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Tomado de:
La adicción más oculta de todas
Estudios internacionales indican que el 6% de la gente tiene relaciones sexuales o consume pornografía de manera compulsiva. Es controlable, pero no curable.
LEONEL GARCÍA
A Horacio, vivir con sus padres hasta después de los 30 le permitía reventarse el sueldo en sexo pago. Trabajar en el sector público, dice, le facilitaba faltar días y días, certificados médicos mediante, en los que aprovechaba para encontrarse con prostitutas. De cualquier manera, él estaba ausente tanto de su familia como de su empleo, salvo para poner a prueba la paciencia de sus compañeras con galanteos pesados e infructuosos. Horacio no se llama Horacio; tiene 55 años y es adicto al sexo. "Las prostitutas eran mi vía de escape… y después me sentía mal, porque no existía ninguna comunicación, ni intercambio afectivo, todo era algo fingido. Pero estaba incapacitado para otra cosa porque no tenía paciencia".
En un alcohólico o un drogadicto, su degradación es notoria. Un ludópata deja su vida y su dinero a la vista de todos en un casino. En los adictos al sexo, su compulsión suele quedar guardada dentro de cuatro paredes. Especialistas y afectados coinciden: es la adicción menos visible de todas. Pero según distintos estudios internacionales, mencionados por expertos locales, hasta un seis por ciento de la población siente una necesidad incontrolable y compulsiva de tener relaciones sexuales (no parafílicas), consumir pornografía o masturbarse; una o todas ellas. El 98% son hombres.
"Por dentro se siente un vacío muy grande. Durante una relación sexual puedo tener un estremecimiento brutal, un éxtasis muy especial. Y luego aparece toda la cuestión de la culpa. Ya no dejamos espacio para el cariño, todo pasa por el sexo". Al testimonio de Daniel quítele lo relativo al sexo y cámbielo por drogas, alcohol o juego, y verá el patrón común de cualquier adicción. Daniel la sufre desde los nueve años y pasó por varias manifestaciones: consumo de pornografía, sexo pago y sexo casual. Durante dos años, llegó a tener entre tres y cuatro relaciones sexuales diarias. No todas eran prostitutas. "Indudablemente, tenía labia", dice sin el menor atisbo de orgullo de macho. En una cultura todavía falocéntrica eso era un motivo de éxito social. "Una de las cosas más dolorosas es que mis amigos me podían palmear por la espalda y felicitarme, y yo por dentro sentía que me estaba destrozando la vida". No había relación que pudiera durar y así fue. Se divorció dos veces. Llegó a buscar y conseguir trabajo solamente para sostener su compulsión, a la que llegó a dedicarle el 30% de sus ingresos. Daniel tampoco se llama Daniel y tiene 52 años.
DESEQUILIBRIO.
Un individuo puede tener varias relaciones sexuales por día, o consumir mucha pornografìa, y que ello no signifique ningún problema. El umbral que separa una intensa actividad sexual de una patológica es cuantitativo y no cualitativo, coinciden los expertos. "El peligro tiene lugar cuando la persona ya perdió el equilibrio y su vida está completamente alterada", señala Carlos Moreira, sexólogo, psiquiatra y director de la clínica Masters & Johnson. "No importa tanto el número (de relaciones sexuales) sino el hecho de que el adicto deje de funcionar socialmente, cuando todo gira en torno al sexo, cuando la insatisfacción es permanente y llega la compulsión", enfatiza Santiago Cedrés, sexólogo y director de la clínica Plenus. Las pérdidas para el afectado pueden ser totales: parejas, familias, trabajo, vínculos, autoestima, montañas de dinero, e incluso contraer una enfermedad o terminar en la cárcel. Como ocurre con otras adicciones, es que recién cuando la vida se les demorona es que acceden a pedir ayuda. "Siempre se comienza como un juego, o como algo aparentemente fácil de controlar. Y luego se va instalando la necesidad de mantener esa conducta", agrega la psicóloga y sexóloga Carolina Villalba.
Al ser progresivo, la edad del surgimiento de la "hipersexualidad" (concepto utilizado en los manuales psiquiátricos, término que engloba a los ya desusados "satiriasis" y "ninfomanía"), se da entre los 25 y 40 años. Si bien no se descarta que esto ocurra antes o después, se maneja este margen porque, según Villalba, "es cuando el individuo tiene una gran energía para mantener esta conducta y su sexualidad está en una etapa de madurez intermedia". También es cuando el afectado está en su plenitud laboral, indispensable para tener el dinero para sustentar esa compulsión, ese que cada vez se va más rápido por causa de la propia adicción. Este problema no respeta clases sociales. "He visto casos de gente humilde capaz de gastarse casi todo su sueldo, entre seis mil y siete mil pesos, en `tours` por casas de masajes", dice Moreira.
