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Cofradía lectora, les dejo otro de mis aportes. Trato de reducir el chamullo pero bueno, ahí se va.
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Lima, 7 millones de historia se cruzan diariamente y esta, es solo una de ellas. Pensé en la cantidad aproximada de habitantes que tenía la ciudad en el 2012, por recordar la introducción que hace el personaje de Van Gogh en la gran película Tinta Roja; si cuando había 4 habitantes en la Tierra hubo crimen, ¿Qué podemos esperar ahora que somos millones?, y bastante lejos del paraíso.
El hecho es, que de entre las millones de personas con las que podría haber estado aquella noche de viernes, compartía vasos de cerveza junto a mis entrañables amigos, Enrique y Mario, quienes me habían ayudado a obtener mi primeria victoria en la lucha por la seguridad en mí mismo (Carne argentina (perutops.com) ) y, precisamente, de entre todas las mujeres con las que podría haberme cruzado aquella misma noche de viernes, el caprichoso destino me puso a Vicky, la flaca, por aquel entonces, de mi amigo Mario.
Hay que resaltar que Mario y Enrique son mis mejores amigos desde la tierna edad escolar. Con los años la selectiva cultura que abrazó Enrique lo convirtió en un estudiante de Psicología de la Católica, pero de vocación brichero. Por su parte, Mario desarrolló interés por los instrumentos musicales y el diseño gráfico, lo que lo llevó a ser un imán de lo que ahora llamaríamos hípsters. Me gusta pensar que el hecho de que ambos fueran a la Católica fortaleció su desarrollo, mientras que yo no salía de ansiar ser como los múltiples referentes cinematográficos que admiraba, a causa de ver una y otra vez las mismas películas, y proyectaba mis inseguridades y anhelos fantasiosos en el consumo de animes shōnen. Una mierd@.
Volviendo al contexto, estábamos los tres conversando alegremente mientras Vicky era algo ignorada. Había llegado después y con un tono de disgusto previo que Mario no parecía compartir. La conversación fue dominada por las frases irónicas de Mario hacia las ilusiones que se hace una mujer por las relaciones, a la exageración de nimiedades domésticas para validar una existencia como signo de fragilidad y a lo relativo que a fin de cuentas es todo. Nosotros acompañábamos con comentarios igual de ingeniosos hasta que nuestra permanencia en ese bar de la Calle Berlín se hizo insostenible. Partimos entonces al viejo y confiable destino de nuestra moderadamente pretensiosa juventud, Sargento.
En el trayecto percibí la tensión de la pareja, o, mejor dicho, la frustración de Vicky y el alpinchismo de Mario. Supuse que lo cortés sería la neutralidad y no fomentar el potencial conflicto; así que una vez en Sargento fui amable, cambiaba de temas y procuraba ser incluyente.
La cosa siguió así hasta que se fueron a bailar y luego de un rato solo regreso Mario. La preguntamos si habían peleado o algo, a lo que respondió “Esa pera ya maduró. Se cae del árbol en cualquier momento”. Seguimos conversando y nos unimos a otro grupo de conocidos hasta que a eso de la una me quité porque tenía clases a las 10 de la mañana del sábado. Ellos se quedaron y yo estaba a punto de salir de Sargento, pero distinguí la figura de Vicky sentada en un extremo de las mesas largas, cabizbaja y sola. No pude contener mis buenos sentimientos, así que me acerqué a ella y le ofrecí algo de humanidad.
-Vicky, vamos, Mario a lo mejor exagera en el tono que usa. No te voy a decir que no es para ponerse así, puedes ponerte como quieras, solo piensa en quién parece tener razón si te quedas en la penumbra bebiendo sola.
No esperaba mayor reacción, mucho menos lo que vino. Vicky sujetó mi mano con suavidad y me dijo
-Sabes, de los tres tu eres la mejor persona. No cambies tanto.
Será que desde siempre ha habido algo de Eva tras los ojos de cada mujer, no lo sé, pero en aquel instante los ojos de Vicky resaltaban sobre el tono fosforescente de todos los ojos ahí. Brillaban como supongo que brillaron los mismos ojos cuando le dieron la manzana a Adán.
