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Lo que a continuación "postearé" es una copia fiel del ensayo "¡Abajo la Educación, Arriba la Cultura!" que está contenido en el libro "Cría Cuervos: Crítica a las Ideas Políticas Vigentes" del abogado Raúl Chanamé Orbe. Pertenece a la V Parte, titulada "Del Suyo al Antisuyo", en la página 108.
El e-mail que aparece en libro como del autor del mismo es abogado@terra.com.pe
Hasta el más ignorante de nuestros políticos proclama que la educación es el objeto más importante para el desarrollo. No hay mensaje de Fiestas Patrias que no lo reitere. Algunos gobiernos decretaron “quinquenios de la educación”; otros más modestos, “el año de la educación nacional”.
Es común escuchar ante los estropicios de ciertos personajes que “…les falta educación”, “no le pidas más, si sólo tiene Primaria”, “carece de educación”, entre otras frases muy recurridas para explicar sus comportamientos, hábitos o su lenguaje procaz. La educación es la gran panacea. Esta ha creado un consenso general sobre sus beneficios. No obstante, hay que replicar esa percepción mayoritaria señalando que en el Perú de hoy sobra educación y falta cultura.
Entendiendo como cultura las costumbres y valores socialmente adquiridos, reproducidos por la tradición y que cohesionan a una sociedad bajo una personalidad colectiva. Los indios –me refiero a los habitantes de La India, no a los habitantes primigenios de América- son vegetarianos no por especulación dietética o sugerencia científica, sino por una mítica creencia religiosa, sentada en su cultura. Los estadounidenses son carnívoros en exageración, a pesar de las advertencias científicas, por gustos asentados en la cultura gastronómica yanqui. Nosotros tenemos varios graduados en Harvard que permanentemente llegan con 2 ó 3 horas de tardanza a sus compromisos oficiales ¿dónde está la explicación de este comportamiento relajado, acaso en las puntuales clases universitarias o en el recurrente complejo cultural de la “hora peruana”?
Desde el siglo XVIII, la Ilustración creó el apotegma que la educación libera de la ignorancia, los prejuicios y supersticiones. La educación era un privilegio de los nobles; las revoluciones liberales se hicieron para dar derechos a los iletrados – en los últimos renglones, para mí, el autor quiere decir que los cultos lucharon para que los incultos tuvieran derechos-. El siglo XIX fue el escenario de la gran revolución educativa en Europa y Norteamérica, al universalizarse la instrucción en tres niveles: Primaria, Secundaria y Superior. Sin embargo, ello no hubiera sido posible prescindiendo de la reforma legal (Constitución o Carta Magna), sin la reforma religiosa (Estado laico) o Revolución Industrial (Libre Mercado), que demandaron cuatro siglos de aprendizaje social para hacer posible la cultura moderna. La educación formal fue la culminación de un proceso cuyo punto de partida fue la cultura.
El “time is money” (“el tiempo es dinero”
no se aprendió en una lección escolar, se asimiló en la vida cotidiana de los puritanos volcados al comercio. Sin esa cultura como base, la educación hubiese sido echar abecedarios en sacos vacíos.
¿Qué ha ocurrido en nuestros países? Embrujados por la Revolución Industrial, creímos que la educación per se nos conducía al desarrollo, subestimando las fortalezas que estaban en nuestra cultura. La polémica entre el huancaíno Alejandro Octavio Deustua y Manuel Vicente Villarán, prescindía de todo elemento de referencia cultural: el debate giraba en torno a que si la instrucción francesa o la estadounidense era la que mejor se adaptaba a nuestra idiosincrasia. Partían de un supuesto –que hoy se demuestra- equivocado.
A principios del siglo XX: el 70% de la población adulta era analfabeta, 75% vivían en el campo, la mitad sólo hablaba quechua, el 90% de las mujeres eran analfabetas, los universitarios a nivel nacional eran poco más de mil. Todos los discursos políticos concuerdan que el subdesarrollo estaba centrado en la escuela.
¿Qué ocurrió? El siglo XX culminó la revolución educativa auspiciada por todos los gobiernos desde José Pardo, Leguía, Odría, Velasco y Alan García. Los resultados saltan a la vista: 90% de alfabetizados, más de 8 000 000 de escolares, 350 000 maestros, cerca de 500 000 universitarios y el promedio educativo de los habitantes del país se elevó al 6to. grado de Primaria. El Perú en menos de 50 años superó el analfabetismo, tarea que a Gran Bretaña le tardo no menos de 300 años. El Perú hoy – en promedio per cápita - tiene más estudiantes universitarios que EEUU y más graduados que muchos países desarrollados. La promesa educativa se cumplió con creces, al menos en términos estadísticos, empero esta no nos condujo al desarrollo, sino que en algunos casos empeoró nuestro bienestar. En 1904 éramos un país mayoritariamente analfabeto, había 15% de peruanos en pobreza extrema; en el 2004, en un país mayoritariamente letrado, tenemos viviendo al 54% de nuestra población en condiciones de pobreza. Aquí no se cumplió la máxima del ex presidente argentino del siglo XIX Domingo Faustino Sarmiento: “Educar es nutrir”.
