Philip Gerard
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PARTE FINAL.
Ahí estaban las dos mujeres más importantes en ese momento de mi vida. Marisol, la mujer que se entregó a mí siendo virgen y me dio los mayores motivos de mi existencia, mis hijos. Y Maruja, la mujer que durante casi quince días me había hecho disfrutar de placeres sexuales casi inimaginables. Esta última había revivido en mí la pasión por la sensualidad, por el erotismo. Juntos, creíamos que lo nuestro sería “eterno”. Hasta me había dado a entender que debía dejar a mi familia para estar con ella, que fuese “su marido”. Y llegó un momento, esos de calentura que muchas veces aparecen en la vida, que pensé en llegar a hacerlo. Hasta que cometió el grave error de “cambiar la realidad por fantasía”, como diría nuestro apreciado Gianmarco. Y supe que coqueteaba con mi hijo, que tal vez empleaba con él las mismas triquiñuelas que usaba conmigo para tenerme en sus manos. Todo eso me pasó por la cabeza en microsegundos.
El ambiente continuaba pletórico de erotismo, los gemidos de mis dos mujeres llamaban a continuar la odisea. Tenía al frente mío las caderas de Maruja, yo me había puesto de pie y alzado sobre mis hombros sus esculturales piernas, esas que tantas y tantas veces había literalmente “masticado” sensualmente con mi boca en las últimas dos semanas. Mi mujer seguía casi montada sobre la boca de mi amante, la que no había cesado de hacerle sexo oral. Hasta que empezó a tener su orgasmo.
- Aaayyy, me vengo , mi amoooorrrr, me vengoooo. Ay , ay, aaaayyyyy.
Le bañó casi toda la cara a Maruja, fue un instante de pura lujuria para los tres. Cómo es la especie humana, que a pesar del tan mentado individualismo, nos afecta directamente las vivencias sentimentales de nuestros semejantes, sean éstas de sufrimiento o de placer, compartiéndolas totalmente.
Yo estaba ansioso por sentir también de ese placer y tenía a mi disposición el cuerpo de mi amante. Podía hacerlo donde yo sabía que ya estaba acostumbrada a sentir placer, o propinarle lo que yo pensaba sería un castigo para ella y una satisfacción para mí. Abrí sus piernas como si fueran un abanico, me incliné ligeramente y con sentimientos encontrados, de amor y de rencor, cogí mi pene con la mano, le pasé suavemente la verga por los labios vaginales, excitándola completamente. Me detuve, retrocedí levemente, luego empujé hacia adelante y con la suavidad de un estilete que entra en la carne, la penetré.
- Hummmm, ahhhhh, fueron todas las expresiones de Maruja.
Al principio, encontré una suave resistencia, pero volví a empujar y sentí clarito, si aún ahora cerrando los ojos lo recuerdo y lo revivo, cómo la piel había cedido a la fuerza de mi ansioso órgano. Tras ello, una cavidad bien lubricada que se sentía totalmente humedecida. Y donde mi muñeco se iba desplazando como fierro caliente en mantequilla, pero donde la carne iba cediendo a cada una de mis embocadas. No fue nada difícil, mi amante se encontraba tan pero tan excitada, que pienso también lo deseaba. No fue pues nada doloroso para ella.
En tanto, Marisol, agotada del orgasmo sobrevenido, se había dejado caer a un costado de la cama.
Al penetrarla, reviví momentos que no disfrutaba hacía tiempo ya. Su vagina, estrecha, totalmente incólume, se prendía al entorno de mi órgano viril. Era como si lo abrazara, con la emoción primera del amor virginal. Cada movimiento mío, sentía como una ventosa que rodeaba el pene y me hacía vivir placeres olvidados. Yo ya había adoptado la posición del misionero, prácticamente ella me había jalado de los brazos hacia sí.
- Amor, ven. Me dijo al hacerlo, mirándome con esos ojos que tantas y tantas veces me habían subyugado.
