excusa perfecta
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Ahora, en este encierro obligatorio que muchos estamos viviendo, me anime a escribir estos relatos para no caer en la locura ya que van mas de 3 meses en el que no podemos hacer mas que ir a hacer las compras necesarias al super y después de nuevo a casa. Espero que estos sean de su agrado.
Mi nombre es Diego, tengo 60 años y nací en un lindo pueblo de provincia que prefiero no decir el nombre. Mi familia estaba compuesta por mi padre Antonio, un hombre que había dedicado toda su vida al campo; mi madre Andrea, que desde que contrajo matrimonio con mi padre solo había ejercido el papel de ama de casa. Mi hermana Juana, 5 años mayor que yo, que turnaba su tiempo entre poder estudiar y formalizar una relación con un chico del pueblo cuyos padres eran dueños de una pequeña tienda cerca a la carretera. Dado la ubicación de la tienda, esta le permitía tener una clientela constante y continua. Y finalmente yo, un puberto que iniciaba su entrada a la adolescencia, haciendo poco o nada por la vida, mirando la vida pasar, sin interés alguno y sin preocupaciones.
Se podría decir que, gracias a mi padre, teníamos una vida acomodada, sin muchos lujos, pero tampoco nos faltaba comida y educación. Nuestra casa no era muy grande, tenia su cocina, una pequeña sala y 3 dormitorios; un baño que a duras penas habíamos mejorado entre 2 con mi padre y un pequeño huerto en donde criábamos 2 gallinas.
Gracias a que la casa no era muy grande y que todos los espacios estaban divididos en una sola planta, hubo unas 3 o 4 ocasiones en las que pude escuchar coger a mis padres (quizá fueron más). Ellos intentaban emitir el menor ruido posible, pero gracias a mi instinto preadolescente, y también gracias a mi madre que por más que intentaba no hacer ruido siempre podía escuchar sus gemidos claramente, podía tener noches divertidas.
Se podría decir que mis noches eran entretenidas gracias a mis padres, también gracias a mi hermana, que en alguna ocasión la pille tocándose por encima de su ropa. Lo de mi hermana sucedía los fines de semana, después de que su novio la dejara en casa, supongo que sus salidas eran mas entretenidas que mis noches o quizá no.
Estoy seguro que en las zonas rurales se vive el sexo de distinta manera, es algo mas natural, ya que desde pequeños podemos ver como se aparean los animales. Por lo tanto, nuestro conocimiento para con el sexo, inicia a una edad mas temprana.
A pesar de tener un “conocimiento” mas temprano, eso no quita que la primera vez que escuche a mis padres coger, no me haya impactado. Por supuesto que me impacto. Mentiría si digo que la primera vez me excité, me causo sorpresa, incluso algo de rabia. Era como si todo el mundo podía mantener relaciones sexuales, pero no mis padres, mucho menos si escuchaba decir a mi madre “cáchame mas duro, quiero que me des tu leche”; aunque esto lo dijo algo bajito, pude escuchar claramente cada palabra. En el momento sentí cierto odio hacia mi padre y cierta antipatía hacia mi madre, pero eso no duro mucho, cuando paso ese sentimiento y ya un poco más calmado, me decidí a convertirme en el mas grande espía que podría existir, para no perderme un solo polvo. Sin darme cuenta, me estaba convirtiendo en voyeur. Estos encuentros se convirtieron en el motivo de mis primeras pajas.
Mi nombre es Diego, tengo 60 años y nací en un lindo pueblo de provincia que prefiero no decir el nombre. Mi familia estaba compuesta por mi padre Antonio, un hombre que había dedicado toda su vida al campo; mi madre Andrea, que desde que contrajo matrimonio con mi padre solo había ejercido el papel de ama de casa. Mi hermana Juana, 5 años mayor que yo, que turnaba su tiempo entre poder estudiar y formalizar una relación con un chico del pueblo cuyos padres eran dueños de una pequeña tienda cerca a la carretera. Dado la ubicación de la tienda, esta le permitía tener una clientela constante y continua. Y finalmente yo, un puberto que iniciaba su entrada a la adolescencia, haciendo poco o nada por la vida, mirando la vida pasar, sin interés alguno y sin preocupaciones.
Se podría decir que, gracias a mi padre, teníamos una vida acomodada, sin muchos lujos, pero tampoco nos faltaba comida y educación. Nuestra casa no era muy grande, tenia su cocina, una pequeña sala y 3 dormitorios; un baño que a duras penas habíamos mejorado entre 2 con mi padre y un pequeño huerto en donde criábamos 2 gallinas.
Gracias a que la casa no era muy grande y que todos los espacios estaban divididos en una sola planta, hubo unas 3 o 4 ocasiones en las que pude escuchar coger a mis padres (quizá fueron más). Ellos intentaban emitir el menor ruido posible, pero gracias a mi instinto preadolescente, y también gracias a mi madre que por más que intentaba no hacer ruido siempre podía escuchar sus gemidos claramente, podía tener noches divertidas.
Se podría decir que mis noches eran entretenidas gracias a mis padres, también gracias a mi hermana, que en alguna ocasión la pille tocándose por encima de su ropa. Lo de mi hermana sucedía los fines de semana, después de que su novio la dejara en casa, supongo que sus salidas eran mas entretenidas que mis noches o quizá no.
Estoy seguro que en las zonas rurales se vive el sexo de distinta manera, es algo mas natural, ya que desde pequeños podemos ver como se aparean los animales. Por lo tanto, nuestro conocimiento para con el sexo, inicia a una edad mas temprana.
A pesar de tener un “conocimiento” mas temprano, eso no quita que la primera vez que escuche a mis padres coger, no me haya impactado. Por supuesto que me impacto. Mentiría si digo que la primera vez me excité, me causo sorpresa, incluso algo de rabia. Era como si todo el mundo podía mantener relaciones sexuales, pero no mis padres, mucho menos si escuchaba decir a mi madre “cáchame mas duro, quiero que me des tu leche”; aunque esto lo dijo algo bajito, pude escuchar claramente cada palabra. En el momento sentí cierto odio hacia mi padre y cierta antipatía hacia mi madre, pero eso no duro mucho, cuando paso ese sentimiento y ya un poco más calmado, me decidí a convertirme en el mas grande espía que podría existir, para no perderme un solo polvo. Sin darme cuenta, me estaba convirtiendo en voyeur. Estos encuentros se convirtieron en el motivo de mis primeras pajas.