DEL SEGUNDO DIARIO LIMEÑO CON INTERLUDIO AYACUCHANO [todos estos pasajes ocurren en Lima]
1958, Julio
Todo trabajo en el cual no tenga que ejercitar mi inteligencia y donde este ejercicio no signifique un enriquecimiento de mi inteligencia es indigno de mí y me entristece.
- Es triste llegar a los treinta años sin tener un solo enemigo.
- El día en que pueda liberarme de la mujer, pero no de ésta o de aquélla sino de la mujer como especie, ese día podré tomar resoluciones verdaderamente irrevocables. Ahora vegeto a la sombra de un gran amor desgraciado, sufro y me pudro el espíritu reinventando recuerdos que no me aportan ningún consuelo o trazando proyectos -miles- que no tengo el coraje de realizar. Indeciso, extraviado entre mi apetito de poder -indispensable para organizar mi vida sentimental- y mi inclinación al ocio -que reclama mi vocación de escritor-, parto todas la noches en direcciones opuestas y me desgarro como un hoja de papel. Busco en vano la coherencia, la unidad y no sé en torno de qué pasión, de qué vicio, de que terrible virtud ella terminará por cristalizar.
1959, 9 de marzo
No sé de nada más difícil que penetrar en las determinaciones de una mujer, especialmente de una mujer como C. Ayer, luego de una ausencia de casi tres meses, recibí su sorpresiva visita. Paseamos por la vieja Lima hasta medianoche. Luego fuimos a una boîte popular a La Victoria. Estuvo sumamente complaciente y cariñosa. Mi frialdad inicial se esfumó, sobre todo cuando recorrimos el Puente de Piedra, viendo el caudaloso Rímac de los huaicos -como en París cruzábamos el Pont-Grenelle sobre un Sena invernal que arrastraba pedazos de hielo. Me ha invitado a pasar el fin de semana a su casa de playa. Hernando Cortés irá también con su novia. Será días decisivos y desde ahora les atribuyo una importancia capital en mi conducta futura.
1959, 16 de marzo
Inquieto, apesumbrado por haber caído nuevamente en la tentación de C. Me pregunto para qué sirve la experiencia. En estos tres meses de separación me decía que mi pasión había desaparecido por incandescencia. Falso. Han bastado estos días de playa para que se reabran todas mis heridas. He sentido otra vez esa sensación de sufrimiento total y de paz indecible que me produce alternativamente su presencia.
En general al lado de C. jugaré siempre el papel de la víctima. Tengo que referirme a ella en términos maléficos. Ella tiene sobre mí una especie de potestad diabólica. Como soy mucho más sensible que ella y muchísimo más débil, me siento casi femenino a su lado y a ella terriblemente varonil. Ella me toma y me deja, como los hombres hacen con las mujeres y yo lo consiento todo. Pienso que un recurso extremo para dominarla sería la fuerza física, incluso la violencia, pero dudo que llegue a utilizarla si hubiese oportunidad.
1959, 22 de marzo
Cuando hace unos días le confesé a C. que mi vida se me presentaba como una trama de problemas sin resolver, ella tuvo el tino de responderme: "soluciona primero tu problema económico, que todos los demás se resolverán por añadidura". Es una verdad que siempre me he resistido a aceptar. Mientras siga viviendo en esta oscura pobreza y ociosidad no podré curarme, ni vestirme, ni cultivar relaciones, ni viajar, ni escribir, ni hacerme amar por nadie. Cuando añadí: "Dentro de tres meses podré alquilar mi departamento y espero que tú me ayudes a decorarlo", su respuesta fue de un terrible realismo: "Es demasiado tarde." Desde que llegué de Europa -al menos durante los tres primeros meses-, C. me preguntaba todos los días: "¿Ya conseguiste tu departamento?" Siempre le respondía: "La próxima semana." Al fin terminó por no hacerme más la pregunta. Se sentía frustrada por un hombre que no tenía dónde recibirla o a quien ella debía brindar su casa para pequeñas e íntimas reuniones. Tuve una vez el descaro de decirle: "Deberías tú alquilar el departamento", a lo que me respondió con razón que eso correspondía al hombre.
1959, 29 de marzo
Nuevo fin de semana en la casa que C. tiene en la playa de Punta Negra. Fui sabiendo de antemano que habría de sufrir. En esos tres días C. no tuvo un solo momento de acercamiento o de simpatía hacia mí. En cambio se prodigó con sus otros invitados. La casa estaba llena. Parecía una pensión marina.
- Lo más importante fueron las conversaciones con G. El caso de ella es muy semejante al mío. Ella vive bajo la dominación sexual de un hombre hermoso pero intelectualmente inferior, al cual desprecia pero a quien no puede renunciar. A instancias suyas evité el escándalo que estaba decidido a realizar. Hubo un momento en que me encontré a punto de darle una bofetado públicamente a C., movido por los celos y para castigar su desdén. G. me dijo: "Haz el escándalo si la persona que lo motiva vale la pena." Su observación me hizo reflexionar, luego me incapacitó para la acción.
