Philip Gerard
Comandante
Hay un viejo dicho que reza: “El mundo es como un libro abierto, y el que no viaja, solo ha leído la primera página”. En mi condición de ávido “lector”, apenas superada la mayoría de edad, tomé mi mochila y emprendí el vuelo de los cóndores. A Dios gracias he conocido todo el país y he tenido la suerte de dar la vuelta al mundo. Pero no sería buen peruano, sino hubiera dejado semillas por aquí y por acullá. Así que en esta nueva serie de relatos, contaré algo de mis aventurillas por otros territorios del planeta que nos vió nacer.
Como siempre, las historias estarán basadas en hechos reales, por cuestión de ética y seguridad profesional, no consignaré nombres verdaderos, ni los tiempos ni las circunstancias que me llevaron a cada viaje. Es más presentaré las historias sin orden cronológico alguno. No vaya a ser que se enteren aquellos que financiaron mi ruta, que aparte de trabajar dediqué mi tiempo a escudriñar en los secretos del sexo débil de otras naciones.
EN EL CORAZÓN DEL BRASIL.
Brasilia es la capital del Brasil desde los años de 1950, cuando uno de sus presidentes tomó la sabia decisión de emprender la colonización de la Amazonía. Enclavada en este lugar, Brasilia es una capital modernísima, absolutamente planificada, en la cual fundamentalmente reside el gobierno central, es decir toda la burocracia estatal. Tiene una zona hotelera de cinco estrellas, ubicada bastante cerca de la sede de los ministerios, que están uno junto al otro, de manera que es sumamente sencillo coordinar entre uno y otro lugar. El clima como es de suponer es tropical, sumamente cálido y la población tiene la mixtura que es conocida en el Brasil. Colonizado en un principio por migrantes portugueses y luego por gentes provenientes de otros lugares de Europa. Es muy fácil caminar por sus calles y encontrarse con gente de razas casi puras, sean blancas o negras, como también mestizas. Lo más resaltante es la estatura de su gente, yo que aquí soy ‘alto’, tenía un tamaño mediano entre ellos, los cuales fácilmente llegaban al promedio del metro ochenta.
En cuestión de mujeres, no es por desmerecer a nuestras compatriotas, pero caminar por la zona comercial de Brasilia en horas de la tarde es para salir con tortícolis, por lo bellas que son sus féminas. Rubias, zambas, morenas, mestizas. De un tamaño mínimo de un metro setenta y con unas curvas de infarto. Con grandes pechos, cinturas bien formadas y unos traseros para volverse loco. La belleza es tan común por esos lares que los nativos no se extrañan de la lindura de las mujeres. No se nota, como podríamos hacerlo por aquí, que alguien voltee a mirar a una hermosa mujer que pasó a tu lado. Para nada, es como si no existieran. Mucho menos que las piropeen.
A Laura, la conocí aquí en Perú, vino en una misión comercial desde Brasil para establecer contactos con la empresa en la cual trabajaba en ese entonces. Fui parte del equipo que la recibió durante unos días en el país. Se alojó en un cómodo hotel de San Isidro, de donde a diario se trasladaba a nuestras oficinas para desarrollar largas jornadas de discusión y análisis. Cuando estábamos reunidos era como estar trabajando con una diosa escandinava. Alta, de 1.75 metros, con tacos fácil llegaba al metro ochenta, rubia, blanca, ojos color verde esmeralda. Sus cejas eran pobladas, una nariz delgada y respingada, labios pequeños, sus mejillas eran rosadas. Su piel era tersa, sin una sola aspinilla, sin una arruga. Era sumamente difícil no verla y por un momento no desconcentrarse para apreciar su belleza. Tendría unos 30 años, no creo que más, pero su cuerpo era casi perfecto. No era el cuerpo de una jovencita definitivamente, calculo que pesaría unos setenta y cinco kilos, bien distribuidos por su excelsa humanidad. Venía siempre vestida en traje sastre, algo ceñido al cuerpo, resaltando una escultural figura. Un saquito a la cintura, debajo su blusa de seda, complementada por una falda algo pegada al cuerpo, que no disimulaba para nada su colosal trasero. Sus piernas eran bien formadas, cada vez que las cruzaba se veía obligada a subirse ligeramente la falda, dejando ver algo de lo más hermoso que le había dado Dios, sus piernas.
