gnussi98
Soldado
Cuando miramos atrás en nuestras vidas, a menudo nos sorprende cómo ciertos encuentros fortuitos y eventos aparentemente insignificantes se entrelazan para formar el tapiz de nuestra historia, recordándonos que el mundo es un lugar lleno de sorpresas y conexiones inesperadas. (I.A.)
Encuentros Inesperados
En ocasiones, la vida nos brinda coincidencias que parecen extraídas de los relatos más inverosímiles, pero que acontecen de manera inesperada y se entrelazan con las anécdotas que conforman nuestras vivencias.
Junto a la casa de mi padre se alzaba la imponente residencia de mi vecino, don Manuel, quien había enviudado unos años antes de mi llegada al barrio. Don Manuel, un erudito profesor jubilado, siempre me dispensó amabilidad y mostró un vivo interés por la política y la historia de nuestro amado Perú. En ocasiones, nuestras conversaciones se extendían durante horas, discurriendo por los vericuetos de la historia, la política y la actualidad. A pesar de mis aún tempranos veintipocos años, siempre mantuve una opinión crítica y actualizada sobre el panorama político peruano. Don Manuel, tenía tres hijos con quienes entablaba esporádicos diálogos, aunque nunca llegamos a cultivar una amistad profunda.
Un día, frente a la puerta de la casa de don Manuel, me encontré con una enigmática joven. Su cabello corto y ondulado, junto a unos lentes gruesos, le conferían un aire dark. Era delgada y de constitución mediana, su piel canela estaba oculta tras ropas holgadas, impidiéndome apreciar con claridad sus atributos. Nos quedamos mirándonos en silencio, hasta que finalmente pronunció un tímido "hola". Respondí con cordialidad, pensando que se trataba de una de las inquilinas o una pariente de don Manuel.
Mientras tanto, mi vida seguía su curso entre las habituales vicisitudes universitarias y los cachuelos temporales que me permitían subsistir. Entre mis diversos cachuelos, solía dar clases de matemáticas a los cachimbos y estudiantes de distintas facultades. Fue así como conocí a Fiorella, una joven estudiante de psicología, de estatura menuda y delicada complexión. Fiorella había llegado desde Huánuco a estudiar en la universidad, vivía en la casa de su madrina y enfrentaba desafíos en algunos de sus cursos. Su voz, aguda y suave, conservaba el encanto del acento propio de las jóvenes provenientes del interior del país, lo cual añadía un toque de exotismo muy agradable a su presencia.
Además de mis esporádicas incursiones como profesor particular, había invertido mis modestos ahorros en un antiguo Datsun que me facilitaba la movilidad. En mis momentos de hueveo, a veces me dedicaba a taxear o a hacer uno que otro colectivo con el fin de reunir unas cuantas lucas adicionales. En una de las tantas carreras que hice como taxista, me tocó llevar a una joven de mediados de veinte años hasta Ventanilla.
El día en que la conocí, ella lucía una falda de jean corta y una blusa que dejaba entrever la forma de su brassier. Su cabello negro y sedoso enmarcaba su rostro con delicadeza. Mientras me indicaba la dirección, no pude evitar que mis ojos se posaran fugazmente en sus pechos, lo cual desencadenó en mí una erección inmediata. Poseía unos ojos ligeramente rasgados y una expresión coqueta que invitaba a la lujuria. Sus piernas esculpidas y sus prominentes senos le conferían una apariencia que sugería una profunda autoconfianza y un juego consciente de su propia atracción. Durante el trayecto, mantuvimos conversaciones que abarcaban una amplia variedad de temas, y logré sacarle varias sonrisas. No me resultó complicado pedirle su número de teléfono, su nombre era Fiorella.
En los días posteriores, le envié un mensaje y comenzamos a forjar una efímera amistad. Ventanilla quedaba súper lejos de mi casa o la universidad, y aunque me hallaba perpetuamente arrecho, mi tiempo libre era limitado. No obstante, la llamaba de tanto en tanto, hasta que finalmente un día la invité a salir. Fiorella mostró inicialmente un poco de rechazo, pero con un poco de floro persuasivo logré convencerla, y así acordamos encontrarnos en un centro comercial en el cono norte de Lima.
Ese día aguardé ansiosamente su llegada y quedé gratamente impresionado por su apariencia. Había optado por un ajustado jean y un top que hasta transparentaba un poco sus pezones, yo me relamía viéndole el culo que tan bien formaba ese pantaloncito. Paseamos por el centro comercial y compartimos una bebida. Aunque mi plan original contemplaba llevarla a uno de los numerosos bares de la zona, Fiorella me informó que debía regresar temprano a su hogar, pues ese día celebraban el cumpleaños de su hermana en familia.