Progresivo.
Aunque hay líneas que tienden a estudiar genes (como el D2) o neurotransmisores (como la dopamina) que predisponen al individuo a las adicciones, no hay una coincidencia científica a la hora de establecer las causas. Sí las hay para las consecuencias. Y también hay unanimidad a la hora de mencionarla como una patología progresiva y controlable, tratable, pero no curable. Y como en toda adicción, el primer paso para frenarla es reconocerla.
Claro que para ese entonces puede haber ocurrido cualquier desastre. Los dos divorcios de Daniel o la incapacidad de Horacio para intentar una relación normal de pareja son solo dos ejemplos. Cedrés recuerda el caso de un paciente que terminó perdiendo su trabajo por sus salidas constantes a las casas de masajes, el vínculo con su hija -ya adolescente- porque ella no podía traer a sus compañeras a la casa, y que se tuvo que ir del barrio porque acosaba a sus vecinas.
La adicción no entiende de clases sociales ni de orientaciones sexuales. Moreira recuerda el caso de un empresario homosexual que no podía frenar sus impulsos, y debía dejar el trabajo casi a diario, a media tarde, para encontrarse con un amante. "Si no contactaba a ninguno, decía que iba al banco y se metía en un cine porno. Tenía relaciones con el primer tipo que se le sentaba al lado y volvía a su puesto". El alivio sexual duraba muy poco.
El porcentaje de 6% de adictos al sexo en la población total puede resultar sorprendente. Cedrés es de la idea de que muchos de los casos de violación que salen en la prensa tienen a la hipersexualidad de trasfondo. "Por supuesto que dentro del matrimonio, la violación (entendida como el acto sexual sin consentimiento de la mujer), es una regla". En la clínica que dirige, en dos años, aproximadamente el tres por ciento de las consultas fueron por este problema. "Todos ellos casados, todos con una doble vida, y todos tenían o habían tenido enfermedades de transmisión sexual".
Moreira habla de un narcisismo insatisfecho en estos casos (lo que hace que un fracaso a la hora de la conquista sea más doloroso que en cualquier otra persona), que puede requerir una psicoterapia muy suave porque "son pacientes de una psicopatología difícil, si son muy cuestionados o criticados largan la terapia al diablo", combinado con los ISRS (inhibidores selectivos de recaptación de serotonina), una familia de antidepresivos "de probado éxito para reducir las conductas compulsivas". Villalba señala la necesidad de trabajar desde la psicología sobre "la autoconfianza, la autoestima, y los temores y conflictos subyacentes". Cedrés también dice de apelar a fármacos para la depresión o ansiedad generalizada -"posibles problemas que se encuentren por debajo de la hipersexualidad"- y a una psicoterapia del tipo cognitivo-conductual, de manera muy similar a las técnicas de los grupos de autoayuda.
Daniel y Horacio pertenecen a uno de estos grupos, Adictos al Sexo y al Amor Anónimos (ASAA). El último lo integra desde su formación, hace dos años. Desde entonces, ha logrado mejorar su vida. De hecho, se casó. "Mientras tenga mi `dosis` de grupo, voy bien". Daniel ha logrado mantener once meses de "sobriedad". "Mi economía mejoró muchísimo", ríe en una de las pocas veces que se permitió bromear con su compulsión.
Una dosis de ayuda grupal
En los grupos de autoayuda, los asistentes aceptan ponerse en manos de un "poder espiritual superior" para intentar superar su compulsión. El apoyo mutuo de los distintos miembros es fundamental. ASAA funciona en tres grupos, de 10 o 15 personas cada uno, que se reúnen tres veces a la semana.
A diferencia de un adicto al juego o a las drogas, el objetivo de estos grupos no es llevar a la abstinencia total a sus miembros, sino a una vida sexual ordenada. "El programa incluye un plan, a consideración de cada uno, de soledad o sobriedad antes de iniciar otro tipo de contactos", dice Daniel. Este plan es personal. Si bien no hay otra autoridad a la que someterse más que al "poder superior", los miembros de estos grupos sostienen que no respetarlo es un paso más hacia una reincidencia. Horacio piensa que es una suerte que nadie se haya acercado a ASAA con intereses de "levante". De cualquier manera, asegura, "uno se da cuenta enseguida quién tiene un problema de verdad y quién viene solo a joder".
Curiosa disidencia, ni Daniel ni Horacio creen en la ayuda de los médicos. Pero desde el mundo científico, hay quien considera fundamentales a los grupos de autoayuda. "Ellos pueden llenar un tiempo con una dedicación que es imposible cumplirla a nivel profesional, además de que es imposible gastar tanto dinero en una terapia. Encontrándose con sus iguales, se salva uno y se salva el resto", señala Moreira.
