Cuándo llego a casa, la encuentro a mi mujer recién duchada, con el pelo mojado y oliendo a como deben de oler los angeles en el Paraíso.
Por el camino, mientras atravesaba el caótico tráfico de la Javier Prado, iba pensando en lo que tenía que hacer. Si le echaba en cara los cachos y le hacía saber que la había descubierto, no tendríamos otra que separarnos. Tenemos propiedades y cuentas en común, pero más allá de todo lo complicado y traumático que significaría el divorcio y la división de bienes, lo que más me preocupaba era que una vez separados ya no tendríamos más sexo juntos. Ese era un punto en contra. Por otra parte, podía hacerme el huevón y fingir que acá no ha pasado nada.
Si me hacía el distraído, el que no me entero de nada, podría seguir gozando de los favores de mi esposa en la cama, igual que antes, solo que ahora sería conciente de que no soy el único beneficiado. Que hay otro que le hace retumbar los ovarios.
Lo que había visto entre ella y Abel no tenía nada de casual, no era un choque y fuga, se notaba que eran amantes de tiempo. Pero, ¿desde cuándo?
Llegué a casa sin decidirme, sin saber que hacer, pero al verla recién bañadita, con las endorfinas a flor de piel después del buen sexo que había tenido, me olvidé de todo y puse pausa.
Que raro tú en casa a estas horas, me dice al verme. Pero no lo dice como un reproche, sino sorprendida, alegrándose realmente de ver que, por una vez, llego temprano.
Eso me saca de encuadre. Después de haber tirado con otro hombre en nuestra propia cama, creí que la vería, no sé, culpable, huidiza, hasta asustada quizás por mi llegada a menos de dos horas de cometida la infidelidad.
Tenía ganas de ver a mi esposa y celebrar con ella, le digo mostrándole las flores y el champagne, seguro que ya vendiste la casa de Asia.
Claro que la vendí, se acerca y me besa, y lo hace con pasión, no con el desgano que hubiese esperado después de que estuvo comiéndose a besos con el amante.
¿Cómo supiste que quería celebrar?, me pregunta sacándome el ramo y la botella de las manos.
Cosa de casados, de esposo que ama a su esposa, le respondo, esperando su reacción, pero actúa de lo más normal, como si lo de hace un rato no hubiese ocurrido.
Pone las flores en un jarrón, y el champagne con dos copas en la misma mesita dónde, un rato antes, había estado el licor que compartió con su amante.
Descorcho el champagne, lo sirvo, brindamos por la comisión que va a recibir por la venta de la propiedad, y tras dejar su copa en la mesa, me saca la mía, y se me echa encima para besarme y meterme mano en la entrepierna. Ya les dije que mi mujer es de ir directo al grano, en éste caso a mi pija, que cuando me doy cuenta ya me la está sobando y chupando, tal como hizo con Abel un rato antes.
Si no hubiera visto con mis propios ojos como otro se la tiraba, ni se me pasaría por la cabeza que esa mujer pudiera hacerme cachudo. Pero los cachos eran reales, y aunque apenas habían pasado un par de horas desde que la habían estampado, a pura pinga, de cara contra la pared, parecía tener ganas de más sexo.
Fuimos al cuarto y le dimos duro y parejo. Se lo hice de parados, cómo la tuvo Abel un rato antes. También en la pose del perrito, su preferida, ya que le gusta que se la clave mientras le doy palmadas en la cola. Obvio que esta vez le pego más fuerte que de costumbre, para sacarme la cólera de haberla visto con otro.
Estás hecho una furia hoy, me dice girando la cabeza, haciéndome saber con una sonrisa de satisfacción que le gusta lo que le hago.
Ya les dije que mi señora es una leona en la cama, llevamos cinco años de casados, más dos de enamorados, y nunca, pero nunca, me puso alguna excusa para no tener sexo. Ni que está cansada, ni que le duele la cabeza, y si está con la regla, y yo tengo ganas, me entrega el culo. Es un fuego en continua combustión. ¿Cómo podría separarme de una mujer así? ¿Que me es infiel?, bueno sí, y encima con un amigo, ¿pero que ganó separándome? Por el contrario, me perdería de tener en mi cama una mujer que es como una actriz porno, que siempre está dispuesta a complacerme, y que pese al tiempo, me sigue sorprendiendo con cosas nuevas todos los días.
¿Te gustaría otro brindis? De leche está vez..., le digo cuando ya estamos llegando al final.
Me encantaría, me dice.
Lo habíamos hecho otras veces, pero en ese momento estaba especialmente motivado por haberla visto tragándose el semen de su amante.
Me la empiezo a menear y ella se pone adelante mío, de rodillas, con la boca abierta y la lengua afuera. Estoy sobrepasado, así que me demoro en acabar. Me la jaloneo una, dos, mil veces y nada. Impaciente me aparta la mano, y me la empieza a jalar ella misma.
CHACA - CHACA - CHACA, se escucha en el cuarto, el ruido de la fricción y de mis suspiros. Y fue sentir su tacto, su cálido aliento en la pinga y verla en esa posición, sumisa, ansiosa, que le acabo en la boca todo lo que tenía hirviendo en los huevos desde que la ví cachando a través de las cámaras espías. Y al igual que hizo con su amante, se traga hasta la última gota. Y como se relame la hija de puta.
¿Cómo voy a privarme de algo así? ¿Realmente quiero dejar a esa mujer y prescindir para siempre de su fogosidad?
No sé que hacer, por lo menos hasta ahora no hice nada. Si mientras hacíamos el amor hubiera notado algún desinterés en ella, algún gesto de que me complacía solo por obligación, hubiera pateado el tablero y mandado todo a la . Y le hubiera exigido el divorcio sin pasarle ni un solo sol. Pero fue espectacular, cómo siempre, y no solo gocé yo, sino que ella también tuvo esos orgasmos que la hacen temblar desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza.
Cómo dije, dejé todo en pausa, y esa misma noche salimos a cenar para seguir celebrando. Sé que soy un cachudo, y que desde ahora tendré que vivir con esa incertidumbre de saber que cuándo no está conmigo quizás esté con otro, pero bueno, es el precio que tengo que pagar para seguir disfrutando de esos polvos que son de otra galaxia.
Ya veremos cómo sigue todo....