Durante el camino desde Sargento al boulevard de Barranco apliqué todas las técnicas que el propio Mario me había enseñado. Escuché sin interrumpir todas sus quejas contra mi buen amigo, comentaba con onomatopeyas, dándole por su lado, y mantenía una cercanía innecesaria a su cuerpo.
-Pero lo que me jode, lo que me jode de verdad, ¡es que no puedo evitar estar rabiosa! Quisiera que él me grite, que me dé razones para discutir, para gritarle… ¡o que me escuche como si le importara!
-Bueno Vicky -le dije mirándola fijamente y estirando el cuello, imitando en mi mente los mejores planos de Pierce Brosnan- siempre hay otras formas de desfogar energía contenida. Digo, no es bueno quedarte con frustraciones… ¿has pensado en desquitarte de alguna manera original, actividad física quizá?
Mi excusa para acompañarla se acortaba paso a paso, pues yo vivía en un departamento del viejo edificio de rejas negras que estaba al costado de Carpe Diem, y el convenio era hacerle la taba hasta la avenida Grau. Llegamos a la reja del edificio y paré en seco, haciendo el ademán de sacar un cigarrillo. En esos segundos contemplé por primera vez su anatomía entera, como si toda mi arrechura hacia ella hubiese estado oculta en la profundidad de mi subconsciente.
-Santi, acá vives, ¿no? -hizo una pausa en la que sus labios muy pintados de rojo guiaron una mueca en complicidad con sus cejas- Déjate de cosas. Lo que tú y yo estamos pensando va a pasar.
El ruido de la cerradura automática fue tosco y súbito, como un trueno. La velocidad con que abrí la reja y la jalé hacia adentro fue fugaz y contundente, como un relámpago; y puedo jurar que camuflados en la penumbra de un edificio de madrugada los chapes que nos dimos se sentían como descargas eléctricas, como rayos producidos desde la fricción de nuestros cuerpos.
Ahí, tras la reja cerrada, agarramos salvajemente, con caricias, lamidas e intensos chapes profundos. Sentía el sabor de su piel y de su labial, su aliento fijo en mis propias respiraciones. Nunca había notado lo bonito de su rostro; sus facciones pequeñas y cabello muy ensortijado me hicieron comprender el significado de las palabras tensión sexual.
Poco tardé en explicarle que tenía la casa sola hasta el domingo por la noche, menos aún tardamos en subir las inmortales escaleras de ese viejo edificio, que imitaban la piedra, y casi nada tardé, una vez en mi casa, en quitarle los zapatos y cargarla hasta mi cuarto.
La lancé con violencia a mi cama, casi como a una cosa, y estoy seguro de que lo único que le recorría el cuerpo eran pálpitos hacia su clítoris, porque se quedó en sostén y se apoyó en sus manos, estirada hacia atrás, con una cara de lujuria que parecía decir “¡cáchame!”
En ese momento no daba crédito a mis acciones. Mi buen amigo, Mario, que me ayudó a salir del hoyo, estaría haciendo quién sabe qué mientras yo me tiraría a su flaca. ¿qué clase de persona soy?
Supongo que una muy mala, o pragmática, porque la epifanía que tuve fue: “a esta webona solo me la voy a poder tirar ahora. Nunca más”. Y solo eso duraron mis reparos morales, lo que tardé en quitarme el polo y estar sobre ella.
-¡Ay Santi! Siempre me gustaste más, porque eres más alto
-Ahora vamos a ver cómo estamos de tamaño
Ver sus tetas por primera vez fue hermoso. Eran medianas y pecositas, con pezones claros. Un manjar que mordía con sadismo, con una energía que extendí hasta quitarle todo lo que le quedaba de ropa.
-Vicky. Así te quería ver, calatita, con todo ese cuerpito servido para mí.
-¿A sí? ¿te quieres tirar a la flaca de tu amigo? ¡qué perro eres Santi!
La tomé de su ensortijadísima cabellera y de la cadera, estirándola toda.
-¿Perro?, aquí la que se va a poner de perrito eres tú Vicky. Ese culito tuyo va rebotar en mi pelvis.
-¡Vamos a ver, perro! Eres un perro. Vamos a ver si me coges mejor que ese imbécil.
Me la seguí chapando con fuerza mientras la abrazaba. Echados, dábamos vueltas en la cama hasta que la puse de cucharita y, a la vez que le besaba el cuello y la oreja, le tomaba los pechos como si no hubiera un mañana.
