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Les comparto mi primer relato que se circunscribe más en la literatura comercial. Espero les guste. Saludos
Primera parte: El sueño
Era de muy noche, la habitación estaba completamente a oscuras (por obra y gracia de un apagón), y no se escuchaba ningún ruido cuando apareció ella: una silueta delgada, de un busto mediano y erecto, poseedora de un generoso trasero y una cabellera que caía hasta sus hombros se aproximó hasta Sebastián que dormía plácidamente de costado. Como si fuese un espectro se acercó sigilosamente con movimientos suaves a través de las sábanas hasta llegar al rostro de aquel hombre que recibió un ósculo suave en la mejilla que lo despertó.
No era terror lo que sintió Sebastián en aquel momento al descubrir el rostro de aquella mujer joven sino una paz que no había sentido desde hacia mucho tiempo. En aquellos segundos en que tenía a aquella mujer frente a frente podía apreciar la belleza de sus ojos pardos en la cual -como si de un espejo se tratase- podía verse reflejado, así como podía apreciar la fineza del cutis de la desconocida y su nariz respingada.
Pronto sintió que su sangre circulaba más deprisa y de pronto sintió que sus manos ya tocaban la cintura de aquella mujer embutida en un vestido blanco de encaje. “¡Que guapa es!” pensó para sí. Poco a poco -como si de un gigante dormido se tratase- su miembro se irguió hasta tener la dureza de un fierro candente. Las sensaciones que se apoderaron de él, el tacto de la piel y el olor de perfume de aquella fémina lo dejaron descolocado y poco a poco paso sus manos no solo por su cintura sino también por toda la espalda y su prominente trasero. Sintió que estaba en la gloria. Los dos se miraron fija y tiernamente y, sin mediar palabra alguna, dirigieron sus labios el uno al otro. Un ósculo se completó, un ósculo profundo, pasional y seco los envolvió. Sebastián no quería que ese momento terminara, nunca lo habían besado así. Cuando abrió los ojos se dio cuenta con incredulidad que la joven mujer no estaba por ninguna parte y el reflejo del sol envolvía su habitación. Ya era de mañana y todo Había sido un sueño.
- Mi nombre es Alexandra, mucho gusto. – dijo la nueva muchacha.
- El gusto es mío. Bienvenida. Me llamo Sebastián – dijo él al tiempo que le daba un beso en la mejilla y la miraba a través de sus gafas de montura gruesa que escondían unos ojos pardos preciosos.
Pero cuando ella se alejó para presentarse a sus demás compañeros de área, no pudo evitar observar de reojo la belleza de su prominente derrier que envuelto en un pantalón negro poseía un aire de sensualidad y encanto.
Alexandra, más allá de sus encantos físicos, poseía una personalidad agradable y alturada. Dotada de una amabilidad, una paciencia infinita y una simpatía a la cual sus semejantes les era difícil resistirse. No había por tanto en la oficina quien tuviera una opinión desfavorable sobre ella, todo lo contrario. Y por esas virtudes corpóreas y espirituales, no faltaron aquellos hombres que se acercaban a ella bajo cualquier pretexto para sonsacarle conversación. Pero Alexandra era ágil y sutil, detectaba las verdaderas intenciones de sus corazones y los rechazaba con elegancia y sutileza creando un muro invisible que poco a poco los varones de la oficina aprendieron a respetar. Pero había un solo hombre en toda la oficina que no parecía haber caído ante sus encantos, que no le había hecho alguna conversación casual o la invitara a comer a algún lugar elegante: Sebastián.
En realidad, desde que la presentaron aquel radiante día de abril, Sebastián no había perdido de vista a aquella muchacha. Estaba en sus pensamientos, en las agradables horas de almuerzo con sus compañeros del trabajo, en las puestas de sol que veía al salir del trabajo, en la soledad de su habitación por las noches y, más recientemente, en aquel sueño vivido. Quería conocerla, conversar con ella, invitarla al café más elegante a charlar distendidamente pero su timidez, aquella que convivía desde su niñez, era mayor.
En estas últimas cavilaciones, Sebastián se miraba en el espejo de su habitación y observaba en él a un hombre anodino, sin mucho encanto que, en su opinión jamás atraería la mirada de una mujer como Alexandra. “Es una pérdida de tiempo” pensaba para sí mismo. “¡Como esperar a que ella se fije en mí! No dispongo de grandes sumas de dinero, ni siquiera de un auto, apenas de algunos libros. Es una tontería pensar siquiera en conversar con ella ¿Qué lograría?” siguió pensando para sí. Además, había sido testigo de cómo los muchachos de la oficina eran rechazados por ella lo cual reafirmo sus ideas. Sin embargo, la realidad no estaba tan alejada cómo él lo veía. El tiempo le haría ver las cosas de una manera distinta y que en realidad poco conocía sobre la verdadera mentalidad de Alexandra.