Yo me movía al principio con mucha armonía, con especial suavidad, era un momento para disfrutarlo. Lo metía y lo sacaba suavemente y ambos lo disfrutábamos, era como si hubiéramos paralizado el tiempo en torno nuestro. Ella puso sus brazos en torno a mi cuello y me miraba a los ojos con amor y ternura. Sentiría que había hecho lo que yo deseaba y de esa forma se había ganado mi correspondencia total. Debo confesar que por un momento casi lo logró, mi placer carnal llegó a ser mayor que el de mi racionalidad. Pero la miré a los ojos y recordé el relato de William, ella lo provocaba a André con miradas y gestos “arrechantes”. Si fue así con él, ¿con cuántos más no lo sería?
- ¿Crees que puedes manipularme como a un cojudo, no? Pensé finalmente, y volví a recuperar mi conciencia humana.
Fue entonces que comencé a moverme más fuerte, y ella sintió un placer mayor.
- Papito qué rico, sí, sí, ah, ah, ah.
En un momento me apretó del cuello y me llenaba de besos, sí que lo estaba disfrutando. Pero no podía seguir así.
- Mi amor, mi amor, ay, ay, ay.
Me decía Maruja, y al costado se encontraba Marisol, totalmente sorprendida de la evolución de los hechos. Seguí “trabajándola” hasta que vi que sus ojos se ponían en blanco, ya estaba en su clímax. Fue entonces que hice mi jugada maestra.
- Marisol, ven, tú sí eres el amor de mi vida.
Dejé a mi amante a un costado y tomé a la única mujer que sí me había demostrado ser capaz de darlo todo por mí. Cómo pude haber olvidado que cuando comenzamos tuvimos que hacerlo casi desde cero y ella no tuvo ningún reparo en jugársela por estar al lado mío. Y eso solo se hace cuando se Ama, así con mayúsculas.
Marisol y yo nos miramos, no fue necesario decir nada, nos besamos y comenzamos a hacer el amor, como dos adolescentes. La hice de nuevo mía. Tomé su cuerpo como la primera vez, la llené de besos y caricias. Ella igual me correspondió. En un momento, mirándome a los ojos y cortando el silencio sepulcral que se sentía en la habitación, me dijo: “Te amo y lo haré por siempre, sin condiciones”.
Y era por mí correspondida, porque si bien ya no tenía la plasticidad virginal de quien fuera mi amante, me bastaba saber que su amor era y sería solo mío.
Ahí estaban las dos mujeres más importantes en ese momento de mi vida. Marisol, la mujer que se entregó a mí siendo virgen y me dio los mayores motivos de mi existencia, mis hijos. Y Maruja, la mujer que durante casi quince días me había hecho disfrutar de placeres sexuales casi inimaginables. Esta última había revivido en mí la pasión por la sensualidad, por el erotismo. Juntos, creíamos que lo nuestro sería “eterno”. Hasta me había dado a entender que debía dejar a mi familia para estar con ella, que fuese “su marido”. Y llegó un momento, esos de calentura que muchas veces aparecen en la vida, que pensé en llegar a hacerlo. Hasta que cometió el grave error de “cambiar la realidad por fantasía”, como diría nuestro apreciado Gianmarco. Y supe que coqueteaba con mi hijo, que tal vez empleaba con él las mismas triquiñuelas que usaba conmigo para tenerme en sus manos. Todo eso me pasó por la cabeza en microsegundos.
El ambiente continuaba pletórico de erotismo, los gemidos de mis dos mujeres llamaban a continuar la odisea. Tenía al frente mío las caderas de Maruja, yo me había puesto de pie y alzado sobre mis hombros sus esculturales piernas, esas que tantas y tantas veces había literalmente “masticado” sensualmente con mi boca en las últimas dos semanas. Mi mujer seguía casi montada sobre la boca de mi amante, la que no había cesado de hacerle sexo oral. Hasta que empezó a tener su orgasmo.
- Aaayyy, me vengo , mi amoooorrrr, me vengoooo. Ay , ay, aaaayyyyy.
Le bañó casi toda la cara a Maruja, fue un instante de pura lujuria para los tres. Cómo es la especie humana, que a pesar del tan mentado individualismo, nos afecta directamente las vivencias sentimentales de nuestros semejantes, sean éstas de sufrimiento o de placer, compartiéndolas totalmente.