El último día de trabajo la invité a salir, las cosas habían estado muy bien y nos anticipó que su informe sería positivo, recomendando que nuestras entidades estrechen sus lazos comerciales. Así que teníamos que celebrar. Al principio me puso pretextos, que estaba muy cansada, que debía comunicarse con su casa, etc. Haciendo uso de ese floro del que nos caracterizamos los limeños, insistí e insistí hasta que aceptó. Quedé que la recogería de su hotel a las 8 de la noche para irnos al Brisas del Titicaca. Y así fue, bailamos, comimos, tomamos, ambos muy felices, tanto así que yo ya me preparaba para “cerrar” el negocio esa noche en su cama.
Pero el hombre dispone hasta que viene el diablo y lo descompone. Minutos antes de que saliéramos, llegó una delegación de brasileros que se sentaron al costado de nuestra mesa. Ella no tuvo sino que escucharlos hablar para acercarse a saludarlos. Eran de Brasilia también y venían a una actividad de cooperación de gobierno a gobierno. Nos juntamos a su mesa y no salimos sino hasta las 5 de la mañana. La pasé bien, nos divertimos bastante, la química aumentó entre nosotros, pero no pude cumplir mi cometido.
Cuando la llevé a su hotel, acompañándola en el ascensor nos besamos, ya en la puerta de su habitación quise entrar.
- “Felipe, no quiero que te molestes conmigo. Todo ha sido muy lindo, voce eres muy lindo, pero estoy cansada y a las 8 debo salir al aeropuerto”. Me dijo acariciándome el rostro y con su español machucado. “Además que así me irás a ver a Brasilia”. Agregó finalmente. Me dio un beso en la mejilla derecha y entró a su habitación.
Comprenderán que me dejó con la miel en los labios. Qué manera de convencerme de que tenía que viajar a conseguir eso que con sus ojos me había prometido al despedirnos.
CONTINUARÁ….
Como siempre, las historias estarán basadas en hechos reales, por cuestión de ética y seguridad profesional, no consignaré nombres verdaderos, ni los tiempos ni las circunstancias que me llevaron a cada viaje. Es más presentaré las historias sin orden cronológico alguno. No vaya a ser que se enteren aquellos que financiaron mi ruta, que aparte de trabajar dediqué mi tiempo a escudriñar en los secretos del sexo débil de otras naciones.
EN EL CORAZÓN DEL BRASIL.
Brasilia es la capital del Brasil desde los años de 1950, cuando uno de sus presidentes tomó la sabia decisión de emprender la colonización de la Amazonía. Enclavada en este lugar, Brasilia es una capital modernísima, absolutamente planificada, en la cual fundamentalmente reside el gobierno central, es decir toda la burocracia estatal. Tiene una zona hotelera de cinco estrellas, ubicada bastante cerca de la sede de los ministerios, que están uno junto al otro, de manera que es sumamente sencillo coordinar entre uno y otro lugar. El clima como es de suponer es tropical, sumamente cálido y la población tiene la mixtura que es conocida en el Brasil. Colonizado en un principio por migrantes portugueses y luego por gentes provenientes de otros lugares de Europa. Es muy fácil caminar por sus calles y encontrarse con gente de razas casi puras, sean blancas o negras, como también mestizas. Lo más resaltante es la estatura de su gente, yo que aquí soy ‘alto’, tenía un tamaño mediano entre ellos, los cuales fácilmente llegaban al promedio del metro ochenta.
