A pedido de los compañeros, acá está la segunda entrega de lo que empezó como
La amiga de mi esposa.
La amiga de mi esposa II
Es sábado por la tarde y estoy algo nervioso, en la sala de mi casa, junto a mi esposa, fingiendo estar interesado en lo que pasan por televisión y tomándome una cerveza. Estamos esperando a Carla, la amiga de mi esposa, que va a visitarnos. Carla, a quien no veo y con quien no hablo desde hace seis días, cuando nos acostamos por primera vez, cuando probé y disfruté de su boca, de su vagina y de su delicioso y monumental trasero durante largas horas.
Estábamos en la ducha, besándonos, abrazándonos bajo el agua, mientras la mano de Mariana tomaba mi pene ya erecto y lo estimulaba. Yo también utilizaba mis manos, para recorrer el glorioso cuerpo de esa mujer que era mi enamorada. Había tenido mucha suerte, porque era la mujer que siempre soñé conocer y poseer. Todo lo tenía natural: las tetas grandes y firmes, la cintura sinuosa y breve, las caderas prominentes y voluptuosas, coronadas con un muy buen trasero. Y su vagina: una vagina que era deliciosa, siempre peladita, siempre jugosa, siempre ardiente y estrecha.
Tocan a la puerta y mi esposa me pide que abra. Mi corazón se acelera, siento algo de nervios pero trato de mostrarme sereno. Me acerco a la puerta y abro. Ahí está Carla, sonriéndome, con esa cara de pendeja que me excita, usando una falda corta, que deja ver sus deliciosas piernas y parte de sus muslos memorables, esas piernas y esos muslos que son el camino a ese culo que se ha convertido en mi obsesión. La saludo de la forma más natural posible y ella, al acercarse a mí, me toca brevemente el pene, estrujándolo con delicadez, generando en mí una inmediata erección. Pero me controlo y la invito a pasar. Entramos a la sala y entonces yo paso a segundo plano, mientras Carla y mi esposa se miran, sonríen, se abrazan y empiezan a hablar sin parar.
Y es a esa exquisita vagina a la que dirigí mis dedos y empecé a estimular, bajo el agua tibia de la ducha. Después de algunos minutos, me arrodillé y comencé a lamer el clítoris de Mariana, por largos minutos, hasta que ella se prendió de mis cabellos y empezó a jalarlos, mientras gemía cada vez más, hasta que sus piernas flaquearon, empezó a respirar marcadamente y llegó a un delicioso orgasmo.
De pronto, mi esposa dice que se va al baño y me pide que le muestre la casa a Carla. Yo acepto, tratando de ocultar cualquier emoción, y me pongo de pie, pidiéndole a la amiga de mi esposa que me siga. Cuando escuchamos que la puerta del baño se ha cerrado, Carla y yo corremos hacia otra habitación y nos besamos, prolongadamente, tocando nuestros cuerpos. Con el temor de que mi esposa salga en cualquier momento, actúo rápido, levanto la falda de Carlita y llevó mi mano a su calzoncito, a la altura de su vagina. Pero la excitación aumenta y, sabiendo que no tengo tiempo para hacer mucho, la hago girar, me agacho, separo sus carnosas nalgas, muevo la tira de la tanga hacia un costado e introduzco mi lengua en el ano de Carla, provocándole gemidos deliciosos. Y sigo así, lengüeteándole el culo, hasta que oigo pasos y me pongo de pie de inmediato, empezando a hablar en voz alta, mostrándole la casa a la amiga de mi esposa, que se acomoda el calzón aunque no puede ocultar el rubor en su rostro.
Pero Mariana siempre quería más. Entonces fue ella la que se arrodilló y empezó a chupármela, a comérsela toda, hasta sacar su lengua y, con la verga dentro de su boca, lamerme los testículos. Luego me lengüeteó el glande, me lamió todo el tronco y volvió a tragarse mi pene, succionando como solo ella sabía hacerlo, mamándomela hasta el último centímetro. Y siguió así por largos minutos, hasta que sentí que me venía. Se lo dije y Mariana empezó a chuparla con más deseo, a mamarla como si fuese la última verga que probaría en su vida, hasta que exploté, llenándole de leche la boca, sintiendo las contracciones de mi pene dentro de ella, quedándome quieto algunos segundos después, para que recibiera hasta la última gota. Entonces Mariana abrió la boca, me mostró el semen que yo acababa de eyacular y se lo tragó.
