Con relación a las inspiradas fantasías de tortura de gromero, zembozakura y otros, las respeto, pero cabe preguntarse si revelan más bien una fascinada sed de sangre humana antes que una repulsión contra la violación de menores. Tanto entusiasmo sanguinario hace pensar que, si la ley los nombrase verdugos de violadores, estarían ansiosos de que se produzca la próxima violación. Espero no se ofendan los distinguidos y sensibles cofrades, solo es una imaginación al viento.
Lo cierto es que la historia nos enseña que el pueblo clama por sangre, y si se la da, aplaude. En tiempos bíblicos se lapidaba a los adúlteros, y toditito el pueblo actuaba como verdugo. Todos felices, hasta que la semana siguiente, quien lanzaba una piedra, era ahora el que las recibía como lluvia por acusación de un cornudo. ¿Cuántos habrán muerto injustamente por ese método? Nadie lo puede precisar. Sin embargo, cuando se daba la ocasión de hacer saltar la sangre del sospechoso, ahi se veía a la turba excitadísima. Los romanos también idearon su circo, pues, pendejos ellos, hace rato se habían dado cuenta de que el populum, además de pan, exigía circo, es decir, sangre. De ahí tenemos otras instituciones de castigo durante la edad media y moderna (empalamientos, guillotina) que llamaban al pueblo a la plaza a espectar el espectáculo de la muerte del condenado. Aplausos nuevamente. Sin duda, tenemos muy metido en nuestro instinto la sed de sangre, eso es innegable.
¿A qué viene todo esto? A que no nos debe sorprender por eso que nuestro en mala hora presidente, gran conocedor de las reacciones del pueblo, no tardara en proponer la pena de muerte para los violadores de menores. Mal hacen los incautos en pensar que Alan García realmente es un furibundo justiciero. Nada de eso. Es tan solo un embustero calculador que sabe que la mayoría de personas reacciona con pasión antes que con razón. Caballo Loco sabe perfectamente que es imposible instaurar la pena de muerte en el Perú por la sujeción que tenemos al Pacto de San José. Y aún así insiste. Lo hace porque sabe que sus palabras, a nivel internacional, se las llevará el viento, pero al pueblo, con ansias de sacrificios humanos, caerá como música celestial. Es una lástima que muchos peruanos aún se dejen encantar por este charlatán.
Volviendo al tema en sí, concuerdo con que los violadores en su mayoría, son gente enferma. Este calificativo, muy usado por los que más se ofrecen en lincharlos, en vez de añadirles culpabilidad, más bien se la rebaja. De hecho, la persona que por factores biológicos o sicológicos está destinado a ser violador sufre un drama de por sí. Me temo que ellos preferirían ser normales, pero deben de tener una inclinación incontenible a cometer la aberración. En términos llanos, debe de ser como cuando un hombre descubre que es cabro: el no lo escogió, pero caballero, no le puede dejar de gustar la salchicha.
Creo que la mayor ferocidad del pueblo debe recaer sobre los violadores que no sufren una patología mental, es decir, aquellos que por real crueldad, diversión o variación llegan a hacerle daño a un menor, pudiendo evitarlo. Estos sí merecen el profundo odio de todos. A estos le caería muy bien reclusión perpétua con la compañia de todos los negros mandingos de Lurigancho. A los enfermos mentales que no pueden contener su conducta, también reclusión perpétua, pero más que como castigo, como prevensión social.
Quizá estos argumentos sean muy insensibles, desapasionados y racionales como para que tengan buena acogida entre tantos padres de familia, tios, hermanos mayores y padrinos. Pero nadie es dueño de la verdad. Solo somos meros opinantes.