Dingo69
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La empresa me envío a hacer exámenes de rutina. Me tocó hora con la nutricionista por unos kilos de más que tengo. Es una trigueña preciosa, delgada pero de buen poto, tetitas paradas, linda de rostro bordeando los 30 años. Entro a su pequeña oficina. No podía dejar de mirarla y sentir su exquisito aroma. Estaba hipnotizado con sus cabellos largos y negros, concentrado en sus hermosos ojos que me miraban coquetonamente. Estaba seria y medio nerviosa, mirando a este tipo de cuarenta y tantos, moreno, alto y grandote. En eso se para para buscar un folleto, lo cual aprovecho para contemplar su preciosa silueta y ese culo durito de gimnasio. En eso se inclina demasiado, perdiendo el equilibrio y cayendo sentada en mis piernas. Solo atine a afirmarla de la cintura. Para mi sorpresa se queda ahí y sonríe. Sus gluteos sintieron mi erección de seguro, y de la nada me pone sus pechos a la altura de la boca. Bajo mi mascarilla y beso sus tetas de una. Ella se despoja de la suya e inclina su cabecita para atrás mientras abro por completo su blusa y libero sus lindas bubbies de pezones café, las cuales devoro a gusto. Sus labios de color rojo se abren para recibir mi lengua, iniciando el juguteo delicioso de nuestras bocas húmedas. Se levanta la falda mientras sacó mi fierro totalmente parado. Poco nos importó la vieja enfermera afuera de la oficina. Queríamos puro culiar, hacerla cortita y darle gusto al cuerpo. Retira sus braguitas y se monta encima. Mi verga se encaja perfecto entre sus paredes vaginales, facilitado por la tibia humedad de su chorito depilado, estrecho, apetitoso. Los paf paf del choque de nuestras pelvis son una delicia, controlados por ambos para no hacer tanto ruido, lo cual es un suplicio exquisito. Separo bien sus cachetes para hundirme hasta el fondo, lo cual agradece. Tenía ganas de darle duro, romperle bien rico la concha, pero me contengo. Mi mano ahoga sus gemidos. Ella muerde mis dedos, araña mi espalda la muy perra para que grite. Siento hervir mis bolas ya a punto de estallar y rebalsarle el estanque. Hasta que exploto olimpicamente, pleno, sin remordimientos dentro de ella. Ella acaba según noto por su rostro de placer, de hembra joven y caliente que disfruta la vida, que importa esté casada, dos hijos igual que yo, el placer de la carne no tiene precio y culiarse un toro como yo igual es entretenido como para pasar la tarde, tiene que haber pensado. Su concha se traga todo mi néctar, lo justo para no mojarme, luego elimina mis jugos con unas toallitas humedas en su escritorio. Se pone las bragas no sin antes pasarmelas por la cara, diciendo que estaban húmedas apenas me vio. Carolina me despide con un beso con lengua, comprobando que mi erección había renacido, solo que no había tiempo. No hay intercambio de teléfono, si una nueva cita el próximo miércoles de la otra semana con mi nutricionista.