Sigo entonces con la historia de mis cachos. Al descubrir la prueba del delito, la empiezo a vigilar a mi mujer, pero enseguida me doy cuenta que así no iba a lograr ningún resultado. No podía estar faltando al trabajo para seguirla y además necesitaba agarrarla in fraganti, cometiendo la infidelidad, o sea cachando. Entonces se me ocurre poner cámaras en casa, que es dónde por las evidencias se encontraban para hacerme cachudo. No podía hacer una instalación, obviamente, así que encuentro unas mini cámaras espías, del tamaño de un botón, que algunos padres usan para vigilar a las niñeras cuándo están con sus hijos. Son inalámbricas y se conectan por wifi. Las pido por Amazon, las recibo en mi trabajo, y en un momento en que sabía que mi esposa no estaba, voy a mi casa y las ubico en lugares estratégicos del departamento.
Son tres, la primera la puse en la sala, en una esquina de la cortina, de forma que se pueda captar desde la puerta de entrada hasta el sofá. La segunda en el dormitorio, entre unos adornos que hay en una repisa, y la tercera en el baño, camuflada en la rejilla de ventilación.
Las cámaras se activan con el movimiento, por lo que cada vez que recibía una señal, me ponía a revisar las imágenes, pero solo era mi esposa, sola en ese momento, o Delia, la señora que va a limpiar dos veces por semana.
Hasta que un día, estando en la oficina, en una reunión de trabajo, recibo una señal de activación. Sabía que no era Delia, porque ese día no le tocaba, y supuestamente mi esposa, que es corredora inmobiliaria, estaría mostrando una propiedad en Asia.
Pido permiso a los demás integrantes de la reunión y me encierro en mi oficina para revisar las imágenes. Abro la aplicación y la veo a mi mujer dando vueltas por la casa. Está recién llegada, con la misma ropa con que la vi salir esa mañana. Camina de un lado a otro, como si estuviera impaciente, con el celular en la mano, mandando mensajes vaya a saber a quién, porqué yo no recibo ninguno.
En un momento se frena, parece que recibe la respuesta a sus mensajes, lo lee y se sonríe. Deja el celular, y coloca sobre la mesita que está frente al sofá dos vasos y una botella de licor. Luego va al dormitorio, paso a la otra cámara, con tanta mala suerte que está fuera de ángulo, seguramente la movió Delia al hacer la limpieza. Cuándo vuelve a la sala, la veo con un conjunto de lencería que no le conocía. Mi mujer tiene los pechos operados, de modo que el sostén comprime y aumenta todavía más su ya de por sí prominente volumen.
Espera unos minutos y entonces abre la puerta. Me quedo de piedra al ver quién es su amante. Abel, un amigo de hace tiempo. Bueno, él y su esposa Paola son una pareja amiga con los que salimos a cenar o a bailar bastante seguido. ¡Que conchudos! Ni me imagino en que momento pudo darse esa relación de clandestinidad, cuándo siempre que salíamos cada cuál está con su respectiva esposa.
Cuándo entra, se besan en la boca y se abrazan, con él metiéndole mano por todos lados. Al dirigirse hacia el sofá, veo que él la toma de la cintura mientras ella le toca y acaricia la bragueta del pantalón. Siempre fue de ir directo al asunto mi esposa.
Toman un trago y vuelven a besarse, con las lenguas entrando y saliendo de sus bocas. Debería sentirme traicionado, humillado, enfurecido, pero la verdad es que ver a mi mujer en esa situación, como si estuviera viendo un video porno, me estaba excitando. Ya me había olvidado hasta de la reunión.
Ella misma se baja los breteles del sostén y le ofrece a su amante sus pechos. El pata se los devora. ¿Cómo no pude darme cuenta de esos chupones?, me pregunto a mí mismo mientras veo como mi amigo le come las tetas a mi mujer, porque por la forma en que chupa y muerde alguna marca tiene que dejarle. Entonces me acuerdo de algún momento, mientras hacíamos el amor, y mientras la chupeteaba toda que me dice, un poquito más despacio mi amor que todavía no se me va lo que me hiciste la otra noche. Miro y le veo al costado del pecho un moretón verdoso. Bajé un poco mi entusiasmo, pero ahora me preguntaba si había sido yo realmente quién le hizo esa marca.
Cuándo ya tiene suficiente, mi mujer lo hace un lado y le desabrocha el pantalón. Laura siempre fue una artista para eso, le gusta soltarte el cinturón, bajarte el cierre y sacarte la pija no de un tirón ni jalándola, sino acariciándola, dándote calor. Se la menea, y echándose entonces en el suelo, entre sus piernas, se pone a chupársela.
Me quedo de piedra al verla, no sé cómo reaccionar, si empezar a romper todo o hacerme una paja, ya que tengo una erección que hasta me duele por las costuras del pantalón.
Por supuesto sé que le encanta el sexo oral, y que puede pasarse horas chupando de mil formas distintas, pero verla chupándosela a otro hombre me rompe todos los esquemas.
Cuándo creo que va a tirársela ahí mismo en el sofá, ella se levanta, lo toma de la mano y meneando el culo como una grandísima perra, se lo lleva al cuarto.
Desaparecen por el ángulo inferior de la cámara. Busco la del dormitorio. No veo cuando entran ni cuando se echan en la cama. La imagen solo toma una parte de la cama y casi toda la pared opuesta a la puerta.
Llegó a ver partes de cuerpos que se sacuden, alguna cabeza, sobre todo la de mi esposa que sube y baja, hasta que en un momento el muy hijo de puta la agarra de los pelos, la levanta de la cama, no de muy buen modo, y la pone de cara contra la pared. Ahí sí que tengo plena y absoluta visión de todo. Se le coloca por detrás, se la acomoda sin usar las manos, y se la empieza a cachar como si quisiera tumbar la pared con solo sus cuerpos como herramientas. No tengo sonido, pero puedo imaginarme los gritos y jadeos de mi mujer. Es un infierno.
Tengo unas ganas de jalármela, pero no puedo. Juro que esa imagen la voy a tener grabada por mucho tiempo. Mi mujer desnuda, arrinconada contra la pared, con un tipo dándole duro por detrás, cuántas veces la había tendido yo mismo de esa forma.
Cuándo sale de adentro de mi mujer, Abel retrocede un par de pasos, se arranca el condón y se la menea. Ella se da vuelta, se echa de rodillas frente a él, y agarrandose las tetas, abre la boca y se traga toda la acabada del tipo. Veo hipnotizado como los lechazos, uno tras otro, se derraman en el paladar, en la hermosa boquita de mi esposa, en esa misma boquita con la que todos los días me dice que me ama.
Después de tragarse todo, se pone a lamerle y a chupetearle toda la pinga. Llaman a la puerta, así que tengo que cerrar la aplicación y esperar un momento a qué me baje la erección. Regreso a la reunión, pero ya mi cabeza está en otro lado.
Salgo temprano de la chamba, compro un ramo de flores, un champagne y voy a casa. Lo que pasó se los cuento en otra entrada.
Les dejo una foto de mi mujer en la que está con Paola, la esposa de Abel, el amante... Mi mujer es la de polo blanco....