Cuando estábamos sentados en una de las bancas del centro comercial, empecé a acercarme, le dije que me gustaba mucho y que era hermosa y cualquier huevonada que se me ocurría en aquel momento. De a poco me acercaba y terminamos besándonos. ¡Campeoné!, pensé. Me dijo para salir a caminar, y nos fuimos a un parque del lugar, ahí me la chapé otro rato, sentía sus tetazas en mi pecho, yo sin rubor le apretaba la cintura y la traía hacía mí, ella sentía mi pinga dura y no se incomodaba. Le dije para ir a un lugar tranquilo, pero me cortó la inspiración cuando me dijo “te has equivocado, no soy de esas”.
No era la primera que me diría algo así, estaba casi acostumbrado, insistí nuevamente y esta vez me dijo que quería conocerme un poco más y que luego quizá podríamos ir a otro lado. Seguimos en lo nuestro hasta que me dijo que tenía que irse. Nos despedimos con otro beso, aunque yo estaba todo caliente y arrecho, por suerte en aquel tiempo tenía a mis inquilinas y siempre alguien que podría hacerme el favorcito.
Llegué a mi casa en la nochecita. Cuando me disponía a abrir la reja para guardar mi auto, vi otra vez a la chica dark o emo en la puerta del vecino, otra vez me saludó y correspondí, como siempre. Se acercó hacia mi y conversamos. Lo primero que noté era que tenía un dejo bien argentino, aunque su apariencia era bien peruana. Me contaba que era la hija de don Manuel, me quedé algo sorprendido, yo vivía ya unos años ahí y no la había visto. Luego me contaría que había estado los últimos años trabajando en Buenos Aires y había decidido retornar al país. Sacó una cajetilla de cigarros y me invitó, acepté fumar un cigarrillo con ella y nos quedamos conversando un buen rato en la vereda sobre distintos temas. Le gustaba mucho la lectura, le compartí que yo tenía cierta afición también por la literatura peruana y la literatura rusa. Ella había leído mucho, se conocía a casi todos los autores latinoamericanos. Cuando le pregunté su nombre me dijo “soy Fiorella, pero dime Fio nomás”, me quedé medio huevón. Nunca había conocido ninguna Fiorella en mi vida y de pronto tenía a tres Fiorellas agregadas en mi teléfono. Creo que por estupidez mía las agregué como Fiorella T, Fiorella V y Fiorella M. Estaba seguro de que una “mente prodigiosa”, como la mía podría recordar cada uno de los nombres.
Nos despedimos y seguí con lo mío, una inquilina estaba disponible y yo estaba con unas ganas de cachar terrible.
Encuentros Inesperados
En ocasiones, la vida nos brinda coincidencias que parecen extraídas de los relatos más inverosímiles, pero que acontecen de manera inesperada y se entrelazan con las anécdotas que conforman nuestras vivencias.
Junto a la casa de mi padre se alzaba la imponente residencia de mi vecino, don Manuel, quien había enviudado unos años antes de mi llegada al barrio. Don Manuel, un erudito profesor jubilado, siempre me dispensó amabilidad y mostró un vivo interés por la política y la historia de nuestro amado Perú. En ocasiones, nuestras conversaciones se extendían durante horas, discurriendo por los vericuetos de la historia, la política y la actualidad. A pesar de mis aún tempranos veintipocos años, siempre mantuve una opinión crítica y actualizada sobre el panorama político peruano. Don Manuel, tenía tres hijos con quienes entablaba esporádicos diálogos, aunque nunca llegamos a cultivar una amistad profunda.
Un día, frente a la puerta de la casa de don Manuel, me encontré con una enigmática joven. Su cabello corto y ondulado, junto a unos lentes gruesos, le conferían un aire dark. Era delgada y de constitución mediana, su piel canela estaba oculta tras ropas holgadas, impidiéndome apreciar con claridad sus atributos. Nos quedamos mirándonos en silencio, hasta que finalmente pronunció un tímido "hola". Respondí con cordialidad, pensando que se trataba de una de las inquilinas o una pariente de don Manuel.
Mientras tanto, mi vida seguía su curso entre las habituales vicisitudes universitarias y los cachuelos temporales que me permitían subsistir. Entre mis diversos cachuelos, solía dar clases de matemáticas a los cachimbos y estudiantes de distintas facultades. Fue así como conocí a Fiorella, una joven estudiante de psicología, de estatura menuda y delicada complexión. Fiorella había llegado desde Huánuco a estudiar en la universidad, vivía en la casa de su madrina y enfrentaba desafíos en algunos de sus cursos. Su voz, aguda y suave, conservaba el encanto del acento propio de las jóvenes provenientes del interior del país, lo cual añadía un toque de exotismo muy agradable a su presencia.