-Ay Santi, Aaayy. ¿Cuánto tiempo hemos perdido, ah? ¿Desde cuándo querías estar así conmigo?
Aunque la verdad era que la había deseado repentinamente desde esa noche, decidí responder con actos en lugar de palabras. Mario había comentado, en borracha confidencia, que a Vicky la volvía loca que la masturbaran, más que el sexo incluso, y que probablemente se debía a una pequeña tumoración que tenía a pocos centímetros dentro de su vagina. Consciente del dato y del fundamento a anatómico para tal condición, le metí la mano en la raja con firmeza, sobándola verticalmente hasta que sus piernas se abrieran por sí mismas y me permitan tomar su clítoris con mis dedos, para estimularlo hasta que se erecte, tal como me había aconsejado hacer Mario, solo que no con su flaca.
Entonces puse manos a la obra y, aprovechando la lubricación le metí dos dedos y empecé a girarlos en búsqueda de ese cúmulo de terminaciones nerviosas que atesoraban sus paredes vaginales.
-Santi… Ayyy, ten cuidado, ayyyy, despacio… AAhhhhhh
Su gemido sostenido me confirmó el hallazgo. Una vez ubicado utilicé mis dedos como un dildo. Giraba y sobre todo los metía y sacaba, pero presionando esa protuberancia, con tanta de dedicación que dejé de sentir la mano. Aun así, valía la pena porque Vicky se estaba retorciendo y tapándose la boca para acallar los gemidos.
-AAAyyyyyy, ¡Santi, Santi, Santi! No pares, ¡AAhhhhhh!
La veía morderse los labios y tocarse los pechos, como una putilla en celo, así que cuando mi mano estuvo empapada en sus fluidos decidí irme por una sopeada magistral. No es que me consideré un experto, lo digo por el empeño que le puse. Le apoyé la espalda en la cabecera de la cama y así, semi sentada, le atrapé el clítoris entre mis dientes y lengua, y hacía el intento de llegar con ella al punto G tan claro que tenía. Aunque no llegaba la fuerza que hacía en los intentos parece ser la ideal para que se volviera loca.
-Ayyy ¡!!Puta madre, Santi!!! ¡Santi! ¡Santi! ¡Qué rico!, ¡no pares, no pares! ¡Así, Santi! ¡AAAhhh! ¡Ahhh! ¡AAhhh! ¡Ayyyyyy!
No sé cuánto tiempo estuve, pero debió ser mucho. Me mojó hasta el mentón y sus golpes a la cama iban a ritmo con sus gemidos, arañazos y movidas. En un momento me puso las manos con tanta fuerza en la nuca que no podía salir. En ese contexto solo atine a darle lengüetazos hasta recobrar fuerzas y desgraciarme contra su clítoris y entrada vaginal. Prácticamente me estaba chapando su concha mientras ella se doblaba, casi saltaba y me presionaba la cara contra su pubis.
-AAAyyyyyy ¡Santi, eres lo máximo! ¡Eres lo máximo!
-Ahora Vicky, vas a sentir algo más duro que una lengua.
Me liberé y me puse en posición de misionero para chapármela. Ya con el condón puesto la tomé de los muslos, doblo las rodillas para dejar caer sus insospechadamente torneadas pantorrillas y le dije
-Vicky, ¿quieres que te la meta?
-Ahhh
-Dime que quieres que te la meta
-Métemela Santi, ¡Métemela duro!
Ante tales palabras solo queda la acción. Se la clavé intensamente, y Vicky continuaba el estímulo que ya había iniciado con mi boca. Rápidamente pasamos a piernas al hombro hasta que se me ocurrió decirle.
-¿Mario te daba de perrito?
-¿Qué?
-¡Que si te daba de perrito! No importa, ahora vas a ser mi perrita
La puse en cuatro, con su cara a la pared y se la metí sin miramientos. Ella cogió una almohada para acomodarse y yo iba a buscando la posición adecuada. Aunque sabía que por la posición de su punto G le excitaría más una pose en la que ella esté horizontal o en 45 grados, tenía yo la ventaja de estar usando un condón con espuelas, para la ocasión. De manera que luego de unas embestidas de prueba empezaron los gemidos sostenidos.