(seguiran mas articulos)
Código:
http://www.elpais.com.uy/Suple/DS/09/05/10/sds_415805.asp
La adicción más oculta de todas
Estudios internacionales indican que el 6% de la gente tiene relaciones sexuales o consume pornografía de manera compulsiva. Es controlable, pero no curable.
LEONEL GARCÍA
A Horacio, vivir con sus padres hasta después de los 30 le permitía reventarse el sueldo en sexo pago. Trabajar en el sector público, dice, le facilitaba faltar días y días, certificados médicos mediante, en los que aprovechaba para encontrarse con prostitutas. De cualquier manera, él estaba ausente tanto de su familia como de su empleo, salvo para poner a prueba la paciencia de sus compañeras con galanteos pesados e infructuosos. Horacio no se llama Horacio; tiene 55 años y es adicto al sexo. "Las prostitutas eran mi vía de escape… y después me sentía mal, porque no existía ninguna comunicación, ni intercambio afectivo, todo era algo fingido. Pero estaba incapacitado para otra cosa porque no tenía paciencia".
En un alcohólico o un drogadicto, su degradación es notoria. Un ludópata deja su vida y su dinero a la vista de todos en un casino. En los adictos al sexo, su compulsión suele quedar guardada dentro de cuatro paredes. Especialistas y afectados coinciden: es la adicción menos visible de todas. Pero según distintos estudios internacionales, mencionados por expertos locales, hasta un seis por ciento de la población siente una necesidad incontrolable y compulsiva de tener relaciones sexuales (no parafílicas), consumir pornografía o masturbarse; una o todas ellas. El 98% son hombres.
"Por dentro se siente un vacío muy grande. Durante una relación sexual puedo tener un estremecimiento brutal, un éxtasis muy especial. Y luego aparece toda la cuestión de la culpa. Ya no dejamos espacio para el cariño, todo pasa por el sexo". Al testimonio de Daniel quítele lo relativo al sexo y cámbielo por drogas, alcohol o juego, y verá el patrón común de cualquier adicción. Daniel la sufre desde los nueve años y pasó por varias manifestaciones: consumo de pornografía, sexo pago y sexo casual. Durante dos años, llegó a tener entre tres y cuatro relaciones sexuales diarias. No todas eran prostitutas. "Indudablemente, tenía labia", dice sin el menor atisbo de orgullo de macho. En una cultura todavía falocéntrica eso era un motivo de éxito social. "Una de las cosas más dolorosas es que mis amigos me podían palmear por la espalda y felicitarme, y yo por dentro sentía que me estaba destrozando la vida". No había relación que pudiera durar y así fue. Se divorció dos veces. Llegó a buscar y conseguir trabajo solamente para sostener su compulsión, a la que llegó a dedicarle el 30% de sus ingresos. Daniel tampoco se llama Daniel y tiene 52 años.
DESEQUILIBRIO.
Un individuo puede tener varias relaciones sexuales por día, o consumir mucha pornografìa, y que ello no signifique ningún problema. El umbral que separa una intensa actividad sexual de una patológica es cuantitativo y no cualitativo, coinciden los expertos. "El peligro tiene lugar cuando la persona ya perdió el equilibrio y su vida está completamente alterada", señala Carlos Moreira, sexólogo, psiquiatra y director de la clínica Masters & Johnson. "No importa tanto el número (de relaciones sexuales) sino el hecho de que el adicto deje de funcionar socialmente, cuando todo gira en torno al sexo, cuando la insatisfacción es permanente y llega la compulsión", enfatiza Santiago Cedrés, sexólogo y director de la clínica Plenus. Las pérdidas para el afectado pueden ser totales: parejas, familias, trabajo, vínculos, autoestima, montañas de dinero, e incluso contraer una enfermedad o terminar en la cárcel. Como ocurre con otras adicciones, es que recién cuando la vida se les demorona es que acceden a pedir ayuda. "Siempre se comienza como un juego, o como algo aparentemente fácil de controlar. Y luego se va instalando la necesidad de mantener esa conducta", agrega la psicóloga y sexóloga Carolina Villalba.
Al ser progresivo, la edad del surgimiento de la "hipersexualidad" (concepto utilizado en los manuales psiquiátricos, término que engloba a los ya desusados "satiriasis" y "ninfomanía"), se da entre los 25 y 40 años. Si bien no se descarta que esto ocurra antes o después, se maneja este margen porque, según Villalba, "es cuando el individuo tiene una gran energía para mantener esta conducta y su sexualidad está en una etapa de madurez intermedia". También es cuando el afectado está en su plenitud laboral, indispensable para tener el dinero para sustentar esa compulsión, ese que cada vez se va más rápido por causa de la propia adicción. Este problema no respeta clases sociales. "He visto casos de gente humilde capaz de gastarse casi todo su sueldo, entre seis mil y siete mil pesos, en `tours` por casas de masajes", dice Moreira.