El e-mail que aparece en libro como del autor del mismo es abogado@terra.com.pe
Hasta el más ignorante de nuestros políticos proclama que la educación es el objeto más importante para el desarrollo. No hay mensaje de Fiestas Patrias que no lo reitere. Algunos gobiernos decretaron “quinquenios de la educación”; otros más modestos, “el año de la educación nacional”.
Es común escuchar ante los estropicios de ciertos personajes que “…les falta educación”, “no le pidas más, si sólo tiene Primaria”, “carece de educación”, entre otras frases muy recurridas para explicar sus comportamientos, hábitos o su lenguaje procaz. La educación es la gran panacea. Esta ha creado un consenso general sobre sus beneficios. No obstante, hay que replicar esa percepción mayoritaria señalando que en el Perú de hoy sobra educación y falta cultura.
Entendiendo como cultura las costumbres y valores socialmente adquiridos, reproducidos por la tradición y que cohesionan a una sociedad bajo una personalidad colectiva. Los indios –me refiero a los habitantes de La India, no a los habitantes primigenios de América- son vegetarianos no por especulación dietética o sugerencia científica, sino por una mítica creencia religiosa, sentada en su cultura. Los estadounidenses son carnívoros en exageración, a pesar de las advertencias científicas, por gustos asentados en la cultura gastronómica yanqui. Nosotros tenemos varios graduados en Harvard que permanentemente llegan con 2 ó 3 horas de tardanza a sus compromisos oficiales ¿dónde está la explicación de este comportamiento relajado, acaso en las puntuales clases universitarias o en el recurrente complejo cultural de la “hora peruana”?
Desde el siglo XVIII, la Ilustración creó el apotegma que la educación libera de la ignorancia, los prejuicios y supersticiones. La educación era un privilegio de los nobles; las revoluciones liberales se hicieron para dar derechos a los iletrados – en los últimos renglones, para mí, el autor quiere decir que los cultos lucharon para que los incultos tuvieran derechos-. El siglo XIX fue el escenario de la gran revolución educativa en Europa y Norteamérica, al universalizarse la instrucción en tres niveles: Primaria, Secundaria y Superior. Sin embargo, ello no hubiera sido posible prescindiendo de la reforma legal (Constitución o Carta Magna), sin la reforma religiosa (Estado laico) o Revolución Industrial (Libre Mercado), que demandaron cuatro siglos de aprendizaje social para hacer posible la cultura moderna. La educación formal fue la culminación de un proceso cuyo punto de partida fue la cultura.
El “time is money” (“el tiempo es dinero”

¿Qué ha ocurrido en nuestros países? Embrujados por la Revolución Industrial, creímos que la educación per se nos conducía al desarrollo, subestimando las fortalezas que estaban en nuestra cultura. La polémica entre el huancaíno Alejandro Octavio Deustua y Manuel Vicente Villarán, prescindía de todo elemento de referencia cultural: el debate giraba en torno a que si la instrucción francesa o la estadounidense era la que mejor se adaptaba a nuestra idiosincrasia. Partían de un supuesto –que hoy se demuestra- equivocado.
A principios del siglo XX: el 70% de la población adulta era analfabeta, 75% vivían en el campo, la mitad sólo hablaba quechua, el 90% de las mujeres eran analfabetas, los universitarios a nivel nacional eran poco más de mil. Todos los discursos políticos concuerdan que el subdesarrollo estaba centrado en la escuela.
¿Qué ocurrió? El siglo XX culminó la revolución educativa auspiciada por todos los gobiernos desde José Pardo, Leguía, Odría, Velasco y Alan García. Los resultados saltan a la vista: 90% de alfabetizados, más de 8 000 000 de escolares, 350 000 maestros, cerca de 500 000 universitarios y el promedio educativo de los habitantes del país se elevó al 6to. grado de Primaria. El Perú en menos de 50 años superó el analfabetismo, tarea que a Gran Bretaña le tardo no menos de 300 años. El Perú hoy – en promedio per cápita - tiene más estudiantes universitarios que EEUU y más graduados que muchos países desarrollados. La promesa educativa se cumplió con creces, al menos en términos estadísticos, empero esta no nos condujo al desarrollo, sino que en algunos casos empeoró nuestro bienestar. En 1904 éramos un país mayoritariamente analfabeto, había 15% de peruanos en pobreza extrema; en el 2004, en un país mayoritariamente letrado, tenemos viviendo al 54% de nuestra población en condiciones de pobreza. Aquí no se cumplió la máxima del ex presidente argentino del siglo XIX Domingo Faustino Sarmiento: “Educar es nutrir”.