-¡Así, Santi, así! ¡no te muevas! ¡AAAyyyyy, ahhhh! ¡Sigue ahí, sigue, sigue!
Complemente el momento con una nalgada y la frase “muy bien perrita, así te voy a dar”, porque soy un romántico. Agarrándole fuertemente las caderas el morbo de ver mi pinga entrando y saliendo de la flaca de mi pata me motivaba a hacer gemir más, así que la jalé de su ensortijada cabellera y me puse de pies sobre la cama, sin sacársela, y obligándola también a pararse le dije.
-Cógete de los fierros de la ventana.
Ella, bajo la inercia del placer se agarró de los fierros de la estética reja que cubría la ventana, sin levantar la cortina desde luego. Por mi parte, ya de pie y triando de su cabello me moví como un desquiciado. Vicky gemía tano que le hice morder la cortina para que no joda a los vecinos, y yo seguía deleitándome del acto de penetrarla en esa pose. Quise ser algo intenso así que la tomé de las caderas con fuerza y aumenté tanto la velocidad de mis embestidas que nuestras pelvis parecían aplaudirnos al chocar. Fue un movimiento intenso en el que puse todo lo que creía saber e inventaba sobre respiración, pues ya la garganta la tenía reseca de tanto resoplar.
-Ay Santi, Ayyyy… Tú… ¡Tú cachas mejor que él!, sigue Santi, ¡sigue! Ahhhh, me partes ¡Santi! ¡Aaahhh!
Le di unas fuertes nalgadas seguidas y aumenté la velocidad hasta el absurdo.
- ¡No se insulta los amigos, perrita! ¡Acá el que te coge soy yo!
-¡Ayyyy Santi!, ¡Saaantiiii! ¡AAAhhhhh!
Me doblé sobre su espalda para acabarle y la pegué hacia mí, tomándola de los hombros, en dos últimos bombeos para acabar.
Un largo gemido terminó nuestra primera faena de la noche. Nuestros cuerpos se separaron y mientras tomábamos aire cada quien se justificaba consigo mismo ese arranque de arrechura que acabábamos de consumar. Luego de un rato vi toda su silueta, recostada, era la primera vez que la veía como mujer y resueltamente la había hecho mía. ¿Pero, y el costo? ¿Mi valor de hombre gana o pierde con este incidente? ¿y los códigos?
De pronto Vicky se voltea y puedo verla de frente, echada, iluminada por la escaza luz de una lámpara. Observo con pasividad su desnudez, la silueta que la juventud concede a las mujeres, sin la necesidad, aun, de hacer ejercicios; noté sus pequitas y sus pechos, medianos porque caían algo, digamos que alargados, y su rostro felino, enmarcado por la ensortijada cabellera que acababa de jalar. Las pequitas de su rostro podían seguirse en una línea imaginaria desde que cruzaba su rostro por debajo de los párpados. Aunque sus facciones eran pequeñas, sus labios pintadísimos de rojo parecían más largos, como el Nilo bajo la maldición de Dios, el mismo Dios que escribió en piedra “No desearás a la mujer de tu prójimo”. Puta madre.
- ¿Qué pasa Santi, te sientes culpable? ¡Por favor! Tú bien sabes que a ese imbécil de yo le importo un carajo. Si estuviera lo suficientemente seguro de su sexualidad o borracho, fácil hasta se uniría a nosotros para hacer un trío, ahorita. ¿No me crees, si quieres lo llamo? ¿Eso te haría sentir menos mal por ese pedazo de mierd@?
-Mmm. Vicky. Noto que este es el momento en el que te escucho hablando hablar toda la basura del mundo sobre Mario, ¿no?
-Pues sí. Y te aguantas, porque es lo menos que puedes hacer. Mira que traerme a tirar en tu casa a la primera oportunidad que tienes… Eres un perro.
-Solo quería que estuvieras feliz
- ¡Ay, qué buena gente! ¡Gran samaritano el señor, muy bien! Pues si quieres que esté contenta me escuchas.
- ¡Ja! No es que lo hayas pasada mal. Te aseguro que al menos dos vecinos podrán dar fe de eso en la mañana. Pero dale, escucho tu romería, solo porque soy un caballero… y porque para el segundo polvo me la chupas.
