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[h=1]La nueva inmigración se destaca en nuestra escuela[/h]Un informe de Unicef muestra que los alumnos provenientes de otros países tienen un mejor desempeño y mayor aplicación que los argentinos
UUna de las evidencias más preocupantes sobre la formación de los adolescentes argentinos de familias de escasos recursos económicos que concurren a los mismos colegios que hijos de las más recientes corrientes inmigratorias en nuestro país ha quedado claramente expuesta en un artículo publicado ayer en la edición de LA NACION, que lleva la firma de Alieto Guadagni, economista y miembro de número de la Academia Nacional de Educación.
Guadagni ha comentado un trabajo realizado en el ámbito del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Esa institución, conocida como Unicef por sus siglas en inglés, fue creada en 1946, después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, para ayudar a los niños desde la primera infancia y hasta la adolescencia a sobrevivir y a desarrollarse en plenitud. Unicef está presente en casi doscientos países y ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
Como se dijo, la mala noticia del trabajo de referencia es que los chicos de familias argentinas han confirmado aquí los datos muy desalentadores que, en los últimos diez años y de forma creciente, han documentado su pobre desempeño en competencias internacionales sobre operaciones simples de matemáticas y comprensión de lectura elemental.
En tanto, la buena noticia es que, a pesar de los prejuicios que de tanto en tanto emergen sobre las bondades que pueda aportar a la sociedad argentina la inmigración dominante de países inmediatos a nuestras fronteras, los chicos de esas corrientes han demostrado performances alentadoras sobre lo que de ellos pueda esperarse en cuanto al porvenir del país. Y sobre ese punto debemos detenernos a pensar.
En casi todos los rubros -por no decir sin excepciones del relevamiento realizado, el desempeño de los chicos bolivianos, peruanos y paraguayos ha sido, en ese orden, más destacado que el de los hijos de familias argentinas. ¿No está mereciendo esto una profunda reflexión, que comience por lo que ocurre en los hogares, en la degradación de la cultura del trabajo y del esfuerzo de los nativos o en la relajación de las normas básicas de urbanidad y orden social sobre las que se han percibido, desde hace algunos años, nefastas consecuencias de las políticas puestas en vigor y de la conducta personal de la que equivocadamente se vanagloria todo un vasto plantel de altos funcionarios y gobernantes?
Resulta útil analizar los datos que surgen del trabajo, ciñéndonos a la comparación correspondiente a los menores de edad argentinos y bolivianos, teniendo en cuenta que estos últimos constituyen la más ejemplar expresión dentro de aquella corriente inmigratoria latinoamericana que participa, según el Censo de 2010, de más del 75 por ciento de los extranjeros que habitan el país.
Entre los alumnos evaluados, todos de colegios secundarios de la zona sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del conurbano bonaerense, no aprobó tres o más materias el 26 por ciento de los estudiantes argentinos y el 16 por ciento de los bolivianos. Faltó más de veinte días a clase en el año, el 35 y el 20 por ciento, respectivamente, de los alumnos de esa procedencia. Y la relación se mantuvo respecto de quienes dedican más de tres horas al día al estudio: 9 por ciento los argentinos, 21 por ciento los bolivianos.
También son menos entre los argentinos los chicos que, además de estudiar, trabajan: 20 por ciento contra 28 por ciento de los bolivianos; de igual modo son los argentinos los que manifiestan una menor voluntad de ir algún día a la universidad: 40 por ciento contra el 69 por ciento de los bolivianos.
Pero hay, por lo menos, cuatro rubros en los que, lamentablemente, los adolescentes argentinos superan en porcentaje al resto de las nacionalidades mensuradas: en hábitos de fumar y en el uso de drogas, en mala conducta y en renuencia a hacer deportes.
Después de esto, queda una vez más la impresión de que la cultura del inmigrante se corresponde, de forma invariable, con un espíritu de progreso y de voluntad de sortear, con templanza de ánimo, hasta las dificultades que se afrontan en terrenos desconocidos. Fue el ejemplo que dio en nuestras tierras, en el pasado, la gran inmigración europea y que hoy renueva la inmigración de países vecinos.
Quede como observación final la constatación de que en la relación entre el colegio y los hogares, las familias de inmigrantes tienden a brindar mayor cooperación que las familias argentinas a los requerimientos docentes. No hay, pues, resultados casuales y menos en educación, donde la responsabilidad y sentido del deber que se exprese en cada círculo de familia tenga derivaciones inexorables sobre niños y adolescentes. O sea, sobre las generaciones en las que más adelante recaerá la conducción del país tanto en el orden público como en el privado.
