ¿de qué cosas hablaríamos que tengamos tanto en común? Pasó media hora en el que navegábamos en nuestras redes sociales y apenas le diría una pequeña broma -como un paupérrimo intento de amenizar el ambiente- que ella simplemente respondería con un frío pero educado -Já-.
Pasaron de las doce de la madrugada y ambos supimos que debíamos empezar, con todo nuestro hartazgo aún presente, la larga serie de diapositivas que debían ser corregidas. Para aquel entonces, mis deseos sensuales ya habían perdido todo su furor, y más que seguir allí con ella en su departamento yo ya quería salir para dormir o ver un buen porno. El estrés había sobrepasado con ganas mis deseos de Nicole. (Si hasta este punto, el lector que aún sigue la historia se pregunta, ¿para qué he leído todo esto si se supone que es un sitio de relatos eróticos? Pues le digo, así como se fue formando la situación, pues también aumenta la intensidad. Así que, amigo lector, esto se pone mejor).
Eran las doce y cuarto, ambos en silencio modificando nuestras partes, sin ninguna palabra para ese momento. Yo, concentrado, no la veía; pero, a manera de casual sorpresa, noté que había separado una silla entre ambos, la había movido con los pies y acto seguido se habría sacado las zapatillas, quedándose en delicadas mediecillas blancas hasta el blanco tobillo, para ponerlas sobre el asiento que estaba justo entre los dos. De hecho, ella estaba sentada casi al frente mío, en diagonal, en el otro lado de la mesa y esta silla -con sus pies encima- apuntado hacia mi costado. Pero lo más curioso de todo era que sobresalían del espacio que cubría la tabla de la mesa, sobresaliendo y, prácticamente, tenía sus pies a mi costado.
La –posiblemente- irreverente acción de Nicole distrajo mi posterior atención sobre mi trabajo, que ahora había reducido hasta la mitad de su eficiencia. Durante ese momento de personal tensión, noté que ahora avanzaba el doble de tiempo para cada diapositiva, simplemente, no podía operar tranquilamente. Me di cuenta que, quizá inconscientemente, agachaba la cabeza y, cubriendo mi mirada de la suya, bajaba ésta para observar esos delicados pies tan cerca de mí. Éstos estaban apoyados uno sobre otro y, en pocas ocasiones, cambiaban de posición. “”, pensé, ¡cómo me moría por tocarlos ahora! ¿Lo peor de todo? Que no había manera de sujetarlos sin parecer un maleducado mañoso.
No sopesé el tiempo que me daría el razonar sobre las posibilidades, ya que, al darme cuenta, ¡habían pasado más de treinta minutos! Y pues, como estábamos mostrándonos los avances, era evidente mi retraso: ¿cómo pues decirle que eran justamente sus deliciosos pies los que me impedían pensar correctamente? De decirle eso, muy posiblemente ella se disculparía y los sacaría de allí, incluso, se acomodaría hacia el otro lado. No, no podía hacer que se mueva: ella era mi droga, la necesitaba. Pero incluso mientras lo discutía en mi mente, llegó su fina apreciación: “No haz avanzado con el punto 4.3”
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Me ofrecieron la oportunidad una vez de dictar una conferencia sobre un tema que domino muy bien en una región donde la empresa estaba iniciando operaciones. Para ello fue necesario que viaje con una compañera a la que conocía regular, pero que siempre le había echado el ojo por la belleza que manejaba siempre. ¿Cómo decirlo? De ese tipo de bellezas naturales propias de las clases más acomodadas, con todas sus particularidades y caprichos. Incluso el tono de voz era evidente, esa misma que marca diferencia en un lugar concurrido. Simplemente no hay manera de no mirarla.