Yo estaba ansioso por sentir también de ese placer y tenía a mi disposición el cuerpo de mi amante. Podía hacerlo donde yo sabía que ya estaba acostumbrada a sentir placer, o propinarle lo que yo pensaba sería un castigo para ella y una satisfacción para mí. Abrí sus piernas como si fueran un abanico, me incliné ligeramente y con sentimientos encontrados, de amor y de rencor, cogí mi pene con la mano, le pasé suavemente la verga por los labios vaginales, excitándola completamente. Me detuve, retrocedí levemente, luego empujé hacia adelante y con la suavidad de un estilete que entra en la carne, la penetré.
- Hummmm, ahhhhh, fueron todas las expresiones de Maruja.
Al principio, encontré una suave resistencia, pero volví a empujar y sentí clarito, si aún ahora cerrando los ojos lo recuerdo y lo revivo, cómo la piel había cedido a la fuerza de mi ansioso órgano. Tras ello, una cavidad bien lubricada que se sentía totalmente humedecida. Y donde mi muñeco se iba desplazando como fierro caliente en mantequilla, pero donde la carne iba cediendo a cada una de mis embocadas. No fue nada difícil, mi amante se encontraba tan pero tan excitada, que pienso también lo deseaba. No fue pues nada doloroso para ella.
En tanto, Marisol, agotada del orgasmo sobrevenido, se había dejado caer a un costado de la cama.
Al penetrarla, reviví momentos que no disfrutaba hacía tiempo ya. Su vagina, estrecha, totalmente incólume, se prendía al entorno de mi órgano viril. Era como si lo abrazara, con la emoción primera del amor virginal. Cada movimiento mío, sentía como una ventosa que rodeaba el pene y me hacía vivir placeres olvidados. Yo ya había adoptado la posición del misionero, prácticamente ella me había jalado de los brazos hacia sí.
- Amor, ven. Me dijo al hacerlo, mirándome con esos ojos que tantas y tantas veces me habían subyugado.
Yo me movía al principio con mucha armonía, con especial suavidad, era un momento para disfrutarlo. Lo metía y lo sacaba suavemente y ambos lo disfrutábamos, era como si hubiéramos paralizado el tiempo en torno nuestro. Ella puso sus brazos en torno a mi cuello y me miraba a los ojos con amor y ternura. Sentiría que había hecho lo que yo deseaba y de esa forma se había ganado mi correspondencia total. Debo confesar que por un momento casi lo logró, mi placer carnal llegó a ser mayor que el de mi racionalidad. Pero la miré a los ojos y recordé el relato de William, ella lo provocaba a André con miradas y gestos “arrechantes”. Si fue así con él, ¿con cuántos más no lo sería?
- ¿Crees que puedes manipularme como a un cojudo, no? Pensé finalmente, y volví a recuperar mi conciencia humana.
Fue entonces que comencé a moverme más fuerte, y ella sintió un placer mayor.
- Papito qué rico, sí, sí, ah, ah, ah.
En un momento me apretó del cuello y me llenaba de besos, sí que lo estaba disfrutando. Pero no podía seguir así.
- Mi amor, mi amor, ay, ay, ay.
Me decía Maruja, y al costado se encontraba Marisol, totalmente sorprendida de la evolución de los hechos. Seguí “trabajándola” hasta que vi que sus ojos se ponían en blanco, ya estaba en su clímax. Fue entonces que hice mi jugada maestra.
- Marisol, ven, tú sí eres el amor de mi vida.
Dejé a mi amante a un costado y tomé a la única mujer que sí me había demostrado ser capaz de darlo todo por mí. Cómo pude haber olvidado que cuando comenzamos tuvimos que hacerlo casi desde cero y ella no tuvo ningún reparo en jugársela por estar al lado mío. Y eso solo se hace cuando se Ama, así con mayúsculas.
Marisol y yo nos miramos, no fue necesario decir nada, nos besamos y comenzamos a hacer el amor, como dos adolescentes. La hice de nuevo mía. Tomé su cuerpo como la primera vez, la llené de besos y caricias. Ella igual me correspondió. En un momento, mirándome a los ojos y cortando el silencio sepulcral que se sentía en la habitación, me dijo: “Te amo y lo haré por siempre, sin condiciones”.
Y era por mí correspondida, porque si bien ya no tenía la plasticidad virginal de quien fuera mi amante, me bastaba saber que su amor era y sería solo mío.