- Me preguntó: ¿hasta que punto C. me interesa por ella misma o más bien porque atrae a los demás hombres? ¿Hasta que punto interviene la vanidad?
1959, 2 de abril
Ayer, saliendo de La Pizzeria, S. me llama a su lado y me dice: "Julio Ramón, ¡eres un idiota! Estás terriblemente enamorado de C. y ¿puedes creerlo? C. también lo está de ti. Lo que sucede es que no sabes tratarla. Ayer estuvimos hablando de ti y se convirtió en un mar de lágrimas. ¿Qué les sucede a ustedes? Para casarse no esperen a los cuarenta años."
Esta inesperada confidencia, viniendo de una mujer como S., que no tiene interés alguno en engañarme, me ha dejado enfermo. Lo peor de todo es que C. parte para Estados Unidos en estos días.
1960, 22 de agosto (Lima)
[...]
Regresó C. de Estados Unidos con su flamante esposo, un italoamericano muy seguro de sí mismo, inteligente, un poco agresivo y rasgos faciales de alguna austera orden religiosa: lentes, pelo corto sobre la frente, nariz recta, barba afeitada pero muy compacta, azul y varonil. Discutí con él en casa de S. acerca de Fidel Castro. Me interrumpí porque sorprendí una mirada de C., la única en toda la noche en la que me pareció descubrir nuestro antiguo lenguaje. Esa mirada decía a ciencia cierta: "Cállate, Julio, por favor, no dejes mal a mi marido."
DEL DIARIO DE 1960
30 de noviembre
Mi semana con Mimí en París se inscribe en las páginas de oro de mi vida. Nadie, nada podrá arrebatarme estos días de plenitud. Venga lo que venga, después de esta experiencia, no podré renegar de la vida. Diríase que estoy reconciliado con todo y conmigo mismo, que descubro en el mundo una justicia inmanente, pues nos es dado aquello que deseamos con paciencia y vigor. Mi reencuentro con Mimí ha iluminado mis últimos tres años, los ha dotado de coherencia y sentido. Ha sido como la coronación de una larga etapa de prueba y de penitencia.
DEL DIARIO DE 1961
12 de abril
Ayer día nefasto, la esperada carta de Mimí, con todas las malas noticias que presentía. Fracaso de un amor en el que puse tantas esperanzas. Su carta, de una franqueza admirable, por momentos cruel, me llegó a mi hotel de la rue de Boutebrie, donde hace siete años fui feliz con C. y hace cinco años con Francoise. Ayer consumí todo mi dolor en el silencio y la reflexión y hoy me encuentro en un estado de lasitud y abandono. Le respondí de inmediato, haciéndole aclaraciones desagradables acerca de nos nuits d'amour, pero procurando no herirla. Omito toda moraleja porque aún estoy confundido y porque sé, oscuramente, que aún faltan algunos episodios a esta historia para tornarse en verdadera catástrofe.
DEL DIARIO DE 1977
14 de agosto
Sin razón ni causa visible , releí esta tarde las cartas de Mimí, que hacia por lo menos quince años estaban guardadas en un cartapacio rojo. Son cartas que datan de diciembre de 1960 a mayo de 1962. Después de esta última no conservo ninguna, no sé que se habrán hecho, pero recuerdo en todo caso que nos seguimos esporádicamente escribiendo hasta que me anunció su matrimonio, hacia el año 1970. Tampoco sé dónde están las cartas anteriores a 1960, las que me envió a Berlín, Lima y Ayacucho. Sensación de desapego, de sequedad al leer cartas que fueron entonces tan queridas y esperadas. Mimí era realmente adorable y no me arrepiento de haberla conocido ni de los años en que sentimentalmente viví bajo su dependencia. El placer de su compañía y de su afecto compensan largamente el dolor que me causó nuestra ruptura. Sus cartas son sencillas y sobre todo francas, y esto último yo no lo comprendí entonces. Como no comprendí tampoco que vivíamos en otra época y que ella era ya una muchacha emancipada, para quien yo era sólo uno de sus tantos amigos, uno de los primeros tal vez, es cierto, pero del que se valió, como de otros, para testar sus inclinaciones afectivas, sexuales, intelectuales. Finalmente se casó con un inglés y se fue a vivir a la Costa del Sol, donde su marido tenía un negocio de flores. En 1972, al pasar por dicha región, estuve a punto de ir a visitarla, tenía su dirección, pero a última hora no lo hice. Luego habré estado unas diez veces en Bélgica y nunca se me ocurrió averiguar, a través de su madre o hermanos, qué era de su vida. Lo que sí quisiera es alguna vez recuperar las cartas que le escribí. Deben ser cartas pésimamente escritas, pues lo hacía en francés, pero ejemplos patológicos de la pasión amorosa.