Progresivo.
Aunque hay líneas que tienden a estudiar genes (como el D2) o neurotransmisores (como la dopamina) que predisponen al individuo a las adicciones, no hay una coincidencia científica a la hora de establecer las causas. Sí las hay para las consecuencias. Y también hay unanimidad a la hora de mencionarla como una patología progresiva y controlable, tratable, pero no curable. Y como en toda adicción, el primer paso para frenarla es reconocerla.
Claro que para ese entonces puede haber ocurrido cualquier desastre. Los dos divorcios de Daniel o la incapacidad de Horacio para intentar una relación normal de pareja son solo dos ejemplos. Cedrés recuerda el caso de un paciente que terminó perdiendo su trabajo por sus salidas constantes a las casas de masajes, el vínculo con su hija -ya adolescente- porque ella no podía traer a sus compañeras a la casa, y que se tuvo que ir del barrio porque acosaba a sus vecinas.
La adicción no entiende de clases sociales ni de orientaciones sexuales. Moreira recuerda el caso de un empresario homosexual que no podía frenar sus impulsos, y debía dejar el trabajo casi a diario, a media tarde, para encontrarse con un amante. "Si no contactaba a ninguno, decía que iba al banco y se metía en un cine porno. Tenía relaciones con el primer tipo que se le sentaba al lado y volvía a su puesto". El alivio sexual duraba muy poco.
El porcentaje de 6% de adictos al sexo en la población total puede resultar sorprendente. Cedrés es de la idea de que muchos de los casos de violación que salen en la prensa tienen a la hipersexualidad de trasfondo. "Por supuesto que dentro del matrimonio, la violación (entendida como el acto sexual sin consentimiento de la mujer), es una regla". En la clínica que dirige, en dos años, aproximadamente el tres por ciento de las consultas fueron por este problema. "Todos ellos casados, todos con una doble vida, y todos tenían o habían tenido enfermedades de transmisión sexual".
Moreira habla de un narcisismo insatisfecho en estos casos (lo que hace que un fracaso a la hora de la conquista sea más doloroso que en cualquier otra persona), que puede requerir una psicoterapia muy suave porque "son pacientes de una psicopatología difícil, si son muy cuestionados o criticados largan la terapia al diablo", combinado con los ISRS (inhibidores selectivos de recaptación de serotonina), una familia de antidepresivos "de probado éxito para reducir las conductas compulsivas". Villalba señala la necesidad de trabajar desde la psicología sobre "la autoconfianza, la autoestima, y los temores y conflictos subyacentes". Cedrés también dice de apelar a fármacos para la depresión o ansiedad generalizada -"posibles problemas que se encuentren por debajo de la hipersexualidad"- y a una psicoterapia del tipo cognitivo-conductual, de manera muy similar a las técnicas de los grupos de autoayuda.
Daniel y Horacio pertenecen a uno de estos grupos, Adictos al Sexo y al Amor Anónimos (ASAA). El último lo integra desde su formación, hace dos años. Desde entonces, ha logrado mejorar su vida. De hecho, se casó. "Mientras tenga mi `dosis` de grupo, voy bien". Daniel ha logrado mantener once meses de "sobriedad". "Mi economía mejoró muchísimo", ríe en una de las pocas veces que se permitió bromear con su compulsión.
Una dosis de ayuda grupal
En los grupos de autoayuda, los asistentes aceptan ponerse en manos de un "poder espiritual superior" para intentar superar su compulsión. El apoyo mutuo de los distintos miembros es fundamental. ASAA funciona en tres grupos, de 10 o 15 personas cada uno, que se reúnen tres veces a la semana.
A diferencia de un adicto al juego o a las drogas, el objetivo de estos grupos no es llevar a la abstinencia total a sus miembros, sino a una vida sexual ordenada. "El programa incluye un plan, a consideración de cada uno, de soledad o sobriedad antes de iniciar otro tipo de contactos", dice Daniel. Este plan es personal. Si bien no hay otra autoridad a la que someterse más que al "poder superior", los miembros de estos grupos sostienen que no respetarlo es un paso más hacia una reincidencia. Horacio piensa que es una suerte que nadie se haya acercado a ASAA con intereses de "levante". De cualquier manera, asegura, "uno se da cuenta enseguida quién tiene un problema de verdad y quién viene solo a joder".
Curiosa disidencia, ni Daniel ni Horacio creen en la ayuda de los médicos. Pero desde el mundo científico, hay quien considera fundamentales a los grupos de autoayuda. "Ellos pueden llenar un tiempo con una dedicación que es imposible cumplirla a nivel profesional, además de que es imposible gastar tanto dinero en una terapia. Encontrándose con sus iguales, se salva uno y se salva el resto", señala Moreira.
(seguiran mas articulos)