- ¿Perdón? Yo no hago esas cosas papito
-Ya veremos, perrita
Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.
Lima, 7 millones de historia se cruzan diariamente y esta, es solo una de ellas. Pensé en la cantidad aproximada de habitantes que tenía la ciudad en el 2012, por recordar la introducción que hace el personaje de Van Gogh en la gran película Tinta Roja; si cuando había 4 habitantes en la Tierra hubo crimen, ¿Qué podemos esperar ahora que somos millones?, y bastante lejos del paraíso.
El hecho es, que de entre las millones de personas con las que podría haber estado aquella noche de viernes, compartía vasos de cerveza junto a mis entrañables amigos, Enrique y Mario, quienes me habían ayudado a obtener mi primeria victoria en la lucha por la seguridad en mí mismo (Carne argentina (perutops.com) ) y, precisamente, de entre todas las mujeres con las que podría haberme cruzado aquella misma noche de viernes, el caprichoso destino me puso a Vicky, la flaca, por aquel entonces, de mi amigo Mario.
Hay que resaltar que Mario y Enrique son mis mejores amigos desde la tierna edad escolar. Con los años la selectiva cultura que abrazó Enrique lo convirtió en un estudiante de Psicología de la Católica, pero de vocación brichero. Por su parte, Mario desarrolló interés por los instrumentos musicales y el diseño gráfico, lo que lo llevó a ser un imán de lo que ahora llamaríamos hípsters. Me gusta pensar que el hecho de que ambos fueran a la Católica fortaleció su desarrollo, mientras que yo no salía de ansiar ser como los múltiples referentes cinematográficos que admiraba, a causa de ver una y otra vez las mismas películas, y proyectaba mis inseguridades y anhelos fantasiosos en el consumo de animes shōnen. Una mierd@.
Volviendo al contexto, estábamos los tres conversando alegremente mientras Vicky era algo ignorada. Había llegado después y con un tono de disgusto previo que Mario no parecía compartir. La conversación fue dominada por las frases irónicas de Mario hacia las ilusiones que se hace una mujer por las relaciones, a la exageración de nimiedades domésticas para validar una existencia como signo de fragilidad y a lo relativo que a fin de cuentas es todo. Nosotros acompañábamos con comentarios igual de ingeniosos hasta que nuestra permanencia en ese bar de la Calle Berlín se hizo insostenible. Partimos entonces al viejo y confiable destino de nuestra moderadamente pretensiosa juventud, Sargento.
En el trayecto percibí la tensión de la pareja, o, mejor dicho, la frustración de Vicky y el alpinchismo de Mario. Supuse que lo cortés sería la neutralidad y no fomentar el potencial conflicto; así que una vez en Sargento fui amable, cambiaba de temas y procuraba ser incluyente.
La cosa siguió así hasta que se fueron a bailar y luego de un rato solo regreso Mario. La preguntamos si habían peleado o algo, a lo que respondió “Esa pera ya maduró. Se cae del árbol en cualquier momento”. Seguimos conversando y nos unimos a otro grupo de conocidos hasta que a eso de la una me quité porque tenía clases a las 10 de la mañana del sábado. Ellos se quedaron y yo estaba a punto de salir de Sargento, pero distinguí la figura de Vicky sentada en un extremo de las mesas largas, cabizbaja y sola. No pude contener mis buenos sentimientos, así que me acerqué a ella y le ofrecí algo de humanidad.
-Vicky, vamos, Mario a lo mejor exagera en el tono que usa. No te voy a decir que no es para ponerse así, puedes ponerte como quieras, solo piensa en quién parece tener razón si te quedas en la penumbra bebiendo sola.
No esperaba mayor reacción, mucho menos lo que vino. Vicky sujetó mi mano con suavidad y me dijo
-Sabes, de los tres tu eres la mejor persona. No cambies tanto.
Será que desde siempre ha habido algo de Eva tras los ojos de cada mujer, no lo sé, pero en aquel instante los ojos de Vicky resaltaban sobre el tono fosforescente de todos los ojos ahí. Brillaban como supongo que brillaron los mismos ojos cuando le dieron la manzana a Adán.
Durante el camino desde Sargento al boulevard de Barranco apliqué todas las técnicas que el propio Mario me había enseñado. Escuché sin interrumpir todas sus quejas contra mi buen amigo, comentaba con onomatopeyas, dándole por su lado, y mantenía una cercanía innecesaria a su cuerpo.