Mi esposa nos da el encuentro y seguimos mostrándole la casa a Carla. Pasamos por el comedor, la sala de estar, la cocina, el jardín y las habitaciones, recorremos prácticamente hasta el último rincón de la casa hasta que llegamos a la terraza y nos sentamos ahí. Conversamos un buen rato hasta que mi esposa me pide que lleve bocaditos y algún trago. Le hago caso y voy a la cocina, a preparar lo que me pidieron. Pasan algunos minutos y se aparece Carla, que con un gesto me dice que no haga bulla. Se acerca a mí y, mientras me agarra el pene y vuelve a estrujarlo, me cuenta que le ha dicho a mi esposa que se había olvidado el celular en la sala. Nos juntamos aún más, frotando nuestros cuerpos, hasta que la excitación se vuelve insoportable para mí. Pero no hay mucho que podamos hacer, porque no hay tiempo ni lugar apropiado. Sin embargo, Carla me baja el cierre y me la chupa brevemente, sin llegar a hacerme eyacular, dejándome aún más excitado. Le pido que me la chupe un rato más pero me dice que no, toma la bandeja que está con los bocaditos y se dirige a la terraza. Yo tomo la bandeja que está con los tragos y la sigo.
Nos dimos unos minutos de tregua, hasta que, aun en la ducha, volvimos a besarnos, a excitarnos nuevamente. Mariana ayudó mamándomele por un rato más hasta que mi verga estuvo dura otra vez. Entonces la penetré. Y volví a sentir ese delicioso calor, esa presión y esa humedad que esa vagina siempre me hacía experimentar. Lo hacíamos frente a frente, de pie, mientras nos besábamos y Mariana levantaba un poco una pierna. Yo entraba en ella con fuertes embestidas, haciéndola saltar con cada clavada profunda, disfrutando de esa posición que nos gustaba tanto y que podíamos llevar a cabo gracias a la generosa longitud de mi verga. Y así, muy juntos, tiramos por largo rato, jugando con el jabón que nos cubría, hasta que decidimos cambiar de posición. Mariana se volteo y yo me acerqué para metérsela nuevamente, pero ella me detuvo. Entonces tomó un poco de jabón, me embadurnó la pinga con este y me pidió lo que yo le había pedido ya antes muchas veces, lo que yo casi le rogaba y ante lo que ella siempre decía que no. Me pidió que se la metiese por atrás.
Pasan las horas y se hace de noche, mientras yo, que no puedo dejar de estar excitado, pienso en la forma de poder tirarme una vez más a Carla cuanto antes. Pero la solución la da ella misma, cuando nos dice que se tiene que ir y me pide directamente que la jale hasta el paradero, porque por donde vivo no pasan muchos taxis y mucho menos micros. Carla arregla aun más la situación cuando se dirige a mi esposa y le dice que no se preocupe en acompañarnos, que solo voy a dejarla al toque. Mi esposa, que luce claramente de sueño, acepta sin ningún pero y yo siento que voy a estallar de la arrechura. Ya en el carro, mientras yo conduzco y apenas avanzamos algunas cuadras, Carla se acerca a mí, se agacha y, mientras sigo manejando, empieza a chupármela nuevamente. Yo, ya preso de la excitación, aunque con temor a chocarme, me cuadro a un lado de la calle, que como siempre luce desértica por la zona en la que vivo, y empiezo a guiar la cabeza de la amiga de mi esposa, para que me la chupe con más profundidad. Pero no aguanto más y le digo a Carla que se saque el calzón. Ella lo hace. Se levanta la falda, separa las piernas y se saca la tanga. Entonces, sin saber bien cómo, yo paso al asiento del copiloto, la hago girar hacia mí y entro en su conchita, que ya está totalmente mojada. Y la cacho duro, con fuerza, mientras ella no deja de moverse, de besarme, de gemir, de demostrarme que es una perra en celo.
