El Apócrifo
Platinium Member
20 Years of Service
Hildebrandt en sus trece, 10 de diciembre.
Me temía. Sabía -no me pregunten por qué- que Mario Vargas Llosa, con el soñado Nobel ya en la mano, iba a convertirse en el magno portavoz de quienes cortan el jamón. Es decir, que sin las prudencias que mantenía para no enemistarse con los jurados progres de la Academia Sueca. Vargas Llosa se despojaría de remilgos y de coquetas máscaras y aparecería, por fin, como lo que es: uno de los más talentosos escribidores del sistema mun­dial de dominación.Y allí está su discurso en Estocolmo: una pieza que la Rand Corporation hubiese aprobada, Ronald Reagan aplau­dido y Benjamín Netanyahu celebrado hasta el delirio.
Vargas Llosa ha condenado al terrorismo, pero sólo a una de sus versiones: la islámica, esa respuesta salvaje y repudiable a tantos años de abuso y dominación. Ni una sola mención al terrorismo de Estado: ni al de los Estados Unidos extendido de modo planetario como una metástasis de la estupidez ni al de su filial israelí, concentrado en una diminuta franja a la que le llueven, cada vez que el gobierno de Tel Aviv lo considera nece­sario, balas de uranio empobrecido, bombas de racimo, fósforo ardiente.
Vargas Llosa lo ha dicho con todas sus letras: Defen­damos la democracia liberal. ¡Qué franqueza y qué va­cuidad de frase!
O sea que el escritor que ha pregonado siempre que la literatura enmienda a la realidad, postula, al mismo tiempo, desde su flamante Olimpo. la resignación ante lo que considera insuperable: LA DEMOCRACIA LIBERAL (las mayúsculas son mías, pero interpretan el énfasis vargasllosiano).