Pero bueno. El hecho es que, cuando me mencionaron lo del viaje, y no solo eso, sino que tendría que hospedarme, posiblemente en el mismo hotel que el de Nicole, varios de mis amigos me miraron con una medida combinación entre la traviesa aceptación como una profunda envidia, pues se imaginaban, ¿qué era lo que podría pasar allí? Y sus sentimientos eran verdaderos, puesto que, siendo realistas, ninguno hubiera podido, en circunstancias normales, entablar relación alguna con ella, o al menos, un acercamiento amical que estuviera por fuera de los ámbitos laborales. Y el que tuvo tal suerte fui yo, quien tampoco tuvo la fortuna de ser parte del mundo de Nicole, sino que por mi propio esfuerzo, logré desarrollar habilidades tales, que me hicieron indispensable para realizar tal viaje con tal mujer.
De esa manera inició la historia, y no pudo ser mejor, que mostrando incluso las diferencias entre ambos en el modo de viaje: ella logró viajar en avión, mientras que yo fui en bus, demorándome más. Afortunadamente, el hotel ya estaba separado, también las habitaciones -separadas claro- en el centro de la ciudad; llegué en el taxi con mis maletas, las cuales ayudaron cargándolas el servicio del hotel. Las llevaron a mi habitación mientras que me indicaban cuáles serían los cuartos que ya habían sido reservados, felizmente, estaban de frente: ambas puertas se miraban. No había aún rastro de Nicole, pero me habían informado que su llegada ya había sido el día anterior -por la mañana- para hacer todos los arreglos y contactos correspondientes sobre la serie de conferencias que habría que dictar. Y como fue un duro viaje, me puse a dormir.
Pasaron las horas, hasta que unos golpes en la puerta despertaron mi sueño. Con el rostro aun tratando de aceptar la condición de despierto, y caminando casi tambaleante, me dirigí hasta la entrada y la abrí de golpe, pensando que sería el servicio. Pero no. Era Nicole quien había sido prudente en dejarme tranquilo durante todas esas horas para que reponga energías, puesto que había que trabajar haciendo unas correcciones de última hora a la presentación. Era evidente su disgusto por hacer tal cosa, pero habían sido órdenes directas de la alta dirección, ella la habría de pasar, tal vez, mal la noche, pero yo ya había dormido. Tendía energías para trabajar. El problema sería mañana, ¿tendríamos la total disposición para hacer un excelente trabajo habiendo arreglado una casi interminable cantidad de diapositivas y material el día anterior?
Quedamos a las 7, después de un lonche. En su habitación. Esto hubieran sido excelentes noticias para mí, si no fuera por el hecho de que había que hacer arreglos toda la noche y la tarea era tan urgente como interminable. Ni modo. Comí solo en el gran comedor del hotel, algo ligero realmente, para cuidar de que no me caiga mal la comida, pero mientras lo hacía, en mis pensamientos gravitaban aquellas imágenes de Nicole. Mi corazón palpitaba rápidamente cada vez que lo hacía, pensar en ella; era pues, evidente, mi nerviosismo. Cuántas veces la había visto en la oficina, y tan pocas solo hablándome de cosas fuera del trabajo: realmente no era nada más para ella que un simple compañero que desaparecería de su vida una vez que cambiásemos de empresa o hasta que se case. Sacudí mi cabeza a manera de sustraer esos malos razonamientos, ya que, si había alguna oportunidad de estar lo suficientemente cerca de donde ella dormía, pues habría que aprovechar cada instante de esa ocasión. Luego terminé de comer: era momento de subir y entrar a su habitación.
Di tres golpes algo tímidos a la puerta y esperé un instante, luego escuché el seguro desactivándose -qué precavida, pensé- para luego sentir cómo giraba esa manija, a la vez que se abría la misma. Lo primero que asomó fue su blanco rostro con finos cabellos castaños casi rubios, y con una cordial sonrisa, pero quizá aislada de afecto, me dio un saludo. Ni dijo mi nombre. -Entra. -Me invitó a pasar. Su habitación no era un cuarto, literalmente, era más bien como un departamento, con una pequeña sala y varias puertas que daban al baño y a su habitación. "Lastima", pensé, no había forma de observar el lugar donde se echaba. Pero daba igual. Entonces me indicó la mesa donde habríamos de trabajar y donde había que poner nuestras computadoras personales. Y de ese proceder, tan impersonal, iniciamos nuestro arduo trabajo. Pasaron, de esa forma, las horas en las que editábamos el archivo desde el Drive, a veces juntos, en ocasiones separados.