Mariana tomó algo más de jabón y lo colocó en la entrada de su ano. Yo nunca antes había entrado en un culo y ella, según me había dicho, también era virgen por atrás, así que con esa doble excitación, me acerqué a ese delicioso agujero que con el tiempo se convertiría en mi fijación, y empecé a empujar, suave y lentamente, hasta que empezó a dilatar. Y entonces sentí la gloria por primera vez. Ese ano recibió mi verga con una presión que nunca antes había sentido, generándome sensaciones también nuevas. Y Mariana no gemía, gritaba, pero no me pedía que se la saque, solo me pedía que lo hiciera suave y despacio. Le hice caso y, con paciencia, sentí cómo con cada nueva embestida, en la que mi pene entraba un poco más, su conducto anal se iba abriendo, dándome paso, recibiéndome. Mariana no dejaba de gritar, de chillar, mientras llevaba uno de sus brazos hacia atrás y, con la mano, tomaba mi brazo, aferrándose a él, tomándome más fuerte conforme yo iba entrando más y más en su culo. Cuando logré entrar por completo, fui aumentando la velocidad y fuerza de las embestidas, llegando a darle duro por atrás a Mariana, que llevó la mano a su vagina y empezó a corrérsela, sin dejar de gritar. La excitación llegó al límite y, sintiendo que me venía, le di con todas mis fuerzas al culo de Mariana, que no dejaba de gritar, hasta que eyaculé celestialmente. La sensación fue diferente, eyacular por primera vez dentro de un culo fue diferente, y desde entonces el sexo anal se convirtió una fijación para mí. Y durante años le di por atrás a Mariana, hasta que una vez, al parecer, le hice daño. Entonces ella me prohibió darle por el culo. Pese a que insistí, ella nunca más me dejó entrar en su ano. Ni si quiera importó que finalmente me casara con ella. Su culo estaba clausurado. Sin embargo, seguí probando anos siempre, disfrutando de esa sensación de placer y poder. Y aunque Mariana, mi esposa, no me dio el culo nunca más, sí me presentó a Carla, su amiga, que sería su sucesora, la nueva mujer que llegaría para satisfacerme y permitirme seguir disfrutando de los placeres del sexo anal.
Carla empieza a moverse con más fuerza, a respirar con dificultad, mirándome con esa cara de perra que siempre me ha excitado tanto, mientras siento que de su vagina emanan fluidos que recorren mis testículos. Lo nuestro es sexo puro, instinto animal, disfrute pleno del placer, por eso lo hacemos sin protección, arriesgándonos, presos de la excitación. Sin embargo pensamos por un segundo. Carla me pregunta si tengo condón y le digo que no. Pero a ella parece no importarle. Se mueve más rápido y yo pienso que quiere hacerme venir dentro de ella, pero me demuestra que no, que simplemente está disfrutando de los últimos segundos de pinga por su conchita. Y me lo demuestra con una frase que me vuelve un animal:
- Mejor termina por atrás. Dame por el culito.
Sin pensarlo dos veces, se la sacó de la vagina y, aún en la misma pose, con ella encima de mí, se la meto por el ano. Nuevamente, el placer de entrar en un culo me atrapa y empiezo a moverme con fuerza, a darle duro a la amiga de mi esposa. Y Carla no se queda atrás. También se mueve, sin dejar de chillar, totalmente arrecha. Se mueve en vaivén, en círculo, de arriba a abajo.
- Te voy a romper el culo le susurro al oído
- Dame duro, rómpeme el poto me responde, me pide, me desafía Carla, con deseo, con furia, excitación.
Y le doy con todas mis fuerzas, hasta que eyaculo dentro de ella, dentro de su ano, sintiendo que mis piernas tiemblan.
Nos quedamos quietos por algunos segundos, sin movernos, con mi verga aún dentro del ano de Carla, hasta que nos besamos y nos reímos. Ahora sí intercambiamos números y quedamos en vernos en unos días. Dejo a la amiga de mi esposa en el paradero y regreso a mi casa, con todas las ventanas de la camioneta abiertas.
Ya en casa, le digo a mi esposa que tuve que espera a la pesada de su amiga, porque no pasaba carro. Pero se lo digo de pasada, rápidamente, diciéndole que me orino. Entro al baño, me saco la ropa y, una vez más, tango que pasarme el jabón varias veces, para quitarme el olor de hembra en celo de Carla, ese olor que sigo disfrutando, ese olor que de solo recordarlo me vuelve a excitar.