-Pero lo que me jode, lo que me jode de verdad, ¡es que no puedo evitar estar rabiosa! Quisiera que él me grite, que me dé razones para discutir, para gritarle… ¡o que me escuche como si le importara!
-Bueno Vicky -le dije mirándola fijamente y estirando el cuello, imitando en mi mente los mejores planos de Pierce Brosnan- siempre hay otras formas de desfogar energía contenida. Digo, no es bueno quedarte con frustraciones… ¿has pensado en desquitarte de alguna manera original, actividad física quizá?
Mi excusa para acompañarla se acortaba paso a paso, pues yo vivía en un departamento del viejo edificio de rejas negras que estaba al costado de Carpe Diem, y el convenio era hacerle la taba hasta la avenida Grau. Llegamos a la reja del edificio y paré en seco, haciendo el ademán de sacar un cigarrillo. En esos segundos contemplé por primera vez su anatomía entera, como si toda mi arrechura hacia ella hubiese estado oculta en la profundidad de mi subconsciente.
-Santi, acá vives, ¿no? -hizo una pausa en la que sus labios muy pintados de rojo guiaron una mueca en complicidad con sus cejas- Déjate de cosas. Lo que tú y yo estamos pensando va a pasar.
El ruido de la cerradura automática fue tosco y súbito, como un trueno. La velocidad con que abrí la reja y la jalé hacia adentro fue fugaz y contundente, como un relámpago; y puedo jurar que camuflados en la penumbra de un edificio de madrugada los chapes que nos dimos se sentían como descargas eléctricas, como rayos producidos desde la fricción de nuestros cuerpos.
Ahí, tras la reja cerrada, agarramos salvajemente, con caricias, lamidas e intensos chapes profundos. Sentía el sabor de su piel y de su labial, su aliento fijo en mis propias respiraciones. Nunca había notado lo bonito de su rostro; sus facciones pequeñas y cabello muy ensortijado me hicieron comprender el significado de las palabras tensión sexual.
Poco tardé en explicarle que tenía la casa sola hasta el domingo por la noche, menos aún tardamos en subir las inmortales escaleras de ese viejo edificio, que imitaban la piedra, y casi nada tardé, una vez en mi casa, en quitarle los zapatos y cargarla hasta mi cuarto.
La lancé con violencia a mi cama, casi como a una cosa, y estoy seguro de que lo único que le recorría el cuerpo eran pálpitos hacia su clítoris, porque se quedó en sostén y se apoyó en sus manos, estirada hacia atrás, con una cara de lujuria que parecía decir “¡cáchame!”
En ese momento no daba crédito a mis acciones. Mi buen amigo, Mario, que me ayudó a salir del hoyo, estaría haciendo quién sabe qué mientras yo me tiraría a su flaca. ¿qué clase de persona soy?
Supongo que una muy mala, o pragmática, porque la epifanía que tuve fue: “a esta webona solo me la voy a poder tirar ahora. Nunca más”. Y solo eso duraron mis reparos morales, lo que tardé en quitarme el polo y estar sobre ella.
-¡Ay Santi! Siempre me gustaste más, porque eres más alto
-Ahora vamos a ver cómo estamos de tamaño
Ver sus tetas por primera vez fue hermoso. Eran medianas y pecositas, con pezones claros. Un manjar que mordía con sadismo, con una energía que extendí hasta quitarle todo lo que le quedaba de ropa.
-Vicky. Así te quería ver, calatita, con todo ese cuerpito servido para mí.
-¿A sí? ¿te quieres tirar a la flaca de tu amigo? ¡qué perro eres Santi!
La tomé de su ensortijadísima cabellera y de la cadera, estirándola toda.
-¿Perro?, aquí la que se va a poner de perrito eres tú Vicky. Ese culito tuyo va rebotar en mi pelvis.
-¡Vamos a ver, perro! Eres un perro. Vamos a ver si me coges mejor que ese imbécil.
Me la seguí chapando con fuerza mientras la abrazaba. Echados, dábamos vueltas en la cama hasta que la puse de cucharita y, a la vez que le besaba el cuello y la oreja, le tomaba los pechos como si no hubiera un mañana.