Sobran, pues, las razones para la preocupación y para no demorar un cambio de rumbo.
La Nación
14 de mayo de 2013
UUna de las evidencias más preocupantes sobre la formación de los adolescentes argentinos de familias de escasos recursos económicos que concurren a los mismos colegios que hijos de las más recientes corrientes inmigratorias en nuestro país ha quedado claramente expuesta en un artículo publicado ayer en la edición de LA NACION, que lleva la firma de Alieto Guadagni, economista y miembro de número de la Academia Nacional de Educación.
Guadagni ha comentado un trabajo realizado en el ámbito del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Esa institución, conocida como Unicef por sus siglas en inglés, fue creada en 1946, después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, para ayudar a los niños desde la primera infancia y hasta la adolescencia a sobrevivir y a desarrollarse en plenitud. Unicef está presente en casi doscientos países y ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
Como se dijo, la mala noticia del trabajo de referencia es que los chicos de familias argentinas han confirmado aquí los datos muy desalentadores que, en los últimos diez años y de forma creciente, han documentado su pobre desempeño en competencias internacionales sobre operaciones simples de matemáticas y comprensión de lectura elemental.
En tanto, la buena noticia es que, a pesar de los prejuicios que de tanto en tanto emergen sobre las bondades que pueda aportar a la sociedad argentina la inmigración dominante de países inmediatos a nuestras fronteras, los chicos de esas corrientes han demostrado performances alentadoras sobre lo que de ellos pueda esperarse en cuanto al porvenir del país. Y sobre ese punto debemos detenernos a pensar.
En casi todos los rubros -por no decir sin excepciones del relevamiento realizado, el desempeño de los chicos bolivianos, peruanos y paraguayos ha sido, en ese orden, más destacado que el de los hijos de familias argentinas. ¿No está mereciendo esto una profunda reflexión, que comience por lo que ocurre en los hogares, en la degradación de la cultura del trabajo y del esfuerzo de los nativos o en la relajación de las normas básicas de urbanidad y orden social sobre las que se han percibido, desde hace algunos años, nefastas consecuencias de las políticas puestas en vigor y de la conducta personal de la que equivocadamente se vanagloria todo un vasto plantel de altos funcionarios y gobernantes?
Resulta útil analizar los datos que surgen del trabajo, ciñéndonos a la comparación correspondiente a los menores de edad argentinos y bolivianos, teniendo en cuenta que estos últimos constituyen la más ejemplar expresión dentro de aquella corriente inmigratoria latinoamericana que participa, según el Censo de 2010, de más del 75 por ciento de los extranjeros que habitan el país.
Entre los alumnos evaluados, todos de colegios secundarios de la zona sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del conurbano bonaerense, no aprobó tres o más materias el 26 por ciento de los estudiantes argentinos y el 16 por ciento de los bolivianos. Faltó más de veinte días a clase en el año, el 35 y el 20 por ciento, respectivamente, de los alumnos de esa procedencia. Y la relación se mantuvo respecto de quienes dedican más de tres horas al día al estudio: 9 por ciento los argentinos, 21 por ciento los bolivianos.
También son menos entre los argentinos los chicos que, además de estudiar, trabajan: 20 por ciento contra 28 por ciento de los bolivianos; de igual modo son los argentinos los que manifiestan una menor voluntad de ir algún día a la universidad: 40 por ciento contra el 69 por ciento de los bolivianos.
Pero hay, por lo menos, cuatro rubros en los que, lamentablemente, los adolescentes argentinos superan en porcentaje al resto de las nacionalidades mensuradas: en hábitos de fumar y en el uso de drogas, en mala conducta y en renuencia a hacer deportes.
Después de esto, queda una vez más la impresión de que la cultura del inmigrante se corresponde, de forma invariable, con un espíritu de progreso y de voluntad de sortear, con templanza de ánimo, hasta las dificultades que se afrontan en terrenos desconocidos. Fue el ejemplo que dio en nuestras tierras, en el pasado, la gran inmigración europea y que hoy renueva la inmigración de países vecinos.
Quede como observación final la constatación de que en la relación entre el colegio y los hogares, las familias de inmigrantes tienden a brindar mayor cooperación que las familias argentinas a los requerimientos docentes. No hay, pues, resultados casuales y menos en educación, donde la responsabilidad y sentido del deber que se exprese en cada círculo de familia tenga derivaciones inexorables sobre niños y adolescentes. O sea, sobre las generaciones en las que más adelante recaerá la conducción del país tanto en el orden público como en el privado.
Sobran, pues, las razones para la preocupación y para no demorar un cambio de rumbo.
La Nación
14 de mayo de 2013