Además de mis esporádicas incursiones como profesor particular, había invertido mis modestos ahorros en un antiguo Datsun que me facilitaba la movilidad. En mis momentos de hueveo, a veces me dedicaba a taxear o a hacer uno que otro colectivo con el fin de reunir unas cuantas lucas adicionales. En una de las tantas carreras que hice como taxista, me tocó llevar a una joven de mediados de veinte años hasta Ventanilla.
El día en que la conocí, ella lucía una falda de jean corta y una blusa que dejaba entrever la forma de su brassier. Su cabello negro y sedoso enmarcaba su rostro con delicadeza. Mientras me indicaba la dirección, no pude evitar que mis ojos se posaran fugazmente en sus pechos, lo cual desencadenó en mí una erección inmediata. Poseía unos ojos ligeramente rasgados y una expresión coqueta que invitaba a la lujuria. Sus piernas esculpidas y sus prominentes senos le conferían una apariencia que sugería una profunda autoconfianza y un juego consciente de su propia atracción. Durante el trayecto, mantuvimos conversaciones que abarcaban una amplia variedad de temas, y logré sacarle varias sonrisas. No me resultó complicado pedirle su número de teléfono, su nombre era Fiorella.
En los días posteriores, le envié un mensaje y comenzamos a forjar una efímera amistad. Ventanilla quedaba súper lejos de mi casa o la universidad, y aunque me hallaba perpetuamente arrecho, mi tiempo libre era limitado. No obstante, la llamaba de tanto en tanto, hasta que finalmente un día la invité a salir. Fiorella mostró inicialmente un poco de rechazo, pero con un poco de floro persuasivo logré convencerla, y así acordamos encontrarnos en un centro comercial en el cono norte de Lima.
Ese día aguardé ansiosamente su llegada y quedé gratamente impresionado por su apariencia. Había optado por un ajustado jean y un top que hasta transparentaba un poco sus pezones, yo me relamía viéndole el culo que tan bien formaba ese pantaloncito. Paseamos por el centro comercial y compartimos una bebida. Aunque mi plan original contemplaba llevarla a uno de los numerosos bares de la zona, Fiorella me informó que debía regresar temprano a su hogar, pues ese día celebraban el cumpleaños de su hermana en familia.
Cuando estábamos sentados en una de las bancas del centro comercial, empecé a acercarme, le dije que me gustaba mucho y que era hermosa y cualquier huevonada que se me ocurría en aquel momento. De a poco me acercaba y terminamos besándonos. ¡Campeoné!, pensé. Me dijo para salir a caminar, y nos fuimos a un parque del lugar, ahí me la chapé otro rato, sentía sus tetazas en mi pecho, yo sin rubor le apretaba la cintura y la traía hacía mí, ella sentía mi pinga dura y no se incomodaba. Le dije para ir a un lugar tranquilo, pero me cortó la inspiración cuando me dijo “te has equivocado, no soy de esas”.
No era la primera que me diría algo así, estaba casi acostumbrado, insistí nuevamente y esta vez me dijo que quería conocerme un poco más y que luego quizá podríamos ir a otro lado. Seguimos en lo nuestro hasta que me dijo que tenía que irse. Nos despedimos con otro beso, aunque yo estaba todo caliente y arrecho, por suerte en aquel tiempo tenía a mis inquilinas y siempre alguien que podría hacerme el favorcito.
Llegué a mi casa en la nochecita. Cuando me disponía a abrir la reja para guardar mi auto, vi otra vez a la chica dark o emo en la puerta del vecino, otra vez me saludó y correspondí, como siempre. Se acercó hacia mi y conversamos. Lo primero que noté era que tenía un dejo bien argentino, aunque su apariencia era bien peruana. Me contaba que era la hija de don Manuel, me quedé algo sorprendido, yo vivía ya unos años ahí y no la había visto. Luego me contaría que había estado los últimos años trabajando en Buenos Aires y había decidido retornar al país. Sacó una cajetilla de cigarros y me invitó, acepté fumar un cigarrillo con ella y nos quedamos conversando un buen rato en la vereda sobre distintos temas. Le gustaba mucho la lectura, le compartí que yo tenía cierta afición también por la literatura peruana y la literatura rusa. Ella había leído mucho, se conocía a casi todos los autores latinoamericanos. Cuando le pregunté su nombre me dijo “soy Fiorella, pero dime Fio nomás”, me quedé medio huevón. Nunca había conocido ninguna Fiorella en mi vida y de pronto tenía a tres Fiorellas agregadas en mi teléfono. Creo que por estupidez mía las agregué como Fiorella T, Fiorella V y Fiorella M. Estaba seguro de que una “mente prodigiosa”, como la mía podría recordar cada uno de los nombres.
Nos despedimos y seguí con lo mío, una inquilina estaba disponible y yo estaba con unas ganas de cachar terrible.