***
Por aquellos días soleados, el responsable del almacén, que siempre se había jactado de gozar una salud envidiable, había enfermado. Cómo la posición no podía quedar ausente por mucho tiempo, Alexandra se presentó como voluntaria ante sus superiores en la responsabilidad de tomar las riendas del almacén como coordinadora interina. Alexandra que practicaba los deportes desde joven y poseía un cuerpo trabajado, tomo con gusto aquella tarea. Sin embargo todo tenía un límite. Un viernes por la tarde -pocos minutos antes de la salida- una llamada llegó al teléfono fijo de Sebastián.
- Buenas tardes. Habla Sebastián ¿En que puedo ayudarlo? – dijo Sebastián al contestar la llamada.
- Hola, Sebastián. Buenas tardes. Soy yo, Alexandra ¿Puedo pedirte un favor? – dijo Alexandra con un tomo amable y agradable.
- Si, dime ¿En qué te puedo ayudar?
- Necesito que me ayudes a ordenar algunos ítems en los estantes. He hablado con el señor Pérez -tu jefe- y me ha dicho que no había problema en que puedas ayudarme siempre y cuando no estuvieras atareado en tu día a día. Dime ¿puedes ayudarme en estos momentos?
En fracciones de segundo Sebastián pensó en las tareas que le quedaban pendientes y tomo conciencia que aquella tarde no había mucho movimiento ni tareas pendientes.
- Deacuerdo, no hay problema, Alexandra. Iré allí en un momento.
- Muchas gracias, Sebastián. Aquí te espero – dijo Alexandra desde el otro extremo. Su voz sonaba jubilosa y con un dejo de gratitud.
- De nada.
Sebastián colgó el teléfono. Su corazón le palpitaba, era la primera vez que Alexandra le llamaba desde que había comenzado a trabajar en la oficina y, por otra parte, al parecer iban a estar solos pues recordaba que en sus esporádicas visitas al almacén el responsable por lo general estaba solo. Apagó su computadora y bajó por las escaleras al primer piso rumbo al almacén.
Continuará...
Primera parte: El sueño
Era de muy noche, la habitación estaba completamente a oscuras (por obra y gracia de un apagón), y no se escuchaba ningún ruido cuando apareció ella: una silueta delgada, de un busto mediano y erecto, poseedora de un generoso trasero y una cabellera que caía hasta sus hombros se aproximó hasta Sebastián que dormía plácidamente de costado. Como si fuese un espectro se acercó sigilosamente con movimientos suaves a través de las sábanas hasta llegar al rostro de aquel hombre que recibió un ósculo suave en la mejilla que lo despertó.
No era terror lo que sintió Sebastián en aquel momento al descubrir el rostro de aquella mujer joven sino una paz que no había sentido desde hacia mucho tiempo. En aquellos segundos en que tenía a aquella mujer frente a frente podía apreciar la belleza de sus ojos pardos en la cual -como si de un espejo se tratase- podía verse reflejado, así como podía apreciar la fineza del cutis de la desconocida y su nariz respingada.
Pronto sintió que su sangre circulaba más deprisa y de pronto sintió que sus manos ya tocaban la cintura de aquella mujer embutida en un vestido blanco de encaje. “¡Que guapa es!” pensó para sí. Poco a poco -como si de un gigante dormido se tratase- su miembro se irguió hasta tener la dureza de un fierro candente. Las sensaciones que se apoderaron de él, el tacto de la piel y el olor de perfume de aquella fémina lo dejaron descolocado y poco a poco paso sus manos no solo por su cintura sino también por toda la espalda y su prominente trasero. Sintió que estaba en la gloria. Los dos se miraron fija y tiernamente y, sin mediar palabra alguna, dirigieron sus labios el uno al otro. Un ósculo se completó, un ósculo profundo, pasional y seco los envolvió. Sebastián no quería que ese momento terminara, nunca lo habían besado así. Cuando abrió los ojos se dio cuenta con incredulidad que la joven mujer no estaba por ninguna parte y el reflejo del sol envolvía su habitación. Ya era de mañana y todo Había sido un sueño.
***
Cuando iba de camino al trabajo, Sebastián se preguntó que había sido todo aquello. Aunque los sueños y pesadillas habían estado presentes desde que tenia uso de consciencia, jamás había tenido un sueño tan realista como aquel. Al tratar de recordar el rostro de aquella joven mujer cayó en la cuenta de que se parecía mucho a una muchacha que hacía dos semanas había llegado al trabajo. Ella era una joven asistente adscrita al departamento de logística cuya inmaculada belleza le había impresionado cuando la presentaron.- Mi nombre es Alexandra, mucho gusto. – dijo la nueva muchacha.