-Ay Santi, Aaayy. ¿Cuánto tiempo hemos perdido, ah? ¿Desde cuándo querías estar así conmigo?
Aunque la verdad era que la había deseado repentinamente desde esa noche, decidí responder con actos en lugar de palabras. Mario había comentado, en borracha confidencia, que a Vicky la volvía loca que la masturbaran, más que el sexo incluso, y que probablemente se debía a una pequeña tumoración que tenía a pocos centímetros dentro de su vagina. Consciente del dato y del fundamento a anatómico para tal condición, le metí la mano en la raja con firmeza, sobándola verticalmente hasta que sus piernas se abrieran por sí mismas y me permitan tomar su clítoris con mis dedos, para estimularlo hasta que se erecte, tal como me había aconsejado hacer Mario, solo que no con su flaca.
Entonces puse manos a la obra y, aprovechando la lubricación le metí dos dedos y empecé a girarlos en búsqueda de ese cúmulo de terminaciones nerviosas que atesoraban sus paredes vaginales.
-Santi… Ayyy, ten cuidado, ayyyy, despacio… AAhhhhhh
Su gemido sostenido me confirmó el hallazgo. Una vez ubicado utilicé mis dedos como un dildo. Giraba y sobre todo los metía y sacaba, pero presionando esa protuberancia, con tanta de dedicación que dejé de sentir la mano. Aun así, valía la pena porque Vicky se estaba retorciendo y tapándose la boca para acallar los gemidos.
-AAAyyyyyy, ¡Santi, Santi, Santi! No pares, ¡AAhhhhhh!
La veía morderse los labios y tocarse los pechos, como una putilla en celo, así que cuando mi mano estuvo empapada en sus fluidos decidí irme por una sopeada magistral. No es que me consideré un experto, lo digo por el empeño que le puse. Le apoyé la espalda en la cabecera de la cama y así, semi sentada, le atrapé el clítoris entre mis dientes y lengua, y hacía el intento de llegar con ella al punto G tan claro que tenía. Aunque no llegaba la fuerza que hacía en los intentos parece ser la ideal para que se volviera loca.
-Ayyy ¡!!Puta madre, Santi!!! ¡Santi! ¡Santi! ¡Qué rico!, ¡no pares, no pares! ¡Así, Santi! ¡AAAhhh! ¡Ahhh! ¡AAhhh! ¡Ayyyyyy!
No sé cuánto tiempo estuve, pero debió ser mucho. Me mojó hasta el mentón y sus golpes a la cama iban a ritmo con sus gemidos, arañazos y movidas. En un momento me puso las manos con tanta fuerza en la nuca que no podía salir. En ese contexto solo atine a darle lengüetazos hasta recobrar fuerzas y desgraciarme contra su clítoris y entrada vaginal. Prácticamente me estaba chapando su concha mientras ella se doblaba, casi saltaba y me presionaba la cara contra su pubis.
-AAAyyyyyy ¡Santi, eres lo máximo! ¡Eres lo máximo!
-Ahora Vicky, vas a sentir algo más duro que una lengua.
Me liberé y me puse en posición de misionero para chapármela. Ya con el condón puesto la tomé de los muslos, doblo las rodillas para dejar caer sus insospechadamente torneadas pantorrillas y le dije
-Vicky, ¿quieres que te la meta?
-Ahhh
-Dime que quieres que te la meta
-Métemela Santi, ¡Métemela duro!
Ante tales palabras solo queda la acción. Se la clavé intensamente, y Vicky continuaba el estímulo que ya había iniciado con mi boca. Rápidamente pasamos a piernas al hombro hasta que se me ocurrió decirle.
-¿Mario te daba de perrito?
-¿Qué?
-¡Que si te daba de perrito! No importa, ahora vas a ser mi perrita
La puse en cuatro, con su cara a la pared y se la metí sin miramientos. Ella cogió una almohada para acomodarse y yo iba a buscando la posición adecuada. Aunque sabía que por la posición de su punto G le excitaría más una pose en la que ella esté horizontal o en 45 grados, tenía yo la ventaja de estar usando un condón con espuelas, para la ocasión. De manera que luego de unas embestidas de prueba empezaron los gemidos sostenidos.