En cuestión de mujeres, no es por desmerecer a nuestras compatriotas, pero caminar por la zona comercial de Brasilia en horas de la tarde es para salir con tortícolis, por lo bellas que son sus féminas. Rubias, zambas, morenas, mestizas. De un tamaño mínimo de un metro setenta y con unas curvas de infarto. Con grandes pechos, cinturas bien formadas y unos traseros para volverse loco. La belleza es tan común por esos lares que los nativos no se extrañan de la lindura de las mujeres. No se nota, como podríamos hacerlo por aquí, que alguien voltee a mirar a una hermosa mujer que pasó a tu lado. Para nada, es como si no existieran. Mucho menos que las piropeen.
A Laura, la conocí aquí en Perú, vino en una misión comercial desde Brasil para establecer contactos con la empresa en la cual trabajaba en ese entonces. Fui parte del equipo que la recibió durante unos días en el país. Se alojó en un cómodo hotel de San Isidro, de donde a diario se trasladaba a nuestras oficinas para desarrollar largas jornadas de discusión y análisis. Cuando estábamos reunidos era como estar trabajando con una diosa escandinava. Alta, de 1.75 metros, con tacos fácil llegaba al metro ochenta, rubia, blanca, ojos color verde esmeralda. Sus cejas eran pobladas, una nariz delgada y respingada, labios pequeños, sus mejillas eran rosadas. Su piel era tersa, sin una sola aspinilla, sin una arruga. Era sumamente difícil no verla y por un momento no desconcentrarse para apreciar su belleza. Tendría unos 30 años, no creo que más, pero su cuerpo era casi perfecto. No era el cuerpo de una jovencita definitivamente, calculo que pesaría unos setenta y cinco kilos, bien distribuidos por su excelsa humanidad. Venía siempre vestida en traje sastre, algo ceñido al cuerpo, resaltando una escultural figura. Un saquito a la cintura, debajo su blusa de seda, complementada por una falda algo pegada al cuerpo, que no disimulaba para nada su colosal trasero. Sus piernas eran bien formadas, cada vez que las cruzaba se veía obligada a subirse ligeramente la falda, dejando ver algo de lo más hermoso que le había dado Dios, sus piernas.
El último día de trabajo la invité a salir, las cosas habían estado muy bien y nos anticipó que su informe sería positivo, recomendando que nuestras entidades estrechen sus lazos comerciales. Así que teníamos que celebrar. Al principio me puso pretextos, que estaba muy cansada, que debía comunicarse con su casa, etc. Haciendo uso de ese floro del que nos caracterizamos los limeños, insistí e insistí hasta que aceptó. Quedé que la recogería de su hotel a las 8 de la noche para irnos al Brisas del Titicaca. Y así fue, bailamos, comimos, tomamos, ambos muy felices, tanto así que yo ya me preparaba para “cerrar” el negocio esa noche en su cama.
Pero el hombre dispone hasta que viene el diablo y lo descompone. Minutos antes de que saliéramos, llegó una delegación de brasileros que se sentaron al costado de nuestra mesa. Ella no tuvo sino que escucharlos hablar para acercarse a saludarlos. Eran de Brasilia también y venían a una actividad de cooperación de gobierno a gobierno. Nos juntamos a su mesa y no salimos sino hasta las 5 de la mañana. La pasé bien, nos divertimos bastante, la química aumentó entre nosotros, pero no pude cumplir mi cometido.
Cuando la llevé a su hotel, acompañándola en el ascensor nos besamos, ya en la puerta de su habitación quise entrar.
- “Felipe, no quiero que te molestes conmigo. Todo ha sido muy lindo, voce eres muy lindo, pero estoy cansada y a las 8 debo salir al aeropuerto”. Me dijo acariciándome el rostro y con su español machucado. “Además que así me irás a ver a Brasilia”. Agregó finalmente. Me dio un beso en la mejilla derecha y entró a su habitación.
Comprenderán que me dejó con la miel en los labios. Qué manera de convencerme de que tenía que viajar a conseguir eso que con sus ojos me había prometido al despedirnos.
CONTINUARÁ….