- El gusto es mío. Bienvenida. Me llamo Sebastián – dijo él al tiempo que le daba un beso en la mejilla y la miraba a través de sus gafas de montura gruesa que escondían unos ojos pardos preciosos.
Pero cuando ella se alejó para presentarse a sus demás compañeros de área, no pudo evitar observar de reojo la belleza de su prominente derrier que envuelto en un pantalón negro poseía un aire de sensualidad y encanto.
Alexandra, más allá de sus encantos físicos, poseía una personalidad agradable y alturada. Dotada de una amabilidad, una paciencia infinita y una simpatía a la cual sus semejantes les era difícil resistirse. No había por tanto en la oficina quien tuviera una opinión desfavorable sobre ella, todo lo contrario. Y por esas virtudes corpóreas y espirituales, no faltaron aquellos hombres que se acercaban a ella bajo cualquier pretexto para sonsacarle conversación. Pero Alexandra era ágil y sutil, detectaba las verdaderas intenciones de sus corazones y los rechazaba con elegancia y sutileza creando un muro invisible que poco a poco los varones de la oficina aprendieron a respetar. Pero había un solo hombre en toda la oficina que no parecía haber caído ante sus encantos, que no le había hecho alguna conversación casual o la invitara a comer a algún lugar elegante: Sebastián.
***
En realidad, desde que la presentaron aquel radiante día de abril, Sebastián no había perdido de vista a aquella muchacha. Estaba en sus pensamientos, en las agradables horas de almuerzo con sus compañeros del trabajo, en las puestas de sol que veía al salir del trabajo, en la soledad de su habitación por las noches y, más recientemente, en aquel sueño vivido. Quería conocerla, conversar con ella, invitarla al café más elegante a charlar distendidamente pero su timidez, aquella que convivía desde su niñez, era mayor.
En estas últimas cavilaciones, Sebastián se miraba en el espejo de su habitación y observaba en él a un hombre anodino, sin mucho encanto que, en su opinión jamás atraería la mirada de una mujer como Alexandra. “Es una pérdida de tiempo” pensaba para sí mismo. “¡Como esperar a que ella se fije en mí! No dispongo de grandes sumas de dinero, ni siquiera de un auto, apenas de algunos libros. Es una tontería pensar siquiera en conversar con ella ¿Qué lograría?” siguió pensando para sí. Además, había sido testigo de cómo los muchachos de la oficina eran rechazados por ella lo cual reafirmo sus ideas. Sin embargo, la realidad no estaba tan alejada cómo él lo veía. El tiempo le haría ver las cosas de una manera distinta y que en realidad poco conocía sobre la verdadera mentalidad de Alexandra.
***
Por aquellos días soleados, el responsable del almacén, que siempre se había jactado de gozar una salud envidiable, había enfermado. Cómo la posición no podía quedar ausente por mucho tiempo, Alexandra se presentó como voluntaria ante sus superiores en la responsabilidad de tomar las riendas del almacén como coordinadora interina. Alexandra que practicaba los deportes desde joven y poseía un cuerpo trabajado, tomo con gusto aquella tarea. Sin embargo todo tenía un límite. Un viernes por la tarde -pocos minutos antes de la salida- una llamada llegó al teléfono fijo de Sebastián.
- Buenas tardes. Habla Sebastián ¿En que puedo ayudarlo? – dijo Sebastián al contestar la llamada.
- Hola, Sebastián. Buenas tardes. Soy yo, Alexandra ¿Puedo pedirte un favor? – dijo Alexandra con un tomo amable y agradable.
- Si, dime ¿En qué te puedo ayudar?
- Necesito que me ayudes a ordenar algunos ítems en los estantes. He hablado con el señor Pérez -tu jefe- y me ha dicho que no había problema en que puedas ayudarme siempre y cuando no estuvieras atareado en tu día a día. Dime ¿puedes ayudarme en estos momentos?
En fracciones de segundo Sebastián pensó en las tareas que le quedaban pendientes y tomo conciencia que aquella tarde no había mucho movimiento ni tareas pendientes.
- Deacuerdo, no hay problema, Alexandra. Iré allí en un momento.
- Muchas gracias, Sebastián. Aquí te espero – dijo Alexandra desde el otro extremo. Su voz sonaba jubilosa y con un dejo de gratitud.
- De nada.
Sebastián colgó el teléfono. Su corazón le palpitaba, era la primera vez que Alexandra le llamaba desde que había comenzado a trabajar en la oficina y, por otra parte, al parecer iban a estar solos pues recordaba que en sus esporádicas visitas al almacén el responsable por lo general estaba solo. Apagó su computadora y bajó por las escaleras al primer piso rumbo al almacén.
Continuará...