-¡Así, Santi, así! ¡no te muevas! ¡AAAyyyyy, ahhhh! ¡Sigue ahí, sigue, sigue!
Complemente el momento con una nalgada y la frase “muy bien perrita, así te voy a dar”, porque soy un romántico. Agarrándole fuertemente las caderas el morbo de ver mi pinga entrando y saliendo de la flaca de mi pata me motivaba a hacer gemir más, así que la jalé de su ensortijada cabellera y me puse de pies sobre la cama, sin sacársela, y obligándola también a pararse le dije.
-Cógete de los fierros de la ventana.
Ella, bajo la inercia del placer se agarró de los fierros de la estética reja que cubría la ventana, sin levantar la cortina desde luego. Por mi parte, ya de pie y triando de su cabello me moví como un desquiciado. Vicky gemía tano que le hice morder la cortina para que no joda a los vecinos, y yo seguía deleitándome del acto de penetrarla en esa pose. Quise ser algo intenso así que la tomé de las caderas con fuerza y aumenté tanto la velocidad de mis embestidas que nuestras pelvis parecían aplaudirnos al chocar. Fue un movimiento intenso en el que puse todo lo que creía saber e inventaba sobre respiración, pues ya la garganta la tenía reseca de tanto resoplar.
-Ay Santi, Ayyyy… Tú… ¡Tú cachas mejor que él!, sigue Santi, ¡sigue! Ahhhh, me partes ¡Santi! ¡Aaahhh!
Le di unas fuertes nalgadas seguidas y aumenté la velocidad hasta el absurdo.
- ¡No se insulta los amigos, perrita! ¡Acá el que te coge soy yo!
-¡Ayyyy Santi!, ¡Saaantiiii! ¡AAAhhhhh!
Me doblé sobre su espalda para acabarle y la pegué hacia mí, tomándola de los hombros, en dos últimos bombeos para acabar.
Un largo gemido terminó nuestra primera faena de la noche. Nuestros cuerpos se separaron y mientras tomábamos aire cada quien se justificaba consigo mismo ese arranque de arrechura que acabábamos de consumar. Luego de un rato vi toda su silueta, recostada, era la primera vez que la veía como mujer y resueltamente la había hecho mía. ¿Pero, y el costo? ¿Mi valor de hombre gana o pierde con este incidente? ¿y los códigos?
De pronto Vicky se voltea y puedo verla de frente, echada, iluminada por la escaza luz de una lámpara. Observo con pasividad su desnudez, la silueta que la juventud concede a las mujeres, sin la necesidad, aun, de hacer ejercicios; noté sus pequitas y sus pechos, medianos porque caían algo, digamos que alargados, y su rostro felino, enmarcado por la ensortijada cabellera que acababa de jalar. Las pequitas de su rostro podían seguirse en una línea imaginaria desde que cruzaba su rostro por debajo de los párpados. Aunque sus facciones eran pequeñas, sus labios pintadísimos de rojo parecían más largos, como el Nilo bajo la maldición de Dios, el mismo Dios que escribió en piedra “No desearás a la mujer de tu prójimo”. Puta madre.
- ¿Qué pasa Santi, te sientes culpable? ¡Por favor! Tú bien sabes que a ese imbécil de yo le importo un carajo. Si estuviera lo suficientemente seguro de su sexualidad o borracho, fácil hasta se uniría a nosotros para hacer un trío, ahorita. ¿No me crees, si quieres lo llamo? ¿Eso te haría sentir menos mal por ese pedazo de mierd@?
-Mmm. Vicky. Noto que este es el momento en el que te escucho hablando hablar toda la basura del mundo sobre Mario, ¿no?
-Pues sí. Y te aguantas, porque es lo menos que puedes hacer. Mira que traerme a tirar en tu casa a la primera oportunidad que tienes… Eres un perro.
-Solo quería que estuvieras feliz
- ¡Ay, qué buena gente! ¡Gran samaritano el señor, muy bien! Pues si quieres que esté contenta me escuchas.
- ¡Ja! No es que lo hayas pasada mal. Te aseguro que al menos dos vecinos podrán dar fe de eso en la mañana. Pero dale, escucho tu romería, solo porque soy un caballero… y porque para el segundo polvo me la chupas.
- ¿Perdón? Yo no hago esas cosas papito
-Ya veremos, perrita