El paso del tiempo era totalmente notable, habían pasado ya casi cuatro horas de ardua labor. Mutuamente nos sentíamos fatigados, eran las once con algo de la noche, y ni entrábamos en la madrugada. Lo peor de todo era que no llegábamos ni a la mitad: era de ese tipo de faenas que apenas logras salir del comienzo luego de largo tiempo de discusiones y negociaciones. Ambos éramos tercos a nuestra manera, pero ella siempre salía ganando de alguna manera. Y así, ante el estrés, decidimos darnos un descanso de unos minutos en el que no haríamos nada más que estar en silencio, pues, ¿de qué cosas hablaríamos que tengamos tanto en común? Pasó media hora en el que navegábamos en nuestras redes sociales y apenas le diría una pequeña broma -como un paupérrimo intento de amenizar el ambiente- que ella simplemente respondería con un frío pero educado -Já-.
Pasaron de las doce de la madrugada y ambos supimos que debíamos empezar, con todo nuestro hartazgo aún presente, la larga serie de diapositivas que debían ser corregidas. Para aquel entonces, mis deseos sensuales ya habían perdido todo su furor, y más que seguir allí con ella en su departamento yo ya quería salir para dormir o ver un buen porno. El estrés había sobrepasado con ganas mis deseos de Nicole. (Si hasta este punto, el lector que aún sigue la historia se pregunta, ¿para qué he leído todo esto si se supone que es un sitio de relatos eróticos? Pues le digo, así como se fue formando la situación, pues también aumenta la intensidad. Así que, amigo lector, esto se pone mejor).
Eran las doce y cuarto, ambos en silencio modificando nuestras partes, sin ninguna palabra para ese momento. Yo, concentrado, no la veía; pero, a manera de casual sorpresa, noté que había separado una silla entre ambos, la había movido con los pies y acto seguido se habría sacado las zapatillas, quedándose en delicadas mediecillas blancas hasta el blanco tobillo, para ponerlas sobre el asiento que estaba justo entre los dos. De hecho, ella estaba sentada casi al frente mío, en diagonal, en el otro lado de la mesa y esta silla -con sus pies encima- apuntado hacia mi costado. Pero lo más curioso de todo era que sobresalían del espacio que cubría la tabla de la mesa, sobresaliendo y, prácticamente, tenía sus pies a mi costado.
La –posiblemente- irreverente acción de Nicole distrajo mi posterior atención sobre mi trabajo, que ahora había reducido hasta la mitad de su eficiencia. Durante ese momento de personal tensión, noté que ahora avanzaba el doble de tiempo para cada diapositiva, simplemente, no podía operar tranquilamente. Me di cuenta que, quizá inconscientemente, agachaba la cabeza y, cubriendo mi mirada de la suya, bajaba ésta para observar esos delicados pies tan cerca de mí. Éstos estaban apoyados uno sobre otro y, en pocas ocasiones, cambiaban de posición. “”, pensé, ¡cómo me moría por tocarlos ahora! ¿Lo peor de todo? Que no había manera de sujetarlos sin parecer un maleducado mañoso.
No sopesé el tiempo que me daría el razonar sobre las posibilidades, ya que, al darme cuenta, ¡habían pasado más de treinta minutos! Y pues, como estábamos mostrándonos los avances, era evidente mi retraso: ¿cómo pues decirle que eran justamente sus deliciosos pies los que me impedían pensar correctamente? De decirle eso, muy posiblemente ella se disculparía y los sacaría de allí, incluso, se acomodaría hacia el otro lado. No, no podía hacer que se mueva: ella era mi droga, la necesitaba. Pero incluso mientras lo discutía en mi mente, llegó su fina apreciación: “No haz avanzado con el punto 4.3”
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